El testamento del pescador

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Lo que dijo Benedicto XVI sobre el infierno

Posted by El pescador en 13 febrero 2008

La semana pasada hubo un gran revuelo por las palabras de Benedicto XVI sobre el infierno durante el encuentro con los párrocos y el clero de la ciudad de Roma, el día 7.

Aquí ofrezco mi traducción de la pregunta y la respuesta en cuestión (original en italiano; traducción mía):(Don Pietro Riggi, salesiano del Barrio de los Muchachos Don Bosco)Santo Padre, trabajo en un oratorio y en un centro de acogida para menores en riesgo. Le quiero preguntar: el 25 de marzo de 2007 Usted hizo un discurso espontáneo, lamentándose cómo hoy se habla poco de los Novísimos. En efecto, en los catecismos de la Cei [Conferencia episcopal italiana] usados para la enseñanza de nuestra fe a los muchachos de confesión, comunión y confirmación, me parece que han sido omitidas algunas verdades de fe. No se habla nunca del infierno ni del purgatorio, una sola vez del paraíso, una sola vez del pecado, únicamente del pecado original. Al faltar estas partes esenciales del credo, ¿no le parece que se derrumba el sistema lógica que lleva a ver la redención de Cristo? Al faltar el pecado, al no hablar del infierno, también la redención de Cristo llega a ser disminuída. ¿No le parece que se ha favorecido la pérdida del sentido del pecado y por tanto del sacramento de la reconciliación y la misma figura salvífica, sacramental del sacerdote que tiene el poder de absolver y de celebrar en nombre de Cristo? Hoy por desgracia también nosotros los sacerdotes, cuando en el Evangelio se habla de infierno, regateamos el Evangelio mismo. No se habla de ello. O no sabemos hablar de paraíso. No sabemos hablar de vida eterna. Corremos el riesgo de dar a la fe una dimensión sólo horizontal o bien demasiado distante, la horizontal de la vertical. Y esto por desgracia en la catequesis a los muchachos, si no en la iniciativa de los párrocos, en la estructura maestra, viene a faltar. Si no me equivoco, este año se celebra también el vigésimo quinto aniversario de la consagración de Rusia al Corazón inmaculado de María. Para la ocasión ¿no se puede pensar en renovar solemnemente esta consagración al mundo entero? Ha caído el muro de Berlín, pero hay tantos muros de pecado que deben caer todavía: el odio, la explotación, el capitalismo salvaje. Muros que deben caer y aún esperamos que triunfe el Corazón inmaculado de María para poder realizar también esta dimensión. Quiero también notar cómo la Virgen no ha tenido miedo de hablar del infierno y del paraíso a los niños de Fátima, que, viene al caso, tenían la edad de los niños del catecismo: siete, nueve y doce años. Y nosotros en cambio omitimos esto. ¿Puede decir algo más sobre esto?

Usted ha hablado justamente sobre temas fundamentales de la fe, que desgraciadamente aparecen raramente en nuestra predicación. En la Encíclica Spe salvi he querido justamente hablar también del juicio último, del juicio en general, y en este contexto también sobre purgatorio, infierno y paraíso. Pienso que nosotros todos estamos aún siempre golpedos por las objeciones de los marxistas, según los cuales los cristianos han hablado sólo del más allá y han descuidado la tierra. Así queremos demostrar que realmente nos empeñamos por la tierra y o somos personas que hablan de realidades lejanas, que no ayudan la tierra. Ahora, aunque sea justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra —y nosotros todos estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios— no debemos olvidar la otra dimensión. Sin tenerlo en cuenta, no trabajamos bien por la tierra. Mostrar esto ha sido uno de los objetivos fundamentales para mí al escribir la Encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien por la tierra porque pierde al final los criterios, no conoce más a sí mismo, al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: nosotros tomaremos en la mano las cosas, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto, fraterno. En cambio, han destruído el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, que prometieron construir el mundo tal como habría debido ser y, en lugar de eso, destruyeron el mundo.

En las visitas ad limina de los Obispos de países ex comunistas, veo siempre de nuevo como en aquellas tierras han quedado destruídos no sólo el planeta, la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas. Volver a encontrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es la primera labor de reedificación de la tierra. Esta es la experiencia común de esos países. La reedificación de la tierra, respetando el grito de sufrimiento este planeta, se puede realiar sólo volviendo a encontrar en el alma a Dios, con los ojos abiertos hacia Dios.

