El testamento del pescador

Archive for the ‘Juan Pablo II’ Category

Donde está Pedro, allí está la Iglesia

Posted by El pescador en 29 junio 2013

Detrás estaba Pedro y lo seguía [a Jesucristo], siendo conducido por los judíos a casa de Caifás, el jefe de la sinagoga (Cf. Mateo 26,58). Es el mismo Pedro al cual dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mateo 16,18). Donde está Pedro, allí está la Iglesia, donde está la Iglesia, allí no hay ninguna muerte, sino vida eterna. Y por eso añadió: «Y las puertas del infierno no prevalecerán para ella, y te daré las llaves del reino de los cielos» (Mateo 16,18-19). Dichoso es Pedro, para el cual no prevaleció la puerta del infierno, no se cerró la puerta del cielo, sino al contrario destruyó las entradas del infierno, puso al descubierto las cosas celestiales. Así pues puesto en la tierra abrió el cielo, cerró los infiernos.
San Ambrosio de Milán, Explicación del Salmo 40,30.

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La lección de la Capilla Sixtina

Posted by El pescador en 31 marzo 2013

Qué verán los cardenales electorales al entrar en el cónclave. De «L’Osservatore Romano» del 10 de marzode 2013. El autor es el director de los Museos Vaticanos

de Antonio Paolucci (original en italiano; traducción mía)

Cuando los cardenales electores entren en la Capilla Sixtina desde la Sala Regia su primera mirada (la colocación estratégica no es ciertamente casual) será para el cuadro al fresco con la «Entrega de las llaves» de Pietro Perugino, conclusión iconográfica de la serie cristológica que ocupa la pared derecha, después del «Discurso de la Montaña» y antes de «La última cena».

En una plaza vasta y antigua como la majestad de Roma, amplificada por una perspectiva rasante que tiene su foco en el edificio en el punto central sobre el fondo, dos figuras monumentales están frente a frente. Una es Cristo que confía al Vicario las llaves del Reino, la otra es Pedro que de rodillas las recibe. Todo, en el episodio del «Tibi dabo claves», es armonía, solemnidad, absorto silencio: el primado de Pedro es por tanto el de los Romanos Pontífices -la roca sobre la cual se sostiene la Iglesia universal- es representado con majestuosa simplicidad y sugestiva naturaleza.

Cuando sin embargo los cardenales electores alcen la mirada hacia el Juicio de Miguel Ángel verán representado un episodio que es la negación de aquello que he descrito antes. Verán a Pedro, un atlético, torvo y musculoso Pedro, devolver a Cristo Juez las llaves. Porque el tiempo ha acabado, la Historia no existe más. También la Iglesia ha agotado su misión. Quien mira el «Juicio» tiene la impresión de que no hay una pared sino que la mirada se abre hacia un espacio infinito hecho de aire gélido y azul. En esta dimensión irrealística, metafísica donde no existe ya el tiempo porque la historia ha acabado, sucede todo en su contexto: la resurrección de los cuerpos y el juicio, el infierno y el paraíso. «Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas (…) Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin» (Apocalipsis 21, 5; 22, 13).

El Juez de Miguel Ángel no se sienta sobre el trono, es imberbe, tiene el aspecto de un joven atleta glorioso y vigoroso, alza la mano derecha en el gesto de la «allocutio». Miguel Ángel ha sabido representar con extraordinaria eficacia la angustia de la «parusía». El tiempo ha acabado, la Iglesia no tiene ninguna tarea más, no hay espacio para la piedad, para la misericordia, para el perdón. Es una sensación terrible la que se experimenta delante del gran mural. Es la sensación que debe haber experimentado Paulo III Farnese cuando -cuenta las crónicas- se arrodilló confundido, con las lágrimas en los ojos, aquel día de octubre, vigilia de Todos los Santos del año 1541, cuando el Juicio Final fue descubierto.

Cerca de sesenta años dividen la «Entrega de las llaves» de Perugino (la Sixtina quattrocentesca fue inaugurada el 15 de agosto de 1483) del «Juicio» de Miguel Ángel. Entre estos dos extremos cronológicos y simbólicos se coloca la decoración pictórica de la Capilla «magna» de los Romanos Pontífices, dos mil metros cuadrados de frescos que narran la doctrina de la Iglesia y la Historia de la Salvación. Hay de todo en la Capilla Sixtina: el principio y el fin, el «fiat lux» y el Apocalipsis, el paraíso y el infierno, las historias de Moisés y las de Cristo, el primado del Papa de Roma, el tiempo «sub gratia» de la Iglesia que absorbe, transfigura y hace propio el tiempo «sub lege» del Antiguo Testamento.

