El domingo que hay después de Navidad (y si no el día 30 de diciembre) celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret: San José, la Virgen María y el Niño Jesús.
El título de la entrada es una frase de los Padres capadocios (San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nacianceno y San Basilio Magno) que quiere decir que Jesús fue plenamente humano, que Jesús es Dios y también hombre porque si le faltase algo de humano, eso no quedaría redimido en nosotros.
Por eso el Hijo de Dios quiso nacer de una mujer, nacer bajo la ley (cf. Gálatas 4,4,), para participar de y compartir nuestra condición humana. También el nacer y crecer en una familia, como un niño necesitado del amor y de los cuidados de sus padres.
Los evangelios nos cuenta muy poco de la infancia de Jesús y de la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, sólo nos cuentan algún episodio como cuando Jesús se pierde en el Templo de Jerusalén. Jesús ya tenía doce años y había ido a celebrar la Pascua como buen judío piadoso que era. Pero después se quedó en el templo, entre los doctores de la ley, escuchando y respondiendo a sus preguntas con sabiduría.
Cuando San José y la Virgen lo encuentran vemos una escena propia de cualquier familia preocupada cuando ha ocurrido cualquier peligro o problema. Y la respuesta del Niño Jesús indica algo muy importante: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que tengo que ocuparme en las cosas de mi Padre? (Lucas 2,49).
Esa respuesta de Jesús indica que ha crecido y ha descubierto cuál es su misión. Como cualquier niño que va creciendo y va tomando conciencia de quién es, de quién es su familia, de su historia, va descubriendo qué quiere hacer en la vida, qué quiere ser de mayor. Jesús había ido creciendo en Nazaret y ahora ya ha querido empezar su vida pública, sabe que ha venido al mundo a ocuparse de las cosas de su Padre, Él sabe que tiene un padre en la tierra (Y su madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia) pero tiene que obedecer también a su Padre del cielo, que lo ha enviado.
Lo ha enviado para ocuparse de las cosas de su Padre, que es anunciar a la humanidad que Dios es nuestro Padre, que su Hijo ha venido para hacernos hijos de Dios gracias al amor de Dios Padre: Mirad cuánto nos ama el Padre, que se nos llama hijos de Dios, y lo somos. Por eso, los que son del mundo no nos conocen, pues no han conocido a Dios. Queridos hermanos, ya somos hijos de Dios. Y aunque aún no se ha manifestado lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es (1 Juan 3,1-2).
Jesús, al nacer y criarse en una familia humana, nos enseña que la familia humana es una presencia donde Dios quiere habitar, para que el amor de los esposos, que se prolonga en los hijos sean imagen de la Sagrada Familia de Nazaret. El cuadro de Bartolomé Esteban Murillo «Las dos Trinidades» nos muestra plásticamente que desde la Navidad, Dios quiso que la familia humana fuese imagen del amor infinito de Dios gracias a Jesucristo, para que descubramos y aprendamos, como el Niño Jesús en el templo, que nuestra vocación primera y fundamental es ser Hijos de Dios y ocuparnos de las cosas de nuestro Padre: mostrar al mundo (en el sentido del evangelio de San Juan: los que no conocen a Dios o lo rechazan) que todos somos hijos de un mismo Padre y que estamos llamados a formar la gran familia de la humanidad en la Iglesia como hermanos de Cristo.
Por eso la Iglesia quiere dedicar uno de los días de la Octava de Navidad a que contemplemos y celebremos el misterio de Dios hecho hombre, pero no solo sino en su familia, la Sagrada Familia de Nazaret.