Por eso Usted tiene razón: debemos hablar de todo esto justamente por responsabilidad hacia la tierra, hacia los hombres que hoy viven. Debemos hablar también y justo del pecado como posibilidad de destruirse a sí mismo y así también a otras partes de la tierra. En la Encíclica he tratado de demostrar que precisamente el juicio último de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo. Pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasasdo, todas las personas injustamente atormentadas y matadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne, que él considera irreal, podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurección de la carne, en la cual no todos serán iguales. Hoy se ha acostumbrado a pensar: qué es el pecado, Dios es grande, nos conoce, por tanto el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Es una bella esperanza. Pero existe la justicia y existe la verdadera culpa. Con aquellos que han destruído al hombre y la tierra no pueden sentarse inmediatamente a la mesa de Dios junto con sus víctimas. Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por eso me parecía importante escribir este texto sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y tan necesaria y consoladora que no puede faltar. He tratado de decir: quizá no son tantos aquellos que se han destruído así, que son insanables para siempre, que no tienen más algún elemento más sobre el cual pueda sostenerse el amor de Dios, no tienen más en sí mismos una mínima capacidad de amar. Esto sería el infierno. Por otra parte, son ciertamente pocos —o de todas formas no demasiados— aquellos que son tan puros que puedan entrar inmediatamente en la comunión de Dios. Muchísimos de nosotros confían que haya algo sanable en nosotros, que haya una voluntad final de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir según Dios. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta porquería. Tenemos necesidad de ser preparados, de ser purificados. Esta es nuestra esperanza: incluso con tantas porquerías en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad que viene de su cruz. Nos hace así capaces de ser eternamete para Él. Y así el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna manera un paraíso, sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco de paraíso en el mundo, y esto es visible. Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir el camino de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Estos son realmente indicadores de camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos también hablar del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería volver a comenzar, que debería ser purificado. Y esta es la maravillosa realidad que nos ofrece el Señor: hay una posibilidad de renovación, de ser nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo y nosotros podemos volver a comenzar así también con los otros en nuestra vida.

Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas cosas equivocadas, después de tantos pecados, es la gran promesa, el gran don que la Iglesia ofrece. Y que, por ejemplo, la psicoterapia no puede ofrecer. La psicoterapia hoy está tan difundida y es tan necesaria frente a tantas psiques destruídas o gravemente heridas. Pero la posibilidad de la psicoterapia son muy limitadas: puede buscar sólo un poco de volver a equilibrar un alma desequilibrada. Pero no puede dar una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Y por eso permanece siempre provisional y nunca definitiva. El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos hasta el fondo con la potencia de Dios —ego te absolvo— que es posible porque Cristo ha tomado sobre sí estos pecados, estas culpas. Me parece que esta es justamente hoy una gran necesidad. Podemos volver a ser sanados. Las almas que están heridas y enfermas, como es la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos sino de una verdadera renovación, que puede venir sólo del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece esto el gran nexo de los misterios que al final inciden realmente en nuestra vida. Debemos nosotros mismos volver a meditarlos y hacerlos llegar así de nuevo a nuestra gente.

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«Nunca he buscado crear un sistema mío»

Posted by El pescador en 8 febrero 2008

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

«Nunca he buscado crear un sistema mío, una teología mía particular. Si justo se quiere hablar de especificidad, se trata simplemente del hecho de que me propongo pensar junto con la fe de la Iglesia, y esto significa pensar sobre todo con los grandes pensadores de la fe». Palabra de Joseph Ratzinger. Su cultura es obviamente vastísima, pero ¿cuáles son los libros que más ama, los que le han inspirado más?

No puede faltar ciertamente Las Confesiones y La ciudad de Dios de san Agustín. Después se puede citar la Carta al duque de Norfolk, de John Henry Newman, dedicado al tema de la conciencia y de la libertad. Así como no puede omitirse la obra del teólogo francés Henri de Lubac, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, citada en la última encíclica Spe salvi para rebatir la crítica de la modernidad en las comparaciones con la esperanza cristiana, acusada de puro individualismo.Son dos los textos fundamentales para la formación de Ratzinger sobre el cristianismo de los orígenes: L’Impero romano e il popolo di Dio, de Endre von Ivanka, e Chiesa e struttura politica del cristianesimo primitivo, de Hugo Rahner. El futuro Papa había apreciado particularmente las vidas de Jesús de Karl Adam e Giovanni Papini, mientras es decisivo el encuentro en Bonn con el colega Heinrich Schlier, exegeta luterano convertido al catolicismo y maestro del método de exégesis histórico-filológico, contrario a toda reducción intimista y por tanto interior del evento histórico de la resurrección sobre el cual se funda el cristianismo. Uno de sus libros más conocidos es Sulla resurrezione di Gesù Cristo.Ciertamente importante para Ratzinger fue el libro Abbattere i bastioni, del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, escrito en 1952, en el cual el autor sostenía la necesidad de que la Iglesia abandonara su enroque para entrar en diálogo con la cultura moderna. Finalmente no puede faltar en el elenco otro maestro fundamental, Romano Guardini, que con su volumen El espíritu de la liturgia contribuyó al arranque del movimiento litúrgico.

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¿El cristianismo es digno de amor?

Posted by El pescador en 27 diciembre 2007

Luigi Accattoli (original en italiano; traducción mía)

Muchos alrededor de nosotros rechazan el cristianismo y algunas veces advertimos que lo hacen con buena intención, porque no lo encuentran una verdadera ayuda para la vida. Más de una vez el papa en la nueva encíclica (ver entradas anteriores) señala este rechazo. “Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo”: así escribe en el número 10. En otro pasaje señala la sordera de los post-cristianos al Dios de los Evangelios: “Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible” (número 3). Pero quizá su idea la expresa mejor que de cualquier otro modo con una cita de Kant, en el número 19: “Si llegara un día en el que el cristianismo no fuera ya digno de amor, el pensamiento dominante de los hombres debería convertirse en el de un rechazo y una oposición contra él”. Ahora me alejo de la encíclica y pregunto: ¿nuestro cristianismo es digno de ser amado? Bien sabemos que “sólo el amor es creíble” (von Balthasar). Pero quizá deberíamos reconocer que nuestro modo de señalarlo no resulta convincente. ¿O es necesario que la humanidad europea se aleje todavía del fuego evangélico y se dé cuenta del gran frío para que vuelva a verlo digno de amor?