La Capilla Sixtina es el arca de la nueva y definitiva alianza que Dios ha establecido con el pueblo cristiano. No es casualidad que el arquitecto Baccio Pontelli que trabajó entre 1477 y 1481 a las órdenes del Papa Sixto IV della Rovere modificando y alzando precedentes estructuras, quiso dar a la capilla las dimensiones del perdido Templo de Jerusalén como están indicadas en la Biblia (1 Reyes 6).

Quien entra en la Capilla Sixtina entra de hecho en una extraordinaria adivinanza teológico-escriturística pero entra también en el bosque de imágenes más fascinante que nunca haya aparecido bajo el cielo.

Si posan la mirada sobre los recuadros al fresco del ciclo quattrocentesco, los cardenales electores verán las correspondencias, las correspondencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Para la doctrina y la teología católicas el Antiguo Testamento es profecía del Cristo que ha de venir, es anticipación y prefiguración del Evangelio. En ningún otro lugar este concepto que atraviesa y sostiene como un grandioso arquitrabe toda la historia del pensamiento cristiano aparece expresado con tanta persuasiva eficacia. Pietro Perugino ha pintado el «Bautismo de Cristo» sobre la pared derecha; enfrente está el «Viaje de Moisés a Egipto», también del Perugino. Uno y otro episodio señalan el inicio de la historia de los dos legisladores, Moisés y Cristo.

Aún más, las «Tentaciones de Jesús» de Botticelli tienen de frente, por obra del mismo autor, las «Tentaciones de Moisés» que, atacado por la ira, se convierte en homicida. El «Paso del mar Rojo» de  Biagio d’Antonio es prefiguración de la «Llamada de los Apóstoles» sobre el lago de Tiberíades; una y otra son  historias de agua y de salvación.

Pero tanto para los cardenales electores como para los otros cinco millones de personas que cada año se detienen en la Capilla Sixtina -gente de toda cultura, de toda lengua, de toda religión o de ninguna religión- la atracción principal serán los frescos de Miguel Ángel. Su mirada se posará en la cúpula que Buonarroti pintó en cuatro años entre el 1508 y el 1512, prácticamente él solo en una especie de duelo, de cuerpo a cuerpo con los más de mil metros cuadrados de revestimiento de muro destinados a acoger más de trescientas figuras. Alguno de ustedes recordará que Benedicto XVI, con la atención al significado de los símbolos que es típica de los grandes intelectuales, el 31 de octubre pasado ha querido honrar, con la celebración de las vísperas solemnes de la vigilia de Todos los santos, el aniversario de la conclusión de los frescos de la cúpula. Lo ha hecho repitiendo el rito oficiado por su predecesor Julio II della Rovere el 31 de octubre de quinientos años antes.

Las miradas de los presentes volverán a posarse, una vez más, sobre los episodios del «Génesis» que Miguel Ángel pintó en la cúpula y aún dejan estupefacto ante la formidable capacidad del artista de reinventar radicalmente y genialmente iconografías consolidadas desde hace siglos.

El Padre eterno que divide la luz de las tinieblas es una figura acrobática que flota sobre la nada primigenia. Es el motor de la creación -por una parte la luz del día, por la otra la oscuridad de la noche-, es el fogonazo repentino por el cual todo tuvo comienzo. Así Miguel Ángel ha dado imagen a su idea del «Big bang».

Desde siempre, también por los artistas más grandes, la creación del hombre era representada como   traducción figurativa más o menos literal del texto bíblico. Dios hace con una masa de tierra la imagen del hombre, le insufla el espíritu de vida y le da alma y destino inmortal. Miguel Ángel anula la iconografía tradicional y se inventa otra cosa nueva y tan sugestiva que cinco siglos después aún suscita emoción y estupor. No hay traza alguna de ingenua materialidad en la «Creación de Adán» de la Capilla Sixtina. El primer hombre está dejado caer sobre la tierra, viene de la tierra, está ya perfectamente formado, pero la chispa que sale del dedo índice de Dios tendido toca ligeramente el suyo, lo crea, se diría, como por transmisión de un fluido eléctrico.Dios llega en un remolino glorioso amplificado por la capa roja en el interior delc ual, como al reparo de una vela hinchada por el viento, se encuentran los ángeles de su cortejo, personificación de los poderes del Altísimo.

Alguno, con una hipótesis un poco fantasiosa e improbable, pero sugestivo, ha querido reconocer en el contorno de Dios Padre rodeado por los ángeles, la imagen de un cerebro humano. Casi que aquella escena fuese el manifiesto de un Miguel Ángel «creacionista», precursor del «diseño inteligente».

