(original en italiano; traducción mía)
De Libero, 16 enero 2009
Benedicto XVI, como Juan Pablo II, defiende la fe del pueblo cristiano
de Antonio Socci
Hoy turban la Iglesia, arriesgándose a crear escándalo y extravío para millones de fieles, más que ciertos ateos declarados que hacen campañas publicitarias en los buses de Génova, están aquellos que -quizás con un hábito eclesiástico- hacen la guerra a Dios desde el interior y bajo pretextos «religiosos» propagan un pensamiento «no católico» (como confió amargamente Pablo VI a Jean Guitton).
No por casualidad el cardenal Ratzinger inició un memorable discurso a los biblistas en un ateneo vaticano recordando la figura del Anticristo de un relato de Soloviev, cuyo Anticristo era «un célebre exegeta» con doctorado en Teología en Tubinga. La admonición, aunque sea gallarda, era evidente.
Por otra parte, curiosamente, en estos años no ha sido el campo ortodoxo el que ha desenterrado una especie de Inquisición contra quien propaga herejías y contesta al Magisterio pontificio, sino más bien aquellos que querrían poner bajo inquisíción a la Virgen misma que osa manifestarse sin su permiso. A menudo son vejados por nuevas inquisiciones quienes testimonian una fe viva y fiel al Papa, no los herejes.
Ahora suscitan algunas preocupaciones, entre tantos y fervorosos fieles de la Virgen, ciertas «anticipaciones» (que no se saben si son verdaderas) del llamado «vademecum» que debería ocuparse de eventos sobrenaturales. Las voces sobre su presunto contenido han sido referidas por «Panorama», hace tres meses, y en estos días por un sitio de internet: se trataría de un «directorio» contra Medjugorje (meta de millones de peregrinos y lugar extraordinario de conversión) y contra los hechos de Civitavecchia donde, en febrero-marzo de 1995, una estatuílla de la Virgen proveniente de Medjugorje, ha llorado lágrimas de sangre durante 14 veces.
A favor de la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y del llanto milagroso de Civitavecchia están no sólo las cuidadosas investigaciones científicas llevadas a cabo sobre los videntes durante las apariciones y sobre la estatuílla de Pantano, investigaciones que excluyen categóricamente toda forma de estafa o de autosugestión. Está también la enorme cantidad de conversiones e incluso de curaciones inexplicables que se han verificado y continúan verificándose (los testimonios están documentados). Está la perfecta ortodoxia que se respira en estos santuarios. Y, juntamente con la devoción de millones de simples cristianos, está la devoción convencida de tantos sacerdotes, obispos y cardenales. Sobre todo aquella, aclarada, de Juan Pablo II que ha manifestado de mono inequívoco y más veces, incluso por escrito, su convicción personal sobre la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y de las lágrimas de la Virgencita.
Ciertamente un “vademecum” para los obispos hoy puede ser utilísimo para tratar tantos casos de «visionarios» de pacotilla y de embaucadores, pero hay que excluir que tal «directorio» sea apuntado contra Medjugorje y Civitavecchia que son dos santuarios marianos y tienen ahora su historia de devoción del pueblo cristiano (que, recordémoslo, es solicitada en las canonizaciones y presupuesta de hecho incluso en las definiciones de los dogmas) y son dos santuarios marianos.
Se dice que el “directorio” prescribe el recurso incluso a “psiquiatras ateos”. En Medjugorje ya ha sucedido. Al principio, en 1981, cuando el régimen comunista se desató contra las apariciones con arresos, vejaciones y violencias, los seis muchachos fueron incluso arrastrados ante psiquiatras del régimen que sin embargo debieron reconocer su perfecta salud mental y su buena fe. Al final algunos de aquellos médicos incluso se convirtieron, junto con los policías que debían reprimir el fenómeno.
