El testamento del pescador

Archive for noviembre 2006

Símbolos cristianos

Posted by El pescador en 28 noviembre 2006

Voy a explicar algunos símbolos cristianos antiguos que a veces aún se usan y me parece que no se conoce su significado y origen, y en otros casos creo que ni se conocen esos mismos símbolos.

El símbolo expresa con un signo una realidad mucho más amplio, y como se verá con estos de los que vamos a hablar son un resumen de la fe en Cristo que profesamos.
Voy a hablar de tres símbolos, llamados respectivamente Ichthys (o pez cristiano) y los anagramas IXCX NIKA y XP.

Ichthys o pez cristiano: El símbolo del pez es una profesión de fe abreviada en una sola palabra. La palabra pez en el griego clásico se dice Ichthys, y para los cristianos formaban un acróstico con las palabras Iesous CHristos THeous Uios Soter, o sea Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador.

ICXC NIKA: Este anagrama lo utiliza sobre todo la Iglesia ortodoxa griega.

El significado es muy sencillo. Son dos palabras griegas que confiesan la Resurrección de Jesucristo con la frase «Jesucristo vence»: IC= Jesús, XC= Cristo en abreviatura ambas, NIKA= vencer, victoria. Aparece con la cruz en medio, pues Cristo ha vencido a la muerte y al pecado en la cruz.

Crismón (XP): Es el monograma (Símbolo formado por letras o números entrelazados que se usa como abreviatura) de Cristo, formado por las dos primeras letras en mayúsculas de su nombre en griego: (XP)ISTOS. A veces también se le añaden las letras griegas Alfa y Omega para indicar, siguiendo el libro del Apocalipsis (1,17; 22,13), que Cristo es el principio de donde se origina y el fin a donde culmina la historia.

El emperador Constantino el Grande soñó la víspera de la batalla del Puente Milvio (28-10-312) contra Majencio con este símbolo junto con la frase In hoc signo vinces («Con este signo vencerás»; al día siguiente lo colocó en los estandartes de su ejército y ganó la batalla, con lo cual se convirtió en emperador.

Después el emperador publicó el Edicto de Milán (313), que autorizaba la práctica pública de la religión cristiana en el Imperio romano.

Aquí hay un gran catálogo de crismones.

Esta lápida es un epitafio procedente de la necrópolis paleocristiana de Tarragona; es una variante del crismón y representa una cruz que imita las formas XP con las letras alfa y omega (primera y última letra del alfabeto griego y equivalen a decir que Jesucristo es el principio), que son usadas en el Apocalipsis (1,8) para referirse a Jesucristo: «Yo soy el alfa y la omega», dice el Señor, el Dios todopoderoso, el que es y era y ha de venir.

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El amigo inoportuno

Posted by El pescador en 26 noviembre 2006

Resulta chocante este título de la parábola de Jesús (Lucas 11,1-14), pues un amigo es alguien que tiene suficiente confianza y, como decía el poeta latino Ennio, Amicus certus in re incerta cernitur (El amigo cierto se discierne en la situación incierta), se prueba en las dificultades.

Pero hay dificultades y dificultades, y la necesidad que tiene el amigo inoportuno de la parábola no parece de vida o muerte. La parábola nos cuenta que el amigo va a pedir a medianoche, la hora en que la mayoría de las personas descansan. Cualquiera de nosotros tendría vergüenza de molestar a esas horas pero él no tiene vergüenza porque tiene una necesidad muy grande y muy urgente, que no puede esperar y por eso insiste hasta conseguir los panes.

El contexto de la parábola es una espléndida catequesis de Jesús sobre la oración. Empieza con la enseñanza del Padre Nuestro a los apóstoles (vv. 1-4) y después de la parábola sigue la enseñanza sobre la necesidad de confiar en la oración para alcanzar de Dios Padre el don por excelencia, el Espíritu Santo (vv. 9-13).

Jesús quiere recalcar en esta catequesis la necesidad de insistir en la oración, de no cansarnos de pedir aunque parezca que Dios no nos oye o no nos hace caso; lo que ocurre es que Él quiere que nosotros nos purifiquemos y al pasar por la humildad de la oración nos convirtamos en hijos suyos cuando Él nos dé el mayor don, el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios y que es el objetivo de la oración (v. 13; Juan 14,13-14; 15,7-16; 16,23,24; 1ª Juan 3,21-22; 5,14-15).

Justo después de esta catequesis sobre la necesidad de la confianza en la oración, Jesús devuelve el habla a un hombre del que expulsa un demonio mudo (v. 14). El demonio, mortal enemigo de la humana natura como dice San Ignacio en sus Ejercicios espirituales, cuando estamos agobiados por los problemas o dificultades nos hace mudos ante Dios, quiere encerrarnos en nosotros mismos, sofoca la oración en nosotros, nos impide rezar, nos hace creer que no sirve para nada, que hay cosas más importantes que hacer. Jesús, con la curación del mudo, vence al demonio, y la plegaria vuelve. Vuelve y acompaña nuestra vida, tiende a convertirse en oración constante según las enseñanzas que nos han transmitido el Nuevo Testamento y los padres de la Iglesia, penetra toda nuestra vida.

