El testamento del pescador

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Dios se revela en la debilidad

Posted by El pescador en 4 noviembre 2011


A Marcos Valsera Cobos, en sus primeras horas en este mundo, sombra de los bienes futuros (cf. Hebreos  10,1)

Por nuestra condición humana buscamos la seguridad, una seguridad tangible, visible, que sea una certeza, para que estemos más tranquilos. Esto constrasta con la forma que tiene Dios de revelarse a nosotros, de darse a conocer, no desde el poder o la fuerza sino desde la debilidad.

Tenemos el ejemplo tan conocido de David contra Goliat, un niño contra un gigante. Ya al ungirlo, el profeta Samuel no había reparado en él por ser el más pequeño de los hermanos, y pensó que el elegido por Dios para ser el nuevo rey de Israel iba a ser alguno de los hijos mayores de Jesé, que eran más fuertes: «Cuando llegó, vio a Eliab, y pensó: – Seguro, el Señor tiene delante a su ungido. Pero el Señor le dijo: – No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón» (1 Samuel 16,6-7); «luego preguntó a Jesé: – ¿Se acabaron los muchachos? Jesé respondió: – Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas. Samuel dijo: – Manda a por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue. Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: – Anda, úngelo, porque es éste» (1 Samuel 16,11-12). El versículo siguiente, el 13, dice «Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento invadió a David el Espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante».

Y ese Espíritu del Señor fue el que hizo posible su hazaña de derribar con su honda de pastor al gigante filisteo Goliat, cuya descripción impresiona y que el hagiógrafo o escritor sagrado quizá exagera para destacar la desigualdad del duelo con el joven pastor, recién ungido como rey de Israel: «Del ejército filisteo se adelantó un luchador, llamado Goliat, oriundo de Gat, de casi tres metros de alto. Llevaba un casco de bronce en la cabeza, una cota de malla de bronce que pesaba medio quintal, grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce a la espalda; el asta de su lanza era como la percha de un tejedor y su punta de hierro pesaba unos seis kilos» (1 Samuel 17,4-7).

Contrasta esta mole filistea con la pequeñez de David y su confianza en la fuerza del Señor para vencer (versículos 36-50):

«Tu servidor ha matado leones y osos; ese filisteo incircunciso será uno más, porque ha desafiado a las huestes del Dios vivo. Y añadió: – El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de las manos de ese filisteo. Entonces Saúl le dijo: -Anda con Dios. Luego vistió a David con su uniforme, le puso un casco de bronce en la cabeza, le puso una loriga, y le ciñó su espada sobre el uniforme. David intentó en vano caminar, porque no estaba entrenado, y dijo a Saúl: – Con esto no puedo caminar, porque no estoy entrenado. Entonces se quitó todo de encima, agarró su cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó: – ¿Soy yo, acaso, un perro para que vengas a mí con un palo? Luego maldijo a David invocando a sus dioses, y le dijo: – Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo. Pero David le contestó: – Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor Todopoderoso, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel, y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y Él os entregará en nuestro poder. Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada».

Merece la pena leer el relato sagrado, que insiste en la confianza que David tiene en el Señor, no en sus propias armas, para salir victorioso de aquel peligroso duelo tan desigual, porque sabía que Dios es el que da la victoria, y la otorga a través de alguien pequeño y aparentemente insignificante.

Pues bien, esto es algo que se repite a lo largo de la Historia de la salvación y que tiene su culmen en Jesucristo. Los mismos magos de Oriente que iban a adorarlo, primero lo buscaron en el palacio de Herodes; los dirigentes del pueblo no lo aceptaron porque esperaban un Mesías poderoso y triunfal, y no concebían que éste pudiera venir como uno de nosotros.

