El testamento del pescador

Archive for the ‘Iglesia’ Category

La Revolución francesa y la descristianización: conferencia del Prof. Javier Paredes

Posted by El pescador en 5 May 2015

El profesor Javier Paredes, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, nos habla sobre la Revolución Francesa y la descristianización.
Hace una breve y ágil exposición sobre una de las épocas más distorsionadas y desconocidas en su realidad por el mundo actual.
Examina los comienzos de una Francia floreciente en su catolicidad y conoce las propuestas, manipulaciones y leyes a nivel social y religioso que llevarán a toda una nación a la descristianización nacional, bañada de sangre martirial.
Nos ayudará a profundizar sobre la realidad de los ídolos franco-revolucionarios y sobre las consecuencias de su grito: “Libertad, igualdad y fraternidad”.

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El pago del impuesto del Templo de Jerusalén

Posted by El pescador en 13 agosto 2013

En este evangelio del pago del impuesto del templo de Jerusalén, Jesús nos enseña que Él no tiene que pagar ese impuesto porque los hijos del rey no pagan impuestos, sino que lo hacen los súbditos, los que no son de su familia. Pero, además, Jesús le indica a Pedro que sacará dos monedas del pez, diciendo así que San Pedro (que representa a toda la Iglesia –donde está Pedro, allí está la Iglesia, dice S. Ambrosio de Milán-) y los cristianos somos hijos de Dios. Y por eso el templo cristiano, la iglesia, es la casa de Dios y la casa de todos los bautizados; en la portada de algunas iglesias (iglesia abacial de Alcalá la Real y en la parroquia de S. Ildefonso de Jaén) ponían «Haec est nisi domus Dei et porta caeli» (Ésta no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo), una frase de Jacob en Génesis 28,17: «¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!»).

 Mateo 17,24-27:

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del Templo y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el impuesto?».

Dice él: «Sí.» Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?».

Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, los hijos están exentos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti.»

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Donde está Pedro, allí está la Iglesia

Posted by El pescador en 29 junio 2013

Detrás estaba Pedro y lo seguía [a Jesucristo], siendo conducido por los judíos a casa de Caifás, el jefe de la sinagoga (Cf. Mateo 26,58). Es el mismo Pedro al cual dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mateo 16,18). Donde está Pedro, allí está la Iglesia, donde está la Iglesia, allí no hay ninguna muerte, sino vida eterna. Y por eso añadió: «Y las puertas del infierno no prevalecerán para ella, y te daré las llaves del reino de los cielos» (Mateo 16,18-19). Dichoso es Pedro, para el cual no prevaleció la puerta del infierno, no se cerró la puerta del cielo, sino al contrario destruyó las entradas del infierno, puso al descubierto las cosas celestiales. Así pues puesto en la tierra abrió el cielo, cerró los infiernos.
San Ambrosio de Milán, Explicación del Salmo 40,30.

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La lección de la Capilla Sixtina

Posted by El pescador en 31 marzo 2013

Qué verán los cardenales electorales al entrar en el cónclave. De «L’Osservatore Romano» del 10 de marzode 2013. El autor es el director de los Museos Vaticanos

de Antonio Paolucci (original en italiano; traducción mía)

Cuando los cardenales electores entren en la Capilla Sixtina desde la Sala Regia su primera mirada (la colocación estratégica no es ciertamente casual) será para el cuadro al fresco con la «Entrega de las llaves» de Pietro Perugino, conclusión iconográfica de la serie cristológica que ocupa la pared derecha, después del «Discurso de la Montaña» y antes de «La última cena».

En una plaza vasta y antigua como la majestad de Roma, amplificada por una perspectiva rasante que tiene su foco en el edificio en el punto central sobre el fondo, dos figuras monumentales están frente a frente. Una es Cristo que confía al Vicario las llaves del Reino, la otra es Pedro que de rodillas las recibe. Todo, en el episodio del «Tibi dabo claves», es armonía, solemnidad, absorto silencio: el primado de Pedro es por tanto el de los Romanos Pontífices -la roca sobre la cual se sostiene la Iglesia universal- es representado con majestuosa simplicidad y sugestiva naturaleza.