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Nigra sum sed pulchra

Posted by El pescador en 25 noviembre 2006

Nigra sum sed pulchra: Soy morena pero hermosa decía la sulamita del Cantar de los cantares (1,5).

[N.B. No se trata de racismo, por supuesto, sino que antiguamente el canon de belleza era la piel blanca, que era signo de gente a la que no le daba el sol puesto que no trabajaba en el campo: fijaos en Eva en el cuadro medieval de la entrada sobre Adán y Eva del día 11; hoy es al contrario: la belleza es estar bronceado]

Siempre se ha interpretado alegóricamente este pasaje refiriéndose a la Iglesia que es pecadora (de piel oscura) pero a la vez hermosa por ser la esposa de Cristo.

Precisamente como somos dados siempre a ver los vicios y defectos ajenos, a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro, siempre criticamos los pecados y debilidades de la Iglesia como sus jueces rigurosos, cuando nosotros también tenemos pecados, pero en la mentalidad actual nadie tiene pecados, sólo la Iglesia; ocurre lo mismo que en la fábula de Fedro:

Júpiter nos puso dos alforjas:
dio una detrás de la espalda repleta de vicios propios,
colgó delante del pecho otra cargada de los ajenos.
Por esto no podemos ver nuestras cosas malas;
cuando otros delinquen, somos sus censores.

La Iglesia es la esposa de Cristo, por eso es hermosa, pero Cristo murió por ella, por nosotros, que somos la Iglesia, a causa de nuestros pecados, para purificarla con el baño del agua y de la palabra (cf. Efesios 5,27). Por lo tanto, la Iglesia, aunque es semilla de otro Reino (como se canta en Iglesia peregrina), el Reino de Dios, no es sólo la Iglesia de los santos, sino también de los pecadores.

El mismo Jesucristo quiso fundarla sobre la Roca de Pedro, pero una roca también débil, pues el mismo Simón Pedro reconoció en su primer encuentro con el Señor que era un pecador (Cf. Lucas 5,8), un pecador y un cobarde que no se atrevió a seguir a Jesús hasta el final.

Un nuevo libro editado en España y escrito por el canadiense Michael D. O’Brien y titulado El padre Elías. Un apocalipsis (Editorial Libros libres, Madrid 2006) habla de cómo un personaje, un sacerdote que trabaja en la Secretaría de Estado vaticana ha podido tocar los huesos de San Pedro, El pescador, la piedra sobre la que Cristo fundó su Iglesia, la debilidad sobre la que Cristo fundó su Iglesia que habría de continuar su obra en el mundo extendiendo el Reino de Dios que había empezado con el mismo Jesucristo:

 

– […] No hubo nada macabro en el hecho de tocar los huesos. Fue una cosa tan sencilla, como si hubiera estado allí delante el gran pescador, el tipo que salió corriendo, el que negó a Jesús. El mismo tipo que luego volvió. Lo sentí, Davy. Sentí la extemporalidad de la Iglesia. Como si el tiempo no existiera. Se había instalado una quietud que no podrías creer. Fue algo muy hermoso […] «Aquí está la piedra», me dije. Aquel hombre rudo, humilde, grande, era un hombre igual que yo. Jesús le miró y le amó. Pedro miró a Jesús y le dijo: «Apártate de mí, soy un pecador. Un hombre tosco de Galilea llamado Simón». Jesús hizo de él obispo de Roma, primero entre los apóstoles, piedra fundacional. Sobre toda aquella debilidad Cristo construyó una Iglesia. Eso fue lo que más me chocó de todo: la debilidad. La debilidad encerraba un secreto fabuloso.

– Eso es una gracia extraordinaria (Páginas 35-36).

Por mucho que nos interroguemos no podremos llegar a averiguar por qué Cristo quiso edificar su Iglesia sobre la debilidad de un pescador pecador, pero lo cierto es que esta Iglesia débil, morena pero hermosa ha resistido a pesar de sus miembros, porque su cabeza es Cristo. Es conocida la anécdota sobre Napoleón, que al llegar a Roma y apresar al Papa le dijo: «Yo destruiré la Iglesia», a lo que el Papa repuso: «Si los que estamos dentro no hemos sido capaces de destruirla en todos estos años tú tampoco lo conseguirás».

