El testamento del pescador

Archive for febrero 2007

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

Posted by El pescador en 25 febrero 2007

Traigo al empezar la Cuaresma este bellísimo soneto de Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios españoles o Monstruo de la Naturaleza como lo llamó Cervantes. Fue un mujeriego, como su padre y cuentan que en su entierro había gran cantidad de mujeres (recuerdo que la profesora de Literatura nos dijo que nunca nos había pedido que estudiáramos la vida de ningún autor, pero sí nos pedía la de Lope porque dedicó muchos poemas a sus amantes), pero también fue un hombre muy religioso, como su padre lo fue también, y escribió bellos sonetos en los que expresaba su arrepentimiento y su deseo de corresponder al amor divino; terminó haciéndose sacerdote pero también tuvo una amante, Marta de Nevares, que era tan bella cuanto ser podía, en palabras del propio Lope.

Pero fue siempre un hombre creyente que se daba cuenta de su pecado y quería convertirse, como expresa este soneto.

A nosotros puede servirnos en esta Cuaresma para recordar que el Señor siempre viene a buscarnos y a llamar a nuestra puerta para que le dejemos pasar a nuestra vida y compartamos con Él la comida: Mira, yo estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos (Apocalipsis 3,20), para que descubramos el amor, el eros y el ágape de Dios por nosotros y le abramos de par en par nuestras puertas, como nos animó Juan Pablo II al inicio de su pontificado.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del inviernos oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía»!

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

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Desnudaos del hombre viejo

Posted by El pescador en 24 febrero 2007

La Cuaresma, junto con el Adviento, es el tiempo de la conversión, época de quitarse cosas para vestirse de resurrección: un nuevo catecumenado para renovar el bautismo y así morir al hombre viejo y nacer como niño a la vida eterna. Me he acordado de un fragmento de las Enarraciones sobre los Salmos de San Agustín, que habla de desnudarse del hombre viejo entrando por el camino angosto del mismo modo que la serpiente cambia de piel (o camisa como decimos aquí) entrando por un agujero estrecho:

«A nosotros nos abruma como el peso de cierta piel y como la ancianidad o vejez del hombre. Escucha al Apóstol que dice: Desnudaos del hombre viejo y revestíos del nuevo (Colosenses 3,9.10). Y ¿cómo me desnudo -dices- del hombre viejo? Imita la astucia de la serpiente. Pues ¿qué hace la serpiente para desnudarse de la vieja camisa? Se contrae y pasa por una abertura angosta. ¿Y dónde, dices, encuentro esa abertura estrecha? Escucha: Estrecho y angosto es el camino que conduce a la vida, y pocos son quienes entran por él (Mateo 7,14). ¿Le temes, y no quieres andar porque son pocos quienes andan por él? Allí debe despojarse del vestido viejo, y no puede hacerse en otro sitio. Por el contrario si quieres que te estorbe, te sea gravoso y te deprima, no vayas por el camino estrecho. Si te hallas sobrecargado con cierta vetustez de tu pecado y de la vida anterior, no puedes transitar. Como el cuerpo corruptible hace peso al alma (Sab 9,15), es necesario o que los deseos corporales no depriman o que nos desnudemos de los deseos carnales. ¿Y cómo serán desnudados si no vas por el camino angosto, si no eres astuto como la serpiente?» (57,10).

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Jesucristo era gallego

Posted by El pescador en 23 febrero 2007

Dicen que los gallegos contestan a una pregunta con otra pregunta, y en el evangelio de la Misa de hoy (Mt 9,14-15), Viernes después de Ceniza, los discípulos del Bautista preguntan a Jesús por el ayuno: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?


Y Jesús va y les contesta con otra pregunta: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Con esta respuesta a la gallega Jesús retoma la simbología nupcial de los profetas: Él es el novio que está celebrando con los amigos (los apóstoles) su banquete de bodas con la Iglesia. Esto es motivo de alegría y el ayuno es una práctica penitencial, y además uno de los motivos del ayuno era pedir a Dios la venida del Mesías, pero precisamente los discípulos de Jesucristo ya estaban con el Mesías, ya se habían cumplido las promesas de Dios a su pueblo que en los profetas constantemente había ido comparándose con el novio que busca a su esposa, en Jesucristo Dios establece el matrimonio definitivo, la alianza definitiva con su pueblo, con el nuevo Israel que es la Iglesia.

La simbología conyugal representa una novedad del tema de la Alianza; ésta resulta más jurídica, es un pacto, un compromiso, y el matrimonio habla más de una relación personal de amor: Jeremías 31 muestra los dos aspectos; en el v. 3b dice que Dios amó a Israel con amor eterno, y en el v. 31 anuncia un nuevo pacto en el que pondrá su ley en el corazón, es una nueva alianza en la que los mandamientos están en el corazón, centro de la persona, y además será un pacto eterno (32,40).

En la segunda parte de la contestación alude a su propia muerte al decir que los amigos del novio ayunarán cuando se lo lleven.

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La cátedra de San Pedro

Posted by El pescador en 22 febrero 2007

Hoy celebramos una fiesta del apóstol San Pedro, diferente de la de su martirio el 29 de junio. Es la fiesta llamada de la Cátedra de San Pedro, y se celebra que Cristo concedió «las llaves del Reino».

