El testamento del pescador

Archive for the ‘Fe y Razón’ Category

Gregor Mendel, el padre de la genética, el sacerdote que ha desmentido científicamente el darwinismo

Posted by El pescador en 29 enero 2012

(original en italiano; traducción mía)

En la herencia de los caracteres no hay ningún evento, no hay ninguna selección natural, sino sólo módulos matemáticos que siguen una lógica férrea (¡y probada experimentalmente!)

de Marco Respinti

Un aniversario un poco cogido por los pelos, el celebrado ayer [el artículo fue publicado el 20 de julio, n. del t.] con énfasis por Google por el 189º aniversario del nacimiento del “padre de la genética” Gregor Mendel. Un tanto forzado, vista la cifra en absoluto redonda y del todo inusitada, que hace surgir alguna sospecha. No se trata de hecho de un actor famoso, no es una estrella del pop, no es un icono de lo políticamente correcto: y ¿por qué nunca entonces el motor de búsqueda en internet más utilizado del mundo debería molestarse tanto por recordar un oscuro abad moravo nacido hace casi dos siglos  y olvidado incluso por sus contemporáneos?

Quizá porque se ha difundido que sus experimentos sobre guisantes de los cuales conservamos algún vago recuerdo de la escuela son una gran contribución a la causa del evolucionismo, en perfecto acuerdo y es más son confirmación de las hipótesis formuladas por el naturalista inglés Charles R. Darwin. “Algunos científicos y filósofos influyentes”, nota de hecho don Mariano Artigas en su libro “Le frontiere dell’evoluzionismo” (Ares, Milano 1993), escrito con el rigor y la inmediatez que necesitan los no dedicados a los trabajos, “vieron en el darwinismo un puntal científico para el materialismo y para el ateísmo, y pareció que el hombre salió de allí reducido a un animal entre los otros”.

Pero, con el beneplácito de aquellos que creen saber, Mendel no nos cabe con Darwin. Es más, Mendel pone el darwinismo en crisis. Lo encierra en un rincón, obligándolo a revisarse para ajustar las cuentas con la realidad de las cosas –comprobada como norma de método científico (como el darwinismo por el contrario no hace) precisamente por el abad moravo- y a que se enfrente con aquellas preguntas urgentes que la “genética de los guisantes” no permite más dejar a un lado.

Eran los tiempos del imperio austro-húngaro, y entre los muros que cercaban el huerto anexo al monasterio de Santo Tomás del entonces Brünn, hoy Brno, trabajaba alegremente el abad Johann Mendel (en religión Gregor, desde que había entrado en la orden de los benedictinos). Nacido en 1822 de una familia campesina de lengua alemana en territorio checo, había trabajado incluso desde la infancia como jardinero. En 1843 entró en el monasterio, en 1847 recibió la ordenación sacerdotal, después en 1851 se matriculó en la Universidad de Viena. Completados los estudios, volvió a la abadía, era ya 1853, como profesor de Física, de Matemáticas y de Biología. Enseñó, pero sobre todo continuó estudiando, no dejó nunca de estudiar, y continuó observando, no dejó nunca de observar. Y además experimentó, aquel bravo monje no dejó tampoco nunca de experimentar.

Un día el humilde pero agudo abad, siguiendo sus propios intereses botánicos (las plantas eran la segunda pasión de su vida, después de Dios), se puso a cultivar guisantes. Cultivó un número enorme de ellos, y los observó cuidadosamente uno a uno. Los guisantes tenían que ver con su caso. Los guisantes de hecho son vegetales particularmente adaptados a los estudios que le gustaban a Mendel, y esto porque sus fenotipos (la “total manifestación física de un organismo”, como dice el manual) presentan caracteres constantes y definidos. Seleccionó 22 variedades diferentes de guisantes, por tanto se concentró sobre siete pares que mostraban características opuestas, es decir fáciles de distinguir de otro a simple vista (y la cosa es importantísima, ya que, como observa el genetista anti-evolucionista Giuseppe Sermonti, la moderna bioquímica evolucionista piensa salvarse refugiándose en lo infinitamente pequeño y por definición un poco oscuro, y se olvida sin embargo de mirar a la cara los animales y las plantas en carne, huesos y clorofila).

Cruzando las diversas especies de guisantes, Mendel observó que la primera generación nacida después del cruce estaba compuesta por individuos uniformes, mientras que las sucesivas presentaban mutaciones que respondían a precisas proporciones matemáticas. Matemáticas: objetivas y calculables, dos más dos son cuatro, y de aquí no se escapa. Observó además que cada uno de los caracteres que presentaban los nuevos individuos de guisantes venía transmitido a los descendientes de modo independiente, y este por qué determinado por un factor que les era propio, suyo y no de serie, entonces como hoy, como siempre.

Así Mendel, observando la realidad y dejándose amaestrar de forma realista por ella, describió y escribió la famosa ley de la herencia de los caracteres: en los seres vivos existen unidades independientes y heredables, y la herencia es una evolución determinada por las diversas combinaciones de esas unidades independientes. No hay casualidad, no hay selección natural. Hay en cambio un recorrido y una repetición regular, que se puede describir con módulos matemáticos, que se desarrolla siguiendo una lógica férrea.

Ahora, las leyes descubiertas por Mendel en el comportamiento de los guisantes puestos en el mundo por el buen Dios en aquel huerto de la provincia imperial del tiempo que fue son nada menos que la base, cierta y matemática, de la genética moderna. Todo parte de allí, de aquel huerto del abad, sólo que el buen abad no se acuerda de ello.

En 1865 hizo públicos sus descubrimientos, entre estupor y admiración, en el curso de dos reuniones desarrolladas en el Sociedad de Historia natural del entonces Brünn, pero el asunto quedó confinado a los investigadores. Ninguno intuyó su importancia. El mismo Mendel, vuelto al monasterio, se ocupó de ello sólo a título personal, y tenía además una comunidad que gobernar, y también ciertas cuestiones burocráticas  que acometer, y así pasó. En 1884 finalmente se llevó su descubrimiento a la tumba.

Sucedió sin embargo que un naturalista, Hugo de Vries (1848-1935), ocupado en estudios análogos a los de habían apasionado a Mendel, llegó a saber casualmente, en 1900, muchos años después, de los descubrimientos del abad. Por casualidad, diría Darwin, pero la casualidad no existe. Es más: en aquel mismo 1900 antes el botánico alemán Karl Erich Correns (1864-1933), después el agrónomo austriaco Erich Tschermak (1871-1962) llegaron a conclusiones análogas. En este punto, el mundo era mejor conocido, el mundo debía saber. Y así fue. Habían transcurrido 35 años desde que el piadoso y científico abad había penetrado un poco más el esquema de la realidad tal como el buen Dios la había hecho a despecho de Darwin. Era tarde, pero en aquel punto el darwinismo no podía hacer otra cosa que temblar, de desdén y de miedo. El abad había descubierto de hecho que, a pesar de las opiniones alimentadas por los hombres expertos, la transmisión hereditaria de los caracteres en los seres vivos se produce con independencia del ambiente y del cuerpo de un determinado individuo. Y esto era ciencia, o sea conocimiento cierto obtenido por vía galileanamente experimental, no hipótesis filosófica.