Es lo que cuenta Bocaccio en su Decamerón (Primera Jornada, Novela segunda), un judío quiere bautizarse y va a Roma, y allí observa la depravación y corrupción de la Iglesia, pero en lugar de hacer como el dicho Roma veduta, fede perduta (Cuando se ve Roma, se pierde la fe), él vuelve con más ganas de bautizarse porque realmente el Espíritu Santo es fundamento y sostén de la Iglesia después de ver la corrupción de la corte papal:

 

 

Adonde, al saber Giannotto que había venido, esperando cualquier cosa menos que se hiciese cristiano, vino a verle y se hicieron mutuamente grandes fiestas; y después que hubo reposado algunos días, Giannotto le preguntó lo que pensaba del santo padre y de los cardenales y de los otros cortesanos. A lo que el judío respondió prestamente:

-Me parecen mal, que Dios maldiga a todos; y te digo que, si yo sé bien entender, ninguna santidad, ninguna devoción, ninguna buena obra o ejemplo de vida o de alguna otra cosa me pareció ver en ningún clérigo, sino lujuria, avaricia y gula, fraude, envidia y soberbia y cosas semejantes y peores, si peores puede haberlas; me pareció ver en tanto favor de todos, que tengo aquélla por fragua más de operaciones diabólicas que divinas. Y según yo estimo, con toda solicitud y con todo ingenio y con todo arte me parece que vuestro pastor, y después todos los otros, se esfuerzan en reducir a la nada y expulsar del mundo a la religión cristiana, allí donde deberían ser su fundamento y sostén. Y porque veo que no sucede aquello en lo que se esfuerzan sino que vuestra religión aumenta y más luciente y clara se vuelve, me parece discernir justamente que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como de más verdadera y más santa que ninguna otra; por lo que, tan rígido y duro como era yo a tus consejos y no quería hacerme cristiano, ahora te digo con toda franqueza que por nada dejaré de hacerme cristiano. Vamos, pues, a la iglesia; y allí según las costumbres debidas en vuestra santa fe me haré bautizar. Giannotto, que esperaba una conclusión exactamente contraria a ésta, al oírle decir esto fue el hombre más contento que ha habido jamás: y a Nuestra Señora de París yendo con él, pidió a los clérigos de allí dentro que diesen a Abraham el bautismo. Y ellos, oyendo que él lo demandaba, lo hicieron prontamente; y Giannotto lo llevó a la pila sacra y lo llamó Giovanni, y por hombres de valer lo hizo adoctrinar cumplidamente en nuestra fe, la que aprendió prontamente; y fue luego hombre bueno y valioso y de santa vida.

 

 

 

 

Por eso en la Basílica de San Pedro, encima del altar de la confesión, situado justo encima de la tumba de El pescador, está la vidriera imponente del Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, ese gran desconocido pero cuya acción es más visible que ninguna otra, pues se ve ya desde los mismos apóstoles, empezando por San Pedro, El pescador pecador y débil, hasta nuestros días en cualquiera de nosotros, empezando por mí mismo, ya que llevamos este tesoro en vasijas de barro, para mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros (2 Corintios 4,7).

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Sin el Domingo no podemos vivir

Posted by El pescador en 12 noviembre 2006

Hoy es el primer día de la semana, el Domingo. El nombre del primer día de la semana es el Domingo, que viene del latín Dominicus dies, el Día del Señor. La importancia de este día para los cristianos viene atestiguada por San Justino ya en el siglo II:

El día llamado del sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo permite, los Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas. Luego, cuando el lector ha terminado, el presidente toma la palabra para exhortar e invitar a que imitemos aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez, y elevamos nuestras preces; y terminadas éstas, como ya dije, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente dirige a Dios sus oraciones y su acción de gracias de la mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la aclamación del Amén. Luego se hace la distribución y participación de los dones consagrados a cada uno, y se envían asimismo por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que les parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, el cual socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros y transeúntes, siendo así él simplemente provisor de todos los necesitados. Y celebramos esta reunión común de todos en el día del sol, por ser el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y también el día en el que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los muertos… (1ª Apología 65-67).

Como se puede observar, la estructura de la celebración es prácticamente la misma que la de hoy en día, claro: lectura de la Palabra de Dios, homilía, preces, ofertorio, comunión, colecta para atender a las necesidades de la comunidad.

Destaca también la explicación del día en que se celebra: el domingo, por ser el día del sol, el día de la creación de la luz y de la resurrección de Jesucristo.

Podemos imaginar lo que suponía para aquellos cristianos, minoría desconocida e incomprendida en aquellos primeros tiempos de la Iglesia, asistir a Misa, o como se llamaba primitivamente la Fracción del pan. Este texto de San Justino es la Apología que escribió para explicar a sus contemporáneos paganos los ritos y costumbres cristianas.

Este testimonio muestra que los cristianos del siglo II seguían la costumbre de los apóstoles (Hechos 20,7-8):

El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan, y Pablo estuvo hablando a los creyentes. Como tenía que salir al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche. Nos hallábamos reunidos en un cuarto del piso alto, donde había muchas lámparas encendidas.