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¿Es de Lubac el inspirador de la crítica benedictina?

Posted by El pescador en 24 diciembre 2007

Luigi Accattoli (original en italiano; traducción mía)

Creo que he encontrado al inspirador de la autocrítica del cristianismo moderno propuesta por Benedicto con la nueva encíclica (ver las dos entradas anteriores): es Henri de Lubac. En la introducción a Catolicismo (citado por el papa Ratzinger en la nota 10 de la encíclica) él escribía así en 1937: «Se nos reprochará ser individualistas también a nuestro pesar, a causa de la lógica de nuestra fe, cuando en realidad el catolicismo es esencialemente social. Sin embargo, ¿no es también un poco culpa nuestra si un tal malentendido ha podido nacer y ha echado raíces, y si aquel reproche está tan difundido?» (p. 9 de las ediciones Studium de 1964). Y he aquí un pasaje de la encíclica, en el número 16, bajo el titulito «La transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno», que recuerda las palabras del teólogo francés: «¿Cómo ha podido desarrollarse la idea de que el mensaje de Jesús es estrictamente individualista y dirigido sólo al individuo? ¿Cómo se ha llegado a interpretar la « salvación del alma » como huida de la responsabilidad respecto a las cosas en su conjunto y, por consiguiente, a considerar el programa del cristianismo como búsqueda egoísta de la salvación que se niega a servir a los demás? Para encontrar una respuesta a esta cuestión hemos de fijarnos en los elementos fundamentales de la época moderna. Estos se ven con particular claridad en Francis Bacon…». Por tanto objeto central de la autocrítica benedictina no es el Vaticano II y el conectado catolicismo dialogante como ha hipotizado por ejemplo Antonio Socci, si se trata -literalmente- de una cuestión formulada un cuarto de siglo antes del comienzo de aquel concilio.

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Un misterio que alarma al Papa…

Posted by El pescador en 23 diciembre 2007

¿Un desgarro sobre nuestro futuro próximo?

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

en “Libero”, 14 diciembre 2007

Es sorprendente recibir una confirmación tan clamorosa y oportuna por otra autoridad como el cardenal Ivan Dias, Prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, y estrecho colaborador del Papa. El pasado sábado, en esta columna, había señalado un “detalle” alarmante contenido en la recientísima encíclica pontificia “Spe salvi”: la mención del Anticristo, por medio de una cita de Immanuel Kant. Es bastante raro hoy, en el mundo católico, sentir hablar de este terrible personaje profeitzado en el Nuevo Testamento. Sorprende aún más ver evocarlo, en relación a los tiempos presentes, en un documento solemne como una encíclica y por un papa tan riguroso, tranquilo y culto como Benedicto XVI.En el artículo del sábado había recordado que ya el 27 de febrero pasado, en el más estricto entorno papal, se había reflexionado con el Pontífice sobre aquella inquietante profecía, durante los ejercicios espirituales predicados por el cardenal Biffi que citó “El relato del Anticristo” de Vladimir Solovev. En resumidas cuentas yo había recordado que el mismo Ratzinger, de cardinal, en un memorable discurso hecho en Nueva York y en Roma, había citado aquellas páginas.
Pero las palabras pronunciadas por el cardenal Dias siempre el pasado sábado, después publicadas por el Osservatore romano (hecho significativo), son las más clamorosas. El prelado estaba haciendo su homilía en el santuario de Lourdes “para inaugurar, como enviado del Papa, el Año celebrativo del 150 aniversario de las apariciones”. Se trata de las apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous que empezaron el 11 de febrero de 1858.En la solemne circunstancia el enviado del Papa ha llevado “el saludo muy cordial de Su Santidad” y después ha dicho: “La Virgen ha bajado del Cielo como una madre muy preocupada por sus hijos… Se apareció en la Gruta de Massabielle que en la época era una charca donde pastaban los marranos y es precisamente allí donde quiso hacer surgir un santuario, para indicar que la gracia y la misericordia de Dios superan la miserable charca de los pecados humanos. En el lugar vecino a las apariciones, la Virgen hizo surgir un manantial de agua abundante y pura, que los peregrinos beben y llevan al mundo entero significando el deseo de nuestra tierna Madre de hacer llegar su amor y la salvación de su Hijo hasta el extremo de la tierra. Finalmente, de esta Gruta bendita la Virgen María lanzó una llamada urgente a todos para orar y hacer penitencia y así obtener la conversión de los pobres pecadores”.El cardenal ha encuadrado estas apariciones en el “contexto de la lucha permanente, y sin exclusión de golpes, entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal”. Una lucha que parece llegada, en nuestra generación, al epílogo final, preparado por la “larga cadena de apariciones de la Virgen” en la modernidad, iniciadas “en 1830, en Rue du Bac, en París, donde fue anunciada la entrada decisiva de la Virgen María en el corazón de las hostilidades entre ella y el demonio, como es descrito en los libros del Génesis y del Apocalipsis”.Es un verdadero fresco de teología de la historia el trazado por el cardenal que invoca también a Fátima y –considero- Medjugorje: “Después de las apariciones de Lourdes, la Virgen no ha dejado de manifestar en el mundo entero sus vivas preocupaciones maternas por la suerte de la humanidad en sus diversas apariciones. Por doquier, ha pedido oraciones y penitencias por la conversión de los pecaores, porque preveía la ruina espiritual de ciertos países, los sufrimientos habría sufrido, el debilitamiento general de la fe cristiana, las dificultades de la iglesia, la venida del Anticristo y sus tentativas para sustituir a Dios en la vida de los hombres: intentos que, a pesar de sus éxitos resplandecientes, están destinados sin embargo al fracaso”.Es una frase breve, pero fulgurante esta del prelado: la Virgen se ha aparecido tan frecuentemente en este tiempo “porque preveía” una gran apostasía de la fe, las persecuciones a la Iglesia, el sufrimiento del Papa y –textualmente– “la venida de Anticristo”.Es una frase rompedora que se volvió a hacer, evidentemente, en las palabras pronunciadas por la Virgen en alguna de las apariciones citadas.Así el enviado del Papa, hablando de nuestro tiempo, evoca de nuevo y públicamente el Anticristo a pocos días de la publicación de la encíclica. En el Nuevo Testamento esta figura no se sitúa necesariamente al fina de los tiempos. Jesús mismo preanuncia la llegada de “falsos cristos y falsos profetas” capaces de “inducir a error, incluso a los elegidos” y profetiza “una gran tribulación”, nunca vista tan terrible en la historia humana (Mt 24,24). San Pablo explica que se verificará la “apostasía” (2 Tes 2,3), o bien el abandono de Dios y de la Iglesia, por consiguiente explotará “la manifestación del hombre inicuo”, “el hijo de la perdición”, aquel que “en la potencia de Satanás… se opone a Dios” hasta sentarse “en el templo de Dios, señalándose a sí mismo como Dios” (2 Tes 2, 3-4).