Será el «Juicio» no obstante el que atraiga más a menudo las miradas de los cardenales electores. Hay muchas cosas en el «Juicio». Está la Iglesia triunfante dispuesta en un hemiciclo en torno al Juez celeste. Están los ángeles y los demonios que se disputan las almas de los resucitados, está el horno del Infierno que hierve y llamea desde las grietas de la tierra. Está el autoretrato anamórfico caricaturesco del pintor mismo, pegado a la piel arrancada que, símbolo de su martirio, exhibe san Bartolomé. Ydespués están los desnudos, esta representación no terminada de la belleza y de la gloria del cuerpo humano, que sin embargo puso en serio apuro, como sabemos, a los bienpensantes de la época.

Pero el verdadero fuego teológico de la composición, advertencia terrible tanto para los cardenales electores como para todo cristiano, está en la parte alta del fresco, allí donde un remolino de ángeles en vuelo lleva los instrumentos de la Pasión: la columna de la flagelaciónla cruz, la corona de espinasla esponja. Para todos y para cada uno aquellas serán las pruebas testimoniales en el tribunal del Juicio. Porque Cristo ha muerto por nosotros, seremos juzgados. Por nuestra fidelidad a la Cruz seremos salvados o condenados.

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> L’Osservatore Romano

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Hablemos de verdad de sexo. El Paraíso.

Posted by El pescador en 9 noviembre 2010

N. B. Esta entrada está relacionada con la lectura del Evangelio del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

“Libero” 7 noviembre 2010

“¡Qué bello! ¡Es el teletransporte!”. Exclamó mi  hijo, doce años, apasionado de las tecnologías, la ciencia ficción, los ordenadores, los efectos especiales (está loco por el 3D).

Pero expresa su admiración después de haberme oído hablar no de tecnología, sino de Santo Tomás de Aquino, al cual estaba leyendo en un libro mío sobre Juan Pablo II.

Precisamente estaba charlando con unos amigos sobre las páginas en las cuales Tomás ilustra cómo seremos después de la resurrección de los cuerpos. Decía que tendrá “sutilidad y agilidad”, o sea, aunque sean efectivamente carne, no estarán más sometidos a los límites del tiempo y del espacio como hoy, sino que estarán bajo el perfecto dominio del espíritu, del alma, de la mente (y por eso serán inmortales).

Por tanto –entre otras cosas- podremos trasladarnos simplemente con el pensamiento, superando cualquier barrera física o distancia (como refieren los evangelios sobre Jesús después de la resurrección).

No había pensado que nuestra futura “agilidad” sea la realización del actual sueño (de la ciencia y de la ciencia ficción) del teletransporte –como dice mi hijo- pero es divertido considerarlo.

En el fondo los fenómenos de bilocación atestiguados en la vida de algunos santos, como el padre Pío, son albores del día de la gloria.

Revelaciones

La cuestión de los “cuerpos gloriosos” es en efecto bastante poco conocida y también poco explicada por la Iglesia. Parece como “un tema teológico congelado” como ha escrito el filósofo Giorgio Agamben.

Por otro lado es extraordinariamente fascinante y oportuno el número apenas aparecido de “Civiltà Cattolica” que le dedica un artículo de Mario Imperatori, el cual critica la predicación unilateral de la salvación únicamente del alma por parte de los cristianos, subrayando la necesidad de anunciar (más justa y completamente) la resurrección de los cuerpos.

La mentalidad de los creyentes está muy gravada aún y contaminada del antiguo dualismo platónico que contrapone alma y cuerpo. Pero esto es lo opuesto al cristianismo, ha explicado Santo Tomás de Aquino, que “en un sentido expresamente antiespiritualista” funda la teología sobre la Escritura más que sobre Platón. El cristianisjmo de hecho no anuncia que Dios existe, sino que Dios se ha hecho carne, que por nosotros ha muerto y ha resucitado en su misma carne.

He aquí por qué en estas páginas de Tomás, vueltas a proponer por la revista de los jesuitas, no hay miedo del cuerpo o de la sexualidad que ha veces ha marcado ciertos ambientes religiosos, más platónicos que cristianos. Hay por el contrario en Tomás la extraordinaria exaltación del cuerpo y de la sexualidad humana.