El Papa Benedicto XVI, hablando a los participantes en el Congreso eucarístico italiano, se hacía eco de la celebración del Domingo como día primero de la semana desde la primitiva Iglesia (29-5-2005):

 

Tenemos que redescubrir la alegría del domingo cristiano. Tenemos que redescubrir con orgullo el privilegio de poder participar en la Eucaristía, que es el sacramento del mundo renovado. La resurrección de Cristo tuvo lugar el primer día de la semana, que para los judíos era el día de la creación del mundo. Precisamente por este motivo el domingo era considerado por la primitiva comunidad cristiana como el día en el que tuvo inicio el mundo nuevo, el día en el que con la victoria de Cristo sobre la muerte comenzó la nueva creación. Reuniéndose en torno a la mesa eucarística, la comunidad se iba modelando como nuevo pueblo de Dios. San Ignacio de Antioquia llamaba a los cristianos «aquellos que han alcanzado la nueva esperanza», y los presentaba como personas «que viven según el domingo» («iuxta dominicam viventes»). Desde esta perspectiva, el obispo antioqueno se preguntaba: «¿Cómo podremos vivir sin aquél a quien esperaron los profetas?» («Epistula ad Magnesios», 9, 1-2).

Esto es lo que les ocurría a los primitivos cristianos, la importancia con que vivían el Domingo: tenemos el testimonio de los mártires de Abitene (mártir=testigo), en la actual Túnez (año 303). El emperador Diocleciano había prohibido el culto cristiano, pero a pesar de ello 49 cristianos de esta ciudad del África proconsular se reunían en casa de uno de ellos (era la costumbre desde los tiempos de San Pablo, las iglesias domésticas: Hechos 20,7-8); cuando una de las veces los sorprendieron, los arrestaron, y en el interrogatorio previo al martirio, al preguntar a Emérito por qué había acogido en su casa la celebración prohibida, contesta: Sine Dominico non possumus, No podemos vivir sin el Domingo, No podemos vivir sin celebrar el Día del Señor.

Lo triste es que hoy en día hay demasiados «cristianos» que viven sin el Domingo, por distintas razones. No han descubierto la riqueza que encierra la Eucaristía, no se han dado cuenta de que el domingo es el día que Dios nos ha regalado para que descansemos y así podamos dedicarle un rato para darle gracias en la Eucaristía (que en griego significa Dar gracias) por todo lo que nos ha dado durante la semana, a la vez que le pedimos por las necesidades de todo el mundo y las nuestras propias. Y todo ello lo hacemos al ser invitados a su Casa, a la Casa del Señor, que es también nuestra casa, pues somos Hijos de Dios.

Termino con otro extracto de la homilía del Papa en el Congreso eucarístico italiano:

[San Agustín sabía que] en las comidas comunes el hombre se hace más fuerte, pues es él quien asimila la comida, haciendo de ella un elemento de la propia realidad corporal. Sólo más tarde Agustín comprendió que en la Eucaristía sucedía exactamente lo opuesto: el centro es Cristo que nos atrae hacia sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de nosotros una sola cosa con Él (Cf. Confesiones 10,16). De este modo nos introduce en la comunidad de los hermanos.

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Adán y Eva

Posted by El pescador en 11 noviembre 2006

Un problema que hay al leer la Biblia es tomársela literalmente al pie de la letra, valga la redundancia, y no comprender la intención de los autores y el mensaje que quieren enseñarnos. Porque desde que las ciencias han avanzado desde el siglo XIX parece que hay una oposición entre la razón y la fe, la explicación científica y religiosa del origen del mundo y de la humanidad.

Y mucha gente se pregunta, ¿a quién hay que hacer caso, a la ciencia o a la fe para comprender el origen del mundo y de la humanidad? Como si fueran dos explicaciones incompatibles y enfrentadas: la fe contra la razón.

Pero la tradición cristiana siempre ha mostrado que la fe y la razón se ayudan mutuamente, que ambas son las alas del pensamiento, pues la fe necesita a la razón para profundizar en la Revelación y la razón necesita a la fe para explicar lo que está fuera de su alcance limitado.

Por eso, las dos explicaciones, científica y religiosa son necesarias para un cristiano, pues cada una explica el origen del mundo y de la humanidad para responder a dos preguntas distintas: la científica responde a la pregunta ¿CÓMO se originó el mundo y la humanidad?, y la religiosa responde a las preguntas ¿POR QUÉ Y PARA QUÉ existe el mundo y existimos nosotros?

Como se puede ver fácilmente, son dos tipos de preguntas complementarias y necesarias ambas. La ciencia tiene su ámbito de conocimiento y responde al cómo de las cosas: en este caso de la creación nos explica el proceso por el que el mundo es como lo conocemos y nosotros hemos llegado hasta aquí. Pero no puede explicar el por qué ni el sentido de todo esto.

