El gran Lope de Vega dedicó un soneto a la Transverberación de Santa Teresa de Jesús, experiencia mística que ella misma describe así:
«Veía un ángel, cabe mí, hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos […]. Esta visión, quiso el Señor la viese así: no era grande sino pequeño; hermoso mucho; el rostro tan encendido que parecía de los ángeles más subidos; que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines que los nombres no me los dicen […]. Veíale en las manos un dardo de oro, largo, y, al fin del hierro, me parecía tener un poco de fuego; este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios» (V 29, 13)
Santa Teresa habla de un querubín, pero el dominico P. Báñez, seguido por fray Luis de León, anotó al margen del autógrafo: “más parece de los que llaman serafines”. A la imprenta pasó, pues, “serafines”, que es la palabra que usa Lope:
Herida vais del serafín, Teresa,
corred al agua, cierva blanca y parda,
que la fuente de vida que os aguarda,
también es fuego, y de abrasar no cesa.
¿Cómo subís por la montaña espesa
del rígido Carmelo tan gallarda,
que con descalzos pies no os acobarda
del alto fin la inaccesible empresa?
Serafín cazador el dardo os tira,
para que os deje estática la punta,
y las plumas se os queden en la palma.
Con razón vuestra ciencia el mundo admira,
si el seráfico fuego a Dios os junta,
y cuanto veis en él, traslada el alma.