Cuando sin embargo los cardenales electores alcen la mirada hacia el Juicio de Miguel Ángel verán representado un episodio que es la negación de aquello que he descrito antes. Verán a Pedro, un atlético, torvo y musculoso Pedro, devolver a Cristo Juez las llaves. Porque el tiempo ha acabado, la Historia no existe más. También la Iglesia ha agotado su misión. Quien mira el «Juicio» tiene la impresión de que no hay una pared sino que la mirada se abre hacia un espacio infinito hecho de aire gélido y azul. En esta dimensión irrealística, metafísica donde no existe ya el tiempo porque la historia ha acabado, sucede todo en su contexto: la resurrección de los cuerpos y el juicio, el infierno y el paraíso. «Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas (…) Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin» (Apocalipsis 21, 5; 22, 13).

El Juez de Miguel Ángel no se sienta sobre el trono, es imberbe, tiene el aspecto de un joven atleta glorioso y vigoroso, alza la mano derecha en el gesto de la «allocutio». Miguel Ángel ha sabido representar con extraordinaria eficacia la angustia de la «parusía». El tiempo ha acabado, la Iglesia no tiene ninguna tarea más, no hay espacio para la piedad, para la misericordia, para el perdón. Es una sensación terrible la que se experimenta delante del gran mural. Es la sensación que debe haber experimentado Paulo III Farnese cuando -cuenta las crónicas- se arrodilló confundido, con las lágrimas en los ojos, aquel día de octubre, vigilia de Todos los Santos del año 1541, cuando el Juicio Final fue descubierto.

Cerca de sesenta años dividen la «Entrega de las llaves» de Perugino (la Sixtina quattrocentesca fue inaugurada el 15 de agosto de 1483) del «Juicio» de Miguel Ángel. Entre estos dos extremos cronológicos y simbólicos se coloca la decoración pictórica de la Capilla «magna» de los Romanos Pontífices, dos mil metros cuadrados de frescos que narran la doctrina de la Iglesia y la Historia de la Salvación. Hay de todo en la Capilla Sixtina: el principio y el fin, el «fiat lux» y el Apocalipsis, el paraíso y el infierno, las historias de Moisés y las de Cristo, el primado del Papa de Roma, el tiempo «sub gratia» de la Iglesia que absorbe, transfigura y hace propio el tiempo «sub lege» del Antiguo Testamento.

La Capilla Sixtina es el arca de la nueva y definitiva alianza que Dios ha establecido con el pueblo cristiano. No es casualidad que el arquitecto Baccio Pontelli que trabajó entre 1477 y 1481 a las órdenes del Papa Sixto IV della Rovere modificando y alzando precedentes estructuras, quiso dar a la capilla las dimensiones del perdido Templo de Jerusalén como están indicadas en la Biblia (1 Reyes 6).

Quien entra en la Capilla Sixtina entra de hecho en una extraordinaria adivinanza teológico-escriturística pero entra también en el bosque de imágenes más fascinante que nunca haya aparecido bajo el cielo.

Si posan la mirada sobre los recuadros al fresco del ciclo quattrocentesco, los cardenales electores verán las correspondencias, las correspondencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Para la doctrina y la teología católicas el Antiguo Testamento es profecía del Cristo que ha de venir, es anticipación y prefiguración del Evangelio. En ningún otro lugar este concepto que atraviesa y sostiene como un grandioso arquitrabe toda la historia del pensamiento cristiano aparece expresado con tanta persuasiva eficacia. Pietro Perugino ha pintado el «Bautismo de Cristo» sobre la pared derecha; enfrente está el «Viaje de Moisés a Egipto», también del Perugino. Uno y otro episodio señalan el inicio de la historia de los dos legisladores, Moisés y Cristo.

Aún más, las «Tentaciones de Jesús» de Botticelli tienen de frente, por obra del mismo autor, las «Tentaciones de Moisés» que, atacado por la ira, se convierte en homicida. El «Paso del mar Rojo» de  Biagio d’Antonio es prefiguración de la «Llamada de los Apóstoles» sobre el lago de Tiberíades; una y otra son  historias de agua y de salvación.

Pero tanto para los cardenales electores como para los otros cinco millones de personas que cada año se detienen en la Capilla Sixtina -gente de toda cultura, de toda lengua, de toda religión o de ninguna religión- la atracción principal serán los frescos de Miguel Ángel. Su mirada se posará en la cúpula que Buonarroti pintó en cuatro años entre el 1508 y el 1512, prácticamente él solo en una especie de duelo, de cuerpo a cuerpo con los más de mil metros cuadrados de revestimiento de muro destinados a acoger más de trescientas figuras. Alguno de ustedes recordará que Benedicto XVI, con la atención al significado de los símbolos que es típica de los grandes intelectuales, el 31 de octubre pasado ha querido honrar, con la celebración de las vísperas solemnes de la vigilia de Todos los santos, el aniversario de la conclusión de los frescos de la cúpula. Lo ha hecho repitiendo el rito oficiado por su predecesor Julio II della Rovere el 31 de octubre de quinientos años antes.