Eso es la tarea de la fe, de la religión. El autor que escribió los once primeros capítulos del libro del Génesis se preguntaba por qué ha surgido el mundo, por qué existimos las personas, por qué el hombre y la mujer se aman y forman un familia, por qué existe el mal y la violencia, por qué existen distintos idiomas que nos separan.

En definitiva, los once primeros libros del Génesis quieren explicar la causa, el motivo de todos estos problemas que se preguntan las personas. Y el medio con el que lo hace son relatos que nos quieren transmitir un mensaje, una conclusión, que es lo que nosotros debemos aprender.

Por tanto, lo importante de la cuestión no es si Adán y Eva existieron realmente, si comieron una manzana u otra cosa, si todos estos relatos son verdaderos o inventados, sino que hemos de comprender el mensaje:

  1. Dios ha creado el mundo y todo lo que hay en él para nosotros.
  2. Dios creó al hombre y a la mujer para tener una relación de amistad con nosotros.
  3. Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementaran y formaran una familia.
  4. Dios ha puesto las normas morales al tiempo que da al hombre la libertad.
  5. El demonio tienta a las personas para que piensen que sin Dios pueden conseguir lo que quieran (Seréis como Dios), hacer su vida al margen de su Creador.
  6. Como consecuencia del mal uso de la libertad, viene el mal, expresado en 3,14-19: Dios no castiga, sino que anuncia las consecuencias negativas que se derivan de la desobediencia humana.
  7. Y en el capítulo 4 aparecen más consecuencias del mal: la violencia entre los hermanos (Caín mata a Abel).

Por eso no podemos leer la Biblia y fijarnos en detalles incoherentes como que si Adan y Eva tuvieron dos hijos, ¿cómo siguió luego la humanidad?

El libro del Génesis no está para eso, no está para investigar CÓMO siguió luego la humanidad, sino para explicar el POR QUÉ existe la violencia: porque las personas usamos mal la libertad, desobedecimos a Dios e introdujimos el mal en el mundo, rompiendo la armonía de la creación que Dios había hecho en siete días (7=la perfección).

Luego vienen más consecuencias negativas de la primera desobediencia en los capítulos 6-11 del Génesis:

  • El diluvio: Dios se arrepiente de haber creado a la humanidad al ver cuánto pecan. Pero cuando termina y desembarcan Noé, su familia y los animales, Dios hace una alianza eterna con la humanidad cuya señal es el arco iris (así explica el autor del Génesis el por qué de este fenómeno).
  • La torre de Babel: La unidad que quiso Dios en la creación, que ya se rompió con el pecado, ahora sufre otro golpe más cuando a causa de la soberbia humana, Dios hace que las personas no se entiendan por hablar idiomas distintos, con lo cual se acentúa la división y separación entre los hombres. Otra consecuencia más del pecado, que trae la división y el mal a la humanidad.

Todo esto espero que haya servido para entender mejor los once primeros capítulos del libro del Génesis, para captar su mensaje, la intención del autor, y para que, ante tanta confusión, sepamos explicarlo y dar razón de nuestra esperanza a todo aquel que nos la pida (cf. 1 Pedro 3,15).

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«San Manuel Bueno, mártir»: Problemas religiosos y símbolos de la literatura de Unamuno

Posted by El pescador en 10 noviembre 2006

San Cirilo de Jerusalén empieza su catequesis decimooctava con estas palabras:

«La raíz de toda buena acción es la esperanza en la resurrección»
Miguel de Unamuno, «Diario inédito»

No se trata de un santo real, como pueden haber pensado al leer el título, sino de un libro de Miguel de Unamuno. Brevemente, éste es el argumento de la obra: Ángela Carballino, una joven de Valverde de Lucerna, aldea de la diócesis de Renada se dispone a escribir la biografía del párroco don Manuel (santo para ella y los habitantes de la aldea), que se dedicó a consolar y a ayudar a sus feligreses, sobre todo a los más débiles. Pero Ángela sospecha que detrás de ese compromiso hay una tragedia interior, una honda tristeza en sus ojos, azules como las aguas del lago.

Y así vuelve al pueblo Lázaro, el hermano de Ángela, progresista y anticlerical, que cambia de ideas al comprobar la entrega de don Manuel. E inician una intensa relación hasta que el sacerdote le revela el secreto: no tiene fe, no puede creer en la resurrección de los muertos. Pero ante el pueblo finge esa fe y mantiene su piadoso fraude porque no quiere que pierdan la felicidad de la vida eterna. Lázaro termina colaborando con don Manuel fingiendo convertirse. Y morirá don Manuel sin que nadie más conozca el secreto pero considerado un santo; también muere Lázaro y su hermana se pregunta por la salvación de los dos.

La obra tiene cierta semejanza con los relatos evangélicos, de los que además toma citas. La intención de Ángela es que no se pierda la memoria del párroco y que todos lo conozcan.