La cátedra de San Pedro es la Santa Sede, lo que normalmente conocemos como el Vaticano, y dentro de él está la iglesia de San Pedro, cuyo altar (llamado de la confesión) se sitúa justo encima de la tumba del pescador, y encima del altar el famoso baldaquino de Bernini, con la magnífica vidriera del Espíritu Santo detrás. Aquí hay mucha información sobre Petros ení, una gran exposición dedicada a la basílica de San Pedro. La historia de las excavaciones fue la siguiente:

La zona del Vaticano separada por el Tíber del resto de la ciudad estaba compuesta de dos partes diferentes: una parte de colinas cuyo conjunto era llamado Mons Vaticanum (Monte Vaticano) -al norte de las colinas del Janiculum junto a la orilla derecha del río- y otra parte llana llamada Ager Vaticanum (Campo Vaticano).

El área en un principio estaba poco poblada, ya que el lugar se inundaba frecuentemente de agua malsana. Las colinas tenían cultivos de viñas de pésima calidad. Pero al estar consagrado a la diosa Cibeles y a su amante Attis tenía cierta importancia para los romanos ya que allí se celebraba el rito de la primavera.

Agripina (14 a.C. – 33 d.C.) tal vez buscando el favor de los dioses de la primavera, comenzó el saneado de la llanura para erigir allí su propia «villa». Su hijo Gayo (o Cayo) Julio César Germánico, llamado Calígula (12 – 41 d.C.), construyó en la extremidad de la villa un gran circo privado que se extendía a lo largo de la Vía Cornelia partiendo de la Villa y encajándose en las Colinas Vaticanas. Nerón Lucio Domizio (37 – 68 d.C.) amplió y enriqueció el circo haciendo una obra grandiosa, sólo superada por el Circo Máximo. Entre otras cosas construyó una nave de más de 100 metros con el fin de transportar de Alejandría (en Egipto) a Roma el obelisco esculpido en honor de Augusto. También construyó un grandioso puente sobre el Tíber para unir directamente los jardines de Agripina con la ciudad.

A lo largo de la Vía Cornelia, se estaban construyendo sepulcros (en forma de templetes o pirámides), altares y monumentos funerarios, como sucedía en todas las avenidas fuera del radio urbano.

La necrópolis guardaba un gran tesoro. En el año 64 d.C. fue martirizado San Pedro en el Circo de Nerón y a poca distancia –cruzando la vía Cornelia- se le dio sepultura. Sobre la pobre tumba de tierra se superpusieron después, con el correr de los siglos, varios monumentos.

El primero, llamado Trofeo de Gayo, fue levantado hacia la mitad del siglo II. Recibe ese nombre del presbítero que lo mencionara por primera vez en el año 200 aproximadamente. El Trofeo surgía en una pequeña explanada de siete por cuatro metros en la zona noroeste de la necrópolis y estaba rodeado por mausoleos y áreas sepulcrales. Al oeste estaba delimitado por un muro cubierto de revoque rojo (denominado por los científicos muro g). El monumento, con forma de tabernáculo, fue construido contemporáneamente al muro rojo y constaba de dos nichos sobrepuestos excavados en el muro mismo. Un tercer nicho –no visible por encontrarse bajo el nivel del suelo- comunicaba con la tumba del Apóstol. El nicho inferior se conserva en la actual hornacina de los palios en la Basílica de San Pedro. En el siglo III, al norte y al sur fueron agregados dos pequeños muros. El del norte conserva grafitos con invocaciones a Jesús, a María y a San Pedro. Fueron descifrados por Margherita Guarducci, quien dice que encierran un riquísimo testimonio de espiritualidad. Una de las inscripciones decía en griego: “Petrós ení” (“Pedro [está] aquí”).

Constantino el Grande y el Papa San Silvestre, para custodiar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, edificaron la Basílica llamada Constantiniana entre los años 320 a 329, y así favorecer el culto del pueblo.

Para hacer la plataforma los arquitectos se vieron obligados a enterrar la necrópolis y a remover parcialmente la colina, en dirección al norte. Un gran atrio rectangular precedía la Basílica; en el centro del patio había una fuente con una piña de bronce –que hoy se encuentra en el Patio de la Piña en los Palacios vaticanos-. En el interior, cinco naves, separadas por 22 columnas de varios colores trabadas con arcos las de la nave central y unidas por arcadas las de los laterales, conducían al transepto y al ábside en cuyo centro sobresalía el monumento fúnebre a San Pedro. El conjunto era mayor que la Basílica de San Juan.

Los trabajos de excavación que se ejecutaron entre 1940 y 1949 sacaron a la luz muchas de estas obras. Actualmente se pueden recorrer parcialmente los distintos niveles de las excavaciones. Se puede descender a la altura del pavimento de la Basílica y llegar a la necrópolis antigua.

Una de las sorpresas de las excavaciones fue la de encontrar vacío el lugar donde debían encontrarse las reliquias del Apóstol (bajo el altar papal). El lóculo que se encontraba en la pared roja fue descubierto y vaciado por un operario de los «Uffici Scavi» y guardado en una caja depositada provisionalmente dos metros más arriba en las mismas Grutas Vaticanas. Los científicos ignoraban esto y pensaron que tal vez el lugar de la tumba hubiera sido abierto en el medioevo, llevándose las reliquias.

Margherita Guarducci da con la caja de madera en 1953. Contenía, además de los huesos, tierra, fragmentos de revoque rojo, pequeños restos de paño precioso, dos fragmentos de mármoles y un billete escrito por el operario que lo transportó señalando la procedencia: del muro g (muro rojo). Los elementos son testigos de la historia del lugar. La tierra incrustada en los huesos señalaba la primer sepultura de San Pedro, además, correspondía a esta zona precisa de las excavaciones; los fragmentos de mármol procedían del revestimiento de Constantino; el paño de púrpura con hilos de oro entretejido indicaba la dignidad del difunto; el examen antropológico de los huesos dio como resultado la pertenencia de todos los restos a un solo individuo de sexo masculino, complexión robusta y edad entre 60 y 70 años. Todo esto permitió proclamar al Papa Pablo VI: «hemos hallado los huesos de Pedro», la reliquia más importante de la necrópolis.