Cuando en 1953 tres investigadores, uno más absurdo que el otro, uno incluso un poco eugenesista, otro que más que creer en Dios creían en los extraterrestres, descubrieron el ADN, se encontró también el agente responsable de la ley hereditaria descrita por Mendel, el ácido desoxirribonucleico. El genetista estadounidense James Dewey Watson (nacido en 1928), el biólogo británico Francis Henry Compton Crick (1916-2004) y el biólogo molecular también británico Maurice Hugh Frederick Wilkins (1916-2004) recibieron el Premio Nobel; habrían debido dedicar a Mendel aquel Nobel.

Ahora, después de Mendel, el evolucionismo darwiniano llamémoslo clásico ha entrado en crisis profunda, detenido por la ciencia eso que no puede fingir más que es ciencia. Así ha buscado una protección. Para no sucumbir se ha reciclado, para no morir ha abandonado la paleontología y se ha arrojado en los materiales citoplasmáticos. Pero no ha conseguido batir las leyes de Mendel; hoy combate batallas importantes pero desde la retaguardia, y desafía en este o aquel punto específico sobre el cual la investigación debe aún arrojar luz plena. El esquema general descrito por Mendel permanece sin embargo por eso un obstáculo insalvable. Estemos seguros de que también buscando en Google estas verdades saltan fuera…

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Los canónigos son de institución divina

Posted by El pescador en 25 septiembre 2010

Los canónigos de las catedrales fueron instituidos por el mismo Jesucristo, cuando en el Huerto de los olivos la noche de Jueves Santo dijo a los apóstoles: «Dormid y descansad» (Mt 26,45).

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Los milagros en la Biblia y las coincidencias

Posted by El pescador en 24 septiembre 2010

Leí ayer que la ciencia confirma la veracidad del relato sobre Moisés y las aguas del Mar Rojo que describe el libro del Éxodo.

En el enlace que pongo en el párrafo anterior explican una intervención de la naturaleza que dejó al descubierto por acción del viento durante cuatro horas un lugar para el paso de los israelitas; ese fue el tiempo que necesitaron los egipcios para alcanzar a los hebreos.

Muchas veces pensamos que los milagros consisten en que Dios quebranta las leyes de la naturaleza, pero realmente la Biblia nos muestra que los milagros consisten en que Dios interviene a favor de su pueblo aprovechando una circunstancia de la naturaleza, como ésta del paso del Mar Rojo: Dios condujo al pueblo de Israel hasta este paso seco que había producido la acción natural. Lo mismo que las codornices que comieron los israelitas en el desierto: caían las aves que desfallecían mientras viajaban en su emigración.

Lo que nosotros llamamos casualidad, la Biblia lo interpreta con una mirada de fe como la acción de Dios en favor nuestro.

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No hay segundo caso Galileo

Posted by El pescador en 28 diciembre 2008

 

clip_image002Isabelle de Gaulmyn (original en francés; traducción mía)
«¿Qué pasaba antes del comienzo del mundo? ¿Qué hacía Dios antes de crearlo? Preparaba el infierno para aquellos que hacen tales preguntas…»… Con esta broma, el célebre astrofísico Stephen Hawking, que sufre una ELA (esclerosis lateral amiotrófica) que lo paraliza totalmente, ha comenzado su exposición sobre la evolución, durante un coloquio organizado por la Academia Pontificia de las ciencias, en el Vaticano. Coloquio sobre un asunto a priori polémico: la teoría de la evolución de la especie humana, del mundo y del universo, a la luz de la fe… Sabemos que el creacionismo, y su sucedáneo, la teoría del «Diseño inteligente» contesta hoy de manera a veces violenta las teorías de Darwin, en nombre especialemente de una cierta concepción de la fe. Ahora bien ello no desagrada a algunos, no habrá, en el Vaticano, un segundo asunto Galileo… El Papa, al recibir a los miembros de la Academia, ha explicado bien cómo las dos lógicas, una horizontal -la ciencia-, la otra vertical -la fe-, no eran incompatibles. Al contrario. Benedicto XVI ha comparado la naturaleza a un libro escrito por Dios, y que está por descifrar también, como la Biblia. Leer la evolución, ha dicho, no es leer un «caos» sino un libro «en el cual nosotros leemos la historia, la evolución, la «escritura», y la significación en función de los diferentes enfoques de las ciencias». Pero -puesto que las imágenes cuentan-, retenemos como símbolo de esta «armonía» la del Papa, inclinado, la mano sobre la frente del astrofísico británico como para ponerle en su sitio un mechón rebelde, mientras que éste, por medio de su ordenador-sintentizador le dejaba este mensaje: «Santo Padre, estoy contento de haberme encontrado con Usted. Hoy debería haber un buen encuentro entre Ciencia e Iglesia».

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La escandalosa censura contra el Papa

Posted by El pescador en 7 febrero 2008

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

«Libero» 16 Enero 2008

Un pasaje del discurso que Benedicto XVI habría hecho en la Universidad, y que no ha podido pronunciar, reza:

“Por consiguiente, no necesitaban (los cristianos) resolver o dejar a un lado el interrogante socrático, sino que podían, más aún, debían acogerlo y reconocer como parte de su propia identidad la búsqueda fatigosa de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad íntegra. Así, en el ámbito de la fe cristiana, en el mundo cristiano, podía, más aún, debía nacer la universidad. Es necesario dar un paso más. El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre «scientia» y «tristitia«: el simple saber —dice— produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático. Es necesario dar un paso más. El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre «scientia» y «tristitia«: el simple saber —dice— produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera: este es el optimismo que reina en la fe cristiana, porque a ella se le concedió la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se reveló al mismo tiempo como el Bien, como la Bondad misma”.

* * *

Quien procesó a Galileo fue un intelectual laico…

Un grupo de profesores de la Universidad de Roma, en nombre de la “tolerancia”, quiere que el Papa no hable en el ateneo romano (la intervención había sido pedida por las autoridades académicas). Extraña idea de tolerancia. ¿El Pontífice sería una figura que no tiene nada que ver con la universidad? Aparte el hecho de que quien fundó la universidad romana fue justamente el Papa. Prácticamente es su casa. Se lee de hecho en el mismo sitio de internet del ateneo: “El acto de nacimiento de la Universidad de Roma lleva la fecha del 20 de abril de 1303; en este día fue de hecho promulgada por el Papa Bonifacio VIII Caetani la Bula In Supremae praeminentia Dignitatis, con la cual se proclamaba la fundación en Roma del ‘Studium Urbis’ ”. Cosa obvia siendo la Iglesia el origen de la gran parte de nuestras instituciones culturales.

Aparte después el hecho de que Joseph Ratzinger es precisamente un docente universitario, más bien una celebridadd, uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo y es más bien él quien honra la Universidad de Roma interviniendo, no la Universidad la que hace un favor al Papa. Aparte el hecho, finalmente, de que los laicistas cada tres segundos citan a Voltaire (“no comparto lo que dices, pero lucharé hasta el final para que tú puedas decirlo”) y después lo contradicen en la práctica.

Pero el aspecto más paradójico es otro. Porque aquello que se le imputa al Papa es haber citado –en un discurso pronunciado cuando era cardenal– a un intelectual laico-agnóstico, un antidogmático, un libertario, uno que enseñaba enseñaba en Berkeley donde comenzó la protesta y que –por anarquista- aplaudió la revuelta, en suma un de ellos, el célebre epistemólogo Paul Feyerabend. He aquí su frase citada por el entonces cardenal Ratzinger: “en la época de Galileo, la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo y tomó en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina de Galilei. Su proceso contra Galilei era racional y justo, mientras que su actual revisión se puede justificar sólo con motivos de oportunidad política”.

