El testamento del pescador

Archive for agosto 2007

Homilía de Benedicto XVI sobre san Agustín

Posted by El pescador en 28 agosto 2007

VISITA PASTORAL A VIGEVANO Y PAVÍA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

 

Huertos del Almo Colegio Borromeo, Pavía

III Domingo de Pascua, 22 abril 2007

¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer por la tarde me reuní con la Comunidad diocesana de Vigevano y el centro de esta visita pastoral mía ha sido la Concelebración eucarística en la Plaza Ducal; hoy tengo la alegría de visitar vuestra Diócesis y momento culminante de este encuentro nuestro es también aquí la Santa Misa […]

En el tiempo pascual la Iglesia nos presenta, domingo tras domingo, algún fragmento de la predicación con la cual los Apóstoles, en particular Pedro, tras la Pascua invitaban a Israel a la fe en Jesucristo, el Resucitado, fundando así la Iglesia. En la lectura de hoy los Apóstoles están delante del Sanedrín -delante de aquella institución que, habiendo declarado a Jesús reo de muerte, no podía tolerar que este Jesús, mediante la predicación de los Apóstoles, ahora empezase a actuar nuevamente; no podía tolerar que su fuerza sanadora se hiciera de nuevo presente y en torno a este nombre se reunieran personas que creían en Él como el Redentor prometido. Los Apóstoles acaban de ser acusados. El reproche es: «Queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de aquel hombre». A esta acusación Pedro responde con una breve catequesis sobre la esencia de la fe cristiana: «No, no queremos hacer caer su sangre sobre vosotros. El efecto de la muerte y resurrección de Jesús es totalmente distinto. Dios lo ha hecho «cabeza y salvador» para todos, precisamente también para vosotros, para su pueblo de Israel». Y ¿a dónde conduce esta «cabeza», qué trae este «salvador»? Conduce a la conversión -crea el espacio y la posibilidad de arrepentirse, de volver a empezar. Y da el perdón de los pecados- nos introduce en la relación justa con Dios.

Esta breve catequesis de Pedro no valía sólo para el Sanedrín. Ella nos habla a todos nosotros. Puesto que Jesús, el Resucitado, vive también hoy. Y para todas las generaciones, para todos los hombres Él es la «cabeza» que precede sobre el camino y el «salvador» que vuelve justa nuestra vida. Las dos palabras «conversión» y «perdón de los pecados», que corresponden a los títulos de Cristo «cabeza» y «salvador», son las palabras-clave de la catequesis de Pedro, palabras que en esta hora quieren alcanzar nuestro corazón. El camino que debemos hacer -el camino que Jesús nos indica, se llama «conversión»: Pero ¿qué es? ¿Qué es necesario hacer? En cada vida la conversión tiene su forma propia, ya que cada hombre es algo nuevo y ninguno es únicamente una copia de otro. Pero en el curso de la historia de la cristiandad el Señor nos ha mandado modelos de conversión, mirando los cuales podemos encontrar orientación. Podremos por eso mirar a Pedro mismo, al cual el Señor en el cenáculo había dicho: «Tú, una vez arrepentido, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). Podremos mirar a Pablo como a un gran converso. La ciudad de Pavía habla de uno de los más grandes conversos de la historia de la Iglesia: San Aurelio Agustín. Murió el 28 de agosto del 430 en la ciudad portuaria de Hipona, entonces rodeada y asediada por los vándalos. Después de bastante confusión de una historia agitada, el rey de los longobardos adquirió sus restos para la ciudad de Pavía, de manera que ahora pertenecen en modo particular a esta ciudad y en ella y desde ella habla a todos nosotros de una manera especial.

En su libro «Las Confesiones», Agustín ha ilustrado en modo conmovedor el camino de su conversión, que con el Bautismo que le administró el Obispo Ambrosio en la catedral de Milán había alcanzado su meta. Quien lee Las Confesiones puede compartir el camino que Agustín en larga lucha interior debió recorrer para recibir finalmente, en la noche de Pascua del 387, en la fuente baustisimal el Sacramento que selló el gran giro de su vida. Siguiendo atentamente el curso de la vida de San Agustín, se puede ver que la conversión no fue un envento de un único momento, sino precisamente un camino. Y se puede ver que en la fuente bautismal este camino no había terminado aún. Como antes del Bautismo, así también después de él la vida de Agustín permaneció, con todo en modo distinto, un camino de conversión – hasta su última enfermedad, cuando hace poner en la pared los Salmos penitenciales para tenerlos siempre ante los ojos; cuando se autoexcluye de recibir la Eucaristía para volver a recorrer una vez más la vía de la penitnecia y recibir la salvación de las manos de Cristo, como don de la misericordia de Dios. Así podemos hablar de las «conversiones» de Agustín que, de hecho, han sido una única gran conversión en la búsqueda del Rostro de Cristo y después en el caminar junto con Él.

Quisiera hablar de tres grandes etapas en este camino de conversión, de tres «conversiones». La primera conversión fundamental fue el camino interior hacia el cristianismo, hacia el «sí» de la fe y del Bautismo. ¿Cuál fue el aspecto esencial de este camino? Agustín, de una parte, era hijo de su tiempo, condicionado profundamente por los hábitos y las pasiones dominantes en él, como también por todas las preguntas y problemas de un joven. Vivía como todos los otros, y sin embargo había en él algo de particular: él permanece siempre como una persona en búsqueda. No se contentó nunca con la vida así como se presentaba y como todos la vivían. Estaba siempre atormentado por la cuestión de la verdad. Quería encontrar la verdad. Quería conseguir saber la qué es el hombre; de dónde proviene el mundo; de dónde venimos nosotros mismos, a dónde vamos y cómo podemos encontrar la vida verdadera. Quería encontrar la recta vía y no simplemente vivir ciegamente sin sentido y sin meta. La pasión por la verdad y la verdadera palabra-clave de su vida. Y hay aún una pecularidad. Todo lo que no llevaba el nombre de Cristo, no le bastaba. El amor por este nombre – nos dice – lo había bebido con la leche materna (cfr Confesiones 3,4,8). Y siempre había creído – a veces más bien vagamente, a veces más claramente – que Dios existe y que Él cuida de nosotros. Pero conocer verdaderamente a este Dios y familiarizarse de verdad con aquel Jesucristo y llegar a decirle «sí» con todas las consecuencias – esta era la lucha interior de sus años jóvenes. Nos cuenta que, por medio de la filosofía platónica, había aprendido y reconocido que «en el principio era el Verbo» – el Logos, la razón creadora. Pero la filosofía no le indicaba ninguna vía para alcanzarlo; este Logos permanecía lejano e intangibile. Sólo en la fe de la Iglesia encontró después la segunda verdad esencial: el Verbo se hizo carne. Y así Él nos toca, nosotros lo tocamos. A la humildad de la encarnación de Dios debe corresponder la humildad de nuestra fe, que depone la soberbia sabelotodo y se inclina entrando a formar parte de la comunidad del cuerpo de Cristo; que vive con la Iglesia y sólo así entra en la comunión concreta, más bien corpórea, con el Dios viviente. No debo decir cuánto nos concierne a nosotros: permanecer personas que buscan, que no se contentan con lo que todos dicen y hacen. No separar la mirada del Dios eterno y de Jesucristo. Aprender siempre de nuevo la humildad de la fe en la Iglesia corporal de Jesucristo.

Su segunda conversión nos la describe Agustín al final del segundo libro de sus Confesiones con las palabras: «Oprimido por mis pecados y por el peso de mi miseria, había lanzado en mi corazón y meditado una fuga en la soledad. Tú, sin embargo, me lo impediste, confortándome con estas palabras: «Cristo ha muerto por todos, para que aquellos que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que que ha muerto por todos»» (2 Corintios 5,15; Confesiones 10,43,70). ¿Qué había sucedido? Después de su Bautismo, Agustín se había decidido a volver a África y allí había fundado, junto con sus amigos, un pequeño monasterio. Ahora su vida debía estar dedicada totalmente al coloquio con Dios y a la reflexión y contemplación de la belleza y de la verdad de su Palabra. Así pasó tres años felices, en los cuales creía que había llegado a la meta de su vida; en aquel periodo nace una serie de preciosas obras filosóficas. En el 391 fue a encotrar en la ciudad portuario de Hipona a un amigo, al que quería conquistar para la vida monástica. Pero en la liturgia dominical, de la cual participó en la catedral, fue reconocido. El Obispo de la ciudad, un hombre de origen griego, que no hablaba bien el latín y se fatigaba predicando, en su homilía sin venir al caso dice que tenía la intención de elegir a un sacerdote al cual confiar también la tarea de la predicación. Inmediatamente la gente agarró a Agustín y lo llevó a la fuerza hacia delante, para que fuese consagrado sacerdote al servicio de la ciudad. Poco después de esta consagración forzada, Agustín escribe al Obispo Valerio: «Me sentí como uno que no sabe tener el remo y al cual, sin embargo, le es asignado el segundo puesto en el timón… Y de aquí derivaban aquellas lágrimas que algunos hermanos me vieron derramar en la ciudad al tiempo de mi ordenación» (cfr Epístola 21,1s). El bello sueño de la vida contemplativa se había desvanecido, la vida de Agustín le resultaba fundamentalmente cambiada. Ahora debía vivir con Cristo para todos. Debía traducir sus conocimientos y sus pensamientos sublimes al pensamiento y al lenguaje de la gente sencilla de su ciudad. La gran obra filosófica de toda una vida, que había soñado, quedó sin escribir. En su lugar nos viene dada una cosa más preciosa: el Evangelio traducido en el lenguaje de la vida cotidiana. Lo que ahora constituía su cotidianeidad, lo ha descrito así: «Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los opositores… estimular a los negligentes, frenar a los pendencieros, ayudar a los necesitados, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos, tolerar a los malos y amar a todos» (cfr Sermón 340, 3). «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todosi – es una ingente carga, un gran peso, una enorme fatiga» (Sermón 339, 4). Esta fue la segunda conversión que este hombre, luchando y sufriendo, debió realizar continuamente: siempre estar de nuevo allí para todos; siempre de nuevo, junto con Cristo, dar la propia vida, a fin de que otros pudieran encontrar en Él la verdadera Vida.