Es un dominio casi total del Mal sobre la tierra lo que viene aquí preconizado. No se sabe cómo, cuándo y por cuánto. Un escenario de horror y de maldad que hiela la sangre. Los teólogos discuten si es un individuo concreto que viene preanunciado o un sistema di potencias. Pero sorprende en estas semanas sentir evocarlo con tanta insistencia desanimada por la Santa Sede, evidentemente también en fuerza de “informaciones” (que Oltretevere se conocen y se valoran) provenientes de “fuentes” especiales, como precisamente los mensjaes de las apariciones marianas, de místicos y de revelaciones privadas. Estos pronunciamientos públicos muestran con cuánta alarma en el Vaticano se mira a los acontecimientos mundiales. Por lo demás es dramático también el mensaje pontificio para la Jornada de la paz del 1 de enero próximo, donde se advierte de las devastaciones morales (de las familias y de la vida) y materiales (por ejemeplo con los inmensos riesgos de la carrera de armas nucleares).

El cuadro es oscurísimo. Pero la Santa Sede no es una entidad política y no valora la situación con una mirarda sobre el terreno. De hecho hay la certeza de poder contar con una ayuda “superior”. El cardenal Dias en la clamorosa homilía del sábado explicaba: “Aquí, en Lourdes, como por todas partes en el mundo, la Virgen María está tejiendo una inmensa red en sus hijos e hijas espirituales para lanzar una fuerte ofensiva contra las fuerzas del Maligno en el mundo entero, para encerrarlo y preparar así la victoria final de su divino Hijo, Jesucristo. La Virgen María hoy nos invita una vez a formar parte de su legión de combate contra las fuerzas del mal”.

El prelato repite –por si no queda claro– que “la lucha entre Dios y su enemigo es siempre rabiosa, incluso más hoy que en el tiempo de Bernadette, hace 150 años” y “esta batalla causa innumerables víctimas”. Así pues revela palabras –quizá inéditas– pronunciadas por el cardenal Karol Wojtyla el 9 de noviembre de 1976, pocos meses antes de ser elegido Papa: “Nos encontramos hoy frente al más grande combate que la humanidad haya visto nunca. No pienso que la comunidad cristiana lo haya comprendido totalmente. Estamos hoy ante la lucha final entre la Iglesia y la Anti-Iglesia, entre el Evangelio y el Anti-Evangelio”.

Palabras clamorosas. Una confirmación ulterior. Parece evidente que el Vicario de Cristo y sus más estrechos colaboradores conocen algo más y desean preparar a los cristianos a aquella “lucha final”. Sus repetidas apelaciones a responder a la llamada de la Virgen son ya suficientes para reflexionar seriamente sobre lo que está sucediendo y que sucederá en la Iglesia y en el mundo. Un futuro próximo que nosotros no conocemos, pero que, explica Dias, será victorioso gracias a María. Como ella misma anunció en Rue du Bac: “El momento vendrá, el peligro será grande, todo parecerá perdido. Entonces yo estaré con vosotros”.

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Cristianismo moderno: ¿dónde está el error?