Las miradas de los presentes volverán a posarse, una vez más, sobre los episodios del «Génesis» que Miguel Ángel pintó en la cúpula y aún dejan estupefacto ante la formidable capacidad del artista de reinventar radicalmente y genialmente iconografías consolidadas desde hace siglos.

El Padre eterno que divide la luz de las tinieblas es una figura acrobática que flota sobre la nada primigenia. Es el motor de la creación -por una parte la luz del día, por la otra la oscuridad de la noche-, es el fogonazo repentino por el cual todo tuvo comienzo. Así Miguel Ángel ha dado imagen a su idea del «Big bang».

Desde siempre, también por los artistas más grandes, la creación del hombre era representada como   traducción figurativa más o menos literal del texto bíblico. Dios hace con una masa de tierra la imagen del hombre, le insufla el espíritu de vida y le da alma y destino inmortal. Miguel Ángel anula la iconografía tradicional y se inventa otra cosa nueva y tan sugestiva que cinco siglos después aún suscita emoción y estupor. No hay traza alguna de ingenua materialidad en la «Creación de Adán» de la Capilla Sixtina. El primer hombre está dejado caer sobre la tierra, viene de la tierra, está ya perfectamente formado, pero la chispa que sale del dedo índice de Dios tendido toca ligeramente el suyo, lo crea, se diría, como por transmisión de un fluido eléctrico.Dios llega en un remolino glorioso amplificado por la capa roja en el interior delc ual, como al reparo de una vela hinchada por el viento, se encuentran los ángeles de su cortejo, personificación de los poderes del Altísimo.

Alguno, con una hipótesis un poco fantasiosa e improbable, pero sugestivo, ha querido reconocer en el contorno de Dios Padre rodeado por los ángeles, la imagen de un cerebro humano. Casi que aquella escena fuese el manifiesto de un Miguel Ángel «creacionista», precursor del «diseño inteligente».

Será el «Juicio» no obstante el que atraiga más a menudo las miradas de los cardenales electores. Hay muchas cosas en el «Juicio». Está la Iglesia triunfante dispuesta en un hemiciclo en torno al Juez celeste. Están los ángeles y los demonios que se disputan las almas de los resucitados, está el horno del Infierno que hierve y llamea desde las grietas de la tierra. Está el autoretrato anamórfico caricaturesco del pintor mismo, pegado a la piel arrancada que, símbolo de su martirio, exhibe san Bartolomé. Ydespués están los desnudos, esta representación no terminada de la belleza y de la gloria del cuerpo humano, que sin embargo puso en serio apuro, como sabemos, a los bienpensantes de la época.

Pero el verdadero fuego teológico de la composición, advertencia terrible tanto para los cardenales electores como para todo cristiano, está en la parte alta del fresco, allí donde un remolino de ángeles en vuelo lleva los instrumentos de la Pasión: la columna de la flagelaciónla cruz, la corona de espinasla esponja. Para todos y para cada uno aquellas serán las pruebas testimoniales en el tribunal del Juicio. Porque Cristo ha muerto por nosotros, seremos juzgados. Por nuestra fidelidad a la Cruz seremos salvados o condenados.

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> L’Osservatore Romano

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Las tentaciones de Jesucristo en San Agustín de Hipona