El sentido del sexo

Visto el discurso (obsesivo y enfermo) que se hace del sexo y del cuerpo en periódicos y Tv, vista la abundancia de la cuestión sexual en el debate público y también en las vidas privadas, es verdaderamente interesante leer estas páginas para comprobar hasta el fondo qué sentido tiene el misterio metido en nuestros cuerpos, esta oscura sed de infinito que vuelve febril la carne, este espasmódico deseo del placer que es al mismo tiempo un modo de exorcizar el envejecimiento y la muerte y una búsqueda inconsciente del éxtasis.

Como lo es la droga, que proporciona una ilusión de éxtasis, “liberando” de los límites y de los dolores del cuerpo.

Nosotros en efecto ¿cómo sentimos el cuerpo? Oscilamos entre dos extremos: por un lado es percibido como una fuente de placer que se convierte en obsesiva, totalizante.

Por otro lado como un límite doloroso, una prisión de la cual huir y –en el fondo- la huida representada por las drogas o el alcohol, aunque muy distinta, persigue el mismo objetivo buscado por las religiones orientales.

Por el contrario Santo Tomás indica en la revelación cristiana el camino (el único camino) de la felicidad del cuerpo y del alma. Al mismo tiempo. Aquella felicidad plena que parecería imposible, aquel placer –también de los sentidos- que no terminará nunca.

Pero vayamos con orden, siguiendo las interesantes páginas de la revista de los jesuitas.

Tomás de Aquino sobre todo muestra que en el estado original, la sexualidad de Adán y Eva –al contrario que la nuestra- estaba sometida a la razón “cuyo papel no era de hecho el de reprimir el placer de los sentidos que, al contrario, resultado aumentado”.

Se puede hacer un parangón con los caprichos: una persona en condiciones normales, de sobriedad, puede gustar y gozar de un óptimo vino mucho más que un borracho que ni se da cuenta de lo que bebe.

En  el primer caso el placer es aumentado, en el segundo caso el consumo es compulsivo, enfermo y hacer estar mal. Esta es la consecuencia del pecado original que ha sustraído el cuerpo al dominio del alma (y lo ha expuesto entre otras cosas a la enfermedad y a la muerte).

Tomás afirma por otro lado que en el hombre “el alma es la única forma del cuerpo” y eso significa que nada de lo que el hombre hace es puramente animal, puramente biológico.

Ni el comer y beber, ni el acoplamiento sexual. Al contrario que los animales, que simplemente responde a una necesidad física, el hombre tiene dentro una pregunta, una falta existencial, un deseo de infinito que explica por qué está siempre insatisfecho y por qué ningún “consumo”, ninguna posesión, lo apaga.

La suya es un “hambre” bastante superior a la necesidad biológica. De hecho hace de la cabeza.

Tomás extrae una consecuencia ulterior de su afirmación: la separación de cuerpo y alma es “contra naturam”. Y su reunión, con la resurrección final, hará que gocemos de mucho más placer que en el Paraíso o sufriremos mucho más las penas del infierno, porque percibiremos el placer o el sufrimiento con todos nuestros cinco sentidos.

El Sumo Placer

Por esto –como escribe San Pablo-  nuestro mismo cuerpo gime en la espera de la plena redención, o del “sumo placer”, como dice Dante. De hecho participaremos con el mismo cuerpo en la vida de Dios. Es lo que la teología ortodoxa llama “divinización”. Los padres de la Iglesia repiten: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convierta en Dios”. Un destino por tanto que –por gracia- es superior incluso al de los ángeles.

Los resucitados serán siempre físicamente hombres y mujeres, de hecho Tomás niega la presunta supremacía del hombre y –al contrario de cuanto cree Aristóteles- afirma que la mujer no es en absoluto un hombre incompleto, sino que es obra de Dios igual que el hombre y la diversidad de sus cuerpos pertenece al diseño de la creación.

Al contrario es un reflejo de aquella unidad en la distinción que connota las personas divinas de la Trinidad.

Por tanto la belleza femenina, como también la belleza masculina, serán parte de la beatitud eterna. En los beatos habrá un verdadero y propio “esplendor corporal”. Una belleza tanto mayor cuanto más luminosa es el alma.

Ellos podrán ver la divinidad, o sea gozar del “Sumo bien”, en sus efectos corporales “sobre todo en el cuerpo de Cristo, después en el cuerpo de los beatos y finalmente en todos los otros cuerpos”.

Esta “profunda asociación del cuerpo humano a la eterna beatitud” es su inimaginable exaltación. Los resucitados –dice Tomás- “se servirán de los sentidos para gozar de aquellas cosas que no repugnan al estado de incorrupción».

Inimaginable beatitud

Si alguien se hacía la pregunta sobre el Paraíso y sobre el placer sexual, como lo como lo conocemos aquí abajo sobre la tierra, habrá encontrado ya la respuesta.