En efecto el suceso Galilei fue mucho más complejo de cuanto cuentan las historietas que ven un Santo Oficio tenebroso que oprime al iluminado científico. Y el cardenal Belarmino, por otra parte un gran hombre de ciencia, tenía sus razones. Esto intentaba decir el filósofo Feyerabend. Su provocación sobre el proceso no era compartida por Ratzinger que, además, fue el que quiso la revisión del “caso Galileo” con Juan Pablo II. Por tanto es el último en poder ser acusado hoy por esto.

Pero –como estudioso– reconstruyendo el complejo debate moderno sobre aquel caso, para hacer comprender la complejidad de los problemas y la pluralidad de las posiciones en materia, Ratzinger citó también la célebre página de Feyerabend. Por tanto Ratzinger es “excomulgado” hoy en base no al propio pensamiento, sino al pensamiento de otro. Que por encima de todo es un “escéptico”, uno de su misma área cultural laica (pero él es coherente y rechaza todos los dogmas, incluso los suyos). “Son palabras” escriben los profesores romanos “que, en cuanto científicos fieles a la razón y en cuanto dedican su vida al avance y la difusión de los conocimientos, nos ofenden y nos humillan”.

Pero –preguntamos, queridos ilustres profesores– ¿os dáis cuenta de que estas “palabras” citadas por vosotros y “excomulgadas” pertenecen no al papa, sino a un ilustre colega vuestro epistemólogo que ha enseñado durante años en los mayores ateneos? ¿Y como podéis atribuir a uno las palabras del otro? No, los profesores no escuchan razones. Y sentencian: “En nombre de la laicidad de la ciencia y de la cultura y en el respeto de nuestro Ateneo abierto a docentes y estudiantes de todo credo y de toda ideología, esperamos que el incongruente evento pueda ser todavía anulado”. Por tanto, “en nombre del respeto a todo credo” piden que no se haga hablar a Benedicto XVI. Todos, pero no él.

Si no fueran hechos preocupantes, sería para reír. Porque en aquel discurso pronunciado en Parma el 15 de marzo de 1990, evocado y “excomulgado” por los profesores, el cardenal Ratzinger junto con Feyerabend citaba –en una línea análoga– también a otro filósofo, el “marxista romántico” Ernst Bloch sobre el cual sería interesante oír el parecer de los profesores de la Sapienza.

Según Bloch tanto el geocentrismo como el heliocentrismo se fundan sobre presupuesto indemostrables porque la relatividad de Einstein ha barrido la idea de un espacio vacío y tranquilo: “así pues” ha escrito Bloch “con la abolición de un espacío vacío y tranquilo, no sucede ningún movimiento hacia él, sino sólo un movimiento relativo de los cuerpos el uno en relación con los otros y su estabilidad depende de la elección de los cuerpos tomados como puntos fijos de referencia: entonces, más allá de la complejidad de los cálculos que derivarían de ello, no se muestra del todo improponible aceptar, como se hacía en el pasado, que la tierra sea estable y que sea el sol el que se mueva”.

El filósofo marxista no volvía realmente al universo tolemaico, ni a los conocimientos científicos del tiempo de Bellarmino y de Copérnico, para los cuales se podían hacer sólo hipótesis. Bloch hablaba en nombre de los más avanzados descubrimientos científicos del siglo XX, expresaba así –explicaba Ratzinger– “una concepción moderna de las ciencias naturales”. De hecho otra mente excelsa del siglo XX, gran nombre del pensamiento judío, una combatiente contra el totalitarismo, Hannah Arendt, en el libro “Vita activa”, escribe la misma cosa: “Si los científicos precisan hoy que podemos afirmar con igual validez tanto que la tierra gira en torno al sol, como que el sol gira en torno a la tierra, que ambas afirmaciones corresponden a fenómenos observados, y que la diferencia está sólo en la elección del punto de referencia, eso no significa volver a la posición del cardenal Bellarmino y de Copérnico, cuando los astrónomos se movían entre simple hipótesis. Significa más bien que hemos desplazado el punto de Arquímedes a un punto más lejano del universo donde ni la tierra ni el sol son centros de un sistema universal. Significa que no nos sentimos más sujetos ni siquiera al sol, escogiendo nuestro punto de referencia donde quiera que convenga para una finalidad específica”.

Según Arendt “para las efectivas conquistas de la ciencia moderna el paso del sistema heliocéntrico a un sistema sin un centro fijo es tan importante como fue, en el pasado, el de una visión geocéntrica del mundo a una heliocéntrica”. Ratzinger –uno de los grandes intelectuales del mundo moderno– lo ha comprendido muy bien y señala, como Arendt, la necesidad de reflexionar sobre las consecuencias sociales de este nuevo escenario y sobre el uso que, en esta situación, se hace de la ciencia. En cambio el mundo académico italiano, más provinciano e ideologizado, parece aún detenido en el siglo XVII.

Yo pienso que el profesor Ratzinger se reconocería seguro en este otro pensamiento de Arendt: “los primeros 50 años de nuestro siglo han asistido a descubrimientos más importantes que todos los de la historia conocida. Sin embargo el mismo fenómeno es criticado con igual derecho por el agravarse no menos evidente de la desesperación humana o por el nihilismo típicamente moderno que se ha difundido en estratos siempre más vastos de la población; el aspecto quizás más significativo de estas condiciones espirituales es que no perdona ni siquiera a los más científicos”.

Pero ¿os parece que la universidad italiana pueda volar a estas alturas? Donde domina la intolerancia no hay espacio para la aventura del conocimiento y para la inquietud de la pregunta. Hay espacio sólo para las pequeñas luchas de poder en torno al rectorado del cual ha hablado Asor Rosa al «Corriere. Buenas noches Iluminismo.