Analizemos ahora los símbolos: la aldea, el lago y la montaña. Estos dos últimos van juntos. Unamuno los utiliza creando un significado único que logra transmitir plásticamente la tragedia que desarrolla el libro, la tragedia del autor, personificada en el párroco. Esta tragedia es la de la duda y la fe.

La aldea se encuentra entre el lago (duda) y la montaña (fe). Se puede ver el significado de ambos símbolos en un fragmento:

 

Y no era un coro, sino una sola voz, una voz simple y unida, fundidas todas en una y haciendo como una montaña, cuya cumbre perdida a las veces en las nubes, era don Manuel. Y al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable», la voz de don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba.

La voz del del pueblo es como la montaña, y el silencio de don Manuel, su falta de fe, es el lago. También está la nieve, la que cae en la montaña tiene apariencia de perdurar, pero la que cae en el lago se disuelve: así el pueblo, con la fe está unido, pero sin ella se diluye en el lago de la duda.

Por eso la aldea está en medio de la fe y de la duda, de la montaña y del lago. Permanece sostenida por don Manuel, y aquí aparece otro de los motivos de su título de «mártir»: él es quien carga con la incredulidad de todo el pueblo y sus consecuencias. Es el personaje principal, que da título al libro: don Manuel Bueno, el párroco que vive y muere en fama de santidad, porque ¡no, no es como los otros -decía-, es un santo! Unamuno pone empeño en resaltar su identificación con Jesucristo, el Siervo sufriente de Yahveh de los cánticos de Isaías (cita varias veces el grito en la cruz: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?); también lo identifica con Moisés, conductor del pueblo por el desierto, que no entra en la tierra prometida y deja como Josué sucesor a Lázaro.

Es muy significativa la descripción que hace Ángela: Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Era alto, delgado, erguido, llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva su cresta, y había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago. En él aparece personificado todo el drama del libro con la referencia a la Peña y al lago.

Conviene analizar su posición. Lázaro se convierte después de conocer su secreto y admirarse de su labor, de ver que aunque no es capaz de creer, sí lo es de sacrificarse por toda la aldea, no sólo porque no quiere quitarles la única esperanza en medio de una vida tan dura, sino porque es capaz de hacer todo lo posible por sus feligreses y si les engaña así -si es cierto que esto es un engaño- no es por medrar; y éste es su mérito, que no se angustia tanto por sus dudas existenciales que se olvide de los demás, sino todo lo contrario. Porque tiene muy claro que lo primero es que el pueblo esté contento, que estén todos contentos de vivir.

Dos personajes también cargados de un simbolismo muy denso, como toda la obra, son el tonto del pueblo, Blasillo, y una pastora que don Manuel y Lázaro ven en la montaña en uno de sus paseos por el lago. Blasillo, el tonto, está muy identificado con don Manuel (repite lo que éste canta, por ejemplo) hasta el punto que muere cuando el párroco, porque lo representa a él, es don Manuel: con esto Unamuno quiere decir que don Manuel es el «tonto del pueblo», está haciendo una misión ilógica para cualquier persona normal, es un idiota por comportarse así.

La pastora de la montaña representa a los cristianos, asentados sobre la roca de la montaña de la fe, o a la Iglesia incluso, edificada sobre la roca de Pedro.

Otro tema interesante, implícito en la acción de don Manuel Bueno, es el de la cuestión social y el progreso. Don Manuel no es partidario de una actividad organizada por la Iglesia en este aspecto, porque la religión no es para resolver los conflictos económicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las disputas de los hombres. No obstante, él destaca por su intensa actividad, sobre todo por su preocupación por los niños, ya que un niño que nace muerto o que se muere recién nacido y un suicidio […] son para mí de los más terribles misterios: ¡un niño en cruz!


Para terminar, un pequeño análisis de las citas evangélicas que utiliza. Ya dijimos antes que la obra comienza como un evangelio y que toma citas de todos, directas o indirectas, incluso hay citas del Antiguo Testamento (Moisés). Especial significado tienen las de la piscina de Siloé y la de la resurrección de Lázaro, ésta por el tema que trata, conectada con el canto del gallo (porque era madrugada). La primera aparece al principio, diciendo que don Manuel emprendió la tarea de hacer él de lago, de piscina probática y tratar de aliviarles y si era posible curarlos; un ejemplo más del talante y de la actividad y del sacrificio del párroco por los fieles.

Pero la cita más profunda aún que el lago es el episodio de las bodas de Caná (Juan 2,1-5), cuando don Manuel en una boda dijo una vez: ¡Ay, si pudiese cambiar el agua toda de nuestro lago en vino, en un vinillo que por mucho que de él se bebiera alegrara siempre, sin emborrachar nunca… o por lo menos con una borrachera alegre!. Es el deseo que tiene, sentirse aliviado de la carga, que la duda fuese de tal manera que los hombres se olvidaran de su destino sin esperanza y pudiesen vivir felices y sin preocupaciones a pesar de no tener esa fe con que consolarse de que el delito mayor del hombre es haber nacido.

