El testamento del pescador

Archive for the ‘Pascua’ Category

Orar con «El pastorcico» de San Juan de la Cruz

Posted by El pescador en 17 noviembre 2014

El texto de la poesía está en la entrada titulada «El pastorcico».

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Los siete dolores de la Virgen en imágenes

Posted by El pescador en 7 abril 2014

Pinchando en cada imagen se accede a la imagen original en su enlace

1º La profecía del anciano Simeón

2º La huida a Egipto

3º El Niño Jesús perdido en el Templo

4º María encuentra a su Hijo cargado con la cruz
 
5º María al pie de la cruz
6º María recibe en sus brazos el cuerpo difunto de su hijo
7º Sepultura de Jesús y Soledad de María, nuestra Madre

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Vía crucis con el pincel de El Greco

Posted by El pescador en 31 marzo 2014

En este enlace se puede descargar el Vía crucis (en formato Power Point) con cuadros de El Greco.

VIA CRUCIS  - GRECO

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El verdadero rostro de Jesús – Documental

Posted by El pescador en 17 marzo 2014

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La Sábana Santa, Síndone, de Turín objeto de estudio y fe entre los cristianos

Posted by El pescador en 16 marzo 2014

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Descubren en la Sábana Santa restos del certificado de sepultura de Jesús

Posted by El pescador en 15 marzo 2014

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Feliz Pascua de Resurrección 2013

Posted by El pescador en 1 abril 2013

San Agustín de Hipona, Enarración sobre el Salmo 120,6

[v. 4.] Luego ¿quieres tener como custodio al que no duerme ni tiene sueño? No, él nunca duerme; nunca duerme el que cuida a Israel: Cristo en efecto guarda a Israel. Por tanto se Israel. ¿Qué es ser Israel? Israel se traduce como El que ve a Dios. ¿Y de qué modo se ve a Dios? En primer lugar por la fe, después por la apariencia. Si por la apariencia no puedes todavía, velo por la fe. Si no puedes ver su faz porque es su apariencia, ve sus espaldas. Esto dijo el Señor a Moisés: No puedes ver mi faz, verás mis espaldas cuando yo pase (Éxodo 33,20.23). Esperas quizás que pase: ya pasó; ve sus espaldas. ¿Dónde pasó? Oye a Juan: Cuando llegó la hora, dice, para pasar del mundo al Padre (Juan 13,1). Nuestro Señor Jesucristo ya realizó la Pascua. En efecto Pascua se traduce como Paso. Pues es una palabra hebrea, y piensan los hombres que es griega, como Pasión, pero no es. Los más diligentes y más doctos averiguaron que Pascua es una palabra hebrea, y no se traduce como pasión sino como paso. Por la pasión en efecto pasó el Señor de la muerte a la vida. No es algo grande creer que Cristo murió: esto lo creen los paganos, los judíos y todos los inicuos. Todos estos creen que murió: la fe de los cristianos  es la resurrección de Cristo; esto lo tenemos por algo grande, el creer que Él resucitó. Luego entonces Él quiso ser visto cuando pasó, esto es, cuando resucitó. Entonces quiso que se creyera en Él, cuando pasó; porque fue entregado a causa de nuestros delitos, y resucitó a causa de nuestra justificación (cf. Romanos 4,25). Y el Apóstol recomendó sobre todo esta misma fe en la resurrección de Cristo; dijo en efecto: Si con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación (Romanos 10,9). No dijo: Si crees que murió Cristo, como los paganos, los judíos y todos sus enemigos creyeron, sino que dice: Si con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Creer esto, esto es ser Israel, esto es ver a Dios.

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La lección de la Capilla Sixtina

Posted by El pescador en 31 marzo 2013

Qué verán los cardenales electorales al entrar en el cónclave. De «L’Osservatore Romano» del 10 de marzode 2013. El autor es el director de los Museos Vaticanos

de Antonio Paolucci (original en italiano; traducción mía)

Cuando los cardenales electores entren en la Capilla Sixtina desde la Sala Regia su primera mirada (la colocación estratégica no es ciertamente casual) será para el cuadro al fresco con la «Entrega de las llaves» de Pietro Perugino, conclusión iconográfica de la serie cristológica que ocupa la pared derecha, después del «Discurso de la Montaña» y antes de «La última cena».