Posted by El pescador en 1 marzo 2012

San Agustín de Hipona, Enarración sobre el Salmo 60, nº 3

Reconócete a ti en Cristo tentado y que vences en Cristo

Pero ¿por qué clamé esto? Mientras tengo angustiado mi corazón. Muestra que Él está por todos los pueblos en todo el orbe de la tierra en gran gloria, pero en gran tentación. Pues nuestra vida en esta peregrinación no puede existir sin tentación: porque se hizo provecho nuestro por medio de nuestra tentación, y cada uno no se da a conocer a sí a no ser que haya sido tentado, ni puede ser coronado a no ser que haya vencido, ni puede vencer a no ser que haya combatido, ni puede combatir a no ser que haya dominado al enemigo y las tentaciones. Por tanto se angustia éste clamando desde los confines de la tierra, pero sin embargo no es abandonado. Porque quiso ser figura de nosotros mismos, ya que es su cuerpo, y en aquel cuerpo suyo, en el cual ya murió y resucitó y subió al cielo, de manera que a donde precedió la cabeza, allí los miembros confíen que la seguirán. Luego nos transfiguró en sí, cuando quiso ser tentado por Satanás (cf. Mt 4,1). Hace un instante se leía en el Evangelio que el Señor Jesucristo era tentado por el diablo en el desierto. En una palabra Cristo era tentado por el diablo. En Cristo en efecto tú eras tentado, porque Cristo de ti para sí tomaba la carne, de sí para ti la salvación; de ti para sí la muerte, de sí para ti la vida, de ti para sí las afrentas, de sí para ti los honores; por tanto de ti para sí la tentación, de sí para ti la victoria. Si en aquel nosotros fuimos tentados, en aquel nosotros superamos al diablo. ¿Atiendes a que Cristo fue tentado, y no atiendes a que venció? Conoce que tú en aquel fuiste tentado, y conoce que tú en aquel vences. Había podido apartar al diablo de sí: pero si no es tentado, no te ofrecería la enseñanza de vencer en la tentación. Así pues no es de admirar si puesto entre las tentaciones éste clama desde los confines de la tierra. Pero ¿por qué no es vencido? En la piedra me exaltaste. Por tanto ya conocemos quién clama desde los confines de la tierra. Contemplemos de nuevo el Evangelio: Sobre esta piedra edificaré mi iglesia (Mt 16,18). Por tanto aquella clama desde los confines de la tierra que quiere ser edificada sobre la piedra. Pero para que la Iglesia sea edificada sobre piedra, ¿quién se hizo piedra? Oye a Pablo que dice: En efecto la piedra era Cristo (1 Co 10,4). Por tanto en Él fuimos edificados. A causa de esto aquella piedra en la cual fuimos edificados, primero fue azotada por vientos, fuego, lluvia (cf. Mt 7,24-25), cuando Cristo era tentado por el diablo. He aquí en qué firmeza quiso asegurarte. Con razón no es ociosa nuestra voz, sino que es escuchada favorablemente: en efecto fuimos puestos en una gran esperanza. En la piedra me exaltaste.


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Cómo se elige un nuevo Papa

Posted by El pescador en 20 julio 2011

Este enlace http://vaticaninsider.lastampa.it/es/homepage/vaticano/come-si-elegge-il-papa/ es una presentación  sobre cómo se elige un nuevo Papa. Para verla sólo hay que pinchar en el texto que aparece junto al dibujo de la basílica y la plaza de San Pedro una vez que se ha entrado en la página.

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El centro juvenil católico «Nelson Mandela»

Posted by El pescador en 22 agosto 2009

Leo en la página web de la diócesis de Jaén que «el Ayuntamiento de La Guardia de Jaén, […] ha reconocido una subvención a favor de la Delegación Diocesana de Misiones, que tiene como objetivo ayudar a la financiación del Equipamiento del Centro Juvenil Nelson Mandela, en Rocafuerte (Ecuador).
Dicho Centro ha sido promovido por la Misión Diocesana de Jaén en Rocafuerte, atendida por los sacerdotes de Jaén Luis Fernando Criado Reca y Emilio Samaniego Guzmán».
Es estupendo que se haya concedido esa subvención, pero lo que a mí no me cuadra es el nombre del centro juvenil que se supone católico, puesto que ha sido promovido por una Misión diocesana de la Iglesia católica giennense; el nombre del centro es Nelson Mandela, un hombre sin duda admirable por su oposición al «apartheid» surafricano pero cuando leí la noticia se me vino a la cabeza: ¿No hay en la Iglesia católica niños y jóvenes santos que pudieran darle nombre a un centro juvenil católico? Niños y jóvenes santos que fueran modelos para estos jóvenes usuarios de la institución: Santo Domingo Savio, San Tarsicio, Santa María Goretti, San Pelayo o incluso de África (puesto que si no me equivoco, en esa zona de Ecuador abunda la población afroamericana) como San Carlos Luanga y compañeros, y también de Hispanoamérica como la Beata Laura Vicuña.
Pero parece que en la Iglesia preferimos a veces los santos laicos, canonizados en vida a pesar de no tener nada que ver con la fe, sino al contrario: Nelson Mandela ha reunido un grupo de líderes mundiales, llamado «The Elders», que pretenden poner en práctica la ingeniería social anticristiana, según explica Juan C. Sanhauja en su artículo de Religión en libertad «Nelson Mandela, máscara de otra logia»: «El 2 de julio pasado, The Elders hizo público que se dedicaría a forzar un cambio en las «religiones tradicionales», para que permitan a las mujeres convertirse en ministros, sacerdotes y obispos, como primera acción de su programa Igualdad para Mujeres y Niñas (Equality for Women & Girls).