Así se ve que la tradición ha sido constante al situar el lugar donde estaba enterrado el pescador, el príncipe de los apóstoles, y para preservar la memoria del lugar que mantuvieron los cristianos se edificó la basílica paleocristiana y 1.200 años después la actual que conocemos hoy, de cuya construcción se cumplió precisamente el V Centenario el año pasado.

Esta fiesta nos habla de la catolicidad (la universalidad) de la Iglesia, unida por El pescador y sus sucesores.

Para hablar del significado de la cátedra (la sede) de San Pedro adapto aquí lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica en los números 551-553:

Desde el principio de su misión Jesucristo eligió a doce hombres para estar con Él y participar de su misión (cf. Mc 3,13-19); en ese colegio de los Doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1 Cor 15,5), incluso el Discípulo amado le cede el sitio para entrar primero a contemplar el sepulcro vacío la mañana de la Resurrección (Juan 20,3-8); todo esto indica la preeminencia que tuvo San Pedro para la Iglesia primitiva. Él y San Pablo son los dos protagonistas de los Hechos de los apóstoles.

Gracias a una revelación del Padre, Pedro había confesado: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Entonces el Señor le declaró: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Cristo, «Piedra viva» (cf. 1 Pedro 2,4), asegura a su Iglesia edificada sobre la roca de Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, por confesar la fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios tendrá la misión de custodiar y confirmar la fe.

Jesús le ha confiado a Pedro una autoridad concreta: A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (Mt 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» (Juan 10,11), confirmó este encargo después de su resurrección: Apacienta mis ovejas (Juan 21,15-17). El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles (Mt 18,18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino.

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Reflexión cuaresmal 2007

Posted by El pescador en 21 febrero 2007

Os ofrezco la reflexión cuaresmal que, si Dios quiere, ofreceré esta tarde en la presentación del cartel de Semana Santa; espero que os guste y os ayude:

La Cuaresma es el tiempo en que los catecúmenos se preparan con más intensidad a su bautismo en la noche de Pascua, por tanto la Cuaresma dirige nuestra mirada a la Pascua, a la muerte y resurrección de Cristo, que es el centro de nuestra fe cristiana. Y por eso no debemos quedarnos simplemente en los ejercicios de la cuaresma, sino tener siempre la vista hacia la meta que es el tiempo de Pascua, que además es más largo que este tiempo que hoy empezamos.

El mensaje del Papa para esta cuaresma tiene como título y lema “Mirarán al que traspasaron”: es la frase de Zacarías que cita el evangelio del discípulo amado cuando cuenta que a Jesús le atravesaron el costado con la lanza y al punto salió sangre y agua. El evangelista nos insiste en que él fue testigo de este acontecimiento y que es verdadero. Si recordamos cualquier imagen de Cristo crucificado y del Resucitado que procesionamos en nuestro Domingo de Resurrección, siempre tienen el costado abierto, es la quinta llaga o estigma de la Pasión, como nos recuerda la portada de Consolación, adornada con los 5 estigmas de San Francisco, símbolos de la orden franciscana.

El Papa habla de Cristo, pero no en cualquier etapa de su vida terrena, sino al Cristo traspasado en el Calvario, el Cristo que da su sangre y su agua para que nazca la Iglesia, es su suprema muestra de amor.

La originalidad del Santo Padre para esta cuaresma es hacernos ver que Dios no es sólo ágape, sino también eros. La Sagrada Escritura habla en los profetas y en el Cantar de los cantares de la relación de Dios con su pueblo Israel como un novio o un esposo que ama con pasión, y a pesar de las infidelidades ama por encima de todo.

Los profetas Oseas y Ezequiel presentan a Dios como el marido que busca a su esposa infiel para perdonarla a pesar de su infidelidad; Israel fue la esposa infiel a Dios porque se había ido en pos de otros amantes, que eran los ídolos o falsos dioses.

A Dios le pasa lo que canta la copla:

Querer a quien no te quiere,

a eso se llama querer,

porque querer a quien te quiere

se llama corresponder

y eso lo hace cualquiera.

Este simbolismo amatorio y esponsal nos habla de la relación personal que Dios quiere establecer con nosotros, una relación de amor, que eso son las relaciones personales. Para eso nos creó Dios y para eso se ha revelado, para tener una relación de amistad con nosotros.

Y la cuaresma es el tiempo del año litúrgico en que Dios viene a buscarnos para recuperarnos, para que nos demos cuenta de nuestras infidelidades, nos volvamos hacia Él y nos preparemos a renovar nuestra iniciación cristiana en la Pascua; a renovar nuestro bautismo, en el que participamos del amor máximo de Cristo en la cruz y en la resurrección.

Todo el amor de Cristo en la cruz tiene un destinatario, nosotros, la Iglesia, su esposa. Por eso no podemos decir que amamos a Cristo pero no a su Iglesia. El Papa alude a San Agustín en su mensaje cuaresmal de este año para explicar el sentido del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que nace la Iglesia, nueva Eva; la sangre y el agua que brotan del costado traspasado de Cristo son en primer lugar un fenómenos fisiológico: la sangre del corazón y el agua del pericardio, la membrana que protege el corazón; pero el evangelista San Juan quiere dar un simbolismo a este fenómeno fisiológico, y para ello os voy a citar algunos textos de las Enarraciones sobre los Salmos de San Agustín, donde explica perfectamente cómo el agua y la sangre del costado abierto de Cristo son el bautismo y la Eucaristía, los sacramentos de los que nace la Iglesia; dice el santo obispo de Hipona:

 

Porque cuando dormía Adán, le fue arrancada una costilla y fue hecha Eva; así el Señor cuando dormía en la cruz, su costado fue atravesado con una lanza, y fluyeron los sacramentos, de donde fue hecha la Iglesia. Pues la Iglesia esposa del Señor fue hecha del costado, lo mismo que Eva fue hecha del costado. Pero de la misma manera que aquella no fue hecha sino del costado del que dormía, así ésta no fue hecha sino del costado del que moría (126,7).