Hay todavía una tercera etapa decisiva en el camino de conversión de san Agustín. Después de su ordenación sacerdotal, había pedido un periodo de vacaciones para poder estudiar más a fondo las Sagradas Escrituras. Su primer ciclo de homilías, después de esta pausa de reflexión, consideró el Sermón de la montaña; allí explicaba la vía de la recta vida, «de la vida perfecta», indicada de modo nuevo por Cristo –la presentaba como una peregrinación hacia el monte santo de la Palabra de Dios. En estas homilías se puede percibir aún todo el entusaismo de la fe apenas encontrada y vista: la firme convicción de que el bautizado, viviendo totalmente según el mensaje de Cristo, puede ser, precisamente, «perfecto». Alrededor de veinte años depués, Agustín escribió un libro titulado Las Retractaciones, en el cual pasa revista de modo crítico a sus obras hasta aquel momento, aportando correcciones donde, en el entre tanto, había aprendido cosas nuevas. Respecto al ideal de la perfección en sus homilías sobre el Sermón de la montaña anota: «En el entre tanto he comprendido que uno sólo es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la montaña han sido totalmente realizadas en uno solo: en Jesucristo mismo. Toda la Iglesia por el contrario – todos nosotros, incluidos los Apóstoles – debemos rogar todos los días: perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden» (cfr Retractaciones I 19,1-3). Agustín había aprendido un último grado de humildad – no sólo la humildad de introducir su gran pensamiento en la fe de la Iglesia, no sólo la humildad de traducir sus grandes conocimientos en la simplicidad del anuncio, sino también la humildad de reconocer que a él mismo y a la entera Iglesia peregrina era continuamente necesaria la bondad misericordiosa de un Dios que perdona; y nosotros – añadía – nos volvemos semejantes a Cristo, el Perfecto, en la medida más grande posible, cuando nos volvemos como Él personas de misericordia.

En esta hora agradecemos a Dios por la gran luz que se irradia de la sabiduría y de la humildad de san Agustín y pedimos al Señor para que dé a todos nosotros, día tras día, la conversión necesaria y así nos conduzca hacia la verdadera vida. Amén.

(original en italiano; traducción mía)

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La Virgen matamoros de Scicli

Posted by El pescador en 27 agosto 2007

Del vaticanista Luigi Accattoli

(original en italiano; traducción mía)

En Scicli [Sicilia] en la iglesia matriz de San Ignacio te muestran una estatua en madera y cartón piedra de la Virgen a caballo, con espada y coraza, llamada “Virgen de los Ejércitos”, que en la llanura de la actual Donnalucata (los árabes la llamaban Ainlu Kat) habría combatido al lado de Rogelio II determinando la victoria sobre los sarracenos del emir Belcane (1091): el caballo blanco de la Virgen aplasta a un árabe y a un negro y parece que sea una imagen única en el mundo, parangonable al Santiago “matamoros” [sic] de España. Un cicerone tuerto y sordo narra la leyenda, muestra la estatua, describe la fiesta de la “Turca de María de los Ejércitos” que tiene lugar el sábado que precede quince días a la Pascua. Yo imagino entender aquello que dice y murmuro “bella” –en dirección a la estatua– y él, que me lee los labios, está feliz de la palabra y de la propina con que lo despido. Aquella Virgen con la espada me desencadena todos los sentimientos, hablo de ello con la titular del bed and breakfast “Giardino a mare” donde me alojo en Donnalucata, Maria Luisa Cannata, que me cuenta cómo fue su huésped un día el islamólogo vaticano Maurice Bormans (ya director del Pisai [Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos]), con el cual se doctoró en lengua árabe una hija suya: el estudioso ha visto la estatua y ha dicho que se trata de una “imagen única en el mundo”.

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En Tor Tre Teste ha nacido una iglesia bellísima. Pero desmemoriada y muda

Posted by El pescador en 26 agosto 2007

(original en italiano; traducción mía)

El papa de visita en la nueva iglesia construida en Roma por Richard Meier. Hecha sólo de paredes desnudas, incapaces de narrar la fe cristiana. Pietro De Marco la compara con la catedral de Monreale y dice cómo hacerla revivir

de Sandro Magister

ROMA, 24 marzo 2006 – La foto que ilustra la entrada es de una iglesia novísima en la periferia de Roma, en la localidad de Tor Tre Teste. La ha ideado y construído uno de los arquitectos más renombrados en el mundo, el judío americano Richard Meier, con ocasión del Año Santo del 2000. Está dedicada a Dios Padre Misericordioso.

El domingo 26 marzo Benedicto XVI visitará esta iglesia y celebrará allí la Misa. Será su segunda visita a una parroquia romana desde que es Papa.

La nueva iglesia es considerada una obra maestra de la arquitectura religiosa contemporánea y es meta de numerosos visitantes y turistas.

A estos se les dice que tiene la forma de una barca: la barca de la Iglesia con el sucesor de Pedro al timón.

Se explica que las tres velas de cemento pulido y blanquísimo simbolizan la Trinidad, y que la vela más grande indica la protección de Dios sobre su pueblo.

Se les hace notar que un rayo de sol, al atardecer, ilumina el crucifijo puesto sobre el altar.

Pero precisamente, todo esto debe ser dicho y explicado. Porque la Iglesia está desnuda y despojada y taciturna, tanto fuera como dentro. Ha sido pensada así, en homenaje a aquella ausencia de imágenes que es el dogma de tanta arquitectura sagrada moderna.

El mismo crucifijo que está encima del altar –un bello crucifijo del Seiscientos de madera y cartón– han debido tomarlo y llevarlo allí de otra iglesia de la periferia romana.

En otro ángulo ha sido colocada provisionalmente una Virgencita blanca y azul sobre una columnita de plástico.

Pequeños signos –estos últimos– de la voluntad de rellenar un vacío advertido como insostenibile.

Hay de hecho algo que chirría entre la desnudez de estas paredes con todo geométricamente encantadoras y la desbordante riqueza de imágenes que distingue a dos millones de arte cristiano.

A través de estas imágenes la fe cristiana ha hablado a las gentes y ha sido transmitida de generación en generación. El improviso mutismo del arte religioso moderna es cuestión seria que embiste en primer lugar a la Iglesia.

La cual es consciente de ello, en sus mentes más advertidas.

Es consciente de ello el Papa Joseph Ratzinger, como se deriva de tantas páginas suyas sobre el arte cristiano escritas como teólogo y cardinal.

Es consciente de ello la conferencia episcopal italiana, cuando promueve –como parte de su “proyecto cultural”– una historia-catequesis del arte cristiano en Italia en tres espléndidos, ilustradísimos volúmenes editados por Timothy Verdon, el primero de los cuales está ya en librerías, editado por ediciones San Paolo.

Hay un abismo entre las desnudas paredes de la iglesia de Meier y, por ejemplo, los más de 6.000 metros cuadrados de mosaicos que revisten la catedral de Monreale, en Sicilia –obra maestra del arte normando del siglo XII– con las historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, los ángeles y los santos, los profetas y los apóstoles, los obispos y los reyes, y el Cristo “Pantocrátor”, gobernador de todo, gobernante de todo, que desde el ábside envuelve al pueblo cristiano con su luz, su mirada, su potencia.

La comparación entre estos dos modelos antitéticos –la catedral de Monreale y la iglesia de Meier– es una comparación también entre dos teologías y entre dos tipos de presencia cristiana en el mundo.

Es cuanto hace Pietro De Marco en la nota que sigue. De Marco es profesore de sociología de la religión en la Universidad de Florencia y en la Faculta Teológica de la Italia Central.

Para una iglesia habitable por la “Civitas Dei” de Pietro De Marco
He vuelto a ver la catedral de Monreale. Sucede de encontrarse aturdidos ante una aparición tan total e inesperada. Lo he vuelto a ver con ojos nuevos, en la unidad de su implantación de la construcción y del manto de mosaicos que lo reviste; arquitectura e icono, símbolos que abren al otro de aquellos muros y de aquellas imágenes, representación de la Ciudad de Dios.

Lo que aparece a la comunidad reunida en aquella catedral es, de hecho, una manifestación, de la “Civitas Dei” como subsiste en el coro de los ángeles, en la soberanía del Resucitado, en los santos y contemporáneamente en el conjunto de los hombres en camino de salvación sobre la tierra, que se miran al espejo en la historia sagrada que aquí invade las paredes: así como en el “De Civitate Dei” de san Agustín la historia bíblica constituye la trama de la dramática narración de la historia del mundo.

Para el fiel, volver los pasos hacia la catedral es acceder es acceder al monte Sión. Dice la Carta a los Hebreos 12,22-24: “Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel”.

El estar en la catedral es auténtica contemplación de la Jerusalén del cielo, es participación por imagen en Ciudad de Dios El concreto espacio del edificio y el enorme mosaico en el cual se despliega la noticia del saber saludable son la presencia adiestrante del misterio. Y están a un tiempo, en aquel pueblo reunido, la evidencia de las “duae civitates”: alargada al cielo o ya celeste la Ciudad de Dios; no abierta al cielo la ciudad “carnal” que se opone a Dios.