Posted by El pescador en 23 diciembre 2007

Luigi Accattoli (original en italiano; traducción mía)

Vamos a ver la pregunta sobre qué quería proponer el papa con la invitación a desarrollar una autocrítica del cristianismo moderno (ver entrada anterior): por qué en la encíclica él que no esboza la autocrítica y no encontramos precedentes explícitos en las publicaciones del cardenal Ratzinger. Cinco días de reflexiones me han llevado a formular estos cinco puntos firmes: 1. dice «cristianismo» y no Iglesia católica y tampoco Iglesias cristians, o Santa Sede u otro sujeto histórico preciso; creo por tanto que se debe mirar lo más ampliamente psoible a todo el mundo cristiano y al conjunto de sus manifestaciones; 2. dice «cristianismo moderno» y no «contemporáneo», o «ecuménico», o «de los últimos dos siglos»; deduzco de ello que también históricamente optó por el campo amplio; 3. en la indicación de personajes y cuestiones parte de Francis Bacon: quizá quiere decirnos que debemos mirar a la entera modernidad entendida en el sentido más amplio; como queriendo decir que deberemos tener presente el último medio milenio; 4. como temas de la autocrítica señala la reducción de la esperanza a la perspectiva individual y ultraterrena, la concentración exclusiva del empeño cristiano en la formación de las personas y sobre las virtudes: deberemos por tanto llevar las indagaciones sobre orientaciones de lejos perseguidas por todo el mundo cristiano; 5. habría que esclarecer en conclusión toda posibilidad de indivuduar un objetivo aproximado y particular de la autocrítica, como el «espíritu conciliar», o la «elección religiosa» de la Acción católica, o la espiritualidad del clero y de los religiosos tal como se llegó a determinar a continuación de las limitaciones disciplinarias tras la crisis modernista, o las orientaciones del mismo modernismo. Debemos mirar por tanto ampliamente y andar mucho para recoger el espíritu de la propuesta del papa. El mundo empujaba a los cristianos a ocuparse de los destinos individuales de las personas y los cristianos -casi sin darse cuenta de ello- se movieron en aquella dirección. Por ejemplo -como decía el profesor Arsenio Frugoni cuando yo frecuentaba sus lecciones de Historia medieval en la Sapienza- si un muchacho practicante de veinte años hubiera consultado un manual de moral durante la segunda guerra mundial para saber qué decía el «cristianismo» para sus elecciones de vida, «habría encontrado un volumen entero sobre la moral sexual y media página sobre la guerra». Es sólo un ejemplo, pero un ejemplo claro de repliegue de los destinos colectivos a los individulaes, de concentración sobre la salvación ultraterrena y de olvido de la dimensión social del dogma. La misma opción habían realizado todas las Iglesias y desde hacía tiempo. Lo indico como una línea roja para la investigación.

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Un detalle impresionante…

Posted by El pescador en 22 diciembre 2007

Si se lee con atención la encíclica…

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

En «Libero», 8 diciembre 2007
Hay un personaje inquietante y apocalíptico que Benedicto XVI evoca, por sorpresa, en la reciente encíclica “Spe salvi”: el Anticristo. Realmente el papa no cita directamente este oscuro sujeto que es dramáticamente preanunciado hasta por el Nuevo Testamento, pero lo introduce a través de una cita de Immanuel Kant que da cierta impresión releer en estos tiempos en los cuales Europa parece en guerra contra la Iglesia, a menudo instrumentalizando algunos grupos sociales (como los inmigrantes musulmanes o las mujeres o los homosexuales) para erradicar las raíces cristinas y para limitar la libertad de los católicos y de la Iglesia. Escribía Kant: “Si llegara un día en el que el cristianismo no fuera ya digno de amor, el pensamiento dominante de los hombres debería convertirse en el de un rechazo y una oposición contra él; y el anticristo […] inauguraría su régimen, aunque breve (fundado presumiblemente en el miedo y el egoísmo). A continuación, no obstante, puesto que el cristianismo, aun habiendo sido destinado a ser la religión universal, no habría sido ayudado de hecho por el destino a serlo, podría ocurrir, bajo el aspecto moral, el final (perverso) de todas las cosas”.El Papa subraya justamente esta posibilidad apocalíptica que es apuntada por Kant según el cual el abandono del cristianismo y la guerra al cristianismo podrían llevar a un fin no natural, “perverso”, de la humanidad, a una suerte de autodestrucción planetaria, sea en sentido moral en sentido material (y tal horror, por otra parte, está hoy en las posibilidades técnicas de la humanidad). Siendo la encíclica un texto muy riguroso y ponderado, hay que excluir que Benedicto XVI haya invocado al Anticristo y el “fin de la humanidad” por casualidad.Su pensamiento por otra parte está del todo lejano de sugestiones milenaristas, hay por tanto que creer que si vuelve a llamar sobre estos temas divisa verdaderamente en nuestro tiempo un enfrentamiento dramático y mortal entre Bien y Mal. Además de todo ya en una reciente ocasión ha sido evocada y bien meditada, en el Vaticano, la figura del Anticristo. Acaeció este año, el 27 de febrero, en los ejercicios espirituales predicados al Papa por el cardenal Biffi (imagino que los temas hayan sido concordantes): se meditó justamente sobre la profecía del Anticristo (ver “Le cose di lassù”, ed. Cantagalli). Biffi ha citado de hecho el “Relato del Anticristo” de Vladimir Solovev escrito en la primavera de 1900, como aviso al siglo XX que estaba en los albores. En aquellas páginas el personaje apocalíptico era elegido “Presidente de los Estados Unidos de Europa” y después aclamado emperador romano.“Donde la exposición de Solovev se demuestra particularmente original y sorprendente y merece más reflexión profunda” explica Biffi “es en la atribución al Anticristo de las cualidades de pacifista, de ecologista, de ecumenista”. Prácticamente un campeón perfecto de lo políticamente correcto. He aquí las palabras de Solovev: “El nuevo dueño de la tierra era ante todo un filántropo, lleno de compasión no sólo amigo de los animales. Personalmente era vegetariano… Era un convencido espitualista”, creía en el bien e incluso en Dios, “pero no amaba más que a sí mismo”.