Del costado abierto de Cristo nace la Iglesia; en el bautismo y en la Eucaristía nosotros fuimos incorporados a la Iglesia, así lo recordaremos en el Triduo Pascual; dice en otra Enarración ampliando este tema del costado abierto de Cristo del que nace la Iglesia por los sacramentos de iniciación cristiana:

Así pues si Adán era figura del que había de venir, del mismo modo que del costado del que dormía fue hecha Eva, así del costado del Señor que dormía, o sea, que moría en la pasión, y golpeado en la cruz con la lanza, manaron los sacramentos, con los cuales se forma la iglesia. Pues de su misma pasión futura dice en otro salmo: “yo dormí, y tomé el sueño; y me levanté porque el Señor me sustentó”. Luego la dormición se entiende como la pasión. Eva fue hecha del costado del que dormía, la iglesia del costado del que padecía (138,2).

 

Por eso nosotros somos también hijos de la Iglesia, que nos ha parido, como nos explica también San Agustín: Hay una mujer en la que espiritualmente se cumple lo que se dijo a Eva: “Parirás con gemidos”, pues la Iglesia esposa de Cristo pare hijos. Si da a luz, sufre dolores de parto. Prefigurándola, se llamó a Eva “madre de los vivientes (126,8).

El Papa nos invita en su mensaje cuaresmal a volvernos a Cristo, que miremos al que traspasaron, eso es la conversión; volvernos a Cristo que como esposo amante nos busca y con lazos de ternura nos busca, con cuerdas de amor nos atrae (cf. Oseas 11,4), escuchemos lo que nos dice el Señor a través del profeta Oseas: Israel, yo te haré mi esposa para siempre, mi esposa legítima, conforme a la ley, porque te amo entrañablemente. Yo te haré mi esposa y te seré fiel, y tú entonces me conocerás como el Señor (Oseas 2,19-20).

Dice el refrán castellano que Amor con amor se paga, por eso termino recitando el bellísimo Soneto anónimo No me mueve mi Dios para quererte:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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Mensaje del Papa para la Cuaresma: Mirarán al que traspasaron

Posted by El pescador en 14 febrero 2007

Ya se ha publicado el mensaje del Papa para la Cuaresma de este año y que lleva el título de «Mirarán al que traspasaron«.

 

Hoy es la fiesta de San Cirilo y San Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos y copatronos de Europa, pero para el común de la gente es San Valentín, el día del amor y la amistad. Y precisamente el tema del mensaje pontificio es el amor de Dios, que es eros y ágape.

El título hace referencia al costado abierto de Cristo en la cruz, del que salió sangre y agua, signos de la Eucaristía y el Bautismo, de los cuales nace la Iglesia, nueva Eva del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, como bellamente explicaba San Agustín de Hipona en varias Enarraciones sobre los Salmos; de esto hablé en otra entrada con motivo del Sagrado Corazón de Jesús y en esta otra entrada también hablé sobre los tres amores: eros, filía y ágape.

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2007

 

Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37)

¡Queridos hermanos y hermanas!

“Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37). Éste es el tema bíblico que guía este año nuestra reflexión cuaresmal. La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad (cf. Jn 19,25). Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios. En la Encíclica Deus caritas est he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el agapé y el eros.

El amor de Dios: agapé y eros

El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también eros. En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que ha elegido una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera (cf. 3,1-3); Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado (cf. 16,1-22). Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible (cf. Gn 3,1-7). Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de “los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2,15). Dios, sin embargo, no se dio por vencido, es más, el “no” del hombre fue como el empujón decisivo que le indujo a manifestar su amor en toda su fuerza redentora.

La Cruz revela la plenitud del amor de Dios

En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos entonces afirmar, con san Máximo el Confesor, que Cristo “murió, si así puede decirse, divinamente, porque murió libremente” (Ambigua, 91, 1956). En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es —como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita— esa fuerza “que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman” (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). ¿Qué mayor “eros loco” (N. Cabasilas, Vida en Cristo, 648) que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?

“Al que traspasaron”

Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El apóstol Tomás reconoció a Jesús como “Señor y Dios” cuando puso la mano en la herida de su costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: “Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo “me atrae hacia sí” para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.

Sangre y agua

“Mirarán al que traspasaron”. ¡Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió “sangre y agua” (Jn 19,34)! Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un confiado abandono, al abrazo misericordioso del Padre (cf. S. Juan Crisóstomo, Catequesis, 3,14 ss.). La sangre, símbolo del amor del Buen Pastor, llega a nosotros especialmente en el misterio eucarístico: “La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús… nos implicamos en la dinámica de su entrega” (Enc. Deus caritas est, 13). Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo ‘eucarístico’, en el que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos a difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y palabra. De ese modo contemplar “al que traspasaron” nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas. Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que por nuestra parte cada día debemos “volver a dar” al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado. Sólo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua. Que María, la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo un provechoso camino cuaresmal y, con afecto, os envío a todos una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de noviembre de 2006

BENEDICTUS PP. XVI

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No todo lo legal es moral

Posted by El pescador en 12 febrero 2007

Una confusión que se da es que la gente piensa que un acto permitido o no castigado por la ley es bueno por el hecho de que la ley no lo castiga o lo permite. Pero hemos de ser conscientes de que un acto sigue siendo inmoral aunque la ley lo permita.