* * *

Dando vueltas a estas cosas, me pareció comprender mejor una tenaz desconfianza mía por la pureza anicónica, privada de imágenes, de los interiores de las iglesias contemporáneas, de alta o de modestísima arquitectura, católicas y no católicas o de uso mixto, como sucede frecuentemente en el norte de Europa.

La pared blanca, en un espacio sagrado, actúa como un espejo vacío, más bien como una pantalla blanca para los fantasmas y las pasiones del alma. Las historias, las imágenes que se proyectan allí están al arbitrio de la propia singularísima vida. Cierto, sucede algo parecido también ante la imagen sagrada, ante la estatua del Sagrado Corazón, ante las lágrimas de María, sin embargo en modos completa y absolutamente distintos. Las imágenes sagradas acogen y absorben el movimiento, la irradiación de nuestra alma; allí se sustituye y viene al encuentro del alma como el Otro salvador, como mundo sagrado y rico en sentido que rompe el círculo del egoísmo.

Inmersa, en cambio, en la blancura sin imágenes el alma no sale verdaderamente de sí, a no ser en la eventual forma de una quietud de saturación estática, peligrosamente al límite de la ausencia de religión. Estas paredes que parecen vehículo de transcendencia, porque así ilusoriamente próximas al Dios que no se puede describir, son más bien impenetrables a la transcendencia justamente porque están vacías y privadas de formas. Al Dios de las grandes fes nos aproximamos sólo recorriendo las huellas, los signos, los saberes que nos han sido revelados y dados, y sin los cuales la fe se extravía.

Pero hay en el complejo de figuras de Monreale, dominado por el gesto adiestrante del Cristo “Pantocrátor”, gobernante de todo, algo que me urge subrayar más. Sin icono de la historia de la salvación y de la Jerusalén del cielo el espacio de la iglesia, de cada iglesia cristiana, no pierde sólo y genéricamente sacralidad. Pierde su habitabilidad para el pueblo cristiano.

También en quién sea no sabedor de tal ciudadanía es trasladado un saber efectivo, en cierto modo experimental, por el solo hecho de sumergirse en el vértigo arquitectónico-figurativo de una iglesia. Vértigo del interior, del cielo y de la tierra.

El arzobispo de Monreale, Cataldo Naro, ha recordado en su reciente carta pastoral la visita del gran teólogo alemán Romano Guardini a aquella catedral, en la Semana Santa de 1.929. Habíamos perdido –percibía Guardini pensando en el cristianismo nórdico– un modo esencial de la participación orante, el que “se desarrolla mirando”, un modo que por el contrario “allí atodavía había” en los fieles reunidos para la liturgia del Sábado Santo: “la capacidad de vivir- en la-mirada, de estar en la visión, de acoger lo sagrado por la forma y por el evento, contemplando”.

No, pues, salto en la oscuridad, desesperada y no bíblica metáfora de la fe. Sino salto en la luz, y memoria y camino a la Luz. Orante entre otros hombres, tomado en la acción litúrgica y en el divino aparato de las imágenes por las cuales me son presentes el primer Adán y el segundo, Cristo, los mártires y los bienaventurados, me descubro miembro de la “Civitas Dei” toda, yo soy ya y no todavía hombre, más bien ciudadano, celeste.

La verdad misma de la vida ultraterrena –que no es seguro nuestra reunión con el alma del mundo– recibe una particular luminosidad al verla contigua con las formas de la existencia de los peregrinos sobre la tierra. El relativo ocaso, en el último siglo, de esta apertura del alma a la “civitas” de los ángeles y de los bienaventurados no debe hacer olvidar que tal cuerpo terreno-celeste de la iglesia es un horizonte vital de la espiritualidad y devoción católica. El arte de las iglesias –que en esto ha alcanzado su grado excelso en la edad barroca– expresa la vertiginosa continudad de la única “civitas” donde muertos y vivientes, santos y pecadores, coexisten en armonía entre el tiempo que nos devora y la eternidad feliz.

* * *

Este saber de la divina ciudadanía es esencial al saberse cristianos. De tal saber, sin embargo, si la impura presencia de imágenes de las iglesias católicas y ortodoxas es vehículo y confirmación viviente, la impura ausencia de imágenes es negación.

Por eso deberemos desconfiar de los desnudos espacios de oración común y culto, en los cuales aparece quizá sólo una cruz y sin la imagen del Hijo. El alma no resposa en sí misma. El anuncio cristiano dice algo distinto: “Cor quiescit in Te”, el corazón reposa en Dios, escribe Agustín; un Dios de palabras y actos, de formas y figuras, que edifica un pueblo y traza visibles recorridos de gracia. La pared blanca vacía los saberes de la fe, mientras son en realidad de imágenes, y no vacíos, los mismos signos religiosos del judaísmo y del islam.

La visita a la prestigiosa iglesia del Padre Misericordioso construída por el arquitecto Richard Meier en Roma Tor Tre Teste impone una reflexión crítica sobre la inteligencia eclesiástica y laica, no sólo italiana, que alimenta el gusto dominante por el empobrecimiento en imágenes de los espacios sagrados.

Pertenece a la misma deriva intelectual la evidencia que la iglesia de Meier es considerada como cualquier espacio eclesiástico bello, destinado a cultivadores y turistas, tendencialmente desacralizado hasta la celebración litúrgica, como si antes y después de la celebración eso fuese un espacio neutro.

No es, de todas formas, la calidad arquitectónica lo que causa el problema, aunque es legítima la polémica de grandes arquitectos contra la mediocre locura de tanta arquitectura contemporánea de iglesia. La iglesia de Meier es formalmente bella. Pero esta condición no es ni necesaria ni suficiente para una iglesia habitable por la “Civitas Dei”.

Insisto: los signos visibles del uso sagrado, catequético y ritual son para ratificar la transparencia del objeto arquitectónico hacia la Jerusalén celeste y a abrir el lugar a la fe del creyente. Para el disfrute sagrado de un espacio no es decisiva la estructura de los muros, sino el adorno decorativo e iconográfico –del cual Monreale es paradigma– y el equipamiento funcional: vasos sagrados, vestidos, cada uno de los otros objetos dedicados al rito.

Estos signos, en la iglesia de Meier y en otros iglesias modernas, así como en mucha arquitectura románica “limpiada” por las restauraciones del siglo XX, están demasiado ausentes o apartados. En la iglesia del Padre Misericordioso el altar no aparece como altar, sino análogo a tantos otros elementos desacralizados, puesto que es un monolito de travertino sin signos que lo identifiquen, ni una cruz, un mantel, un facistol, en suma sin traza de aquello a lo que está destinado: un objeto disponible. Mientras su celosa delimitación convierte el objeto sagrados no más disponible para otra cosa.

Cada iglesia semejante volverá a ser espacio sagrado si la “plebs sancta”, el pueblo de los fieles, tiene el valor de romper el encanto perferso del interior blanco, vacío, espiritualista más que espiritual, evertiendo destructivamente “feas” estatuas del Sagrado Corazón, una gruta de Lourdes, una gran imagen del padre Pío, una teca con un cuerpo de cera de un santo, exvotos, las velas y un Via Crucis; en definitiva aquello que hay en cada iglesia que no haya sido desnudada por el purismo del párroco y feligreses, o de cualquier despacho de curia.

La sagrada presencia de imágenes, mejor si realizada en maneras altas por manos de artista, debe poder ser rozado, tocado, si se atreve a hacerlo. Sólo si la iglesia de Meier aguanta la irrupción de la sagrada presencia ordinaria de imágenes, para lo cual yo puedo hablar allí, íntima y desvergonzadamente, con la presencia también artísticamente innegable del Dios con nosotros, sólo entonces será una iglesia en la cual podrá detenerse no desarraigada la “Civitas Dei” terrena.

Subrayo lo de “no desarraigada”. Contra la tesis de los teólogos anicónicos (sin presencia de imágenes) para quienes el desarraigo está en el mismo itinerario de fe.

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«Semana Santa en Monreale», por Romano Guardini

Posted by El pescador en 25 agosto 2007

(original en italiano; traducción mía)

 

Una extraordinaria lección de liturgia en vivo, escrita por el teólogo que fue maestro de Joseph Ratzinger. En una página por primera vez traducida del original alemán

de Sandro Magister

ROMA, 12 abril 2006 – Mientras en Roma, en la basílica de San Pedro, Benedicto XVI celebra su primera semana santa como papa, en otra antigua y grandiosa basílica, la de Monreale en Sicilia, los ritos pascuales tienen una “guía” idealmente muy cercana: la de Romano Guardini, el teólogo alemán del cual el joven Joseph Ratzinger más aprendió en tema de liturgia.

Guardini visitó la basílica de Monreale en 1.929 y lo contó en su “Viaje a Sicilia”.

La visitó en los días de la Semana Santa: el jueves durante la Misa crismal y el sábado, durante la vigilia que en la época se celebraba por la mañana.
El actual arzobispo de Monreale, Cataldo Naro, ha retomado aquella narración de Guardini del original alemán, lo ha traducido y lo ha vuelto a proponer a los fieles al interior de una carta pastoral de título “Amamos nuestra Iglesia”. Como para hacer de guía de las celebraciones litúrgicas de hoy.

En aquella página, el gran teólogo alemán escribió todo su estupor por la belleza de la basílica de Monreale y el esplendor de sus mosaicos.

Pero sobre todo escribió que ha sido impresionado por los fieles que asistían al rito, por su “vivir-en la-mirada”, por la “compenetración” entre este pueblo y las figuras de los mosaicos, que por eso cobraban vida y movimiento.

“Le pareció –nota el arzobispo Naro en la carta pastoral– que aquel pueblo experimentó un modo ejemplar de celebrar la liturgia: con la visión”.

