San Cirilo de Jerusalén empieza su catequesis decimooctava con estas palabras:
«La raíz de toda buena acción es la esperanza en la resurrección»
Miguel de Unamuno, «Diario inédito»
No se trata de un santo real, como pueden haber pensado al leer el título, sino de un libro de Miguel de Unamuno. Brevemente, éste es el argumento de la obra: Ángela Carballino, una joven de Valverde de Lucerna, aldea de la diócesis de Renada se dispone a escribir la biografía del párroco don Manuel (santo para ella y los habitantes de la aldea), que se dedicó a consolar y a ayudar a sus feligreses, sobre todo a los más débiles. Pero Ángela sospecha que detrás de ese compromiso hay una tragedia interior, una honda tristeza en sus ojos, azules como las aguas del lago.
Y así vuelve al pueblo Lázaro, el hermano de Ángela, progresista y anticlerical, que cambia de ideas al comprobar la entrega de don Manuel. E inician una intensa relación hasta que el sacerdote le revela el secreto: no tiene fe, no puede creer en la resurrección de los muertos. Pero ante el pueblo finge esa fe y mantiene su piadoso fraude porque no quiere que pierdan la felicidad de la vida eterna. Lázaro termina colaborando con don Manuel fingiendo convertirse. Y morirá don Manuel sin que nadie más conozca el secreto pero considerado un santo; también muere Lázaro y su hermana se pregunta por la salvación de los dos.
La obra tiene cierta semejanza con los relatos evangélicos, de los que además toma citas. La intención de Ángela es que no se pierda la memoria del párroco y que todos lo conozcan.
Analizemos ahora los símbolos: la aldea, el lago y la montaña. Estos dos últimos van juntos. Unamuno los utiliza creando un significado único que logra transmitir plásticamente la tragedia que desarrolla el libro, la tragedia del autor, personificada en el párroco. Esta tragedia es la de la duda y la fe.
La aldea se encuentra entre el lago (duda) y la montaña (fe). Se puede ver el significado de ambos símbolos en un fragmento:
Y no era un coro, sino una sola voz, una voz simple y unida, fundidas todas en una y haciendo como una montaña, cuya cumbre perdida a las veces en las nubes, era don Manuel. Y al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable», la voz de don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba.
La voz del del pueblo es como la montaña, y el silencio de don Manuel, su falta de fe, es el lago. También está la nieve, la que cae en la montaña tiene apariencia de perdurar, pero la que cae en el lago se disuelve: así el pueblo, con la fe está unido, pero sin ella se diluye en el lago de la duda.
Por eso la aldea está en medio de la fe y de la duda, de la montaña y del lago. Permanece sostenida por don Manuel, y aquí aparece otro de los motivos de su título de «mártir»: él es quien carga con la incredulidad de todo el pueblo y sus consecuencias. Es el personaje principal, que da título al libro: don Manuel Bueno, el párroco que vive y muere en fama de santidad, porque ¡no, no es como los otros -decía-, es un santo! Unamuno pone empeño en resaltar su identificación con Jesucristo, el Siervo sufriente de Yahveh de los cánticos de Isaías (cita varias veces el grito en la cruz: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?); también lo identifica con Moisés, conductor del pueblo por el desierto, que no entra en la tierra prometida y deja como Josué sucesor a Lázaro.
Es muy significativa la descripción que hace Ángela: Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Era alto, delgado, erguido, llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva su cresta, y había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago. En él aparece personificado todo el drama del libro con la referencia a la Peña y al lago.
Conviene analizar su posición. Lázaro se convierte después de conocer su secreto y admirarse de su labor, de ver que aunque no es capaz de creer, sí lo es de sacrificarse por toda la aldea, no sólo porque no quiere quitarles la única esperanza en medio de una vida tan dura, sino porque es capaz de hacer todo lo posible por sus feligreses y si les engaña así -si es cierto que esto es un engaño- no es por medrar; y éste es su mérito, que no se angustia tanto por sus dudas existenciales que se olvide de los demás, sino todo lo contrario. Porque tiene muy claro que lo primero es que el pueblo esté contento, que estén todos contentos de vivir.
Dos personajes también cargados de un simbolismo muy denso, como toda la obra, son el tonto del pueblo, Blasillo, y una pastora que don Manuel y Lázaro ven en la montaña en uno de sus paseos por el lago. Blasillo, el tonto, está muy identificado con don Manuel (repite lo que éste canta, por ejemplo) hasta el punto que muere cuando el párroco, porque lo representa a él, es don Manuel: con esto Unamuno quiere decir que don Manuel es el «tonto del pueblo», está haciendo una misión ilógica para cualquier persona normal, es un idiota por comportarse así.
La pastora de la montaña representa a los cristianos, asentados sobre la roca de la montaña de la fe, o a la Iglesia incluso, edificada sobre la roca de Pedro.
Otro tema interesante, implícito en la acción de don Manuel Bueno, es el de la cuestión social y el progreso. Don Manuel no es partidario de una actividad organizada por la Iglesia en este aspecto, porque la religión no es para resolver los conflictos económicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las disputas de los hombres. No obstante, él destaca por su intensa actividad, sobre todo por su preocupación por los niños, ya que un niño que nace muerto o que se muere recién nacido y un suicidio […] son para mí de los más terribles misterios: ¡un niño en cruz!
Para terminar, un pequeño análisis de las citas evangélicas que utiliza. Ya dijimos antes que la obra comienza como un evangelio y que toma citas de todos, directas o indirectas, incluso hay citas del Antiguo Testamento (Moisés). Especial significado tienen las de la piscina de Siloé y la de la resurrección de Lázaro, ésta por el tema que trata, conectada con el canto del gallo (porque era madrugada). La primera aparece al principio, diciendo que don Manuel emprendió la tarea de hacer él de lago, de piscina probática y tratar de aliviarles y si era posible curarlos; un ejemplo más del talante y de la actividad y del sacrificio del párroco por los fieles.
Pero la cita más profunda aún que el lago es el episodio de las bodas de Caná (Juan 2,1-5), cuando don Manuel en una boda dijo una vez: ¡Ay, si pudiese cambiar el agua toda de nuestro lago en vino, en un vinillo que por mucho que de él se bebiera alegrara siempre, sin emborrachar nunca… o por lo menos con una borrachera alegre!. Es el deseo que tiene, sentirse aliviado de la carga, que la duda fuese de tal manera que los hombres se olvidaran de su destino sin esperanza y pudiesen vivir felices y sin preocupaciones a pesar de no tener esa fe con que consolarse de que el delito mayor del hombre es haber nacido.
Por supuesto aún quedan muchas cosas por decir de esta obra tan significativa de Unamuno. La simbología es muy rica y asombra su intensidad en cada personaje, acontecimiento u objeto.