El ejemplo más claro es el aborto o las uniones homosexuales. El Poder legislativo puede autorizarlo y legalizarlo, despenalizarlo y regularlo, reconociendo una realidad social pero eso no quiere decir que el aborto o las relaciones homosexuales sean moralmente buenas y aceptables, ni tampoco que la Iglesia tenga que celebrar en sus templos «matrimonios» homosexuales porque los haga el Registro civil o el Ayuntamiento.

Y hemos de preguntarnos por el nivel de una sociedad cuyos legisladores elegidos democráticamente aprueban leyes inmorales.

Escribo esto impactado aún porque en Portugal repitieron el pasado domingo el referéndum para decidir la legalización del aborto: en otra consulta anterior salió el no, ahora salió el sí por un estrecho margen, pero era inválido por la abstención. De todas formas, el Gobierno ha prometido la despenalización del aborto: pues bien, por mucho que el Parlamento portugués legalice el aborto, éste seguirá siendo un crimen.

Termino con la conclusión del artículo de José Francisco Serrano Oceja en el suplemento de Iglesia de libertaddigital.com, titulado  «El aborto y la derrota del Estado»:

Se da, además, una perversa función de la ley: el intento de cambiar la propia naturaleza del acto. Los derechos contra la vida aparecen como legítima expresión de la libertad individual y del progreso de las naciones. La novedad de nuestro tiempo no es tanto que se mate al hombre inocente como cuanto que se asuma acríticamente la legalidad de este hecho. Con el aborto, queda en entredicho el fundamento de la legalidad, de la juridicidad y de la democracia, al menos, la procedimental. Juan Pablo II habló, en octubre de 1985, refiriéndose al aborto, de la derrota del Estado. También en Portugal.

Es la derrota del Estado porque éste debe proteger la vida y la seguridad de sus ciudadanos, y ha de ser como el árbitro en el partido, que no toma partido contra nadie; cuando se hacen leyes inmorales el Estado toma partido para cambiar la naturaleza de un acto para que aparezca como moral.

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Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor

Posted by El pescador en 11 febrero 2007

Ésta es la antífona del Salmo 1 que se lee en este 6º Domingo del Tiempo Ordinario. Hace relación al evangelio de las bienaventuranzas de San Lucas (6,17.20-26), en el que Jesucristo llama dichosos a quienes confían en el Señor y se lamenta de los ricos y confiados en sí mismos.

Se trata de contraponer dos comportamientos o actitudes (uno bueno: confiar en Dios, y otro malo: estar satisfecho y confiar en las propias fuerzas) para elegir uno, en este caso el bueno.

Voy a poner dos párrafos de la enarración de San Agustín a este salmo 1 que explica en primer lugar cómo el modelo de nuestra elección es el mismo Jesucristo, que estuvo entre los pecadores pero no se contaminó de ellos:

Dichoso el hombre que no se halló en el consejo de los impíos: esto ha de entenderse del hombre Señor, es decir de nuestro Señor Jesucristo. Dichoso el varón que no se halló en el consejo de los impíos: como el hombre terreno que consintió, quebrantando el precepto de Dios, en la insinuación de la mujer engañada por la serpiente. Y no se detuvo en el camino de los pecadores: porque ciertamente transita por el camino de los pecadores, naciendo como ellos, pero no se estacionó porque no lo retuvieron los atractivos mundanos […] Se detiene cuando se deleita en el pecado […] (1,1).

En este otro párrafo explica el santo obispo de Hipona qué significa que Dios conoce el camino de los justos y que el de los impíos acabará mal:

Porque Dios conoce el camino de los justos. Como puede decirse que la medicina conoce la salud, pero no las enfermedades, y, sin embargo, por el arte de la medicina se conocen los males, así puede decirse que conoce el Señor el camino de los justos, pero no el de los impíos, no porque ignore algo el Señor a pesar de que diga a los pecadores: No os conozco. Se dijo, pues: El camino de los impíos perecerá, en lugar de Dios desconoce el camino de los impíos. De este modo se dijo más tajante; de suerte que desconocer a Dios sea perecer, y conocer, permanecer; de forma que al conocimiento de Dios pertenezca el ser, y a la ignorancia el no ser, puesto que dice el Señor: Yo soy quien soy; y: El que existe, me envió (Ex 3,14) (1,6).

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House M.D.

Posted by El pescador en 7 febrero 2007

En la cadena de Polanco «Cuatro» emiten la serie «House», sobre un médico muy particular interpretado por Hugh Laurie. El doctor Gregory House tiene un equipo de médicos residentes de distintas especialidades con los que diagnostican extrañas enfermedades infecciosas.

La página de la cadena donde se emite describe así la serie:

Información
House
House narra los peculiares métodos que un médico emplea con sus pacientes

La serie rompe barreras y se acerca a la medicina sin miedo ni complejos, a través de la figura de su protagonista principal, el doctor Gregory House, especialista en el tratamiento de enfermedades infecciosas. Físicamente muy peculiar, un hombre atractivo, entrado en la cuarentena, afectado por una cojera y con un carácter bastante solitario –de hecho, si puede, evita hablar con sus pacientes, a los que sin embargo observa sin ser visto-. Él es un firme creyente de que debe curar las enfermedades, no a los pacientes.

La serie está ambientada en un hospital universitario de Princetown, donde Gregory House dirige una unidad especial, encargada de pacientes afectados por dolencias extrañas, en la que colaboran un selecto grupo de aventajados ayudantes. Todo ello, bajo la misteriosa mirada del doctor House, que investiga sus casos con la minuciosidad de un Sherlock Holmes.