La basílica di Monreale, obra maestra del arte normando del siglo XII, tiene las paredes enteramente revestidas de mosaicos con fondo de oro con las historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, los ángeles y los santos, los profetas y los apóstoles, los obispos y los reyes, y el Cristo “Pantocrator”, gobernante de todo, que desde el ábside envuelve al pueblo cristiano con su luz, su mirada, su potencia.

He aquí a continuación la narración de la visita de Guardini a Monreale traducido de su “Reise nach Sizilien [Viaje a Sicilia]”.

El original alemán esta en R. Guardini, “Spiegel und Gleichnis. Bilder und Gedanken [Espejo y palabra. Imágenes y pensamientos]”, Grünewald-Schöningh, Mainz-Paderbon, 1990, pp. 158-161.

“Entonces se me hace claro cuál es el fundamento de una verdadera piedad litúrgica…” de Romano Guardini

Hoy he visto algo grandioso: Monreale. Estoy rebosante de un sentido de gratitud por su existencia. La jornada era lluviosa. Cuando llegamos –era jueves santo– la misa solemne estaba más allá de la consagración. El arzobispo para la bendición de los óleos sagrados estaba sentado sobre un sitio elevado bajo el arco triunfal del coro. El amplio espacio estaba abarrotado. Por todas partes las personas estaban sentadas en sus sillas, silenciosas, y miraban.

¿Qué debería decir del esplendor de este lugar? Primeramente la mirada del visitante ve una basílica de proporciones armoniosas. Después percibe un movimento en su estructura, y esta se enriquece con cualquier cosa nueva, un deseo de transcendencia la atraviesa hasta traspasarla; pero todo esto avanza hasta culminar en aquella espléndida luminosidad.

Un breve instante histórico, por tanto. No sigue mucho rato, le sucede algo del completamente Otro. Pero este instante, aunque breve, es de una inefable belleza.

Oro sobre todas las paredes. Figuras sobre figuras, en todas las veces y en todas las arcadas. Salen del fondo áureo como de un cosmos. Del oro irrumpen por todas partes colores que tienen en sí algo de radiante.

Sin embargo la luz estaba atenuada. El oro dormía, y todos los colores dormían. Se veía que estaban ahí y esperaban. ¡Y qué serían si refulgiesen en su esplendor! Sólo aquí o allí un borde brillaba, y un aura claroscura se untaba sobre el manto azul de la figura de Cristo en el ábside.

Cuando llevaron los óleos sagrados a la sacristía, mientras la procesión, acompañada por la insistente melodía del antiguo himno, se desataba a través de aquella muchedumbre de figuras de la catedral, ésta se reanimó.

Sus formas se movieron. Entrando en relación con las personas que avanzaban con solemnidad, en el rozarse de los vestidos y de los colores en las paredes y en las arcadas, los espacios se pusieron en movimiento. Los espacios vinieron al encuentro de los oídos tensos en escucha y a los ojos en contemplación.

La multitud estaba sentada y miraba. Las mujeres llevaban el velo. En sus vestidos y en sus telas los colores esperaban el sol para poder resplandecer. Los rostros acusados de los hombres eran bellos. Casi nadie leía. Todos vivían en la mirada, todos estaban extendidos para contemplar.

Entonces se me hace claro cuál es el fundamento de una verdadera piedad litúrgica: la capacidad de entender el “santo” en la imagen y en su dinamismo

* * *

Monreale, sábado santo. A nuestra llegada la ceremonia sagrada estaba en la bendicion del cirio pascual. Inmediatamente después el diácono avanzó solemnemente a lo largo de la nave principal y llevó el Lumen Christi.

El Exsultet fue cantado delante del altar mayor. El obispo estaba sentado sobre su trono de piedra elevado a la derecha del altar y escuchaba. Siguieron las lecturas tratadas por los profetas, y allí volví a encontrar el significado sublime de aquellas imágenes de mosaico.

Después la bendición del agua bautismal en medio de la iglesia. En torno a la fuente estaban sentados todos los asistentes, en el centro el obispo, la gente estaba alrededor. Llevaron a los niños, se notaba el orgullo impresionado de sus padres, y el obispo los bautizó.

Todo era cosa familiar. La conducta del pueblo era al mismo tiempo desenvuelta y devota, y cuando uno hablaba al vecino, no molestaba. De este modo la sagrada ceremonia continuó su curso. Se desplegaba un poco en toda la gran iglesia: ora se desarrollaba en el coro, ora en las naves, ora bajo el arco triunfal. La amplitud y la majestad del lugar abrazaban cada movimiento y cada figura, allí hicieron recíprocamente compenetrar hasta unirse.

De tanto en tanto un rayo de sol penetraba en la bóveda, y entonces una sonrisa áurea invadía cada ángulo, era conducido a su verdadera fuerza y asumido en una trama armoniosa que colmaba el corazón de felicidad.

La cosa más bella sin embargo era el pueblo. Las mujeres con sus pañuelos, los hombres con sus capas sobre los hombros. Por todas partes rostros acentuados y un comportamiento sereno. Casi ninguno que leía, casi ninguno agachado para rezar solo. Todos miraban.

La sagrada ceremonia se prolongó durante más de cuatro horas, sin embargo siempre hubo una viva participación. Hubo modos diversos de participación orante. Uno se realiza escuchando, hablando, gesticulando. Otro por el contrario se desarrolla mirando. El primero es bueno, y nosotros los del Norte de Europa no conocemos otro. Pero hemos perdido algo que en Monreale todavía existía: la capacidad de vivir-en la-mirada, de estar en la visión, de acoger lo sagrado por la forma y por el evento, contemplando.

Yo ya estaba para irme, cuando de improviso hojeo aquellos ojos vueltos a mí. Casi horrorizado aparto la mirada, como si experimentase pudor de escrutar en aquellos ojos que habían sido ya abiertos sobre el altar.

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ONU y Unión Europea tienen su enfant terrible en Roma

Posted by El pescador en 24 agosto 2007

Para entender por qué el diario más leído en las cancillerías del mundo, The economist, arremete contra la presencia del Vaticano en la ONU, y en general contra la diplomacia vaticana, como denuncia Sandro Magister: Misión imposible: expulsar a la Santa Sede de la ONU.

Traduzco un artículo suyo anterior sobre el tema:

ONU Y UNIÓN EUROPEA TIENEN SU ENFANT TERRIBLE EN ROMA

(original en italiano; traducción mía)

La ideología anticatólica de las dos organizaciones internacionales tiene un nombre: “derechos reproductivos”. Un libro la pone al desnudo. En contra de ella el Vaticano guía la resistencia

de Sandro Magister

ROMA, 7 julio 2005 – Al final de junio la Organización de las Naciones Unidas ha cumplido los sesenta años. Pero la administración de George W. Bush lo ha festejado a su manera: le ha negado por cuarto año consecutivo los 34 millones de dólares dados en preferencia al UNFPA, el Fondo de la ONU para la Población.

Motivo: las políticas antinatalistas que el UNFPA financia en China, para sostener la esterilización femenina y masculina y el aborto forzado de los hijos minusválidos o que sean excesivos. Los 34 millones de dólares así ahorrados los empleará la administración Bush en programas de asistencia médica a mujeres y niños pobres, y en la lucha contra el tráfico sexual en Asia.

En los mismos días, la ONU ha reunido para una audición frente a la Asamblea General una representación de las 13.000 ONG conectadas a ella. Pero entre las 200 ONG seleccionadas no había ninguna pro-vida y pro-familia. Había por el contrario las más activas en el frente antinatalista, entre las cuales la International Planned Parenthood Federation, IPPF, y la Women’s Environment and Development Organization, WEDO. Esta última ha hecho circular una moción contra los “fundamentalismos culturales y religiosos” que obstaculizan los “derechos reproductivos”.

Siempre en los mismos días, al otro lado del Atlántico, el parlamento de la Unión Europea ha aprobado con 360 votos a favor, 272 contrarios y 20 abstenciones una “Resolución sobre la protección de las minorías y las políticas contra la discrimianción”. En ella, la libertad religiosa es señalada como una potencial amenaza contra la “libre circulación en la Unión Europea de las parejas homosexuales casadas o legalmente reconocidas”. A favor de la resolución ha votado también el diputado Vittorio Prodi, hermano de Romano Prodi, católico progresista, jefe del gobierno italiano de 1996 a 1998 y presidente de la Comisión Europea de 1999 a 2004.

En 2002, con Prodi presidente, la Comisión Europea hizo frente a la decisión de Bush de retirar la financiación de los EE.UU. al UNFPA suministrando una suma casi idéntica, 32 millones de euros, al mismo UNFPA y al IPPF.

La Santa Sede tiene representantes propios tanto ante la UE como ante la ONU. En el Palacio de Cristal goza de un status de observador permanente, confirmado y ratificado por una resolución del 1 de julio de 2004. Pero en ninguna de estas dos grandes organizaciones internacionales tiene una vida fácil.

Más bien, la Iglesia católica es tratada allí a menudo como el enemigo número uno. Lo es en cuanto religión monoteísta, y como tal considerada generadora de intolerancia. Y lo es sobre todo en cuanto antagonista –junto a la actual administración americana– de aquella filosofía de los “derechos reproductivos” que es la palabra indiscutible de la ONU y de la UE en materia de familia y procreación.

* * *

En Italia ha salido un libro que muestra por primera vez de modo directo y documentado esta aversión anticatólica de la ONU y de la UE. El título es explícito: “Contro il cristianesimo. L’ONU e l’Unione Europea come nuova ideologia” [Contra el cristianismo. La ONU y la Unión Europea como nueva ideología]. Las autoras son Eugenia Roccella y Lucetta Scaraffia. La primera, no católica, ha sido exponente del relevo de los movimientos feministas, la segunda enseña historia contemporánea en la Universidad de Roma La Sapienza. Assuntina Morresi ha estado al cargo del apéndice documental, con un capítulo dedicado a la historia del IPPF y otro a su fundadora Margaret Sanger (1.879-1.966).