Pero es que Dios no quiere servirse de la fuerza ni del poder ni manifestarse a través de ellos, porque entonces no deja lugar a nuestra libertad para aceptarlo o rechazarlo (¿quién podría negarse a aceptar a un Mesías nacido en el palacio de Herodes?), y es que aunque nos demuestra su origen divino con sus milagros todavía algunos lo rechazaban (Lucas 11,14-21); ni quiere a los orgullosos y seguros de sí mismos, porque éstos no necesitan a nadie y menos a Dios. Dios se revela en la debilidad para que así podamos amarlo, no temerlo.

Y la mayor debilidad de Dios al revelarse la encontramos en la cruz, que muestra la lógica de Dios, tan distinta del mundo, que por eso lo odió y odia a sus discípulos (Juan 15,18).

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Tipos de la Eucaristía en el Antiguo Testamento

Posted by El pescador en 1 noviembre 2011

 

Este retablo de la Última Cena se encuentra en la Iglesia de San Pedro, Lovaina (Bélgica).
Como se aprecia, está estructurado en torno a la institución de la Eucaristía en la Última Cena del Señor Jesús, y a su alrededor hay cuatro escenas del Antiguo Testamento (A.T.): a la izquierda arriba el encuentro de Abraham con Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo que le ofreció pan y vino; debajo la Cena pascual judía; a la derecha arriba, los israelitas recogen el maná en el desierto, debajo el profeta Elías es despertado por el ángel para que coma y tome fuerzas para el camino [Pinchando en el subrayado azul aparece cada cuadro con más detalle]. A continuación explico con sus correspondientes citas bíblicas cada una de las escenas.
Un tipo es la figura representativa que alude a otra realidad, en este caso las cuatro escenas del A.T. representaban y figuraban la institución de la Eucaristía. Vamos a ver esto y qué enseñan sobre este Sacramento.En primer lugar, hay que distinguir que las dos escenas de la izquierda nos indican que la Eucaristía es el sacrificio de Cristo, y las dos de la izquierda que la Eucaristía es comida y alimento para los cristianos.Veamos con detenimiento cada una de las escenas:

– El encuentro de Abraham y Melquisedec (arriba a la izquierda): 
 

Este episodio está narrado en el libro del Génesis 14,18-20: «Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo: ‘Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador del cielo y de la tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos’. Y Abrán le dio el diezmo de todo».
Esta escena es anuncio de la Eucaristía porque el autor de la carta a los Hebreos (7,3.8) nos enseña que de este personaje no consta familia ni antepasados, ni se sabe nada de su nacimiento ni de su muerte, y además la Escritura supone que vive todavía, por lo que es figura de Cristo, Hijo eterno de Dios.
En esta acción Abraham entregó el diezmo al sacerdote de Dios Melquisedec , aunque éste no pertenecía a la tribu de Leví, tribu a la que después pertenecieron los sacerdotes israelitas (7,5-6).
Así, el sacerdocio de Jesús es superior al de los la tribu de Leví, porque Él no muere  y así intercede para siempre ante Dios (7,25); además como Jesucristo no tiene pecados no necesita ofrecer sacrificios cada día por sus pecados y por los del pueblo, sino que fue suficiente con su único sacrificio en la cruz (7,27).
Por tanto, esta escena nos muestra que en el sacramento de la Eucaristía, Jesucristo es el sacerdote que ofrece el sacrificio.
– La Pascua judía (debajo a la izquierda):
El cuadro representa a una familia israelita comiendo la cena según lo mandado por Moisés (Éxodo 12,8.11): «Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas […] Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor».
Los israelitas la celebran con un cordero (Éxodo 12,5), Jesucristo en cambia conecta la Última Cena con su Pascua, con su muerte y resurrección puesto que Él será la víctima sacrificada, ya que se cumple lo mandado por Moisés: «Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: ‘No le quebrarán un hueso’ » (Juan 19,36), «no le romperás ningún hueso» (Éxodo 12,46).
Además de comer el cordero, en aquella primera Pascua los israelitas señalaron con la sangre del mismo sus puertas para  salvarse de la décima plaga que el Señor envió sobre Egipto (la muerte de los primogénitos: Éxodo 12,12-13.22.29-30). Así que igual que la sangre de  los corderos de aquella primera Pascua salvó de la muerte a los hebreos y les dio la libertad, la sangre de los sacrificios que los sacerdotes hebreos ofrecían servía para el perdón de los pecados del pueblo de Israel (Hebreos 9,7) y darles la libertad de los pecados, porque el pecado causa la muerte eterna y esclaviza.
Pero el autor de la carta a los Hebreos señala (10,2-4.11) que si la sangre de los animales sacrificados sirviera realmente para perdonar los pecados ya que tenían que repetirlos continuamente, y en cambio sólo Cristo pudo ofrecer el único sacrifico eficaz para perdonar los pecados (9,26; 10,12) con su sangre.
Por eso el cordero que comieron los israelitas en aquella primera Pascua es imagen de Cristo, que en la cruz se ofrece como víctima del sacrificio ofrecido para el perdón de los pecados, y que renovamos y actualizamos en la celebración de la Eucaristía.