 

«La justificación de la discriminación contra mujeres y niñas basada en la religión o en las tradiciones, como si fuera algo prescrito por una Autoridad Suprema, es inaceptable», dice la declaración, haciendo un llamado a líderes de todos los ámbitos a «confrontar y cambiar enseñanzas y prácticas malsanas que justifican esta discriminación contra la mujer»».

La lista de acompañantes de Mandela en este aquelarre es de aúpa: «Está compuesto por él y otros 11 «líderes mundiales». Entre los doce destacan varias cabezas visibles de la internacional del aborto y del homosexualismo, promotores de una nueva religión universal, en sus variados intentos: ética planetaria, Carta de la Tierra, Alianza de las Civilizaciones»: a continuación el P. Sanhauja los enumera los miembros, casi todos políticos jubilados, entre los que destaca también Desmond Tutu, el famoso obispo anglicano, que también es abortista y pro-homosexualidad, según el autor.

Este grupo liderado por él es otro mérito de Nelson Mandela para ser titular de un centro juvenil católico promovido por una misión de la Iglesia católica. Buen ejemplo para los jóvenes usuarios del centro.

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El caso Medjugorje: no apagar el Espíritu

Posted by El pescador en 1 julio 2009

(original en italiano; traducción mía)

De Libero, 16 enero 2009

Benedicto XVI, como Juan Pablo II, defiende la fe del pueblo cristiano

 de Antonio Socci

Hoy turban la Iglesia, arriesgándose a crear escándalo y extravío para millones de fieles, más que ciertos ateos declarados que hacen campañas publicitarias en los buses de Génova, están aquellos que -quizás con un hábito eclesiástico- hacen la guerra a Dios desde el interior y bajo pretextos «religiosos» propagan un pensamiento «no católico» (como confió amargamente Pablo VI a Jean Guitton).

No por casualidad el cardenal Ratzinger inició un memorable discurso a los biblistas en un ateneo vaticano recordando la figura del Anticristo de un relato de Soloviev, cuyo Anticristo era «un célebre exegeta» con doctorado en Teología en Tubinga. La admonición, aunque sea gallarda, era evidente.

Por otra parte, curiosamente, en estos años no ha sido el campo ortodoxo el que ha desenterrado una especie de Inquisición contra quien propaga herejías y contesta al Magisterio pontificio, sino más bien aquellos que querrían poner bajo inquisíción a la Virgen misma que osa manifestarse sin su permiso. A menudo son vejados por nuevas inquisiciones quienes testimonian una fe viva y fiel al Papa, no los herejes.

Ahora suscitan algunas preocupaciones, entre tantos y fervorosos fieles de la Virgen, ciertas «anticipaciones» (que no se saben si son verdaderas) del llamado «vademecum» que debería ocuparse de eventos sobrenaturales. Las voces sobre su presunto contenido han sido referidas por «Panorama», hace tres meses, y en estos días por un sitio de internet: se trataría de un «directorio» contra Medjugorje (meta de millones de peregrinos y lugar extraordinario de conversión) y contra los hechos de Civitavecchia donde, en febrero-marzo de 1995, una estatuílla de la Virgen proveniente de Medjugorje, ha llorado lágrimas de sangre durante 14 veces.

A favor de la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y del llanto milagroso de Civitavecchia están no sólo las cuidadosas investigaciones científicas llevadas a cabo sobre los videntes durante las apariciones y sobre la estatuílla de Pantano, investigaciones que excluyen categóricamente toda forma de estafa o de autosugestión. Está también la enorme cantidad de conversiones e incluso de curaciones inexplicables que se han verificado y continúan verificándose (los testimonios están documentados). Está la perfecta ortodoxia que se respira en estos santuarios. Y, juntamente con la devoción de millones de simples cristianos, está la devoción convencida de tantos sacerdotes, obispos y cardenales. Sobre todo aquella, aclarada, de Juan Pablo II que ha manifestado de mono inequívoco y más veces, incluso por escrito, su convicción personal sobre la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y de las lágrimas de la Virgencita.