En la introducción al volumen, Roccella y Scaraffia especifican las raíces de la nueva ideología en la “separación entre sexualidad y procreación”. En ello ven la eclosión “además de los confinamientos del aborto, en el retorno recurrente a la eugenesia”. Y concluyen:

“Más que de un modelo de comportamiento sexual diverso, pero conceptualmente análogo a aquellos que lo han precedido en la historia, se trata de una verdadera y propia utopía, porque se funda sobre la idea de que los seres humanos pueden encontrar la felicidad en la realización de los propios deseos sexuales, sin límites morales, biológicos, sociales y relaciones ligadas a la reproducción. Una utopía que tiene sus raíces en la revolución sexual occidental de los años sesenta, y que resulta todavía indiscutible aunque no parece haber mantenido sus promesas. Una utopía que se refleja en otra, de infausta memoria: que la selección de lo snuevos seres humanos pueda crear una humanidad mejor, más sana, más bella.

“La imposición de esta utopía a los países del Tercer Mundo parece constituir la finalidad principal de la actividad de muchas organizaciones internacionales, y condiciona ayudas financieras y relaciones diplomáticas.

“Al lado de esta se pone, es más, como el lógico complemento, la utopía irénica de quien cree que sólo la abolición de las religiones –sobre todo las monoteístas– pueda realizar para la humanidad el fin de los conflictos. Se trata de un pensamiento tan difuso y tan bien radicado que no se puede discutir fácilmente, sobre todo en las sedes internacionales. Y quien osa hacerlo, como la Iglesia católica, resulta criticado, penalizado y acusado de querer obstaculizar la construcción de un radiante futuro de armonía”.

* * *

El libro es para leerlo entero. Basta aquí referirse a algunos apuntes de particular interés:

– el debilitamiento en los años, a través de sucesivas variantes, de la carta de los derechos universales de 1948, donde por ejemplo el originario derecho de “cambiar de religión” se reduce a “tener o adoptar una religión” y al final, en 1981, sólo a “tener una religión”;

– la tesis de las organizaciones de la ONU según la cual la familia “representa la instititución por excelencia donde se define la subordinación fememina” y por tanto es acosada y tendenciosamente desguazada;

– la invención y la puesta por obra sobre una vasta escala de la fórmula “salud reproductiva”, según la cual “el derecho a la vida es reservado sólo a las mujeres, mientras una política de severa contención demográfica se opone al nacimiento de los hijos”;

– la detallada reconstrucción del sostenimiento dado por la ONU –y también por exponentes católicos– a “eventos y organismos interreligiosos dirigidos a sustituir las religiones tradicionales por una religión única, mundial, basada en la declaración de los derechos del hombre”;

– la decisión de la Santa Sede, anunciada en el 2.000, de suspender su propia contribución financiera a UNICEF, porque “trasformado de baluarte en defensa de los niños y de las madres en enésima agencia para el control de los nacimientos”;

– los repetidos ataques de las comisiones sobre derechos humanos del parlamento europeo, en sus relaciones anuales, contra la Iglesia católica acusada de “fundamentalismo” en cada campo, pero sobre todo en el sexual;

– la trama estrechísima, desde el primer Novecientos, entre antinatalismo y eugenesia, y la continuación de esta última bajo nuevos vestidos incluso bajo el descrédito obtenido con el nazismo;

– los casos ejemplares de Irán, China, India, Bangladesh, donde la pobreza y la ausencia de mecanismos democráticos consolidados han convertido a las mujeres en fáciles víctimas de experimentación de anticonceptivos peligrosos para la salud, de esterilizaciones en masa y abortos forzados;

– el presupuesto de las organizaciones de la ONU según el cual la oferta de aborto y contracepción es, en algún contexto, el primer elemento, es, en cualquier contexto, el primer elemento de emancipación para las mujeres y el único perseguido de hecho: como en Irán, donde los programas para el control de la fertilidad han tenido gran éxito pero las mujeres continúan estando sujetas a la opresión masculina;

– el impresionante contraste entre el empeño antinatalista difundido por las organizaciones internacionales en los países pobres y la misma cantidad de mujeres muertas en el parto en el último decenio, más de medio millón al año.

Escribe a este respecto Eugenia Roccella:

“Los datos confirman cómo los así llamados servicios a la salud reproductiva se han vuelto muchísimo a la prevención e interrupción de los embarazos no deseados, pero poquísimo a los cuidados para los embarazos deseados. El modo principal con el cual se intenta reducir la mortalidad del parto es reducir, simplemente, el número de los partos, y aumentar el de los abortos”.

Y aún, a propósito, de los lenguajes adoptados en este campo por la ONU y la UE:

“En cada cita internacional se abre una lucha terminológica que a un observador ajeno podría aparecer incomprensible. Pero tras las diferencias semánticas se esconde el desencuentro sobre los conceptos. Por ejemplo, la desaparición de vocablos como madre y padre, en favor de definiciones privadas de caracterizaciones sexuales, como ‘proyecto parental’ o ‘genitorialidad’, y la misma sustitución de las palabras hombre y mujer por un término neutro, ‘género’, tienden a anular la diferencia sexual y la especificidad de los papeles de madre y padre.

“Hay un proyecto cultural muy difundido, y en parte ignorante, que aspira a librarse lo más posible del derecho natural, fundamento de los derechos humanos. Si no hay más un derecho natural inalienable que garantiza la igualdad de los seres humanos (por ejemplo en lo que respecta al derecho a la vida y a la libertad personal), todo se hace contratable u relativo. Rafael Salas, ex director del UNFPA, ha sostenido que las espantosas violaciones de los derechos humanos realizadas en China durante los años de la política del hijo único no eran tales para los chinos. Abortos forzados, abandono y asesinato de los neonatos, según Salas, eran métodos que ‘por sus normas culturales no eran del todo coercitivo’. Esto es relativismo ético: pero está claro que se trata de una concepción que lleva a la destrucción de la idea misma de los derechos humanos”.

* * *

Sobre el conflicto entre la Iglesia católica y la Unión Europea ha dicho algunas palabras el pasado 21 de junio el cardenal Camillo Ruini.

Las ha dicho presentando a un abundante público el último libro salido en Italia con la firma de Joseph Ratzinger, con su célebre conferencia sobre el cristianismo en Europa celebrada en Subiaco el pasado 1 de abril.

Ruini ha hecho notar que la Unión Europea “no tiene prácticamente poder en el campo de la política exterior, pero que quiere ejercerlo muchísimo en el campo ético. Varias resoluciones del parlamento comunitario se mueven en el sentido de una contestación de la predicación moral de la Iglesia sobre la familia y la vida sexual, invadiendo de manera hasta demasiado extensa el campo de las decisiones éticas de los países individuales”.
__________

El libro:
Eugenia Roccella, Lucetta Scaraffia, “Contro il cristianesimo. L’ONU e l’Unione Europea come nuova ideologia” [Contra el cristianismo. La ONU y la Unión Europea como nueva ideología], Piemme, Casale Monferrato, 2005, pp. 214, euro 11,50.

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Textos sobre el Espíritu Santo

Posted by El pescador en 23 agosto 2007

(original en francés; traducción mía)

Desde los Padres de la Iglesia a hoy en día, he aquí una selección de textos sobre el Espíritu Santo

«Por el pecado, entristecemos al Espíritu Santo»

El Espíritu, en la Escritura, no descansa sobre cualquier persona, sino solamente sobre los santos y dichosos. El Espíritu de Dios descansa sobre «aquellos que tienen el corazón puro» y sobre aquellos que purifican sus almas del pecado; al contrario Él no habita un cuerpo entregado al pecado, aunque haya habitado en un momento dado. El Espíritu Santo no puede sufrir ni comunidad ni repartición con el Espíritu del mal. Es cierto que en el momento del pecado, es el Espíritu del mal el que está en el alma del pecador y que desempeña un papel. Tan pronto como lo dejamos entrar y lo acogemos en nosotros por los malos pensamientos y malos deseos, el Espíritu Santo, lleno de tristeza y quedándose pequeño, si se me permite expresarme así, es despedido de nosotros. Por esto el Apóstol, sabiendo que las cosas pasan así, daba el consejo: «No pongáis triste al Espíritu Santo con el cual habéis sido marcados en el día de la Redención». Pues por el pecado entristecemos al Espíritu Santo; al contrario por una vida justa y santa, le preparamos en nosotros un descanso.

Orígenes (185-255)

¡Salva a los seres!

¡Oh fuego del Espíritu Paráclito, vida de la vida de toda criatura, Tú eres santo, tú que das vida a las formas!

Tú eres santo, tú que cubres de bálsamo las peligrosas fracturas; tú eres santo, tú que vendas las fétidas heridas.

¡Oh soplo de santidad, oh fuego de caridad, oh dulce sabor en los corazones, y lluvia en las almas, oloroso de virtudes!

¡Oh muy pura fuente donde se ve a Dios reunir a los extranjeros y buscar a los extraviados!

¡Oh coraza de la vida, esperanza de la unión de todas las personas, retrato de la belleza, salva a los seres!

¡Mira a aquellos que ha apresado el enemigo y libera a aquellos que están encadenados, aquellos que quiere salvar la divina potencia!