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Divinas lágrimas de mujer

Posted by El pescador en 14 enero 2008

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

Ha causado alboroto en 1995 el caso de la Virgen de Civitavecchia. Hoy, después de diez años exactos de atentos análisis, llevados a cabo por especialistas que están fuera de toda duda, se ha debido reconocer que aquellas lágrimas de sangre (humana) que brotan de una Virgencita de yeso (una estatua pequeñita rellena, como han revelado las radiografías, sin nada sospechoso en su interior) son científicamente inexplicables. Es por tanto la razón humana, aquí, que “ve” con los ojos y toca “con mano” una chispa de sobrenatural que ha hecho irrupción en la historia (así como en los clamorosos milagros que suceden en Lourdes y en tantos otros lugares). Para no reconocer la evidencia del Milagro en este caso sería preciso renegar de la razón y refugiarse en el prejuicio. Como decía un gran periodista y escritor inglés, Gilbert K. Chesterton: “Quien cree en los milagros lo hace porque tiene pruebas a su favor. Quien los niega lo hace porque tiene una teoría contraria a ellos”.
Aquí un simple hecho hace correr ríos de tinta que también en estos días ciertos solones de un viejo laicismo han esparcido. Pienso en Eugenio Scalfari que en el Espresso para abroncar el racionalismo cristiano de Buttiglione ha pretendido llamar en su ayuda “el principio de indiferencia de Heisenberg” del cual debe conocer bien poco si se equivoca incluso en el nombre (quería quizá citar el “principio de indeterminación” enunciado por Heisenberg en 1927).En realidad la ciencia contemporánea no lleva de hecho hacia Scalfari y las viejas ideologías laicistas, sino hacia la eterna juventud de Dios como demuestra la recientísima “conversión” de Anthony Flew, el heredero de Bertrand Russel, con el que durante decenios ha sido el maor símbolo del ateísmo filosófico. Pues, al final, frente a la evidencia de las investigaciones científicas ha debido invertir sus posiciones y reconocer una misteriosa Inteligencia superior que ha ordenado el cosmos.Si será aún fiel a su lema socrático –“sigue la evidencia a donde quiera que te conduzca”– descubrirá un hecho aún más extraordinario: que aquella Inteligencia superior (que los griegos llamaban Logos) no se quedó lejos del hombre, no lo ha abandonado, sino que se ha hecho ella misma hombre y ama apasionadamente y tiernamente a toda criatura. Y está presente en la historia.Esto es lo que dice (también) el evento de Civitavecchia. Pero no sólo. Y estos días no se ha recordado que aquella estatuita viene de Medjugorje. El párroco de Pantano que después la regaló a los señores Grigori, en septiembre de 1994, la compró de hecho en una tiendecita de este pueblo de la Herzegovina donde había ido en peregrinación porque allí, desde hace ya 23 años aparece periódicamente la Virgen a seis muchachos (hoy hechos adultos). Es por tanto una clamorosa confirmación de los hechos de Medjugorje.Justamente en un apasionado mensaje de la Virgen de Medjugorje (el 24 de mayo de 1984) se habla de lágrimas de sangre. “Queridos hijos, en cada instante, cuando tengáis dificultades, no tengáis, porque yo os amo también cuando estáis lejos de mí y de mi Hijo. Os ruego, no permitáis que mi corazón llore lágrimas de sangre por las almas que se pierden en el pecado”.

Marija Pavlovic, una de las videntes, en una larga entrevista con el padre Livio Fanzaga que le recordaba este mensaje a propósito de la estatuita, ha declarado: “Para mí (el suceso de Civitavecchia, nda) tiene un significado muy grande, no tanto porque la Virgen ha llorado, en cuanto que la Madonna ha llorado, en cuanto la he visto también yo llorar, sino porque ha llorado lágrimas de sangre y ha llorado cerca de Roma. Todo el conjunto dice mucho”. El entrevistador ha probado a saber más de esto, pero la muchacha se ha cerrado de manera que se intuyó que estaba pensando en uno de los diez misterios secretos sobre el mundo que la Virgen les ha confiado.

¿Significa a lo mejor que alguno de los Secretos tiene que ver con Italia? ¿O Roma? ¿O la Santa Sede? ¿Tiene un significado simbólico que la estatua de la Virgen haya llorado lágrimas de sangre entre los brazos de un obispo que hasta poco antes era totalmente escéptico? ¿Prefigura algo que acontecerá?

Marija no responde. Repite sin embargo: “La Virgen nos ha dicho: ‘Orad por el Santo Padre, porque este Papa lo he elegido yo para estos tiempos’… Pienso de modo particular cuando vemos que el Santo Padre tiene menos fuerzas, y también en los próximos años, cuando estaremos en el paso entre un Papa y otro y cuando será el momento de elegir un nuevo Papa, debemos dejarnos guiar por la oración y por el Espíritu Santo…”.

Parecería que en el paso de pontificado deba acaecer algo dramático. Pero también esta deducción en el fondo puede ser arbitraria. Hay sin embargo otros aspectos simbólicos e inexplorados en los hechos de Civitavecchia. Por ejemplo un detalle que, al momento, sembró desconcierto fue el relativo a la sangre: los laboratorios de hecho atestiguaron que era sangre humana, pero perteneciente a un sujeto masculino. Las reacciones superficiales de la mayoría fueron escandalizantes: la Virgen, se objetaba banalmente, tiene sangre femenina, no masculina.

Pero los teólogos advirtieron que no había nada de inquietante. Al contrario: la sangre redentora de hecho, para los cristianos, es la derramada por Jesús, no la sangre de María, que es una criatura redimida por Él como nosotros. Y por tanto aquella circunstancia mostraba el vínculo indisoluble entre la Madre y el Hijo Salvador, mostraba que María lleva a Jesús redentor y no a sí misma. Todo esto tenía un sentido cristiano. También porque el llanto empezo el 2 de febrero, o sea la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo y de la “Purificatio Sanctae Mariae”. Esta antigua fiesta celebra a la Virgen que “estuvo íntimamente unida” a la salvación “como Madre del Siervo sufriente de Yahve y como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por el sufrimiento y por la persecución” (Pablo VI).

He aquí por qué la sangre de Cristo en las lágrimas de ella. Y después aquella fiesta recuerda el episodio evangélico del reconocimiento mesiáncio por parte del anciano Simeón y de la profetisa Ana, que representan la tradición profética de Israel. Tiene por tanto un significado profundo también en el tiempo de la Iglesia: también ella de hecho tiene el deber “profético” de reconocer el misterio de Dios presente y operante en la historia actual. También en formas especiales. En Medjugorje como en Civitavecchia, como en Fátima y en Lourdes. No sólo. La iglesita de Pantano está dedicada a S. Agustín y surge justamente donde –según la tradición– Agustín, en el 387, sobre la orilla del mar, meditando sobre el misterio de la Trinidad, encontró un ángel-niño que le iluminó: era como pretender hacer entrar el mar infinito en el hoyito que había excavado en la arena.

Que el hecho de la estatuita acaezca en un lugar parecido puede significar una exhortación al reconocimiento humilde del misterio de Dios. Una invitación a no quedar prisioneros de los prejuicios y de la soberbia intelectual. Sobre el simbolismo de las lágrimas después se podría escribir un tratado. El llanto vuelve en muchas apariciones de la Virgen. En verdad el llanto es, en la vida normal, una característica en modo particular de las mujeres y –vendría a decir- María de Nazaret es una mujer en todos los sentidos. También por la facilidad para el llanto que no es un indicio de debilidad femenina, como banalmente se cree, sino de intensidad afectiva y emocional. Tom Lutz en su Storia delle lacrime observa que ninguna otra especie, fuera de la humana, es capaz de llorar, así como sólo la humana posee el lenguaje. Así pues el llanto representa un fenómeno específicamente humano, expresa una profundidad que es sólo humana.

Pero en las lágrimas de María hay un dolor que es también divino. Don Augusto Baldini, en el volumencito sobre el caso de Civitavecchia, refiere algunos motivos de meditación. Por ejemplo del filósofo, convertido, Jacques Maritain: “Si los hombres supieran que Dios sufre con nosotros y mucho más que nosotros por todo el mal que devasta la tierra, muchas cosas cambiarían sin duda y muchas almas serían liberadas… Las lágrimas de la Reina del Cielo (significan) el soberano horror que Dios y su Madre experimentan y su soberana misericordia por la miseria de los pecadores”.