Ciertamente un “vademecum” para los obispos hoy puede ser utilísimo para tratar tantos casos de «visionarios» de pacotilla y de embaucadores, pero hay que excluir que tal «directorio» sea apuntado contra Medjugorje y Civitavecchia que son dos santuarios marianos y tienen ahora su historia de devoción del pueblo cristiano (que, recordémoslo, es solicitada en las canonizaciones y presupuesta de hecho incluso en las definiciones de los dogmas) y son dos santuarios marianos.

Se dice que el “directorio” prescribe el recurso incluso a “psiquiatras ateos”. En Medjugorje ya ha sucedido. Al principio, en 1981, cuando el régimen comunista se desató contra las apariciones con arresos, vejaciones y violencias, los seis muchachos fueron incluso arrastrados ante psiquiatras del régimen que sin embargo debieron reconocer su perfecta salud mental y su buena fe. Al final algunos de aquellos médicos incluso se convirtieron, junto con los policías que debían reprimir el fenómeno.

En Civitavecchia la Virgencita superó el duro examen del obispo que no creía y que vio acaecer la décimocuarta  lacrimación justo entre sus propias manos, sufriendo un shock cardiaco. Y ha superado también el examen de la comisión eclesiástica (que ha excluido alucinaciones, fenómeno parapsicológico o diabólico) y el examen laico más exigente, el de la ciencia (que ha reconocido que no es posible la explicación científica del fenómeno) y de la magistratura que -después de cuidadosas investigaciones y considerados los numerosísimos testimonios de las lacrimaciones (entre ellos «el Comandante de la policía municipal, agentes de la policía penitenciaria y de la policía del Estado»), escribe que éstas «deben reducirse o a un hecho de sugestión colectiva o a un hecho sobrenatural». De no ser porque aquellas lágrimas de sangre, al ser fotografiadas y filmadas, no pueden ser una «sugestión»: han sido además analizadas en laboratorio, al microscopio y definidas como «sangre humana».

Sobre Medjugorje el secretario de Estado Bertone, apenas fue nombrado, explicitó la posición de este pontificado precisando que las peregrinaciones allí, obviamente no oficiales, «están permitidas» y aconsejó incluso «un acompañamiento pastoral de los fieles». Además definió todavía una vez como «personales» las declaraciones del obispo de Mostar e indicó como justa la posición de espera de los obispos de la ex Yugoslavia que «deja la puerta abierta a futuras investigaciones».

También porque el gran número de apariciones,  aún hoy en curso, no es un obstáculo, después que han sido reconocidas recientemente las apariciones de Laus donde la Virgen, desde 1647, se manifestó durante 54 años y largamente de forma cotidiana.

Por tanto los fieles de Medjugorje y Civitavecchia pueden estar tranquilos. Del resto el Papa demuestra que tiene la unidad de la Iglesia muy dentro del corazón. También lo ha demostrado recientemente en el modo en que ha resuelto paternalmente el problema neocatecumenal y en el modo en que ha tendido la mano a los tradicionalistas, con la recuperación de la antigua liturgia, pidiendo a los obispos franceses que los acojan y que no discriminen a ninguno. Verdaderamente el Santo Padre quiere conjurar en todos los modos fracturas y desorientación de los fieles. Finalmente también la devoción y la estima hacia Juan Pablo II lo inducen a defender Medjugorje e Civitavecchia. Por eso hay que excluir que el directorio sea «contra» estos dos santuarios.

También hay mucha duda de que el Papa pueda aprobar un «directorio» tan duro y represivo como aquello anhelado por ciertas indiscreciones, porque justamente Ratzinger fue el autor del memorable discurso con el cual el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, en 1962 convenció a la Iglesia para que jubilara el viejo Santo Oficio y ciertos sistemas suyos «cuya modalidad de procedimiento no está de acuerdo en muchas cosas con nuestro tiempo y para la Iglesia será un daño y para muchos un escándalo».

Considerados los errores dolorosísimos hechos hace 50 años por eclesiásticos al tratar casos de santos como padre Pío o acontecimientos como Ghiaie di Bonate, es dudoso que el propio papa Ratzinger permita volver a reglas vejatorias que hoy podrían ser impugnados desde el punto de vista de los derechos humanos, además del derecho natural y del derecho canónico, produciendo «un daño para la Iglesia y un escándalo».