Santa Hildegarda Extracto de Homilía sobre los Números, en Sources chrétiennes

Hace falta invocar al Espíritu Santo

Por último, conviene rogar y pedir al Espíritu Santo, cuyo auxilio y protección todos necesitamos en extremo. Somos pobres, débiles, atribulados, inclinados al mal: luego recurramos a Él, fuente inexhausta de luz, de consuelo y de gracia. Sobre todo, debemos pedirle perdón de los pecados, que tan necesario nos es, puesto que es el Espíritu Santo don del Padre y del Hijo, y los pecadores son perdonados por medio del Espíritu Santo como por don de Dios(S. Th. III q.3, a.8 ad 3), lo cual se proclama expresamente en la liturgia cuando al Espíritu Santo le llama remisión de todos los pecados(In Miss. Rom. fer. 3 post Pent.).

Cuál sea la manera conveniente para invocarle, aprendámoslo de la Iglesia, que suplicante se vuelve al mismo Espíritu Santo y lo llama con los nombres más dulces de padre de los pobres, dador de los dones, luz de los corazones, consolador benéfico, huésped del alma, aura de refrigerio; y le suplica encarecidamente que limpie, sane y riegue nuestras mentes y nuestros corazones, y que conceda a todos los que en El confiamos el premio de la virtud, el feliz final de la vida presente, el perenne gozo en la futura. Ni cabe pensar que estas plegarias no sean escuchadas por aquel de quien leemos que ruega por nosotros con gemidos inefables(Romanos 8,26). En resumen, debemos suplicarle con confianza y constancia para que diariamente nos ilustre más y más con su luz y nos inflame con su caridad, disponiéndonos así por la fe y por el amor a que trabajemos con denuedo por adquirir los premios eternos, puesto que El es la prenda de nuestra heredad(Efesios 1,14).

Encíclica «Divinum Illud» (nº 15) de León XIII (9 mayo 1897)

Él está derramado por todo mi ser

Después de mis grandes desolaciones, no puedo dudar que el Espíritu de mi Maestro no habite en mí… Experimiento su conducción en el uso de mis facultades naturales, y hasta en la composición del cuerpo, que en otro tiempo estaba estropeada. Siento ahora este Espíritu que me compone y me dirige en mi puerto, mi paso e incluso mis palabras…

Desde que quiero ocuparme en escribir, siento que este divino Espíritu quiere conducir y reglar todos los movimientos de mi mano. Yo me presto y me doy a Él como un instrumento que no tiene punto de acción propia y personal… Él está derramado por todo mi ser, como si tuviera allí él el lugar de mi alma. Lo siento como una segunda alma que me anima y me lleva, y que se sirve de todo mi ser, como el alma dispone de los movimientos del cuerpo, pero con más dulzura y dominio. Últimamente una persona que toma gran cuidado de nosotros, hablándome de algoque había que hacer, yo le respondí ingenuamente: «Tengo una falta de firmeza que me impide hacer lo que quiero; no puedo más que lo que se me permite, y no puedo de ninguna manera liberarme de esta dependencia… »

Yo padezco el mismo cambio en relación con las facultades de mi alma y a los dones sobrenaturales. Para las tinieblas tan espesas, tengo ahora tantas luces; para la confusión de mi espíritu, tanta limpieza dentro de mis pensamientos; para mis tartamudeos precedentes, tanta libertad de hablar; para las sequedades desolantes que que yo experimentaba y que yo causaba a otros, tantos buenos efectos de la palabra; para esta maldita… ocupación de mí mismo, ¡tantos sentimientos de amor y de elevación hacia Dios! Estoy obligado a confesarlo: es el divino Espíritu quien me llena así y me posee.

En Vie de M. Olier, M. Faillon, París, 1873, citado por H. Bremond, en Histoire littéraire du Sentiment religieux en France, París, Bloud et Gay, 1929, t. III.

Cuando tenemos el Espíritu Santo, el corazón se dilata, se baña en el Amor divino.

Sin el Espíritu Santo, somos como una piedra del camino. Tomad en una mano una esponja embebida de agua y en la otra una piedra; presionadlas de la misma manera; no saldrá nada de la piedra y de la esponja haréis salir el agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo, y la piedra es el corazón frío y duro donde el Espíritu Santo no habita.

El Espíritu Santo forma los pensamientos en el corazón de los justos y engendra las palabras en su boca. Aquellos que tienen el Espíritu Santo no producen nada malo; todos los frutos del Espíritu Santo son buenos… Cuando tenemos el Espíritu Santo, el corazón se dilata, se bañan en el Amor divino.

Hará falta decir cada mañana: «Dios mío, envíame tu Espíritu que me haga conocer lo que soy y lo que tú eres».

San Juan María Vianney, cura de Ars

Venga tu reino

Se trata ahora de algo que debe venir, que no está allí. El reino de Dios es el Espíritu Santo llenando completamente toda el alma de las criaturas inteligentes. El Espíritu sopla donde quiere. Sólo podemos llamarlo.

No hace falta ni siquiera pensar de una manera particular en llamarlo sobre uno, o sobre tal o cual, o incluso sobre todos, sino llamarlo pura y simplemente; que pensar en Él sea una llamada y un grito. Como cuando estamos al límite de la sed, enfermos de sed, no nos representamos el acto de beber en relación a sí mismo, ni incluso en general el acto de beber. Nos representamos sólo el agua, el agua tomada en sí misma, pero esta imagen del agua es como un grito de todo el ser.

Simone Weil Extraído de Attente de Dieu, Paris, La Colombe, 1950.

Espíritu Santo (poema de Édith Stein)

¿Quién eres tú, dulce luz que me inundas
e iluminas la oscuridad de mi corazón?
Tú me conduces de la mano como una madre,
y si Tú me dejaras, no sabría dar un paso más.
Tú eres el espacio que envuelve mi ser y lo guarda en él,
abandonado de Ti, caería en el abismo de la nada
del cual Tú me sacas para elevarme a la luz.
Tú, más próximo a mí de lo que yo lo soy de mí mismo,
más interior que mi ser más íntimo
y por tanto incapturable e inaudito.
descubriendo todo nombre
ESPÍRITU SANTO, AMOR ETERNO.

¿No eres tú el dulce maná
que se desbordar del corazón del Hijo
en mi corazón, Alimento de los ángeles y de los bienaventurados?
El que se eleva de la muerte a una vida nueva
me ha despertado también del sueño de la muerte
a una vida nueva y me da vida nueva día tras día.
Su plenitud vendría a inundarme un día,
Vida de Tu vida, sí Tú mismo
ESPÍRITU SANTO, VIDA ETERNA.

¿Eres tú el rayo que brota del trono del juez eterno
e irrumpe en la noche del alma.
que jamás se conoce a sí misma?
Misericordioso, despiadado penetra los pliegues escondidos.
Asustada a la vista de sí misma;
está embargada de un miedo sagrado,
el comienzo de esta sabiduría,
que nos viene de lo alto y nos afianza sólidamente en las alturas
por Tu acción que nos crea de nuevo,
ESPÍRITU SANTO, RAYO QUE PENETRA TODO.

¿Eres Tú la plenitud del espíritu y de la fuerza
por la cual el Cordero desata los sellos
del eterno designio de Dios?
Enviados por Ti, los los mensajeros del juicio montan por el mundo
y separan con espada afilada
el reino de la luz del reino de la noche.
Entonces el cielo se hace nuevo y nueva la tierra
y todo viene a su justo lugar bajo tu soplo
ESPÍRITU SANTO, FUERZA VICTORIOSA.

¿Eres Tú el maestro que edifica la catedral eterna,
que de la tierra se eleva a los cielos?
Vivificados por Ti, las columnas se abrazan bien alto
y se visten para ser siempre inquebrantables.
Marcadas con el nombre eterno de Dios,
se alzan en la luz
y llevan la cúpula poderosa
que corona la catedral sagrada,
tu obra que besa el mundo,
ESPÍRITU SANTO, MANO DE DIOS QUE DA FORMA.

¿Eres Tú quien crea el espejo claro
totalmente próximo al trono del Altísimo,
parecido a un mar de cristal,
donde la divinidad se contempla con amor?
Tú Te inclinas sobre la más bella obra de tu creación,
reflejo luminoso de Tu propio resplandor
y de todos los seres, pura belleza Unida a la figura amable de la Virgen,
tu esposa inmaculada
ESPÍRITU SANTO, CREADOR DEL UNIVERSO.

¿Eres Tú el dulce cántico de amor y de temor sagrado
que resuena cerca del trono de la Trinidad,
que casa en él el sentido puro de todos los seres?
Armonía que ensambla los miembros a la Cabeza,
y se derrama lleno de júbilo,
libre de toda traba en tu surgimiento
ESPÍRITU SANTO, JÚBILO ETERNO.

ESTE POEMA DE ÉDITH STEIN ESTÁ FECHADO EN PENTECOSTÉS DE 1937. LA VÍSPERA, EL 17 DE MAYO, SU HERMANA ROSA [sic] RECIBÍA EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN EN BRESLAU.

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Sólo 200.000 euros del Papa a Perú

Posted by El pescador en 22 agosto 2007

Religión Digital titula de esta manera tan vergonzosa y manipuladora la ayuda que el Papa ha enviado a los damnificados del terremoto del país de los incas. La noticia viene firmada, cómo no, por la agencia gubernamental EFE, por tanto una agencia que yo pago con mis impuestos y que no entiendo qué falta le hace al Gobierno tener una agencia de noticias, a no ser para envenenarnos con sus fuentes de noticias.

El titular da a entender que el Papa es un rácano y un avaro, con las riquezas que tiene la Iglesia y sólo da 200.00 euros.

No sé cuánto darán otros países, incluido el Gobierno español. Pero la verdad es que al menos la Iglesia tiene Cáritas, la institución de caridad más respetada y valorada por su transparencia, eficacia y ausencia de corrupción, y además los donativos que recibe son voluntarios, al contrario de lo que ocurra con la ayuda que manden los Gobiernos, que estará pagada con los impuestos que nos habrán sacado a la fuerza.