El cardinal Martini sobre las lágrimas de la Virgen en La Salette: “Es un misterio profundísimo, que en cualquier modo nos permite intuir el sufrimiento de Dios por los males que cometemos”. Y el Papa, siempre por el aniversario de La Salette: “María, madre llena de amor, con sus lágrimas ha mostrado la tristeza por el mal moral de la humanidad. Con sus lágrimas nos ayuda mejor a comprender la dolorosa gravedad del pecado, del rechazo de Dios, pero también la fidelidad apasionada que su Hijo nutre hacia los hermanos: Él, el Redentor, cuyo amor está herido por el olvido y por el rechazo… Ella tiene compasión de las dificultades de sus hijos y sufre al verlos alejarse de la Iglesia de Cristo”.

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Civitavecchia, he aquí las pruebas del milagro

Posted by El pescador en 13 enero 2008

Vittorio Messori (original en italiano; traducción mía)
23 de enero de 2005

La diócesis: «Hace diez años la Virgencita llora lágrimas de sangre». El mariólogo De Fiores: «Aquí hay el dedo de Dios»

«Han transcurrido diez años desde que en Civitavecchia, en un jardín de la familia Gregori (2-6 de febrero de 1995) y después en las manos del obispo Girolamo Grillo (15 de marzo de 1995), se sucedieron 14 lagrimeos de sangre en una estatuita de la Virgen. Después del interés de la prensa que ha hecho correr la noticia por Italia y por todo el mundo, los periódicos ya no hablan de ello. Parecidamente, también los historiadores callan, teólogos y pastores se han encerrado en una reserva y silencio absoluto». Sin embargo, «los peregrinos de todas partes de Italia, de Europa, es más del mundo acuden y manifiestan su devoción con la oración y la frecuentación de los sacramentos. Las peregrinaciones a la parroquia de S. Agustín, en el barrio de Pantano, donde fue colocada la Virgencita, no conocen flexiones, son una realidad que se renueva continuamente y producen consoladores frutos de conversión y de espiritualidad».

Con estas palabras inicia la introducción al grueso informe que está para ser publicado en el periódico de la diócesis de Civitavecchia y que el Corriere ha podido examinar en exclusiva previa. Una serie de relaciones y de documentos, casi todos inéditos, que describen el estado del «caso» desde todas las perspectivas, desde la teológica a la judicial, pastoral, médica (en Internet se podrá consultar, en pocos días, en el sitio www.civitavecchia.netfirms.com). El conjunto es impresionante: gente de responsabilidad, personas cualificadísimas en los respectivos campos, y, por tanto, habituadas a medir las palabras, no dudan en exponerse y en entregarse a la realidad. Todo, dicen unánimes, hace pensar que en aquel ángulo de tierra de Roma se ha verificado un evento que no tiene explicación humana y que remite al misterio del Sobrenatural.

EL DIARIO DEL MONSEÑOR – Sorprende, lo primero, el testimonio de monseñor Grillo, el obispo obligado a pasar del radical escepticismo a la aceptación del enigma, bajo el impacto violento de un evento tan imprevisto como estremecedor. En el informe que va a ser publicado ahora, el prelado reproduce un diario inédito suyo, que tiene una evolución en algún modo dramática. Como muchos, ciertamente, recuerdan, la mañana del 15 de marzo de aquel 1995 en la cual empezó todo, el prelado tomó entre las manos la estatuita de la Virgen que estaba relegada en un armario de su casa. Monseñor Grillo se había opuesto a la intervención de la magistratura, que había incluso ordenado el secuestro y puesto los precintos. También había protestado, pero en nombre de la libertad religiosa, no ciertamente por convicción de la realidad de los hechos. Con sólidos estudios y títulos en las mejores universidades eclesiásticas, había trabajado durante tiempo en las oficinas de la Secretaría de Estado, donde la atmósfera no está ciertamente invadida de misticismo sino de pragmatismo e incluso, a veces, de escepticismo. Nombrado obispo, el monseñor no había alentado devociones populares y tradiciones arcaicas, sino que buscó fundar entre su gente una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Su diario testimonia la incredulidad un poco irritada con que recibió las primeras noticias de la lagrimación de sangre, el echar a la papelera los relatos del párroco, la prohibición a los sacerdotes de trasladarse al lugar, el dirigirse secretamente a la policía para que indagase sobre la familia Gregori, de la cual desconfiaba. Él mismo recuerda la exclamación de un cardenal amigo: «Pobre Virgencita, ¡a qué manos has ido a parar! Justamente en las de monseñor Grillo, ¡que se entregará para sofocar todo!».

AQUEL DÍA DE MARZO – No quitó del armario por tanto con particular devoción aquel día de marzo la estatua ya desembargada. Las tres personas presentes con él en la estancia vieron antes que él, que tenía en la mano el objeto sagrado, que sucedía lo increíble: las lágrimas de sangre que comenzaron a fluir de los ojos, alcanzando lentamente el cuello. El obispo no usa eufemismos para describir su reacción, cuando se dio cuenta de aquello que sucedía. No por casualidad la hermana se puso a chillar, viéndolo tambalearse y empalidecer de modo impresionante, y corrió fuera, con un dedo bañado en sangre, pidiendo ayuda de un médico, un cardiólogo, que de hecho poco después acudió. No había necesidad. Anota el prelado, entre otras cosas: «Casi desmayado me siento sobre una silla», «he corrido el riesgo de morir por el dolor, he sufrido un schock tremendo, que me ha dejado desfallecido incluso en los días siguientes», «enseguida por instinto he pedido a María mi conversión y el perdón de mis pecados».

RENDIDO AL MISTERIO – Así la Virgencita pudo tomarse su materna, benigna revancha. Fue el mismo Grillo, el escéptico, aquel que esperaba que desde Roma le llegase el encargo de cerrar el asunto y volver a una religiosidad «seria» (mientras desde las alturas del Vaticano le recomendaban apertura de espíritu, también para lo imprevisto), fue por tanto el mismo monseñor que, con solemne procesión, desde el armario de la casa llevó a la iglesia la estatuita para exponerla a la veneración de los fieles.

Fieles por los cuales él mismo y sus colaboradores han hecho y hacen mucho, para que la peregrinación, incesante, cosmopolita, sea una verdadera, completa, experiencia espiritual. Al menos cinco confesores están en el trabajo durante muchas horas, cada día; liturgias, adoraciones eucarísticas, rosarios, procesiones, letanías se prosiguen sin parar.

Escrive, en el décimo aniversario, monseñor Girolamo Grillo: «Estuve obligado a rendirme a este misterio. Pero mi convicción aumentó siempre más viendo los beneficios que se seguían. El Evangelio nos da un criterio: juzgar por los frutos la bondad de un árbol. Aquí, los frutos espirituales son extraordinarios».