Para lograr sus objetivos y solucionar sus casos, House no duda en enfrentarse con sus superiores e incluso con la administradora del hospital, la doctora Lisa Cuddy, con la que mantiene una relación de difícil equilibrio. Apoyado y cuestionado a partes iguales por sus colegas, este doctor, además de apostar por métodos revolucionarios, no se deja intimidar ni por la enfermedad ni por las limitaciones de la ciencia.

Les falta decir que es adicto a las pastillas por el dolor de su cojera.

House se desvive y se devana los sesos para diagnosticar las enfermedades de sus pacientes, a veces contra la directora del hospital y los otros que no creen en sus diagnósticos y tratamientos, lo que hace que su amigo, el oncólogo Wilson le reproche que se crea Dios por salvar vidas, a lo que House contesta en una de sus frases lapidarias: «Dios no cojea».

A lo que iba, en el segundo episodio de ayer martes 6 de febrero titulado «Chicas» House y su equipo tratan a una nadadora de 12 años con extraños síntomas que empiezan por dolor cervical y continúan por encías sangrantes. Después de la odisea de las pruebas en un hospital desbordado por una epidemia de meningitis descubren que la niña está embarazada, por eso todos los dolores y alteraciones que sufría. El tratamiento de House es sencillo y simple: darle una medicina e interrumpir el embarazo (sic, porque yo nunca uso ese término ya que me parece un eufemismo).

Resulta que House es un gran médico porque trata enfermedades extrañas y casi siempre encuentra la solución, que tiene el peligro de creerse Dios por ir hasta el extremo en el intento de sanar enfermedades y salvar vidas, se tome un embarazo como una enfermedad más y decida hacer un aborto como si eso fuera la solución más indolora, como si se tratara de extirpar un tumor, y no de acabar con una vida, una vida como las que él intenta salvar diagnosticando y curando enfermedades. Esto es sin duda lo que ese nido de corrupción y de dictaduras que es la ONU llama salud reproductiva, como si el aborto no tuviera consecuencias físicas y psíquicas para la madre, aparte de que se trata no de interrumpir un embarazo sino de interrumpir una vida que se cree protegida en el seno de una madre, que por definición es sinónimo de amor. En otra entrada anterior titulada «El derecho de nacer» traté del aborto y sus consecuencias, efectos secundarios o secuelas en la mujer según publica la Asociación de Víctimas del Aborto.

Quizá la clave de la facilidad con que House se toma un aborto es que él es un firme creyente de que debe curar las enfermedades, no a los pacientes, de ahí que un feto sea una enfermedad, no un ser humano que proteger.

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La epopeya de los mártires del Japón

Posted by El pescador en 6 febrero 2007

Hoy es el día de San Pablo Miki y compañeros mártires del Japón, con ellos celebramos a los cristianos japoneses y extranjeros que fueron testigos de Jesucristo con su sangre en la sangrienta persecución que se desató en el país del sol naciente desde el siglo XVI hasta el final del siglo XIX: 1596-1889, casi tres siglos en los que la incipiente iglesia de aquel lejano país estuvo a punto de desaparecer.

En un punto de su historia, Japón pareció la más fructífera misión de toda Asia. San Francisco Javier desembarcó allí en 1549 y estuvo dos años estableciendo la iglesia. En el curso de una generación, el número de crisitanos había subido a los 300.000. Javier llamó al Japón «la delicia de mi corazón… el país de Oriente más adaptado al cristianismo».

Cuando este siglo llegaba a su fin, la repugnancia de los sogunes hacia las divisiones religiosas entre españoles, portugueses y holandeses llevaron a un cambio de política. Los sogunes expulsaron a los jesuitas, exigieron que todos los cristianos renunciaran a su fe y se registraran como budistas y empezaron a acosar a los desobedientes. Siguieron pronto las primeras ejecuciones, y comenzó la edad de los mártires cristianos del Japón.

Los japoneses que accedían a pisar el fumie -un icono de la Virgen y el Niño- eran declarados apóstatas y liberados. Quienes rehusaban eran acorralados y asesinados en el intento de exterminio más exitoso en la historia de la iglesia. Algunos fueron obligados a andar forzados a caminar hacia el interior del mar, otros fueron atados y abandonados en balsas; incluso otros fueron colgados boca abajo sobre una fosa llena de cadáveres y excrementos.

Los cristianos en Occidente crecen con inspiradoras historias de los mártires adelantando la frase: «La sangre de los cristianos es la semilla de la iglesia», decía Tertuliano. No así en Japón, donde la sangre de los mártires fue casi la aniquilación de la iglesia.

Casi, pero no del todo. En el siglo XIX, cuando Japón permitió finalmente que se construyera una iglesia católica en Nagasaki para los visitantes occcidentales, los sacerdotes se asombraron de ver a cristianos japoneses bajando en tropel de las colinas; eran Kakure, o cripto-cristianos, cristianos ocultos que se habían reunido en secreto durante 240 años. El culto sin el apoyo de una Biblia o libro de liturgia se había cobrado sin embargo un peaje: su fe había sobrevivido como una curiosa amalgama de catolicismo, budismo, animismo y sintoísmo (la religión tradicional japonesa, panteísta).

Los Kakure no tenían resto de creencia en la Trinidad, y con el paso de los años las palabras latinas de la Misa se habían convertido en una especie de lenguaje macarrónico: Ave Maria gratia plena Dominus tecum benedicta se había convertido en Ame Maria karassa binno domisu terikobintsu y nadie tenía la más ligera idea de lo que estos sonidos significaban. Los creyentes veneraban al «dios del armario», fardos de ropa envueltos alrededor de medallones cristianos y estatuas que eran disimulados en un armario disfrazado como un santuario budista.