En sustancia esta figura –la antagonista de Jesucristo– si presentaría, según una antigua tradición, con los aspectos más seductores, una imitación de los “valores cristianos”, en realidad vuelto contra Jesucristo, aquellos que hoy acarician el sentido común. El Anticristo de este relato de hecho truena: “¡Pueblos de la tierra! Yo os he prometido la paz y os la he dado. Cristo ha traído la espada, o traeré la paz”. Palabras en las cuales muchos sienten resonar aquella acusación al cristianismo (que sería causa de intolerancia y conflictos) hoy tan difundida. No obstante se equivocaría reteniendo que el Papa estigmatiza sólo y simplemente el anticristianismo que se extiende a causa del laicismo, aunque tan agresivo y peligroso. Hay mucho más en sus pensamientos. Justamente Ratzinger, de cardenal, en una memorable conferencia en Nueva York, el 27 enero 1988, ante un auditorio ecuménico, sobre todo de teólogos, citó el mismo relato de Solovev empeznado así: “En el ‘Relato del Anticristo’ de Vladimir Solovev, el enemigo escatológico del Redentor se recomendaba a sí mismo a los creyentes, enre otras cosas por el hecho de haber conseguido el doctorado en teología en Tubinga y haber escrito un trabajo exegético reconocido como pionero en aquel campo. ¡El Anticristo un famoso exegeta!”.

Este discurso fue repetido por el cardenal también en Roma, ante una platea de teólogos católicos. Muchos, en aquellas plateas, encontraron seguramente “provocativa” esta citación, aunque sea manifiesta con la calma típica de Ratzinger que exhorta a todos, siempre, a reflexionar. Ella sin embargo expresa la consciencia del actual pontífice –y antes que él de Pablo VI y de Juan Pablo II– que el peligro no viene sólo del exterior, de una cultura adversa y de fuerzas anticristianas, sino también del interior, de “un pensamiento no católico” que se extiende en la misma cristiandad, como denunció con palabras dramáticas Pablo VI cuando llegó a hablar del “humo de Satanás” dentro del templo de Dios.

Que en la Iglesia, especialmente en los últimos pontífices, se ha difundido la sensación de vivir en los tiempos apocalípticos (no necesariamente “el fin de los tiempos”, sino quizá los tiempos del Anticristo) aparece evidente por tantos pronunciamientos suyos. Además hace reflexionar, tamibén en el Vaticano, la gran cantidad de “avavisos” sobrenaturales, que van en tal sentido, contenidos en “revelaciones privadas” a santos y místicos y en apariciones de estos decenios: en alguna de ellas se afirma incluso que el Anticristo sería un eclesiástico de este tiempo (un “pastor ídolo” que trastocará la vida de la Iglesia), pero es una imagen que muchos interpretan como referida a un “pensamiento non católico” dentro de la Iglesia, fenómeno que en efecto es bien desastrosamente visible. Da un cuadro razonado e iluminante de todo esto el padre Livio Fanzaga en el volumen, apenas salido, “Profezie sull’Anticristo” (Sugarco). Un cuadro precioso para comprender el sentido y la preocupación de tantas intervenciones pontificias. Angustiadas sea por las suertes de la fe que por las suertes de la humanidad.

La particular atención de la Santa Sede a Italia es debida al hecho de que el peso de los católicos ha dado –como ha subrayado el Papa mismo- la señal de una inversión de tendencia respecto a la devastación anticristiana y nihilista del resto d’Europa. Es decir la Iglesia apuesta por Italia para volver a llevar a Europa a sus raíces cristianas y a la fe. Por eso alarma fuertemente que en estos días, en el Palacio de la política, se intente a hurtadillas -con la connivencia de algunos católicos- reintroducir un “delito de opinión referido a la tendencia sexual” (como lo define “Avvenire”) que abre el camino a la “desmoralización” del Pueblo y mañana podría amenzar fuertemente la misma libertad de la Iglesia de enseñar su moral. Además de todo tales limitaciones a la libertad de pensamiento y de palabra pretende ser una ideología libertaria, paradoja que hace reflexionar amargamente más allá del Tíber, donde estos chirridos son percibidos como peligrosas advertencias antes de un posible derrumbe.