Por supuesto aún quedan muchas cosas por decir de esta obra tan significativa de Unamuno. La simbología es muy rica y asombra su intensidad en cada personaje, acontecimiento u objeto.

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Piedras vivas

Posted by El pescador en 9 noviembre 2006

1 Pedro 2,4-5: Acercándoos al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Hoy celebramos la Fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma y «madre y cabeza de las iglesias de la Urbe y del Orbe».

En esta entrada quiero reflexionar sobre lo que significa la dedicación de una iglesia con motivo de la dedicación de esta basílica, madre de todas las iglesias.

Dedicar una iglesia significa que un edificio se entrega a Dios, se convierte en la casa de Dios, y también la casa de los cristianos, pues somos los hijos de Dios.

Pero hemos de darnos cuenta que existen las iglesias, los templos, hechos de piedra o ladrillo, más antiguos o más modernos, porque existen las piedras vivas que somos los cristianos, que desde nuestro bautismo hemos entrado a formar parte de la construcción de la Iglesia. El término Iglesia viene del griego y significa asamblea, reunión, reunión de las piedras vivas que van formando el templo de Dios. Así los bautizados reunidos en la iglesia en asamblea litúrgica nos unimos para construir el templo espiritual hecho de piedras vivas. Esto tiene lugar especialmente en la celebración de la Eucaristía, anticipo del banquete celestial.

Celebrar la dedicación de las iglesias significa que éstas son signos de la presencia de una comunidad cristiana que allí construye con piedras vivas la Iglesia espiritual, imagen de la Jerusalén celestial.

Las iglesias son la morada de Dios entre nosotros, desde la Tienda del Encuentro de los israelitas en el desierto, pasando por los templos de Salomón y de Herodes. Hoy precisamente la Palabra de Dios de la Misa es la expulsión de los mercaderes del templo (Juan 2,13-22): Jesús anuncia que va a destruir el templo y a reconstruirlo en tres días, refiriéndose al templo de su cuerpo como anota el mismo evangelista San Juan. Es decir a partir de Jesucristo parar encontrarnos con Dios no es necesario una cosa, como la Tienda del Encuentro o el templo antiguo, sino una realidad personal, el mismísimo Hijo de Dios, gracias a su encarnación. Por eso el prólogo del evangelio de San Juan dice que la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros (1,14): Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, es la nueva Tienda del encuentro, el nuevo templo donde las personas nos encontramos con Dios, gracias a su encarnación, gracias a que ha tomado cuerpo y se ha hecho hombre.

Y porque somos su cuerpo y Él es nuestra cabeza podemos decir con San Agustín de Hipona que la casa en que proferimos nuestras oraciones es este edificio material, pero la casa de Dios somos nosotros mismos.

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Silencio

Posted by El pescador en 9 noviembre 2006

Realmente es hermosa y evocadora esta palabra, pero hoy hay muchas personas que no entienden la utilidad y belleza del silencio, y por extensión de la soledad. Realmente tenemos pánico a la soledad y al silencio, como si fueran algo triste y destructivo, algo devorador; por eso necesitan estar con alguien, hablando siempre, acompañados o incluso con una sensación de compañía, como poner la radio o la tele aunque no le hagan caso: el caso es evitar el silencio.

 

Otra cosa que ocurre hoy en día es que hablamos a voces, no sabemos escuchar (y eso que sólo tenemos una boca y dos orejas, con lo cual deberíamos escuchar el doble de lo que hablamos). Y es que para escuchar también hay que estar en silencio, pero creo que todo esto es escaso hoy en día: el silencio, la soledad y el pensar.

Una vez le conté a alguien que había estado haciendo Ejercicios espirituales y que éstos consistían en el silencio y la oración, esa persona se asombraba y su reacción fue decir que él no sería capaz de estar tanto tiempo callado.

Me alegra que haya salido al cine la película «El gran silencio», pues con ella podemos comprender el gran valor del silencio de la mano de los monjes cartujos, que siguiendo el ejemplo de San Bruno viven en silencio y soledad durante la semana, y se reúnen en comunidad los domingos y pasean juntos durante cuatro horas los lunes. En esta película no hay ningún diálogo, sólo se habla cuando los monjes cantan en la iglesia.


