Hoy es el 6-6-06, una fecha como otra cualquiera. Yo así lo pensaba hasta que alguien me hizo caer en la cuenta de la coincidencia de los números de dicha fecha con el número de la Bestia que dice el Apocalipsis (666).
El Apocalipsis siempre es asociado al fin del mundo, a las catástrofes, etc. Pero hemos de saber que este libro pertenece a un género literario llamado apocalíptica y que es una palabra griega que significa Revelación. Ya en el Antiguo Testamento hay pasajes apocalípticos (Daniel 7-12). En general la apocalíptica se caracteriza por interpretar la historia a través de símbolos, todo ello lo ve un vidente; y la finalidad era infundir la esperanza en un futuro mejor durante tiempos de dificultad o persecución.
Por tanto, una característica de esta literatura es el simbolismo: colores, números, personajes… Además, los lectores inmediatos de los textos podían identificar fácilmente las referencias.
Ahora vamos a ver ahora el sentido simbólico de algunos números, incluyendo por supuesto el 6:
– Uno. Significa excelencia y autoridad y puede aplicarse a Dios (que Es, Era y Viene: Ap 1, 4.8) y a Cristo (Primero y último..: Ap 1, 17; 2, 8; 22, 13).
– Dos. Implica cooperación, tanto positiva (en los profetas: Ap 11, 1-13) como negativa (en las bestias: Ap 13, 1-18).
– Tres y medio (= mitad de siete) es el tiempo que pasa, momento breve de persecución de los fieles. Partiendo de cálculos tomados de Dan 7, 25; 12, 7, Juan lo identifica con un tiempo (=año), dos tiempos y medio tiempo: los 42 meses o 1260 días simbólicos de la crisis final (Ap 11, 9-13; 12, 14).
– Cuatro. Es el mundo perfecto y peligroso: cuatro son los Vivientes del cielo (4, 6.8; 5, 6 etc.), los caballos destructores de la historia (6, 1-8), los elementos cósmicos (8, 7-12; 16, 1-9), los ángulos del mundo con sus ángeles y vientos (7, 1-3; cf. 9, 14-15; 20, 8), lo mismo que los cuernos del altar (cf. 9, 13) y los ángulos o muros de la Ciudad nueva (21, 16).
– Seis. Es la imperfección del mundo (del hombre) que, oponiéndose al siete de Dios y su Mesías, acaba encerrándose a sí mismo, en violencia destructora. Es el número de la Bestia: 6.6.6 (Ap 13, 18) y del 6º emperador, que ahora reina (tras los cinco pasados), siendo incapaz de permanecer, pues no puede hacerse siete (cf. 17, 10-11).
– Siete. Es la plenitud divina que se expresa en los espíritus (Ap 1, 4; 3, 1; 4, 5; 5, 6), ángeles (1, 20; 8, 2. 6), candelabros (1, 12.20; 2, 1), astros (1, 16.20; 2, 1), iglesias (1, 4.11.20) y en los cuernos y ojos del Cordero, que reflejan su poder (5, 6). Siete son también los acontecimientos finales que marcan el juicio de Dios sobre el mundo: los sellos (5, 1.5; 6, 1), las trompetas (8, 2.6), los truenos (10, 3.4) y las copas destructoras (15, 1.6.7). Hay también un siete negativo que se expresa en las cabezas del Dragón y de la Bestia (12, 2; 13, 1; 17, 3.7), en las colinas (de Roma) que forman el asiento de la Prostituta, en los reyes perversos de la historia (17, 9) y, sobre todo, en el 7º emperador, que permanece poco tiempo…, pues un siete humano es siempre perversión, es idolatría. Cuando este emperador desaparezca volverá como octavo uno de los anteriores, pero Cristo lo destruirá (17, 10-11).
– Diez. Es número del poder perverso: los cuernos de Dragón y Bestia (13, 3; 13, 1; 17, 3.7), los reyes de la tierra (17, 12.16) y los días de prueba que Daniel y compañeros han de padecer porque no aceptan la comida impura del imperio (2, 10). Se opone probablemente al doce de la perfección israelita y cristiana.
– Doce. Número perfecto de los cielos, como muestran las estrellas de la corona de la Mujer (12, 1), y de la historia mesiánica, que se expresa por los hijos de Israel y los apóstoles del Cristo, vinculados a los ángeles de Dios y a los cimientos y puertas de la Jerusalén perfecta (21, 12-14), con sus medidas y piedras preciosas (21, 16.21). Desde ese fondo han de entenderse sus múltiplos: los 24 Ancianos (dos por doce) que forman la corte de Dios (4, 4) y los 144.000 triunfadores (doce mil por doce mil) del Monte Sión (14, 1; cf. 7, 4).
– Mil. Es signo de una gran multitud (millares de millares forman la muchedumbre incontable de los ángeles 5, 11). Se emplea de un modo especial para indicar el milenio: los años del tiempo del reino de los elegidos; frente al breve tres y medio de la persecución se eleva el mil de gloria de los elegidos (20, 2-7).
El Apocalipsis habla del 666 como del nombre de la Bestia: Aquí se requiere sabiduría. Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia, pues se trata de la cifra de un hombre. Su cifra es 666 (13,18).
Las primeras generaciones cristianas tenían todo lo que necesitaban para solucionar el enigma. Nosotros debemos tener en cuenta que:
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La solución pasa necesariamente por el siglo I d.C. Juan se refiere a un personaje que puede ser reconocido por su comunidad.