Porque la caridad es algo espontáneo (y por tanto libre) que surge cuando vemos la necesidad del prójimo, por eso es perverso que los Gobiernos se encarguen de ella puesto que los recursos que destinen habrán sido obtenidos a la fuerza con los impuestos, y así nos convierten en solidarios por decreto-ley: si el Gobierno se encarga de dar ayudas a los damnificados, ¿para qué voy a enviar yo ningún donativo ni ninguna ayuda? El Gobierno es sabio y ya lo hace por mí.

Serán «sólo» 200.000 euros, pero no se los habrán quitado a nadie a la fuerza, lo que no puede decir ningún Gobierno, aunque mande millones de euros.

Otra cosa, la noticia dice que 200.000 euros son 171.000 dólares, un fallo que muestra la ignorancia supina del redactor y que Religión Digital no tiene correctores, y si los tiene son igual de ignorantes, pues el euro está más caro que el dólar, hace mucho, mucho tiempo.

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La «nueva Jerusalén», ciudad ideal

Posted by El pescador en 21 agosto 2007

Claire LESEGRETAIN
(original en francés; traducción mía)

Descrita en el Apocalipsis como una ciudad ideal donde reinarán la justicia y la fraternidad, no ha cesado de inspirar a teólogos, escritores, artistas… y sigue siendo un tema eminentemente espiritual

Jerusalén nueva, Jerusalén futura, Jerusalén celeste… Tres términos sinónimos para hablar de «la Ciudad santa bajada de junto a Dios», tal como es descrita por el libro del Apocalipsis (Ap 21).

Este libro -el último de la Biblia– cuyo autor se denomina a sí mismo Juan, exiliado en la isla de Patmos (Grecia), está dividido en 22 capítulos. Los dos últimos, que forman un conjunto, se abren con la descripción de «Babilonia la prostituta y la sanguinaria» y con el anuncio de su caída, tan espectacular como repentina.

«Esta Babilonia es Roma, capital del imperio», precisa Jean-Pierre Prévost, exegeta quebequés, especialista del Apocalipsis. La descripción acaba con el advenimiento, no menos espectacular, de la «Jerusalén nueva», cuyos atributos son el opuesto exacto de la Babilonia-Roma imperial: una ciudad protegida por altas murallas, que reposan sobre sólidos cimientos e iluminada por la gloria de Dios.

«Se trata manifiestamente de una Jerusalén idealizada, con una geometría perfecta en la que todas las medidas se cuentan en múltiplos de doce», continúa Jean-Pierre Prévost.

El monje Beato, célebre ilustrador del Apocalipsis

Esta descripción misteriosa no ha cesado de inspirar a los artistas. Desde el siglo V, el tema fue utilizado por los hacedores de mosaicos en Roma, como es el caso del ábside de santa Pudenciana, o el de santa Práxedes (siglo IX).

Más tarde, el monje Beato, de la abadía de San Martín de Liébana (España), en el siglo X, ilustró tan magníficamente un comentario del Apocalipsis que sun nombre se convirtió en un nombre propio para designar un manuscrito constituido por una rica ilustración del Apocalipsis. Los más notables de los Beatos fueron realizados en el estilo mozárabe, específico de los cristianos de la península Ibérica en la Alta Edad Media.

En el Beato realizado en 1.047 en León (España) para el rey Fernando I y la reina Sancha, toda una parte está consagrada a una visión desde lo alto de la Jerusalén celeste.

«La perspectiva adoptada manifestiesta que esta ciudad no tiene nada que ver con las realidades terrestres», explica Éliane Gondinet-Wallstein, especialista en iconografía cristiana. En ese Beato de León, el artista ha pintado los elementos constitutivos de la Ciudad santa en total simetría: doce puertas (cifra perfecta), repartidas en las cuatro direcciones del mundo y llenas de las figuras de los doce apóstoles y de las doce piedras preciosas sobre las cuales la ciudad está edificada. «El resplandor de la ciudad, prosigue la historiadora del arte, es conseguido por los colores rojo y amarillo brillantes alternados, que dan testimonio de la gloria de Dios y la del Cordero».

«Cuando cada uno encuentre su verdadera alegría en Dios»

La Jerusalén nueva ha inspirado igualmente al pintor y peta inglés William Blake (1.757-1.827), cuyos versos sobre la última imagen del Apocalipsis y las esperanzas milenaristas de una época de levantamientos revolucionarios han sido musicalizados por Charles H. Parry, al comienzo del siglo XX: «Hasta que nosotros hayamos contruido Jerusalén sobre la tierra verde y agradable de Inglaterra».

Cada final de verano, en Londres, esos versos son cantados por toda la asistencia durante el concierto de clausura de los célebres Proms.

Más allá de las inspiraciones artísticas, la expresión «Jerusalén nueva» ha sido usada a menudo para evocar un lugar terrestre ideal donde la humanidad viviría en armonía consigo misma y con la creación. Un sitio donde reinarían la justicia y la fraternidad, la sabiduría y la generosidad, la paz y la prosperidad…

Así, bajo el emperador Teodosio, al final del siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial, algunos han querido ver en el Sacro Imperio Romano Germánico la realización sobre la tierra de esta Jerusalén nueva.

Ahora bien, «no podía ser, pues la libertad individual no era respetada», subraya Christine Pellistrandi, profesora en la Escuela catedralicia de París. Y es de recordar que la ciudad nueva anunciada en la Biblia coincide con la santificación de todos «cuando cada uno encuentre su verdadera alegría en Dios».

Córdoba, Amsterdam…

En todas las épocas, algunas ciudades han sido sin embargo nombradas «Jerusalén nueva» porque ofrecían condiciones de vida económica, humana y religiosa particularmente favorables.

Así Córdoba en los siglos XIII-XV, en la época en que los judíos, cristianos y musulmanes vivían en buen entendimento. O bien Amsterdam en el siglo XVII, cuando refugiados judíos y cristianos reformados vivían allí en la prosperidad.

En fin, los puritanos de Nueva Inglaterra que participaron en la fundación de los EE.UU. estaban, ellos también, buscando una tierra que permitiera la construcción de una nueva Jerusalén. Sus convicciones milenaristas volvieron a tomar vigor después de algunos decenios en los evangélicos americanos, guiados por una lectura fundamentalista del Apocalipsis.

Curiosamente, rcuerda Guy Lobrichon, maestro de conferencias en Collège de France, el imaginario occidental se apoderó de este concepto después de la conquista de Jerusalén realizada por los Cruzados, el 15 de julio de 1.099.

Esta cruzada, lanzada por Urbano II en 1.095, conquistó en reñida lucha la Ciudad santa que estaba en poder de los musulmanes desde el 638. «Si no se hizo ningún esfuerzo serio por retomar Jerusalén a sus ocupantes entre 638 y 1.099, o sea durante 461 años, es porque Jerusalén había caído en la decrepitud desde el siglo III», estima el historiador.

«Nos ha sido prometido un reino sobre la tierra»

Entre el siglo VII y el XI, los cristianos tenían conciencia de que Jerusalén no era más que un campo de ruinas. Y «diez años después de la conquista de Jerusalén, sigue Guy Lobrichon, esta ciudad que había sido el objeto de tantas pasiones vuelve a ser un signo espiritual».

La «Nueva Jerusalén» ha interrogado igualmente a filósofos y teólogos. Desde luego, algunos profetas del Antiguo Testamento, como Isaías y Ezequiel, habían anticipado ya esta restauración de Jerusalén. Así, en la ciudad nueva anunciada por Isaías, con sus cimientos puestos «sobre zafiros», sus almenas de «rubíes» y toda su murralla de «piedras preciosas» (Is 54,11), «no se oirá hablar más de violencia, de estragos ni de ruinas» (Is 60,18); será «cimentada en la justicia, libre de la opresión y del pavor».

La expresión «Nueva Jerusalén», propia del Apocalipsis, ha sido cultivada sobre todo por la escatología para decir «la esperanza de una Jerusalén terrestre reedificada y transfigurada», según Jean-Pierre Prévost.

Así Tertuliano (155-212), Padre de la Iglesia [N. del T. No es considerado Padre de la Iglesia porque al final de su vida se hizo hereje; es por tanto escritor eclesiástico] de África del Norte, asegura en su Contra Marción «que un reino nos ha sido prometido sobre la tierra, pero en otro estado, puesto que viene después de la resurrección, para mil años», en una ciudad «producida por la obra divina» y prevista para acoger a los santos y «para mimarlos con toda clase de bienes, evidentemente espirituales».

Lo mismo san Agustín (354-430), cuya obra fundamental La ciudad de Dios define las exigencias y los límites de una cultura cristiana, habla de una comunidad de virtuosos, donde pasan una temporada todos los hombres integrados junto a Dios, de sus ángeles y de todos los santos.

Ciudad de Dios, ciudad terrestre

El obispo de Hipona olpone esta ciudad de Dios a la ciudad terrestre, y describe esas dos ciudades como «los dos patios contrarios seguidos por la raza humana desde sus orígenes: el amor de Dios hace a Jerusalén; el amor del mundo hace a Babilonia». Y Agustín prosige: «Que cada uno se pregunta sobre lo que ama, y descubrirá su ciudadanía. Y si se descubre ciudadano de Babilonia, que desarraigue la codicia y que plante la caridad. Pero si se descubre ciudadano de Jerusalén, que soporte la cautividad y espere la libertad».

Poco a poco, la identificación va a hacerse entre la Jerusalén celeste y la Iglesia fundada sobre los doce apóstoles, como prolongación del Israel bíblico. ¿No es su papel llevar la luz a todas las naciones? En la Iglesia, como en la Jerusalén nueva, la presencia de Dios no tiene necesidad de templo para manifestarse: «Su templo es el Señor, el Dios todopoderoso, así como el Cordero».