PASADAS POR EL TAMIZ – Junto al testimonio, también humano, del obispo, tiene gran importancia el del padre Stefano De Fiores, religioso monfortiano, uno de los mayores especialistas vivos en estudios dedicados a la Virgen. Autor de textos fundamentales como Maria nella teologia contemporanea, editor del Nuovo dizionario mariologico, enseñante en la más ilustre de las universidades pontificias, la Gregoriana, el padre De Fiores es bien conocido para los estudiosos y los lectores como hombre de gran prudencia, de distinciones sutiles, así como corresponde a un especialista de tal nivel. Sorprende, por tanto (y deja de verdad pensativos) la conclusión del cauto profesor: en Civitavecchia, no hay otra explicación lógica y sostenible si no es la aceptación de una intervención divina. El padre De Fiores motiva su conclusión paso tras paso, en una intervención densda de teología, pero al mismo tiempo informadísima sobre el desarrollo de los eventos. Han sido valorados por tanto críticamente todos los testimonios, a partir del de Jessica Gregori, entonces una niña de menos de seis años, de su familia, del párroco, del obispo mismo. Han sido pasadas por el tamiz todas las hipótesis que podrían explicar «naturalmente» la lagrimación. En base a los elementos disponibles y al razonamiento, se excluye que se trata de «fraude o truco», de «alucinación o autosugestión», de «fenómeno parapsicológico». Añadidos finalmente, por vía de lógica, a la dimensión inquietante del misterio, se excluyó también que se trate de «obra del demonio». ¿Intervención divina, por tanto? ¿Y por qué, con qué significado? El teólogo inicia aquí un análisis que muwestra qué riqueza espiritual puede esconderse detrás de un acontecimiento en apariencia tan simple, detrás de aquellas lágrimas derramadas 14 veces. Incluso el desconcertante descubrimiento de que se trata de sangre masculina termina por revelarse como un ulterior signo de credibilidad, en la dimensión cristiana. También en base a esta profundidad de sentido el padre De Fiores se rinde él también, a la par que el obispo, y cita el Evangelio de Lucas: «Aquí hay el dedo de Dios». No es de verdad poco, para quien conozca las prudencias de los profesores, sobre todo si son universitarios, de disciplinas eclesiásticas.

ADN NEGADO – Importante también cuanto anota, en otro estudio de este informe, un experto de los hechos: «El problema del ADN vuelve continuamente cuando se habla del suceso de la Virgen de Civitavecchia. La pregunta que tantos se hacen es la siguiente: ¿por qué los Gregori han rechazado los exámenes de ADN? Se ve tal rechazo como indicio de algo que esconder. Se insinúan, así, sombras y dudas acerca de su honestidad. Entonces al respecto es preciso saber cómo están realmente las cosas. Lo primero de todo, es necesario disipar toda duda, afirmando que la familia Gregori se ha declarado siempre dispuesta a someterse al examen para la comparación de la sangre».

En efecto, como se explica ampliamente, fueron los especialistas —empezando por aquella eminencia de la medicina legal que es el profesor Giancarlo Umani Ronchi, docente en la no sospechosa, laicísima Universidad La Sapienza de Roma— en desaconsejar decididamente un examen del ADN. Una prueba similar, en efecto, vistas las condiciones creadas y las situaciones de los hallazgos, habría aportado confusión más que claridad, corriendo el riesgo de dar indicaciones que despisten y científicamente no dignas de atención. A los Gregori que se pusieron de inmediato a disposición les explicaron los técnicos que justamente la búsqueda de la verdad sugería que no procedía.

En suma, diez años después, parece comprobado que las columnas de peregrinos que confluyen a Civitavecchia (y el número crece de año en año) son reclamadas por un evento del cual no es fácil librarse, volviendo a enviar a supersticiones y creencias populares que refutar. Estaba convencido de ello, lo sabemos, incluso el obispo, que los hechos sin embargo han transformado en el apóstol ferviente no sólo de la Virgen (de la cual siempre fue devoto) sino precisamente de aquella «Virgencita». Llegada por añadidura, para espesar el misterio, justamente desde otro lugar enigmático por excelencia: Medjugorje.

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Darwin, el evolucionismo y el hombre fruto del azar

Posted by El pescador en 5 diciembre 2007

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

Los visitantes de este blog habrán tenido oportunidad de leer la encendida discusión (no la he visto aún en realidad casi… encendidas), originada de la encíclica «Spe salvi» de Benedicto XVI, con respecto al origen del hombre. Quisiera decir la mía y recordar que aquello que aparece comprobado científicamente es la evolución, o sea la transformación de las especies vivientes. El evolucionismo, o sea la teoría que quiere interpretar y explicar la evolución, en cuanto a comprobaciones científicas permanece como una hipótesis. Del mismo modo esta probada científicamente la microevolución, o sea las diversidades cualitativas y cuantitativas existentes entre las especies vivientes, resultantes de la combinación diversa de los mismos elementos. Pero no está demostrada la macroevolución, o sea la aparición de especies vivientes absolutamente nuevas debidas al originarse novedad orgánica. Los más recientes descubrimientos de la genética, mientras confirman las leyes de Mendel (o sea la existencia de normas que con exactitud describen los mecanismos de la transmisión de los caracteres hereditarios de un individuo a otro), no confirman del todo la casualidad a través de la cual se verificarían la selección natural segúna la concepción darwiniana. Ante esta evidencia, los neodarwinistas han reformulado su teoría, sosteniendo que la selección natural se verificaría haciendo que se transmitan sólo las mutaciones genéticas más adecuadas a la supervivencia: sólo dejando transcurrir periodos de tiempo larguísimos se podrían constatar cambios apreciables en la especie. Esta nueva “teoría sintética” es comúnmente aceptada, pero los paleontólogos estadounidenses Jay Gould y Niles Eldredge, evolucionistas pero adversarios del lentísimo gradualismo, creen por el contrario que la aparición de nuevas especies acontecería de manera contraria, o sea con rapidez, por saltos. Ni siquiera estas dos hipótesis contrapuestas -evolución lenta y evolución veloz- están documentadas científicamente. Dicho esto, como cristiano me atengo al principio del realismo: la realidad viene antes que la teoría. Hasta que no sea probado científicamente el evolucionismo neodarwinista, permanece como una hipótesis que se puede discutir, tanto más cuanto no aparece sufragada por los más recientes descubrimientos sobre el ADN. No se trata aquí de introducir argumentos filosóficos-metafísicos (como pretenden hacer por otra parte los negadores de la existencias de Dios que de paleontólogos se improvisan teólogos): come creyente non tengo ninguna dificultad en aceptar que el acto creativo de Dios haya sido el arranque inicial a la materia y las leyes que han llevado al nacimiento del hombre. Lo que no puedo aceptar como dato adquirido científicamente son teorías que por el momento no responden a los requisitos científicos. No se trata aquí de hacerse los “creacionistas”, sino de atenerse a los hechos. Perdonad si lo digo, pero me parece esta una posición más laica que la de los muchos dogmatismos de quien pretende asegurar como un dato de hecho documentado y atestiguado que la jirafa es el resultado evolutivo del atílope necesitado de alcanzar las ramas más altas (incluso no se comprende por qué tuvo que cambiar también el color de la piel) o que la aparición del hombre es solamente fruto del azar.

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¿Por qué nuestra religión es tan complicada de comprender por la razón?

Posted by El pescador en 13 noviembre 2007

La respuesta del padre Bernard Bougon, jesuita, a una pregunta planteada en los foros de Croire

Bernard Bougon, jesuita (original en francés; traducción mía)

Una fe que conviene tanto a los más simples como a los más cultivados

La fe cristiana es desconcertante, en efecto. De un lado, ha inspirado a grandes teólogos. Citemos solamente y como ejemplos, Orígenes, san Agustín o santo Tomás de Aquino. Hombres que podemos clasificar entre los grandes genios de la humanidad, en razón de la importancia de su obra escrita, de la profundidad de su inteligencia y de su vida espiritual. Al punto que continúan inspirando la reflexión cristiana contemporánea.

