El testamento del pescador

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«Herida vais del serafín, Teresa», el soneto de Lope de Vega

Posted by El pescador en 19 noviembre 2014

El gran Lope de Vega dedicó un soneto a la Transverberación de Santa Teresa de Jesús, experiencia mística que ella misma describe así:

«Veía un ángel, cabe mí, hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos […]. Esta visión, quiso el Señor la viese así: no era grande sino pequeño; hermoso mucho; el rostro tan encendido que parecía de los ángeles más subidos; que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines que los nombres no me los dicen […]. Veíale en las manos un dardo de oro, largo, y, al fin del hierro, me parecía tener un poco de fuego; este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios» (V 29, 13)

Santa Teresa habla de un querubín, pero el dominico P. Báñez, seguido por fray Luis de León, anotó al margen del autógrafo: “más parece de los que llaman serafines”. A la imprenta pasó, pues, “serafines”, que es la palabra que usa Lope:

Herida vais del serafín, Teresa,

corred al agua, cierva blanca y parda,

que la fuente de vida que os aguarda,

también es fuego, y de abrasar no cesa.

¿Cómo subís por la montaña espesa

del rígido Carmelo tan gallarda,

que con descalzos pies no os acobarda

del alto fin la inaccesible empresa?

Serafín cazador el dardo os tira,

para que os deje estática la punta,

y las plumas se os queden en la palma.

Con razón vuestra ciencia el mundo admira,

si el seráfico fuego a Dios os junta,

y cuanto veis en él, traslada el alma.

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Orar con «El pastorcico» de San Juan de la Cruz

Posted by El pescador en 17 noviembre 2014

El texto de la poesía está en la entrada titulada «El pastorcico».

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El pastorcico

Posted by El pescador en 29 abril 2007

Este Domingo IV de Pascua es el día del Buen Pastor, os traigo este bellísimo poema de San Juan de la Cruz, ilustrado por este impresionante crucificado de Miguel Ángel, que se encuentra en el Sancto Spirito de Florencia.

Jesucristo es el Buen Pastor, que con su muerte en el madero nos ha abierto las puertas de la vida eterna, nos ha hecho entrar en los pastos eternos.

Suele representarse al Buen Pastor con la oveja a hombros, ya desde las primitivas catacumbas cristianas: ver aquí y aquí; ésta última imagen bucólica se ha tomado como logotipo del Catecismo de la Iglesia católica.

En esta ocasión quiero mostrar su dimensión de entrega que ilumina todo este tiempo pascual.

Podéis descargar el poema con música (además de otros más) en este sitio:

EL PASTORCICO

I

Un pastorcico solo está penado
ageno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.

II

No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así affligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olbidado.

III

Que sólo de pensar que está olbidado
de su vella pastora con gran pena
se dexa maltratar en tierra agena
el pecho del amor muy lastimado!

IV

Y dize el pastorcito: ¡Ay desdichado
de aquel que de mi amor a hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia
y el pecho por su amor muy lastimado!

V

Y a cavo de un gran rato se a encumbrado
sobre un árbol do abrió sus braços vellos
y muerto se a quedado asido dellos
el pecho del amor muy lastimado.

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Cuando en mis manos, Rey eterno

Posted by El pescador en 25 marzo 2007

Hoy es el 7º Aniversario de la ordenación sacerdotal de mi compañero Antonio Robles Gómez y un servidor. Fue el día de la Anunciación del Gran Jubileo del año 2000, cuando celebrábamos precisamente los 2000 años de la Encarnación del Hijo de Dios.

La ceremonia empezó justo a las 12 del mediodía, la hora en que se reza el Ángelus, la hora en que el arcángel San Gabriel visitó a la Virgen María y el Hijo eterno de Dios se hizo hombre en las entrañas purísimas de María.

Os pido una oración por nosotros y por nuestro ministerio y os dejo estos dos bellos poemas de dos grandes poetas: el primero es de Lope de Vega (que también fue sacerdote) y el otro de Gerardo Diego, que se lo escribió a Federico Sopeña en la fiesta de San Isidro de 1949 y que se titula A un misacantano.

Lope de Vega: Temor en el favor

Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto
y la piedad de vuestro pecho admiro.

Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto,
que arrepentido de ofenderos tanto
con ansias temo y con dolor suspiro.

Volved los ojos a mirarme humanos,
que por las sendas de mi error siniestras
me despeñaron pensamientos vanos;
no sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
Vos le dejéis de las divinas vuestras.

Gerardo Diego: A un misacantano

Cuando en mis manos, Rey eterno, os tengo,
os tengo y os obtengo con mi boca,
con mi boca y mi lengua que se apoca
de su ungido y novísimo abolengo;
cuando, trémulo, os alzo y os sostengo
-astro de paz manando agua de roca
sobre el ara del cielo-, ya no toca
mi barro, el barro adán de donde vengo.

Y por mis manos que atan y desatan,
por mis brazos, mi pecho, se dilatan,
revierten ondas y ondas remansando
cuando -Amor- os concreto y os obligo,
elevado en la música del trigo,
redonda alondra sin cesar cantando.

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No sabe qué es amor quien no te ama

Posted by El pescador en 23 marzo 2007

Un bellísimo soneto de Lope de Vega, para que en esta cuaresma apreciemos la belleza divina y no nos distraigan las fugaces bellezas de este mundo, que siempre han de remitirnos a la eternidad.

El mismo Lope tuvo esta experiencia de dejarse cegar por la belleza terrena, pues fue un mujeriego pero también un hombre muy religioso.

Este soneto me recuerda la historia de San Francisco de Borja que, como caballerizo de la Emperatriz, acompañó hasta Granada el cadáver de Isabel de Avís, esposa del emperador Carlos V y famosa en su época por su extraordinaria belleza. Al llegar a su destino, abrió el ataúd para reconocer el cuerpo y al ver la putrefacción dijo asombrado: No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso y tomó su famosa resolución ¡No servir nunca más a un señor que pudiese morir! .

Rimas sacras – Soneto XLVI

No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, esposo bello;
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio que derrama
licor al alba; de marfil tu cuello;
tu mano el torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.

 

¡Ay, Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que una hora amando
venza los años que pasé fingiendo.

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¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

Posted by El pescador en 25 febrero 2007

Traigo al empezar la Cuaresma este bellísimo soneto de Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios españoles o Monstruo de la Naturaleza como lo llamó Cervantes. Fue un mujeriego, como su padre y cuentan que en su entierro había gran cantidad de mujeres (recuerdo que la profesora de Literatura nos dijo que nunca nos había pedido que estudiáramos la vida de ningún autor, pero sí nos pedía la de Lope porque dedicó muchos poemas a sus amantes), pero también fue un hombre muy religioso, como su padre lo fue también, y escribió bellos sonetos en los que expresaba su arrepentimiento y su deseo de corresponder al amor divino; terminó haciéndose sacerdote pero también tuvo una amante, Marta de Nevares, que era tan bella cuanto ser podía, en palabras del propio Lope.

Pero fue siempre un hombre creyente que se daba cuenta de su pecado y quería convertirse, como expresa este soneto.

A nosotros puede servirnos en esta Cuaresma para recordar que el Señor siempre viene a buscarnos y a llamar a nuestra puerta para que le dejemos pasar a nuestra vida y compartamos con Él la comida: Mira, yo estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos (Apocalipsis 3,20), para que descubramos el amor, el eros y el ágape de Dios por nosotros y le abramos de par en par nuestras puertas, como nos animó Juan Pablo II al inicio de su pontificado.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del inviernos oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía»!

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

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