La presencia de Dios en su Iglesia está asegurada por Cristo resucitado. Si bien para ciertos místicos el lugar de Jerusalén estará… en sí misma, escribe San Bernardo en 1.120 al obispo de Lincoln (Inglaterra). Para justificar el acoger y guardar a un clérigo que había abandonado Lincoln para dirigirse en peregrinación a Jerusalén y en cuyo viaje se había detenido en Claraval, Bernardo le replica: «Claraval, ¡es Jerusalén!».

La Iglesia sabe que está a la búsqueda de la ciudad por venir

Por tanto, como lo ha recordado el Vaticano II, la Iglesia sabe que está a la búsqueda de la ciudad por venir, la ciudad del Dios vivo. «Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2 Corintios 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Colosenses 3,1-4)», enuncia la constitución conciliar Lumen gentium (n. 6).

Enseñanza recordada por Juan Pablo II durante su catequesis del 28 de junio de 2.000 sobre «La gloria de la Trinidad en la Jerusalén celestial»: en la Jerusalén celestial, meta última de nuestra peregrinación, «en el centro de esa ciudad se alzará también el Cordero, Cristo, al que la Iglesia está unida con un vínculo nupcial […] Hacia esa ciudad nos impulsa el Espíritu Santo» (nº 3).

En la «Jerusalén de lo alto», el origen y el fin se juntan. La Trinidad divina, que constituye el comienzo y la meta última de la historia de la salvación, está allí presente. En efecto, el Padre que se sienta sobre el Trono dice: «He aquí que hago todas las cosas nuevas» (Apocalipsis 21,5). A su lado, el Cordero-Cristo está presente con el Libro de la Vida que recoge los nombres de aquellos que han sido redimidos. Y el Espíritu, en un dulce diálogo, dice con la Iglesia, la Esposa del Cordero: «Ven, Señor Jesús» (Apocalipsis 22,27).

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Iesu dulcis memoria

Posted by El pescador en 20 agosto 2007

Hoy celebramos la memoria de San Bernardo de Claraval, que tiene el título de Doctor mariano por su devoción y su predicación de la Virgen María (a él se debe la oración del Acordaos, oh piadosísima Virgen María), decía por ejemplo:

 

Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María.

Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.

Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.

Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial.

 

Pero también compuso este bellísimo himno a Jesucristo titulado Iesu dulcis memoria (Es dulce el recuerdo de Jesús): primero pongo la traducción que he hecho yo mismo y a continuación el texto latino original. Aquí podéis escucharlo cantado (y descargarlo) en melodía gregoriana, que es preciosa y eleva verdaderamente el corazón:

Es dulce el recuerdo de Jesús,
que da verdaderos gozos del corazón
pero cuya presencia es dulce
sobre la miel y todas las cosas.
Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.
¡Oh Jesús!, esperanza para los penitentes,
qué piadoso eres con quienes piden,
qué bueno con quienes te buscan,
pero ¿qué con quienes te encuentran?
¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente viva, luz de las mentes
que excede todo gozo
y todo deseo.
Ni la lengua es capaz de decir
ni la letra expresar.
El experto puede creer
que Jesús sea amado.
¡Oh Jesús! rey admirable
y triunfador noble,
dulzura infefable
todo deseable.
Permanece con nosotros, Señor,
ilumínanos con la luz,
expulsa la tiniebla de la mente
llena el mundo de dulzura.
Cuando visitas nuestro corazón
entonces luce para él la verdad,
la vanidad del mundo se deprecia
y dentro hierve la Caridad.
Conoced todos a Jesús,
invocad su amor
buscad ardientemente a Jesús,
inflamaos buscando.
¡Oh Jesús! flor de la madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad.
¡Oh Jesús! suma benevolencia,
asombrosa alegría del corazón
al expresar tu bondad
me aprieta la Caridad.
Ya lo que busqué veo,
lo que deseé tengo
en el amor de Jesús languidezco
y en el corazón me abraso todo.
¡Oh Jesús, dulcísimo para mí!,
esperanza del alma que suspira
te buscan las piadosas lágrimas
y el clamor de la mente íntima.
Sé nuestro gozo, Jesús,
que eres el futuro premio:
sea nuestra en ti la gloria
por todos los siglos siempre. Amén.

A continuación en latín:

Iesu dulcis memoria
Dans vera cordis gaudia
Sed super mel et omnia
Eius dulcis praesentia.
Nil canitur suavius
Nil auditur iucundius
Nil cogitatur dulcius
Quam Jesus Dei Filius.
Iesu, spes paenitentibus
Quam pius es petentibus
Quam bonus Te quaerentibus
Sed quid invenientibus?
Iesu dulcedo cordium
Fons vivus lumen mentium
Excedens omne gaudium
Et omne desiderium.
Nec lingua valet dicere
Nec littera exprimere
Expertus potest credere
Quid sit Iesum diligere.
Iesu Rex admirabilis
Et triumphator nobilis
Dulcedo ineffabilis
Totus desiderabilis.
Mane nobiscum Domine
Et nos illustra lumine
Pulsa mentis caligine
Mundum reple dulcedine.
Quando cor nostrum visitas
Tunc lucet ei veritas
Mundi vilescit vanitas
Et intus fervet Caritas.
Iesum omnes agnoscite
Amorem eius poscite
Iesum ardenter quaerite
Quaerendo in ardescite.
Iesu flos matris Virginis
Amor nostrae dulcedinis
Tibi laus honor numinis
Regnum beatitudinis.
Iesu summa benignitas
Mira cordis iucunditas
In comprehensa bonitas
Tua me stringit Caritas.
Iam quod quaesivi video
Quod concupivi teneo
Amore Iesu langueo
Et corde totus ardeo.
O Iesu mi dulcissime
Spes suspirantis animae
Te quaerunt piae lacrymae
Et clamor mentis intimae.
Sis, Iesu, nostrum gaudium,
Qui es futurus praemium:
Sit nostra in te gloria
Per cuncta semper saecula. Amen.

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Comparación del texto evangélico y los datos de la Sábana Santa

Posted by El pescador en 18 agosto 2007

La Sábana Santa de Turín y el Sudario de Oviedo son las reliquias más espectaculares de la Cristiandad, pues nos muestran vivamente la Pasión y Muerte de Jesucristo.

Hay un libro muy interesante para conocer lo que nos desvela esta reliquia que se conserva en la catedral de Turín y lo que la ciencia ha encontrado en ella: Maria Grazia Siliato, El hombre de la Sábana Santa, BAC Madrid 1987. La autora es una prestigiosa arqueóloga e historiadora de la cultura mediterránea, fundadora de la Sociedad de Antigüedades Paleocristianas y Arqueología, con sede en Roma.

La siguiente tabla está tomada del apéndice de ese libro:

 

 

DATOS DE LA SÁBANA SANTA

MATEO

MARCOS

LUCAS

JUAN

Heridas de “flagrum” en todo el cuerpo

… y a Jesús, después de azotarlo (27,26)

… y entregó a Jesús, después de azotarlo (15,15)

… y a Jesús se lo entregó a su voluntad (23,25)

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarlo (19,1)

Heridas de cuerpos perforadores en la cabeza

Entonces los soldados… lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza (27,27-29)

Los soldados… lo vistieron de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron (15,16-17)

 

 

Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura (19,2)

Contusiones en el rostro

y escupiéndole, cogieron la caña y le golpeaban con ella en la cabeza (27,30)

Y le golpeaban en la cabeza con una caña y le escupían (15,19)

 

 

Y le daban bofetadas (19,3)


Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura (19,5)

 

Contusión escapular de “patibulum” a través de la ropa

Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificarlo (27,31)

 

Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarlo (15,20)

Cuando lo llevaban (23,26)

Tomaron, pues, a Jesús, que, cargando con su cruz (19,16-17)

 

Graves contusiones y hematomas en rostro y rodillas a causa de las caídas

… encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz (27,32)

 

Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene,… a que llevara su cruz (15,21)

… echaron mano de un cierto Simón de Cirene… y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús (23,26)

 

 

Heridas de crucifixión en manos y pies

Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, lugar de la calavera, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. Una vez que lo crucificaron,… (27,33-35)

Lo condujeron al lugar del Gólgota, que quiere decir: Lugar de la calavera, y le dieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron (15,22-24)

 

Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda (23,33)

 

Salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí lo crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio (19,17-18)

Regueros de sangre en manos y pies, en diversas direcciones, señal de movimientos del cuerpo en la cruz para respirar bien

Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní? (27,46)

 

A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní? (15,34)

Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… (23,34)

Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso (23,43)

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dice al discípulo: He ahí a tu madre (19,26-27)

Jesús … dice: Tengo sed (19,28)

Rigidez del cadáver con la cabeza hundida en el pecho, rasgo típico de los crucificados

Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró (27,50

 

Jesús lanzando un fuerte grito, expiró (15,37)

 

Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos pongo mi espíritu; y, diciendo esto, expiró (23,46)

… dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza entregó el espíritu (19,30)

Señales de graves torturas, causa de muerte excepcionalmente rápida

 

Se extraño Pilato de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si ya había muerto (15,44)

 

 

Huesos de las piernas no fracturados, en contraste con los usos romanos

 

 

 

… rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas (19,31-33)

Herida de lanza en el hemotórax derecho, con salida de sangre y suero, posmortal

 

 

 

… uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis (19,34-35)

Sepultura del cuerpo, no lavado, envuelto en lino

José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca (27,59-60)

 

[José de Arimatea] comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca… (15,46)

 

y, después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía (23,53)

 

… José de Arimatea… vino, pues, y tomó el cuerpo de Jesús. Fue también Nicodemo… con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras [más de 30 kilos]

Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar… Había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo… Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús (19,3842)

 

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