Alrededor de 30.000 de estos cristianos Kakure aún dan culto, y 80 iglesias caseras continúan la tradición del «Dios del armario». Los católicos han intentado atraerlos y llevarlos de vuelta a la corriente principal de fe, pero los Kakure resisten. «No tenemos interés en unirnos a su iglesia», dijo uno de sus líderes después de una visita del Papa Juan Pablo II, «nosotros, y nadie más, somos los verdaderos cristianos».

Un museo en la ciudad de Nagasaki alberga restos de la época de los mártires cristianos japoneses (en uno de las terribles ironías de la historia, la segunda bomba atómica explotó encima de la catedral de Nagasaki, diezmando la mayor comunidad de cristianos en Japón y destruyó la iglesia más grande. Las nubes ocultaron el objetivo previsto, Kokura, forzando a la tripulación del bombardero a dirigirse a Nagasaki).

En los años 50, un joven escritor llamado Shusaku Endo solía visitar ese museo y permanecer solo mirando fijamente una vitrina en particular, que contenía un fumie verdadero del siglo XVII, un retrato de la Virgen y el Niño grabado en bronce. Endo estaba especialmente impresionado por las pequeñas marcas negras que desfiguraban el bronce; éstas, aprendió, estaban hechas por dedos humanos, las huellas dejadas por miles de cristianos que habían pisado el fumie.

El fumie obsesionaba a Endo. ¿Lo habría pisado yo? se preguntaba. ¿Qué sintió esta gente mientras apostataban? ¿Qué clase de gente eran? Los libros de historia católica registraban sólo los bravos, gloriosos mártires, no los cobardes que abandonaron la fe. Fueron doblemente malditos: primero por el silencio de Dios en el momento de la tortura y después por el silencio de la historia. Endo prometió que contaría la historia de los apóstatas y a través de novelas como «Silencio» y «El samurai» ha cumplido esta promesa.

En sus relatos cortos «Madres», «Unzen» y «Los últimos mártires», su novela «Silencio» y su obra de teatro «El país de oro» Endo contó la historia de estos martirios y estas apostasías, también de jesuitas portugueses. Y en «Silencio» y en «Los últimos mártires» aparecen en cada una de esas obras un apóstata japonés que reniega por cobardía, porque no tiene valor para soportar el sufrimiento.

Como ejemplo de las torturas y persecuciones voy a poner un fragmento de «Madres», en el que el protagonista va a una isla para conocer a los cristianos Kakure y habla sobre las persecuciones en aquella isla:

Después de haber tomado mi desayuno en compañía del sacerdote, me quedé tendido en la habitación que me habían dado, para releer un libro sobre la historia de la región […]

Según los textos, la persecución de los cristianos de la región había comenzado en 1607, se había hecho particularmente feroz a partir de 1615 y así durante 17 años.

El padre Pedro [sic] de San Dominico [sic]
Matías.
Francisco [sic] Gorôsuké.
Miguel [sic] Shin.émon.
Dominico [sic] Kisuké.

No son más que los nombres de los sacerdotes y los monjes que perecieron como mártires en 1615, pero hay sin duda numerosos campesinos, esposas de pescadores anónimos que perdieron la vida por su fe […]

Los documentos indican que sobre esta isla que tiene 10 kilómetros de largo por 3,5 kilómetros de ancho había otras veces unos 1500 kirishitan [deformación de la palabra portuguesa christâo que data del siglo XVI y designa a los primeros católicos del Japón]. Un sacerdote portugués, el padre Camilo Constanzo, había evangelizado los lugares fue quemado vivo en 1622 en una playa de Tabira. Se dice que estando ardiendo, la multitud continuaba oyéndolo cantar el Laudate. Después gritó cinco veces: «Él es santo entre todos los santos» y entregó el alma.

Los campesinos y los pescadores eran ejecutados en Iwashima, una isla rocosa a una media hora en barca. Con las manos y los pies atados, eran arrojados al mar desde lo alto de un acantilado. En la peor época de las persecuciones, no había menos de 10 ejecuciones por mes en Iwashima. Para ahorrarse trabajo, los funcionarios los ponían en sacos atados juntos en rosario y los arrojaban tal cual en el mar glacial. Casi nunca se encontraban los cuerpos.

Yo pasaba el tiempo releyendo esta espantosa historia de los mártires de la isla.

En «Los últimos mártires» también relata las torturas a que fueron sometidos los últimos cristianos kakure, del distrito de Uragami en la cuarta persecución en este lugar, que duró desde 1867 a 1873, y durante la cual fueron encarcelados 100 kakure, de los cuales 60 murieron en la cárcel por la tortura y el frío:

Los días siguientes, numerosos prisioneros fueron llamados al tribunal. Aquellos que rechazaron apostatar recibieron la tortura llamado dodoi: los pies, los brazos eran ceñidos dentro de cuerdas y todo ello era atado detrás de la espalda. Después se izaba el cuerpo sobre una cruz mientras que los gendarmes, colocados por debajo, lo golpeaban violentamente por medio de látigos y de bastones. A continuación lo remojaban de agua. Las cuerdas, que absorbían el agua, se inflaban, penetrando más en la piel de los prisioneros. Aquellos que habían quedado en la celda escuchaban, viniendo del tribunal, gritos que parecían aullidos de bestias salvajes, puntuados por los insultos de los verdugos.

A los que no cedían, les aplicaron otra estrategia: tratarlos bien e intentar adoctrinarlos, y como tampoco esto sirvió , los torturaron de nuevo:

 

El alimento, hasta ahora relativamente abundante, fue reducido a un pizco de sal y arroz hervido. Los colchones fueron reemplazados por una estera de paja, y el único vestido autorizado fue el kimono de verano que llevaban cuando los arrestaron.