Pero es que sólo en el silencio y la soledad se puede escuchar a Dios. El mismo Jesús nos dio ejemplo, cuando nos cuenta el Evangelio que se retiraba a un lugar solitario para orar (cfr. Mc 1,35; 6,46; Mt 14,23; Lc 5,16; 6,12): estaba con la gente, predicaba, curaba enfermos, discutía con los fariseos o saduceos, pero luego se retiraba a orar a solas (en el momento decisivo de su vida, la víspera de su Pasión, se retiró al huerto de Getsemaní (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-46) para orar a su Padre. Esa es la paradoja: Dios se nos comunica, nos habla en la oración, y ésta necesita soledad y silencio. Eso fue lo que descubrieron también los primeros monjes y anacoretas, que se retiraron al desierto egipcio para tener una experiencia más auténtica y profunda de Dios (empezando por San Antonio abad; un caso curioso fue San Simón -o Simeón- Estilita -del griego stilos=columna- que se pasó 37 años subido a lo alto de una columna para que la gente no lo molestara, así inauguró un tipo de vida anacoreta, aunque también predicaba desde allí y aconsejaba a la gente: ).

 

El exponente máximo de la vida eremítica pero a la vez en comunidad es San Bruno,fundador de la Orden de la Cartuja. Ahora acaba de salir al cine la película «El gran silencio», en la que nadie habla, sólo se canta. Es un exponente magnífico del valor del silencio. Desde que soy profesor les digo a mis alumnos, cuando veo que están hablando demasiado, que los voy a llevar a una Cartuja (a ver si aprenden el valor del silencio).

Hoy parece que hay una crisis de la presencia de Dios en el mundo, porque no nos gustan la soledad ni el silencio: tenemos miedo a estar solos, quizá porque en la soledad Dios se nos puede manifestar y nosotros nos encontramos con nuestra más íntima intimidad (Tú eras más íntimo que mi intimidad, San Agustín de Hipona Confesiones III,11).

Pero el problema viene cuando en medio de las dificultades y de los problemas Dios parece quedar en silencio. Este es el título de la novela más famosa de Shusaku Endo, Silencio. Endo es un escritor católico japonés y en esta novela trata de unos jesuitas que desembarcan en Japón el siglo XVII durante la persecución que duró hasta mediados del siglo XIX. El autor explica en una entrevista el sentido del silencio de Dios en medio de la persecución y de la prueba:

Como el título da a entender, el tema del silencio impregna la novela. Más de 100 veces Rodrigues [el jesuita protagonista] ve la cara evocativa de Jesús, una cara que él ama y sirve; pero la cara nunca habla. Permanece silenciosa cuando el sacerdote está encadenado a un árbol para ver morir a los cristianos, silenciosa cuando él pide consejos sobre si entregar el fumie [estampa religiosa] para dejarlos en libertad, y silenciosa cuando reza en la celda por la noche.

Endo después se quejó de que Silencio fue interpretado mal a causa de su título. “La gente supone que Dios estaba silencioso”, dijo, “cuando de hecho Dios habla en la novela. Aquí está la escena decisiva cuando el silencio se rompe, en el auténtico momento en que Rodrigues contempla el fumie:

Es sólo una formalidad. ¿Qué importa una formalidad?” El intérprete le anima con entusiasmo. “Lleva a cabo sólo la forma exterior del pisotear”.

El sacerdote alza su pie. En él siente un dolor sordo, pesado. Esto no es una mera formalidad. Pisará ahora lo que ha considerado la cosa más hermosa en su vida, lo que ha considerado más puro, lo que está lleno de los ideales y los sueños de hombre. ¡Cómo duele su pie! Y entonces el Cristo en bronce habla al sacerdote: ¡Pisotea! ¡Pisotea! Yo más que nadie conozco el dolor en tu pie. ¡Pisotea! Yo nací en este mundo para ser pisoteado por los hombres. Yo cargué mi cruz para compartir el dolor de los hombres”.

El sacerdote puso su pie en el fumie. La aurora rompió. Y lejos en la distancia el gallo cantó”.

El padre Rodrigues ve a Cristo más de 100 veces, pero en silencio, no le habla ni cuando está en dificultades. Y ahí está el problema: no pasa nada mientras no hay dificultades. El jesuita ha ido al Japón movido por el ánimo de servir a Cristo, a un Cristo triunfante; pero ¿qué pasa cuando viene la pasión y el sufrimiento? Cristo sólo habla en el momento culminante de la decisión de apostatar, y anima al jesuita a hacerlo, se muestra como el Siervo sufriente. Y nosotros debemos recordar, frente al Dios glorioso y triunfante, que Cristo tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Cfr. Filipenses 2,6-11).

Algo parecido podemos recordar del silencio de Dios en la Pasión de Cristo, los momentos de máxima soledad en su vida. En Getsemaní Cristo está angustiado pero en la oración comprende que debe cumplir la voluntad de su Padre.

El silencio de Dios se hace presente en las dificultades y en los problemas, que se trasladan a nuestra oración, cuando Dios parece permanecer callado. Por eso Jesús nos enseña en la parábola del amigo inoportuno (Lucas 11) cómo tenemos que orar con insistencia, pero eso lo dejo para otra entrada.

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