– El maná (Éxodo 16, arriba a la derecha):

En el camino desde Egipto hacia la tierra prometida, los israelitas tenian que atravesar el desierto del Sinaí, y en un ambiente tan hostil el pueblo tuvo que enfrentarse al problema de la comida, y tuvo que ser tanta el hambre que causó la añoranza de la esclavitud en Egipto, porque allí al menos se hartaban de comer.
La solución que les dio el Señor fue el maná, un pan que era el alimento para cada día, los israelitas no podían guardarlo para más tiempo porque se estropeaba, de ahí que en el Padre Nuestro pidamos al Señor que nos dé el pan de cada día, porque el Señor no nos olvida ni nos abandona, y en la peregrinación de esta vida nos da el alimento de la Eucaristía para que podamos llegar a nuestra tierra prometida que es la Jerusalén del cielo.
En el discurso del Pan de vida (Juan 6,25-59), los judíos plantean a Jesús cuál es la señal que Él da para que crean que es el enviado de Dios ya que sus antepasados comieron el maná en el desierto (vv. 30-31). la respuesta de Jesucristo es que los cristianos, que somos los que creemos que Él es el que ha sido enviado por Dios (v. 29), recibimos el verdadero pan que ha bajado del cielo que nos da nuestro Padre Dios, y que es Jesucristo, para que tengamos vida eterna al comerlo y al creer en Él (vv. 35-40).
– Elías huye de Jezabel (abajo a la derecha):
Esta escena representa al profeta Elías cuando huyó de la reina Jezabel hacia el monte Horeb (1 Reyes 19,1-9); este episodio es consecuencia de la matanza de los profetas de Baal tras el desafío en el monte Carmelo (18,20-40).
Dicho desafío sirvió para mostrar al pueblo de Israel que el único Dios vivo y verdadero es Yahveh, porque los profetas del dios fenicio Baal, cuyo culto promovía Jezabel, esposa del rey israelita Ahab, y que suponía un grave peligro para la fe de los israelitas.
La reina Jezabel juró matar al profeta Elías tras lo sucedido en el monte Carmelo, así que no tuvo más remedio que huir. Pero cansado de caminar por el desierto, se acostó bajo una retama deseando morir porque le faltaban las fuerzas, hasta que un ángel lo despertó y le mandó comer una torta y beber agua que había cerca de él, de manera que así tuvo fuerzas para caminar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb o Sínaí.
Este episodio nos muestra que la Eucaristía es alimento para los cristianos, caminantes y peregrinos por este mundo hacia la Jerusalén del cielo; y en esta peregrinación que es la vida terrena tenemos a Jesucristo no sólo como alimento sino también como camino para llegar a nuestra meta.
Finalmente, estas cuatro escenas del Antiguo Testamento se cumplen en el sacramento de la Eucaristía, representada en la Última Cena del centro del retablo.

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