Hace falta «la inteligencia del corazón»

Así, san Agustín concedía gran valor a la búsqueda de una mayor inteligencia de la fe. Lo expresó en una fórmula afortunada: «Ama mucho para comprender». Pues para él este trabajo de la razón sólo se hace con la adhesión del corazón al Dios revelado en Jesucristo. Es una «inteligencia del corazón», mucho más profunda que la inteligencia que usamos para resolver un problema de la vida cotidiana.

Por otro lado, toda la historia de la Iglesia nos muestra que no es necesario disponer de una instrucción de alto nivel, ni siquiera tener capacidades intelectuales importantes para ser un testigo ejemplar de Cristo.

Entre otros citamos, muy cercana a nosotros, santa Bernadette, elegida como mensajera de la Virgen María, que sólo conocía su dialecto pirenaico. Citemos a san Juan María Vianney, el santo cura de Ars, que encontraba que para ser sacerdote el latín era bien difícil. Y aún: un testimonio más antiguo, pero cuán impresionante: santa Juana de Arco. Una joven muchacha, de un medio de campesinos acomodados, pero sin ninguna otra instrucción que la del catecismo de su parroquia. En dos ocasiones respondió sencilla pero segura a todos los puntos de la fe a los teólogos que la interrogaban. Tenemos las actas detalladas de las preguntas de esos hombres de Iglesia y de las respuestas de Juana. Están publicadas. Esas respuestas suscitaban a menudo la admiración de los interrogadores de los cuales algunos estaban de mala fe. Las respuestas suscitan aún la nuestra hoy. Así de esta respuesta de Juana a la pregunta de uno de esos teólogos: «Juana, ¿pensáis que estáis en gracia? – Sí lo estoy, Dios me guarda; si no lo estoy, ¡Dios me pone en ella!».

Así, a lo largo de nuestra historia, la fe cristiana se presenta como de fácil acceso a gentes simples y sin instrucción, a pobres en todos los sentidos del término; y como llevando bastantes cuestiones y misterios para comprometer a intelectuales de alto nivel a consagrar sus vidas a su exploración. Desde sus orígenes, la fe cristiana anima a personas enteramente decididas al servicio del prójimo (san Camilo de Lelis, Madre Teresa…), suscita buscadores y enseñantes (teólogos, obispos, papas…), e incluso seres de oración y de contemplación que comparten con nosotros a veces su experiencia interior de Dios (san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila…). Como si, en definitiva, cada uno encontrase en la fe una respuesta de Dios a la altura de aquello que es y del deseo que lo habita.

¿Por qué entonces Dios se ha presentado a nosotros de manera tan «complicada»?

No sabría responder en el lugar de Dios. Siempre ha sido Dios el que se ha hecho conocer poco a poco a nuestra humanidad. La Biblia vuelve a trazar y cuenta la historia de esta revelación de Dios que culmina de manera infranqueable en la venida de Jesús, el Hijo único de Dios (Juan 1,18).

Brevemente, algunas líneas de fuerza del mensaje de la Biblia sobre esta revelación de Dios al corazón de nuestra humanidad:

· Desde el principio, ¿tenemos bastante respeto de ese Dios que es nuestro Creador? ¿Sabemos, ante Él, reconocernos como seres creados a «su imagen y semejanza» (Génesis 1) ?

· Dios se hace conocer a los hombres de fe y esta revelación se inscribe en la historia de un pueblo: Abrahán, Moisés y la Alianza (los 10 mandamientos), los profetas y los reyes, los sabios de Israel…

· Esta revelación de Dios es progresiva. Del libro del Génesis al libro de Zacarías hay desplazamientos, novedades en lo que Dios revela de Él. Pero eso sólo aparece claramente después de la venida de Cristo.

Para explorar esos tres puntos podemos releer toda la primera parte de la Biblia..

· Al contar la historia de Jesús, los Evangelios aportan un último toque a esta revelación de Dios.

· Jesús mismo nos introduce en esta Trinidad en Dios. Eso se hace de manera progresiva. Jesús desde el principio hace conocer a sus discípulos la presencia de Dios como Padre. «Su Padre y vuestro Padre (cf. Juan 17, 25-26)». Después, un poco antes de su arresto, les hace comprender que la presencia del Espíritu Santo en ellos les permitirá vivir de la fe.

Así, la fe es ya la obra de Dios en mí. Creo en Dios Padre que Jesús hace conocer, a través del Evangelio. Pero sólo creo en la medida en que acojo en mí ese don que me ha sido hecho por el Espíritu de Dios, por el Espíritu Santo.

«Comprender para amar y amar para comprender»

En el Evangelio según san Lucas podemos leer: «Jesús se llenó de alegría bajo la acción del Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y a los inteligentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí Padre, pues tal ha sido tu voluntad. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Lucas 10, 21-22).

En cierta manera se ha dicho todo en ese pasaje del Evangelio. Los «pequeños» que se mencionan aquí, son en principio los discípulos, hombres simples la mayoría, pero hombres que tienen profunda confianza en Jesús (cf. Lucas 9, 20), aunque no comprenden siempre en el momento sus palabras (cf. Lucas 9, 45).

Pero nos viene bien comprender que la inteligencia de la fe está más allá de las imágnees y de las ideas de las cuales nos servimos ordinariemante en nuestra vida cotidiana. Es una inteligencia del corazón. Esta suerte de inteligencia que está en la obra en la amistad y el amor, cuando percibimos lo que vive el otro, lo que está en su fondo y que nosotros más amamos en él.

«Comprender para amar y amar para comprender» recordaba San Agustín.

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Dios y los náufragos

Posted by El pescador en 2 noviembre 2007

Hoy voy a recomendaros este interesantísimo libro de José Ramón Ayllón titulado Dios y los náufragos, publicado por Belacqua en 2.002. Trata del tema de la fe y de distintos personajes conocidos y otros anónimos que la encontraron.

Siempre me han fascinado los testimonios de los conversos, de quienes se encontraron con Dios de forma inesperada, es el misterio de la gracia divina, que Dios nos da para que lo aceptemos a Él sin forzarnos, y la libertad humana, de su equilibrio misterioso, de cómo Dios nos sale al encuentro sin saber cómo, en definitiva el misterio de la fe, del encuentro con el Invisible que se hace visible y presente.

Podéis leerlo en internet en esta página. La obra está dividida en tres partes: Náufragos a la deriva, Dios a la vista y Testimonios.

En la primera dice que está «dedicada a quienes han negado que Dios pueda existir o ser conocido. Esa negación les sitúa respectivamente entre los ateos y los agnósticos, y en ambos casos suele estar provocada por el naufragio. Sin embargo, estas páginas son también un intento de explicar el misterioso y escandaloso protagonismo del mal en el mundo, de buscar un sentido al sufrimiento humano, de interpelar al hombre por la pregunta trascendental…» Trata, p. ej., sobre Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Borges, Feuerbach, Comte…

La segunda son «testimonios de conversiones que, además de tener una sólida base argumental, manifiestan un entrañable sello de autenticidad»: Agustín de Hipona, Chesterton, Pascal, André Frossard, C. S. Lewis y Edith Stein por citar sólo algunos de mis favoritos.