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¿Qué significa la bellísima encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza?

Posted by El pescador en 22 diciembre 2007

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

En “Libero”, 1 diciembre 2007Un texto bellísimo que leer y meditar…

Una bomba. Es la nueva encíclica de Benedicto XVI, “Spe salvi” donde no hay ni una cita del Concilio (elección de enorme significado), donde finalmente se vuelve a hablar del Infierno, del Paraíso y del Purgatorio (incluso del Anticristo, aunque sea en una cita de Kant), donde se llaman los horrores con su nombre (por ejemplo “comunismo”, palabra que en el Concilio fue prohibida pronunciar y condenar), donde en lugar de guiñar el ojo a los poderosos de este mundo rememora el consumidor testimonio de los mártires cristianos, las víctimas, donde barre la retórica de las “religiones” afirmando que uno solo es el Salvador, donde se indica a María como “estrella de esperanza” y donde se muestra que la fe ciega en el (solo) progreso y en la (sola) ciencia lleva al desastre y a la desesperación.

Benedicto XVI, del Concilio, no cita ni siquiera la “Gaudium et spes”, a pesar de que tenía en el título la palabra “esperanza”, sino que disipa justamente el equívoco desastrosamente introducido en el mundo católico por esta que fue la principal constitución conciliar, “La Iglesia en el mundo contemporáneo”. El Papa invita de hecho, en el n. 22, a “una autocritica del cristianismo moderno”. Especialmente sobre el concepto de “progreso”. Para decirlo con Charles Péguy, “el cristianismo no es la religión del progreso, sino de la salvación”. No es que el “progreso” sea cosa negativa, muchísimo debe al cristianismo como demuestran también libros recientes (pienso en los de Rodney Stark, “La vittoria della Ragione” y de Thomas Woods, “Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental”). El problema es la “ideología del progreso”, su transformación en utopía.

El problema grave de la “Gaudium et spes” y del Concilio fue el cambiar la virtud teologal de la “esperanza” en la noción mundanizada de ”optimismo”. Dos cosas radicalmente antitéticas, porque, como escribía Ratzinger, de cardinal, en el libro “Guardare Cristo”: “el objetivo del optimismo es la utopía”, mientras que la esperanza es “un don que nos ha sido dado y que esperamos de aquel que sólo puedo regalarlo de verdad: de aquel Dios que ya ha construido su tienda en la historia con Jesús”.

En la Iglesia del post-Concilio el “optimismo” se convierte en un nuevo superdogma. El peor pecado fue el de “pessimismo”. A ello contribuyó también el “ingenuo” discurso de apertura del Concilio hecho por Juan XXIII, el cual, en el siglo de la más grande masacre de cristianos de la historia, veía las cosas de color de rosa y la tomaba con los así llamados “profetas de desventura”: “En las actuales condiciones de la sociedad humana” decía “ellos no son capaces de ver otra cosa que ruínas y problemas; van diciendo que nuestros tiempos, si se comparan con los siglos pasados, resultan del todo peores; y llegan al punto de comportarse como si no hubiera nada que aprender de la historia… A Nos nos parece que debemos resueltamente disentir de esos profetas de desventura, que anuncian siempre lo peor, como si ocurriese el fin del mundo”.

Roncalli fue considerado, por la apologética progresista, depositario de un verdadero “espíritu profético”, cosa que se negó –por ejemplo– a la Virgen de Fátima la cual en cambio, en 1917, ponía en guardia de horribles desgracias, anunciando la gravedad del momento y el peligro mortal representado por el comunismo que llegaba (después de tres meses) a Rusia. Se verificó de hecho un océano de horrores y de sangre. Pero 40 año después, en 1962, alegremente – mientras el Vaticano aseguraba a Moscú que en el Concilio no sería condenado explícitamente el comunismo se “condenaban” a miles vejaciones a santos como padre Pío –Juan XXIII anunció públicamente que la Iglesia del Concilio prefería evitar “condenas” porque aunque “no faltaban doctrinas falaces… ahora los hombres por sí mismos parece que sean propensos a condenarlos”.

Y de hecho de allí a poco se dio el máximo de la expansión comunista en el mundo, no sólo con regímenes que iba desde Trieste a China y después Cuba e Indocina, sino con la explosion del ’68 en los países occidentales que durante decenios fueron devastados por las ideologías del odio. Pocos años depués del final del Concilio Pablo VI hacía el trágico balance, para la Iglesia, del ”profetico” optimismo roncalliano y conciliar: “Se creía que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Vino por el contrario una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre… La apertura al mundo se convirtió en una verdadera y propia invasión del pensamiento secular en la Iglesia. Hemos sido quizá demasiado débiles e imprudentes”, “la Iglesia está en un difícil periodo de autodemolición”, “pr alguna parte el humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios”.

Por esta leal admisión, el mismo Pablo VI fue aislado como “pesimista” por el establishment clerical para el cual la religión del optimismo “hacía olvidar toda decadencia y toda destrucción” (además de hacer olvidar la enormidad de los peligros que cargan sobre la humanidad y dogmas tales como el pecado original y la existencia de Satanás y del infierno). Ratzinger, en el libro citado, tiene palabras de fuego contra esta sustitución de la “esperanza” por el “optimismo”. Dice que “esto optimismo metódico era producido por aquellos que deseaban la destrucción de la vieja Iglesia, con el manto de cobertura de la reforma”, “el público optimismo era una specie de tranquilizante… con el objetivo de crear el clima adaptado a descomponer posiblemente en paz la Iglesia y adquirir así dominio sobre ella”.