En una plaza vasta y antigua como la majestad de Roma, amplificada por una perspectiva rasante que tiene su foco en el edificio en el punto central sobre el fondo, dos figuras monumentales están frente a frente. Una es Cristo que confía al Vicario las llaves del Reino, la otra es Pedro que de rodillas las recibe. Todo, en el episodio del «Tibi dabo claves», es armonía, solemnidad, absorto silencio: el primado de Pedro es por tanto el de los Romanos Pontífices -la roca sobre la cual se sostiene la Iglesia universal- es representado con majestuosa simplicidad y sugestiva naturaleza.

Cuando sin embargo los cardenales electores alcen la mirada hacia el Juicio de Miguel Ángel verán representado un episodio que es la negación de aquello que he descrito antes. Verán a Pedro, un atlético, torvo y musculoso Pedro, devolver a Cristo Juez las llaves. Porque el tiempo ha acabado, la Historia no existe más. También la Iglesia ha agotado su misión. Quien mira el «Juicio» tiene la impresión de que no hay una pared sino que la mirada se abre hacia un espacio infinito hecho de aire gélido y azul. En esta dimensión irrealística, metafísica donde no existe ya el tiempo porque la historia ha acabado, sucede todo en su contexto: la resurrección de los cuerpos y el juicio, el infierno y el paraíso. «Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas (…) Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin» (Apocalipsis 21, 5; 22, 13).

El Juez de Miguel Ángel no se sienta sobre el trono, es imberbe, tiene el aspecto de un joven atleta glorioso y vigoroso, alza la mano derecha en el gesto de la «allocutio». Miguel Ángel ha sabido representar con extraordinaria eficacia la angustia de la «parusía». El tiempo ha acabado, la Iglesia no tiene ninguna tarea más, no hay espacio para la piedad, para la misericordia, para el perdón. Es una sensación terrible la que se experimenta delante del gran mural. Es la sensación que debe haber experimentado Paulo III Farnese cuando -cuenta las crónicas- se arrodilló confundido, con las lágrimas en los ojos, aquel día de octubre, vigilia de Todos los Santos del año 1541, cuando el Juicio Final fue descubierto.

Cerca de sesenta años dividen la «Entrega de las llaves» de Perugino (la Sixtina quattrocentesca fue inaugurada el 15 de agosto de 1483) del «Juicio» de Miguel Ángel. Entre estos dos extremos cronológicos y simbólicos se coloca la decoración pictórica de la Capilla «magna» de los Romanos Pontífices, dos mil metros cuadrados de frescos que narran la doctrina de la Iglesia y la Historia de la Salvación. Hay de todo en la Capilla Sixtina: el principio y el fin, el «fiat lux» y el Apocalipsis, el paraíso y el infierno, las historias de Moisés y las de Cristo, el primado del Papa de Roma, el tiempo «sub gratia» de la Iglesia que absorbe, transfigura y hace propio el tiempo «sub lege» del Antiguo Testamento.

La Capilla Sixtina es el arca de la nueva y definitiva alianza que Dios ha establecido con el pueblo cristiano. No es casualidad que el arquitecto Baccio Pontelli que trabajó entre 1477 y 1481 a las órdenes del Papa Sixto IV della Rovere modificando y alzando precedentes estructuras, quiso dar a la capilla las dimensiones del perdido Templo de Jerusalén como están indicadas en la Biblia (1 Reyes 6).

Quien entra en la Capilla Sixtina entra de hecho en una extraordinaria adivinanza teológico-escriturística pero entra también en el bosque de imágenes más fascinante que nunca haya aparecido bajo el cielo.

Si posan la mirada sobre los recuadros al fresco del ciclo quattrocentesco, los cardenales electores verán las correspondencias, las correspondencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Para la doctrina y la teología católicas el Antiguo Testamento es profecía del Cristo que ha de venir, es anticipación y prefiguración del Evangelio. En ningún otro lugar este concepto que atraviesa y sostiene como un grandioso arquitrabe toda la historia del pensamiento cristiano aparece expresado con tanta persuasiva eficacia. Pietro Perugino ha pintado el «Bautismo de Cristo» sobre la pared derecha; enfrente está el «Viaje de Moisés a Egipto», también del Perugino. Uno y otro episodio señalan el inicio de la historia de los dos legisladores, Moisés y Cristo.

Aún más, las «Tentaciones de Jesús» de Botticelli tienen de frente, por obra del mismo autor, las «Tentaciones de Moisés» que, atacado por la ira, se convierte en homicida. El «Paso del mar Rojo» de  Biagio d’Antonio es prefiguración de la «Llamada de los Apóstoles» sobre el lago de Tiberíades; una y otra son  historias de agua y de salvación.