Y finalmente la tercera nos ofrece «relatos brillantes sobre la presencia de Dios en la vida de hombres y mujeres concretos»: Tatiana Goricheva, Paul Claudel, André Frossard, Enrique García Morente, el médico abortista Bernard Nathanson…

Algunos de ellos publicaron y contaron su experiencia: recuerdo ahora mismo a André Frossard, «Dios existe, yo me lo encontré» (Rialp, Madrid); C. S. Lewis, «Cautivado por la alegría» (Encuentro, Madrid); Tatiana Goricheva, «Hablar de Dios resulta peligroso» (Herder, Barcelona). También recomiendo encarecidamente a todos, creyentes y no creyentes, la lectura de los Pensamientos de Blaise Pascal, ya que como él mismo dijo sólo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen.

El cuadro que ilustra la entrada es el mismo que está en la portada del libro, La balsa de la Medusa de Th. Géricault, y representa a unos náufragos que buscan desesperamente llamar la atención de un barco lejano en el horizonte pues es su única esperanza, son los náufragos de que habla el libro que están a la deriva en busca de Jesucristo, sin el cual no sabemos qué es nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni qué somos nosotros mismos (Blaise Pascal).

Tomo ahora esta entrevista sobre el libro aparecida en La Vanguardia:

«Dios nos grita a través de nuestro dolor»

viernes, 18 de julio de 2003
La Vanguardia


Entrevista con el filósofo José Ramón Ayllón

BARCELONA, 18 julio 2003 – El diario La Vanguardia publicó el jueves una entrevista a José Ramón Ayllón en la que el filósofo, respondiendo a las preguntas de Ima Sanchís, abordó el misterio del sufrimiento y del dolor.

Originario de Santoña (Cantabria, España), Ayllón es católico, tiene 47 años y fue profesor de enseñanza secundaria durante 15 años. Actualmente, se dedica a escribir. Su especialidad es la ética.

Entre sus publicaciones, el libro «Dios y los náufragos» (Editorial Belacqua, Barcelona, 2002), al que alude en la entrevista, es un ensayo sobre el sentido de la vida, referido a su clave divina. En el volumen, el autor selecciona y deja hablar a 26 pensadores agnósticos, ateos, conversos, enfrentados a la más radical de las cuestiones, la pregunta sobre Dios.

–¿Dios es el espejo del hombre?

–Yo creo que más bien es al revés: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.

–Puede que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios sino crearlo.

–Si usted está dispuesta a esgrimir las tesis hegelianas, defender que Dios es una sublimación de los deseos humanos, vamos a estar animados; pero déjeme advertirle…

–Adelante.

–Todos los conversos tienen en común que no se convierten a una teoría o a unas ideas, sino a una persona que tuvo nombre y apellidos y que se llamaba Jesucristo.

–¿Y qué más tienen en común?

–Todos los hombres de ciencia, novelistas, filósofos y pensadores que he seleccionado en «Dios y los náufragos» han tenido vidas conmovedoras y difíciles. Todos hablan desde un profundo conocimiento de la experiencia humana, del dolor y el sufrimiento.

–¿Dios se esconde detrás del sufrimiento?

–Una noche la Guardia Civil llamó a Narciso Yepes: «Su hijo ha fallecido». ¿Cree que alguien puede ver a Dios detrás de eso?

–A Dios o al diablo.

–«Cuando se vive con fe, le diría Yepes, se entiende mejor el dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios».

–¿Sabe?, adoro la alegría.

–Yepes, un converso, dijo que había alcanzado la certeza moral y hasta física de que la muerte es un paso maravilloso: «Llegar por fin a la felicidad que nunca se acaba y que nada ni nadie puede desbaratar».

–¿Qué le sucedió a este ilustre hombre?

–Había sido ateo toda su vida y un día, de repente, cuando estaba acodado en un puente del Sena, escuchó dentro de él una voz: «No sólo se hizo oír, escribió, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida».

–¿No tiene un ejemplo más racional?

–Sí, Agustín de Hipona.

–¡Pero si era obispo y además santo!

–San Agustín fue un «play-boy» total y absoluto y, si no, lea sus «Confesiones». Lo que pasa es que era un tipo muy listo y llegó a Dios por eliminación de posibilidades. Él se da cuenta de que el corazón humano está hecho para ser feliz y no le salen las cuentas.

–Hasta ahí estoy de acuerdo.

–Pues sigamos. Tenemos un corazón con una capacidad inmensa para amar y ser amados y está claro que aquí, en la tierra, no lo vamos a llenar nunca.

–No me diga eso.

–San Agustín, Platón y Kant argumentaban que las necesidades del hombre existen porque pueden ser colmadas.

–Aunque no siempre lo sean…

–Ese es otro tema. El caso es que tenemos sed y hay agua, sentimos hambre y hay comida… Todos tenemos necesidad de justicia y el sentimiento interno de la dignidad humana; si no, no saltaríamos cuando nos pisan.

–El mundo está lleno de pisoteados.

–Eso le demuestra que existe un Dios que hará justicia; si no, por qué tenemos ese instinto. Ahí tiene la demostración kantiana de la existencia de Dios.

–Una idea simple.

–Y muy profunda. Recuerde lo que dijo Pascal, máximo exponente del racionalismo: «Para los que quieren creer en Dios hay suficiente luz. Para los que no quieren creer hay suficiente oscuridad».

–Hay un viejo proverbio que dice: «Dios escribe derecho con renglones torcidos».

–Todo agnóstico se encuentra con el escollo del sufrimiento humano. En su libro «El hombre en busca de sentido», Viktor Frankl, discípulo de Freud y superviviente de Auschwitz, explica que si ponemos a un chimpancé una dolorosa vacuna que puede salvar la humanidad, el mono no lo entenderá. La respuesta al dolor humano la tiene Dios.

–Es como un pez que se muerde la cola.

–El filósofo Clives S. Lewis, otro converso, reflexionó mucho sobre el dolor y concluyó que Dios nos habla por medio de la conciencia y nos grita por medio de nuestros dolores: los usa como megáfono para despertar un mundo de sordos.

–Bonita manera de devolvernos a la cruda realidad.

–«El dolor, la injusticia y el error –dice Lewis– son tres tipos de males con una diferencia: la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que vive en ellos, mientras que el dolor no puede ser ignorado y toda persona sabe que algo anda mal cuando sufre».

–¿No tendría en su chistera una visión de Dios más «humana»?

–Je, je, vayamos a Gilbert K. Chesterton, considerado uno de los grandes escritores del siglo XX: «Después de haber permanecido en los abismos del pensamiento contemporáneo, tuve un fuerte impulso interior para rebelarme y desechar semejante pesadilla».

–Lúcido.

–Je, je… «Como encontraba poca ayuda en la filosofía y ninguna en la religión, inventé una teoría mística rudimentaria: la mera existencia era lo suficientemente extraordinaria para ser estimulante».

–Me gusta.

–En su opinión, la depresión del hombre era el peor pecado. Chesterton llegó a la conclusión de que los valores que predica el cristianismo –prudencia, templanza, justicia, fortaleza…– eran racionalmente la mejor opción: «La tremenda imagen que alienta en las frases del Evangelio se alza más allá de todos los sabios tenidos por mayores».

–De ahí a la Iglesia católica…

–Escuche, escuche a Chesterton: «Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados, como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado».

La Vanguardia


Mail: jrayllon@jrayllon.com Tlfno: 639 520 458

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