El invierno se anunciaba desde el mes de noviembre, en la región de Sanin. La tortura tenía lugar en el pequeño estanque del jardín del templo de Kôrinji. Los cristianos eran desnudados y puesto delante del estanque, con una cuba llena de 70 litros de agua a su lado. Un policía, con un salabre en la mano, esperaba cerca y preguntaba:

“Entonces ¿reniegas o no?

– ¡No!”

Después de lo cual le empujaba dentro del estanque, cuya superficie estaba cubierta de una delgada capa de hielo. Cuando el ajusticiado subía a la superficie, el policía lo golpeaba. Kanzaburô describió así los sufrimientos soportados: “Yo estaba helado, comenzaba a temblar y los dientes castañeteaban; no veía más nada. Todo giraba a mi alrededor, y tenía la impresión de que mi última hora había llegado, el policía me llamó y me dijo que saliera. Habían atado un gancho al extremo de un tallo de bambú y por medio del gancho tiraron de mí con todas sus fuerzas, por los cabellos. Cuando estuve fuera del agua, rascaron la nieve e hicieron un fuego con dos montones de leña seca. Después me dejaron que me secara cerca de las llamas y me dieron sales para hacerme recobrar el conocimiento. Me es imposible describir el dolor soportado aquel día”.

Tras la tortura del agua, los prisioneros fueron conducidos a una minúscula celda, cuchitril de un metro cuadrado con barrotes de seis centímetros de largo puestos cada tres centímetros. La única abertura consistía en un agujero colocado a la altura de los ojos para distribuir la comida; vista la estrechez de los lugares, los detenidos debían agacharse antes de penetrar en ese calabozo.

Los fieles murieron uno detrás de otro a causa de las torturas y del rigor del invierno de Tsuwano. El primero en partir fue uno llamado Wasaburô, de veintisiete años. Sobrevivió durante veinte días en el calabozo pero finalmente la debilidad se apoderó de él y ese fue el fin.

El siguiente, Yasutarô, murió a la edad de treinta y dos años a consecuencia de la tortura. Este hombre, a pesar de una constitución de apariencia frágil, distribuyó su ración de alimento a sus camaradas y ofreció hacer tareas desagradables como limpiar los aseos. Fue obligado a quedar sentado en la nieve durante tres días y tres noches, después de lo cual fue puesto en el calabozo donde murió.

Kanzaburô estuvo en condiciones de hablar con Yasutarô tres días antes de su muerte. He aquí lo que escribió en una de sus cartas: “Le he dicho que seguro que se sentía solo en el calabozo, pero me ha respondido que no; desde que tenía nueve años, una mujer vestida como la Santa Virgen, con un kimono azul y un velo, le cuenta historias, así él no se siente solo del todo. Pero me pidió que no lo contara a nadie mientras él viviera. Y tres días exactamente después de esta confesión, murió de una dulce muerte”.

Ante esos fallecimientos sucesivos, ciertos cristianos comenzaron a perder esperanza. Finalmente, por una noche de invierno particularmente fría, dieciséis de entre ellos hicieron acto de apostasía. Fueron soltados del calabozo y se les dio una comida caliente y sake; varios días después, bajaron de las montañas.

Quedaron diez hombres, entre ellos Kanzaburô y Zennosuke. En el calabozo, lucharán contra el recuerdo de su aldea, de su casa y de sus familias. Esos recuerdos, más que todo, debilitaban su corazón.

Pero como aún quedaban cristianos firmes, los verdugos decidieron torturar a los hermanos pequeños y a las madres:

En el mes de febrero, veintiséis mujeres y niños fueron embarcados en un barco y llevados a Tsuwano. Una nueva celda fue instalada en el jardín del templo de Kôrinji y se colocó allí a los nuevos que llegaron. La hermana menor de Kanzaburô, Matsu, y su hermano menor, Yujirô, se encontraban entre los prisioneros. La joven muchacha tenía quince años y Yujirô, doce.

Los niños fueron torturados sin piedad. Un niño de diez años rehusó renegar de su fe a pesar del agua hirviendo que vertieron sobre sus manos. Otro de cinco años fue dejado sin comida durante diez días y, cuando lo tentaron con caramelos, movió la cabeza con determinación diciendo: “¡Mi madre me ha dicho que si no reniego de mi religión, iré al paraíso y que allí hay golosinas mucho mejores que éstas!”

Yûjirô, el hermano de Kanzaburô, fue desnudado y dejado expuesto al viento helado, después lo instalaron sobre una cruz hecha con ramas de árbol. Por la noche, un policía arrojaba agua sobre su cuerpo y lo azotaba. Le hundieron el extremo del látigo en las orejas y en la nariz. Desde su calabozo, Kanzaburô podía oír las lamentaciones de ese pequeño muchacho de doce años. La sola cosa que podía hacer era rezar.

Pasó una semana y el cuerpo de Yûjirô comenzó a hincharse y a volverse azul. Su corazón se debilitaba. Los policías, alarmados, cesaron de torturarlo y volvieron a llevarlo al lado de Matsu. Con la cabeza anidada en el regazo de su hermana, Yûjirô hablaba jadeando: “Por favor, perdóname. Lo he hecho todo para no llorar así. He pensado en las pruebas que Jesús ha atravesado y he tratado no gritar. Pero el dolor era tan fuerte que he terminado por ceder. Mi fe es tan débil, perdóname, ¡te lo ruego!”

Al alba, el muchacho entregó su último suspiro apretando la mano de Matsu. Esa mañana los policías trajeron un ataúd, pusieron rápidamente el cuerpo en él y partieron sin decir una palabra.

 

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