Pero tanto para los cardenales electores como para los otros cinco millones de personas que cada año se detienen en la Capilla Sixtina -gente de toda cultura, de toda lengua, de toda religión o de ninguna religión- la atracción principal serán los frescos de Miguel Ángel. Su mirada se posará en la cúpula que Buonarroti pintó en cuatro años entre el 1508 y el 1512, prácticamente él solo en una especie de duelo, de cuerpo a cuerpo con los más de mil metros cuadrados de revestimiento de muro destinados a acoger más de trescientas figuras. Alguno de ustedes recordará que Benedicto XVI, con la atención al significado de los símbolos que es típica de los grandes intelectuales, el 31 de octubre pasado ha querido honrar, con la celebración de las vísperas solemnes de la vigilia de Todos los santos, el aniversario de la conclusión de los frescos de la cúpula. Lo ha hecho repitiendo el rito oficiado por su predecesor Julio II della Rovere el 31 de octubre de quinientos años antes.

Las miradas de los presentes volverán a posarse, una vez más, sobre los episodios del «Génesis» que Miguel Ángel pintó en la cúpula y aún dejan estupefacto ante la formidable capacidad del artista de reinventar radicalmente y genialmente iconografías consolidadas desde hace siglos.

El Padre eterno que divide la luz de las tinieblas es una figura acrobática que flota sobre la nada primigenia. Es el motor de la creación -por una parte la luz del día, por la otra la oscuridad de la noche-, es el fogonazo repentino por el cual todo tuvo comienzo. Así Miguel Ángel ha dado imagen a su idea del «Big bang».

Desde siempre, también por los artistas más grandes, la creación del hombre era representada como   traducción figurativa más o menos literal del texto bíblico. Dios hace con una masa de tierra la imagen del hombre, le insufla el espíritu de vida y le da alma y destino inmortal. Miguel Ángel anula la iconografía tradicional y se inventa otra cosa nueva y tan sugestiva que cinco siglos después aún suscita emoción y estupor. No hay traza alguna de ingenua materialidad en la «Creación de Adán» de la Capilla Sixtina. El primer hombre está dejado caer sobre la tierra, viene de la tierra, está ya perfectamente formado, pero la chispa que sale del dedo índice de Dios tendido toca ligeramente el suyo, lo crea, se diría, como por transmisión de un fluido eléctrico.Dios llega en un remolino glorioso amplificado por la capa roja en el interior delc ual, como al reparo de una vela hinchada por el viento, se encuentran los ángeles de su cortejo, personificación de los poderes del Altísimo.

Alguno, con una hipótesis un poco fantasiosa e improbable, pero sugestivo, ha querido reconocer en el contorno de Dios Padre rodeado por los ángeles, la imagen de un cerebro humano. Casi que aquella escena fuese el manifiesto de un Miguel Ángel «creacionista», precursor del «diseño inteligente».

Será el «Juicio» no obstante el que atraiga más a menudo las miradas de los cardenales electores. Hay muchas cosas en el «Juicio». Está la Iglesia triunfante dispuesta en un hemiciclo en torno al Juez celeste. Están los ángeles y los demonios que se disputan las almas de los resucitados, está el horno del Infierno que hierve y llamea desde las grietas de la tierra. Está el autoretrato anamórfico caricaturesco del pintor mismo, pegado a la piel arrancada que, símbolo de su martirio, exhibe san Bartolomé. Ydespués están los desnudos, esta representación no terminada de la belleza y de la gloria del cuerpo humano, que sin embargo puso en serio apuro, como sabemos, a los bienpensantes de la época.

Pero el verdadero fuego teológico de la composición, advertencia terrible tanto para los cardenales electores como para todo cristiano, está en la parte alta del fresco, allí donde un remolino de ángeles en vuelo lleva los instrumentos de la Pasión: la columna de la flagelaciónla cruz, la corona de espinasla esponja. Para todos y para cada uno aquellas serán las pruebas testimoniales en el tribunal del Juicio. Porque Cristo ha muerto por nosotros, seremos juzgados. Por nuestra fidelidad a la Cruz seremos salvados o condenados.

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> L’Osservatore Romano

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Sábana Santa: espectacular reconstrucción del rostro

Posted by El pescador en 30 marzo 2013

 

Reconstrucción del rostro en imágenes

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El cuerpo de la Sábana Santa en la escultura de Mattei

Posted by El pescador en 28 febrero 2013

El cuerpo del hombre de la Sábana Santa en la escultura de Luigi E. Mattei (1998-2000).

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