Benedicto XVI no quiere en absoluto «apagar el Espíritu» y «despreciar las profecías» (1 Tes 5,19-20), como alún teólogo y algún curial, sino que quiere exactamente lo contrario: ya de cardenal puso en guardia a los católicos de convertirse en «deístas», o sea aquellos que no creen verdaderamente «en una acción de Dios en nuestro mundo» y por eso se engañan con que «debemos nosotros crear la redención, nosotros crear el mundo mejor, un mundo nuevo. Si se piensa así el cristianismo ha muerto».

«La Iglesia» explicaba Ratzinger «afronta los desafíos que le son propios gracias al Espíritu Santo que, en los momentos cruciales, abre una puerta para intervenir». Históricamente lo ha hecho con los grandes santos «que eran también profetas», pero ante todo a través de la Virgen: «Hay una antigua tradición patrística que llama a María no sacerdotisa, sino profetisa. El título de profetisa en la tradición patrística es el título de María por excelencia… Se podría decir, en un cierto sentido, que de hecho la línea mariana encarna el carácter profético de la Iglesia».

Por tanto la «Reina de los profetas» va a ser escuchada, no amordazada.

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Vida privada y divorcios. La carta de Enrique VIII al Papa

Posted by El pescador en 30 junio 2009

(original en italiano; traducción mía)

PAOLO RODARI

El Vaticano, oficialmente, calla sobre la atribulada cuestión berlusconiana. Y, en efecto, hay poco que decir. Si no que, como ha escrito recientemente Avvenirre, nos gustaría más moderación y mayor claridad. Sin embargo el parecer de la Iglesia y de las jerarquías vaticanas interesa sin duda al primer ministro y a los suyos: no por casualidad, justo en estos días difíciles, el fiel Gianni Letta ha empezado en L’Osservatore Romano con una intervención dedicada a la necesidad de conjugar «desarrollo» e «imperativos morales». No una intervención reparadora, la de Letta, sino de todas formas una señal ofrecida dentro y fuera de los muros sagrados.
La cuestión de todas formas permanece atávica. En el sentido de que, bien visto, la necesidad de los poderosos del mundo de recibir una bendición de la Iglesia cuando las cosas van bien (y sobre todo cuando van poco bien con motivo de una conducta moral poco ortodoxa) viene de mucho atrás. Y llegó ayer mismo una demostración desde el Vaticano que, quinientos años después de la coronación de Enrique VIII, ha presentado oficialmente el documento con el cual, en 1530, el soberano inglés pedía el divorcio de Catalina de Aragón.
Una publicación que recuerda un suceso doloroso para la Iglesia católica: todo llevó al cisma anglicano. Un suceso que, en cierto sentido, permanece actual aún hoy aunque, es necesario decirlo, ni Gianni Letta es Tomás Moro -éste, canciller del rey, dimitió cuando Enrique VIII sancionó la sumisión del clero al poder temporal- ni Berlusconi es Enrique VIII -éste último, cerciorado de que el Papa Clemente VIII no quería responder afirmativamente a la petición de anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón a fin de desposar a la amante Ana Bolena, rompió con Roma y hasta nunca.
Ayer, el Archivo secreto vaticano en colaboración con la sociedad «Scrinium» mostró un facsímil de la carta en pergamino -el original es custodiado celosamente en el estudio de monseñor Sergio Pagano, prefecto del Archivo- con la cual el rey inglés presentó la petición de divorcio de Catalina de Aragón. Una carta reproducida en 200 ejemplares y vendida en la buena cifra de cincuenta mil euros. Una carta, la de Enrique VIII, fácilmente «interceptable», hoy como entonces, vistas las dimensiones: redactada sobre un pergamino de un metro de largo, de alto dos veces otro tanto, pesa dos kilos y medio. Pegados encima, a modo de apéndice, penden más de ochenta sellos de cera recogidos en pequeñas tecas de lata y sostenidos por una cinta de seda. Encima de los sellos, hay ochenta y tantas firmas cuidadosamente repartidas en trece columnas delimitadas por una única larga cinta de seda hábilmente entrelazada.
Es verad, Enrique VIII al escribir al Pontífice muestra la voluntad de una bendición vaticana. Pero, al mismo tiempo, muestra carácter y determinación: «Pero si el Pontífice no quisiere hacerlo, desatendiendo las exigencias de los ingleses -se lee al final del escrito después de la petición adelantada al Papa-, éstos se sentirían autorizados a resolver por sí mismos la cuestión y buscarían remedios en otro lugar. La causa del rey es la de ellos. Si (el Pontífice) no interviniese o tardara en actuar, sus condiciones se harán más graves pero no irresolubles: los remedios extremos son siempre más desagradables, pero al enfermo lo que le interesa es la propia curación…».
Palabras, aquellas del pergamino, que muestran cómo desde las autoridades religiosas es posible (ya lo creo) desmarcarse, si bien el desmarcamiento siempre tenga consecuencias.
No saben nada los más de ochenta firmantes de la carta: éstos, en los meses siguientes a la firma, serían puestos ante la toma de una posición definitiva incluso a costa de la vida. Y, de hecho, aquellos que dieron un paso atrás, aquellos que tras la firma del documento se lo volvieron a pensar, sufrieron penosas consecuencias. Dos de ellos fueron ajusticiados en 1537. Un marqués y un barón después fueron condenados a muerte como conspiradores y también dos abades íntimamente contrarios a las profundas innovaciones religiosas llevadas a cabo en el reino sufrieron la misma suerte a causa de sus «ánimo íntimamente corrompido». Un trágico fin le tocó en suerte también al hermano de Ana Bolena, Lord Rochefort que, acusado de relaciones incestuosas con la reina, resultó ajusticiado con ella en 1536.