En Civitavecchia la Virgencita superó el duro examen del obispo que no creía y que vio acaecer la décimocuarta lacrimación justo entre sus propias manos, sufriendo un shock cardiaco. Y ha superado también el examen de la comisión eclesiástica (que ha excluido alucinaciones, fenómeno parapsicológico o diabólico) y el examen laico más exigente, el de la ciencia (que ha reconocido que no es posible la explicación científica del fenómeno) y de la magistratura que -después de cuidadosas investigaciones y considerados los numerosísimos testimonios de las lacrimaciones (entre ellos «el Comandante de la policía municipal, agentes de la policía penitenciaria y de la policía del Estado»), escribe que éstas «deben reducirse o a un hecho de sugestión colectiva o a un hecho sobrenatural». De no ser porque aquellas lágrimas de sangre, al ser fotografiadas y filmadas, no pueden ser una «sugestión»: han sido además analizadas en laboratorio, al microscopio y definidas como «sangre humana».
Sobre Medjugorje el secretario de Estado Bertone, apenas fue nombrado, explicitó la posición de este pontificado precisando que las peregrinaciones allí, obviamente no oficiales, «están permitidas» y aconsejó incluso «un acompañamiento pastoral de los fieles». Además definió todavía una vez como «personales» las declaraciones del obispo de Mostar e indicó como justa la posición de espera de los obispos de la ex Yugoslavia que «deja la puerta abierta a futuras investigaciones».
También porque el gran número de apariciones, aún hoy en curso, no es un obstáculo, después que han sido reconocidas recientemente las apariciones de Laus donde la Virgen, desde 1647, se manifestó durante 54 años y largamente de forma cotidiana.
Por tanto los fieles de Medjugorje y Civitavecchia pueden estar tranquilos. Del resto el Papa demuestra que tiene la unidad de la Iglesia muy dentro del corazón. También lo ha demostrado recientemente en el modo en que ha resuelto paternalmente el problema neocatecumenal y en el modo en que ha tendido la mano a los tradicionalistas, con la recuperación de la antigua liturgia, pidiendo a los obispos franceses que los acojan y que no discriminen a ninguno. Verdaderamente el Santo Padre quiere conjurar en todos los modos fracturas y desorientación de los fieles. Finalmente también la devoción y la estima hacia Juan Pablo II lo inducen a defender Medjugorje e Civitavecchia. Por eso hay que excluir que el directorio sea «contra» estos dos santuarios.
También hay mucha duda de que el Papa pueda aprobar un «directorio» tan duro y represivo como aquello anhelado por ciertas indiscreciones, porque justamente Ratzinger fue el autor del memorable discurso con el cual el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, en 1962 convenció a la Iglesia para que jubilara el viejo Santo Oficio y ciertos sistemas suyos «cuya modalidad de procedimiento no está de acuerdo en muchas cosas con nuestro tiempo y para la Iglesia será un daño y para muchos un escándalo».
Considerados los errores dolorosísimos hechos hace 50 años por eclesiásticos al tratar casos de santos como padre Pío o acontecimientos como Ghiaie di Bonate, es dudoso que el propio papa Ratzinger permita volver a reglas vejatorias que hoy podrían ser impugnados desde el punto de vista de los derechos humanos, además del derecho natural y del derecho canónico, produciendo «un daño para la Iglesia y un escándalo».
Benedicto XVI no quiere en absoluto «apagar el Espíritu» y «despreciar las profecías» (1 Tes 5,19-20), como alún teólogo y algún curial, sino que quiere exactamente lo contrario: ya de cardenal puso en guardia a los católicos de convertirse en «deístas», o sea aquellos que no creen verdaderamente «en una acción de Dios en nuestro mundo» y por eso se engañan con que «debemos nosotros crear la redención, nosotros crear el mundo mejor, un mundo nuevo. Si se piensa así el cristianismo ha muerto».
«La Iglesia» explicaba Ratzinger «afronta los desafíos que le son propios gracias al Espíritu Santo que, en los momentos cruciales, abre una puerta para intervenir». Históricamente lo ha hecho con los grandes santos «que eran también profetas», pero ante todo a través de la Virgen: «Hay una antigua tradición patrística que llama a María no sacerdotisa, sino profetisa. El título de profetisa en la tradición patrística es el título de María por excelencia… Se podría decir, en un cierto sentido, que de hecho la línea mariana encarna el carácter profético de la Iglesia».
Por tanto la «Reina de los profetas» va a ser escuchada, no amordazada.