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La cifra de la Bestia tiene que interpretarse en el contexto más amplio de los capítulos 12-18 y nos pone necesariamente en relación con el poder imperial romano.
Vamos a ver ahora cómo podemos identificar a la Bestia con el Imperio romano y por qué viendo la segunda parte del Apocalipsis (c. 12-20), que aborda el problema de la relación con el poder imperial romano.
Ya desde Augusto (27 a.C.-14 d.C.), las pretensiones imperiales se habían ido haciendo cada vez más excesivas, hasta el punto de que el emperador se convirtió en objeto de culto. Los emperadores se divinizaron a sí mismos o fueron divinizados por sus sucesores. Es curioso que fuera en las provincias -en el Asia Menor- y no en la capital (Roma) donde este culto alcanzó mayor éxito. Y es en algunas ciudades como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, etc., donde la arqueología y la numismática han puesto de relieve los vestigios más evidentes de la práctica de este culto al emperador.
En este sentido, el siglo I supuso una prueba especial para los cristianos. Hubo ciertamente un periodo de tolerancia y de moderación con Tiberio (14-37) y Claudio (41-54), pero la locura tristemente célebre de Calígula (37-41) y de Nerón (54-68) iba a llevar este culto a los límites de la sinrazón, suscitando así una viva reacción por parte de los cristianos. Ante su negativa, la represión y la persecución se hicieron cada vez más violentas. Este pasado reciente de las locuras imperiales, que llevó a la persecución de los cristianos, es lo que movió al autor del Apocalipsis a tomar la palabra para afianzar a sus hermanos en medio de la prueba y darles aliento.
Un pasado reciente, pero que había vuelto a hacerse presente, en el momento en que San Juan escribe el Apocalipsis. Estamos ahora en tiempos de Domiciano (81-96). Si no cayó en la locura como Calígula y Nerón, no dejó sin embargo de de imponer el culto al emperador, que llegó hasta hacerse llamar «nuestro Señor y nuestro Dios». En efecto, sus cartas llevan el encabezamiento: «Nuestro Señor y nuestro Dios ordena lo siguiente». ¿Cómo podrían admitir semejante pretensión los cristianos, que confesaban «al único Dios y Señor nuestro Jesucristo» (Judas 4)? El culto al emperador era inconciliable con la fe cristiana, y los cristianos supieron mantenerse en su debido lugar en nombre de su fe. Y aunque Domiciano no practicó una persecución sistemática contra los cristianos, éstos guardarán de él un mal recuerdo y establecerán espontáneamente algunas relaciones entre su reinado y el de Nerón. Lo cierto es que el doble contexto del culto imperial y de las persecuciones en general (bajo Domiciano o antes de él) destaca con toda claridad en el libro del Apocalipsis:
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2,13: «Sé dónde vives: donde está el trono de Satanás». La Iglesia aquí aludida es la de la ciudad de Pérgamo, notable lugar de culto imperial en Asia;
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13,1-18: la Bestia presenta definitivamente rasgos reales: su imagen se levanta e intenta seducir a todos los habitantes de la tierra para que la adoren,
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14,8; 17,5 y c. 18: el nombre simbólico de Babilonia la grande designa, como en los apocalipsis judíos contemporáneos, la capital del imperio: Roma.
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c. 17: la alusión a la residencia de la gran prostituta (las «siete colinas»… de Roma) y a los siete reyes que se fueron sucediendo nos lleva a un contexto imperial romano;
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las numerosas alusiones a la prueba y a la sangre derramada de los mártires se comprenden fácilmente en el contexto general que hemos descrito y que empieza a transcurrir desde los tiempos de Nerón (1,9; 7,14; 12,11; 13,7; 20,4).
En conclusión: Este poder imperial, que persigue a los cristianos a quienes se dirigía San Juan en su Apocalipsis, está expresado con un número, el número de la Bestia que se opone al Cordero degollado (pero no muerto). El número de la Bestia es el 666, número que se acerca a la perfección del 7, pero que no llega, con lo cual al final es destruido. No hay que buscar interpretaciones extrañas y retorcidas, pues el autor quiso solamente decir a los cristianos que sufrían la persecución y la incomodidad de su sociedad que, por muchos padecimientos y mucha fuerza que pareciera tener el poder imperial romano y los enemigos de Cristo, la perfección sólo es de Dios y de Cristo, muerto y resucitado (su Cordero, degollado, el que estaba muerto y ahora vive, que tiene las llaves del reino de la muerte, etc. y del cual San Juan es testigo -cf. Apocalipsis 1,17-19).
Esto nos debe enseñar a nosotros que hemos de confiar sobre todo en el poder de Dios, que consiste en su Amor infinito por sus creaturas, que hemos de vivir confiados en la misericordia de Dios y cumpliendo su voluntad pero sin prestar atención a todos aquellos que anuncian el fin de los tiempos antes de tiempo por cualquier coincidencia: ya lo anunció Jesús en el Evangelio, que el día y la hora sólo la sabe Dios Padre. Y cuando llegue ese momento final, hemos de saber que no será un final destructor, sino el comienzo de los cielos nuevos y de la tierra nueva, la nueva Jerusalén (Apocalipsis 21-22), el cumplimiento definitivo de los nuevos tiempos de salvación inaugurados por Jesucristo.