Ratzinger ponía también un ejemplo personal. Cuando explotó el caso de su libro entrevista con Vittorio Messori, “Informe sobre la fe”, donde se ilustraba claramente la situación de la Iglesia y del mundo, fue acusasdo de haber hecho “un libro pesimista. Por algunas partes” escribía el cardenal “se intentó incluso prohibir la venta, porque una herejía de esta magnitud simplemente no podía ser tolerada. Los detentadores del poder de opinión pusieron el libro en el índice. La nueva inquisición hizo sentir su fuerza. Se demostró una vez más que no existe pecado peor contra el espíritu de la época que el convertirse en reos de una falta de optimismo”.

Hoy Benedicto XVI, con esta encíclica de pensamiento (que revaloriza por ejemplo los “frankfurtianos”), finalmente pone en solfa el mantecoso “optimismo” roncalliano y conciliare, aquel ideologismo facilón y conformista que ha hecho arrodillar a la Iglesia ante el mundo y la ha entregado a las más tremendas crisis de su historia. Así la crítica implícita no va más sólo al post concilio, a las “malas intrepretaciones” del Concilio, sino también a algunos planteamientos del Concilio. Del resto ya un teólogo del Concilio come fue Henri de Lubac (por otra parte citado en la encíclica) escribía a propósito de la Gaudium et spes: “se habla aún de ‘concepción cristiana’, pero bien poco de fe cristiana. Toda una corriente, en el momento actual, busca enganchar la Iglesia, por medio del Concilio, a una pequeña mundanización”. E incluso Karl Rahner dijo que el “esquema 13”, que se convertiría en la Gaudium et spes, “reducía el alcance sobrenatural del cristianismo”. ¡Incluso Rahner! Ratzinger vivió el Concilio: es el autor del discurso con el cual el el cardinal Frings demolió el viejo S. Oficio que no pocos daños había hecho. Y hoy el pontificado de Benedicto XVI se está calificando como la clausura de la estación oscura que, haciendo acopio de las cosas buenas del Concilio, nos devuelve la belleza bimilenaria de la tradición de la Iglesia. No por casualidad en la encíclica no es citado el Concilio, pero están S. Pablo y Gregorio Nazianceno, S. Agustín y S. Ambrosio, S. Tomás y S. Bernardo. Una encíclica bella, bellísima. También poética, que habla al corazón del hombre, a su soledad y a sus deseos más profundos. Es aconsejable leerla y meditarla atentamente.

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Benedicto y la autocrítica del cristianismo moderno

Posted by El pescador en 22 diciembre 2007

Luigi Accattoli (original en italiano; traducción mía)

«Autocrítica del cristianismo moderno» son las palabras para mí más inesperadas de la encíclica. Afirma que la reducción de la esperanza en época moderna -que se hizo evidente con la caída de las ideologías- reclama un pensamiento de parte del mundo secular y del cristiano: «Es necesario que la autocrítica de la edad moderna, que debe siempre aprender a comprenderse a sí mismo». La autocrítica cristiana debe concernir en particular al hecho que él -perseguido por el avance de la ciencia- se «concentró en gran parte sobre el individuo y su salvación» y «con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren». En otro pasaje de la encíclica el papa afirma que desde la apuesta de la humanidad moderna sobre la ciencia la fe «queda desplazada a otro nivel –el de las realidades exclusivamente privadas y ultramundanas–», y resulta así «irrelevante para el mundo». La autocrítica del cristianismo -por tanto- debería partir del rechazo de aquella irrelevancia y de la reivindicación del deber de ocuparse de la «historia universal» y de comunicar un mensaje no sólo relevante sino decisivo para la entera humanidad. No había encontrado nunca esta idea de una autocrítica del «cristianismo moderno» -quizá análoga a aquella del cristianismo antiguo desarrollada por el papa Wojtyla- en los escritos del cardenal Ratzinger y en los textos del papa Benedicto. No la entiendo completamente pero me atrae. En el primer comentario a esta entrada proporciono los cuatro textos en los cuales está formulado el concepto.

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«Spe salvi»: nada de cielo-nada de justicia

Posted by El pescador en 15 diciembre 2007

Luigi Accattoli (original en italiano; traducción mía)

«Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna«: así dice Benedicto en la nueva encíclica. Sorprende siempre un Papa que dice «estoy convencido». Nos recuerda al libro sobre Jesús, donde había escrito: «Todo el mundo es libre de contradecirme». Aquellas tres líneas sobre la justicia me parecen las más originales de mensaje entero, leído en el revuelo de las discusiones redaccionales. «Valoramos sobre el infierno, no sobre el marxismo, no sobre la ciencia». Me han recordado a Franco Rodano que decía: «Si todo termina con la muerte ¿que hay de los ajusticiados por error, de los esclavos crucificados a lo largo de la Via Apia, del hambre sufrida por generaciones de chinos?»

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