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Enrique VIII, el origen del cisma

Posted by El pescador en 29 junio 2009

(original en italiano; traducción mía)

El archivo secreto vaticano ha restaurado y expuesto por primera vez al gran público, en una copia en alta definición, la carta con la cual los lores ingleses pidieron al papa Clemente VII que anulara la boda del rey Enrique VIII con Catalina de Aragón.

GIACOMO GALEAZZI

El documento, que se llama oficialmente Carta de los pares de Inglaterra al pontífice Clemente VII para rogar la causa de anulación de matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, es considerado la base de la ruptura de la Iglesia inglesa con la de Roma, un cisma que ha cambiado profundamente la historia del Reino de Inglaterra y juntamente la de Europa.

 

Ahora mismo podrá leerse gracias a la publicación de la obra Causa Anglica: il tribolato caso matrimoniale di 
Enrique VIII, realizada en colaboración con la sociedad Scrinium, que además de una serie de estudios críticos sobre el documento, contiene la reproducción fiel de la súplica,emitida en 1530. Firmada por 83 miembros influyentes de la política y de la sociedad inglesa, entre los cuales estaban condes, vizcondes, duques, barones, obispos y abades, la misiva pedía al papa Clemente VII que invalidara la boda del rey Enrique VIII con Catalina de Aragón, que no le había dado herederos masculinos, para permitirle casarse con Ana Bolena, de la cual, se cuenta, el rey estaba sinceramente enamorado. Una decisión a la cual el Papa no llegó nunca, temiendo las reacciones de la familia de Catalina, emparentada con la dinastía de Carlos V.
El documento es reproducido hoy en 200 ejemplares (al precio de 50.000 euros cada uno) en la forma, en los materiales y en las medidas, perfectamente idénticos al original: el pergamino, que tiene un metro de largo y del cual se ha expuesto un facsímil esta mañana en una urna de cristal de murano durante la conferencia de presentación del proyecto, lleva al pie una división del folio en trece columnas, entelazadas por un hilo de seda y sobre el cual están puestas las 83 firmas de los suscriptores. De él penden 81 sellos, también fielemnte reproducidos en lacre, y que son los escudos familiares y de los apellidos de los firmantes.

 

El documento en sí «no es ciertamente el más importante desde el punto de vista jurídico e histórico entre los cuales se enviaron a Clemente VII con ocasión -ha explicado Chapin, viceprefecto del archivo secreto vaticano- pero es sin duda el más solemne y vistoso de todos». Como pretende una tradición en uso en la cancillería inglesa, la carta está redactada en doble copia, y mientras la conservada en Inglaterra es en parte ilegible y corrompida, la que está en el Vaticano se ha mantenido en buen estado de conservación y ha permitido la reproducción.

 

Un trabajo que, ha explicado Marco Maraino, oficial del archivo secreto vaticano, ha requerido dos años de investigación sobre una carta «de tonos casi intimidatorios» y juntas las circunstancias en las cuales viene sellada, acelerando una ruptura que quizá en aquellos tiempos de «suspendida tensión no era previsible». «Ésta es además otro punto de vista muy importante -ha añadido el historiador David Starkey- de un paso sin el cual el protestantismo probablemente no habría sobrevivido».

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