Pero –para aclararlo mejor– la revista jesuita trae una fulminante página del filósofo judío francés (y convertido) Hadjadj: “A través del sexo queremos ser alterados por el alma. Los genitales eran sólo el medio defectuoso de esta penetración del otro hasta lo impenetrable.

Con la resurrección, a partir de un alma que la visión beatífica de Dios hace recaer sobre el cuerpo, la entera carne posee la penetrabilidad del otro sexo y la impenetrabilidad de la mirada (…).

Inútil por tanto unir las partes bajas. La intensidad del abrazo y la altura de la palabra se casarán con estos cuerpos profundos al infinito.

Las carnes podrán unirse sin reservas en un beso de paz, que será por otra parte un himno desgarrador al Salvador”.

Es el Paraíso.

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El caso Medjugorje: no apagar el Espíritu

Posted by El pescador en 1 julio 2009

(original en italiano; traducción mía)

De Libero, 16 enero 2009

Benedicto XVI, como Juan Pablo II, defiende la fe del pueblo cristiano

 de Antonio Socci

Hoy turban la Iglesia, arriesgándose a crear escándalo y extravío para millones de fieles, más que ciertos ateos declarados que hacen campañas publicitarias en los buses de Génova, están aquellos que -quizás con un hábito eclesiástico- hacen la guerra a Dios desde el interior y bajo pretextos «religiosos» propagan un pensamiento «no católico» (como confió amargamente Pablo VI a Jean Guitton).

No por casualidad el cardenal Ratzinger inició un memorable discurso a los biblistas en un ateneo vaticano recordando la figura del Anticristo de un relato de Soloviev, cuyo Anticristo era «un célebre exegeta» con doctorado en Teología en Tubinga. La admonición, aunque sea gallarda, era evidente.

Por otra parte, curiosamente, en estos años no ha sido el campo ortodoxo el que ha desenterrado una especie de Inquisición contra quien propaga herejías y contesta al Magisterio pontificio, sino más bien aquellos que querrían poner bajo inquisíción a la Virgen misma que osa manifestarse sin su permiso. A menudo son vejados por nuevas inquisiciones quienes testimonian una fe viva y fiel al Papa, no los herejes.

Ahora suscitan algunas preocupaciones, entre tantos y fervorosos fieles de la Virgen, ciertas «anticipaciones» (que no se saben si son verdaderas) del llamado «vademecum» que debería ocuparse de eventos sobrenaturales. Las voces sobre su presunto contenido han sido referidas por «Panorama», hace tres meses, y en estos días por un sitio de internet: se trataría de un «directorio» contra Medjugorje (meta de millones de peregrinos y lugar extraordinario de conversión) y contra los hechos de Civitavecchia donde, en febrero-marzo de 1995, una estatuílla de la Virgen proveniente de Medjugorje, ha llorado lágrimas de sangre durante 14 veces.

A favor de la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y del llanto milagroso de Civitavecchia están no sólo las cuidadosas investigaciones científicas llevadas a cabo sobre los videntes durante las apariciones y sobre la estatuílla de Pantano, investigaciones que excluyen categóricamente toda forma de estafa o de autosugestión. Está también la enorme cantidad de conversiones e incluso de curaciones inexplicables que se han verificado y continúan verificándose (los testimonios están documentados). Está la perfecta ortodoxia que se respira en estos santuarios. Y, juntamente con la devoción de millones de simples cristianos, está la devoción convencida de tantos sacerdotes, obispos y cardenales. Sobre todo aquella, aclarada, de Juan Pablo II que ha manifestado de mono inequívoco y más veces, incluso por escrito, su convicción personal sobre la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y de las lágrimas de la Virgencita.

Ciertamente un “vademecum” para los obispos hoy puede ser utilísimo para tratar tantos casos de «visionarios» de pacotilla y de embaucadores, pero hay que excluir que tal «directorio» sea apuntado contra Medjugorje y Civitavecchia que son dos santuarios marianos y tienen ahora su historia de devoción del pueblo cristiano (que, recordémoslo, es solicitada en las canonizaciones y presupuesta de hecho incluso en las definiciones de los dogmas) y son dos santuarios marianos.

Se dice que el “directorio” prescribe el recurso incluso a “psiquiatras ateos”. En Medjugorje ya ha sucedido. Al principio, en 1981, cuando el régimen comunista se desató contra las apariciones con arresos, vejaciones y violencias, los seis muchachos fueron incluso arrastrados ante psiquiatras del régimen que sin embargo debieron reconocer su perfecta salud mental y su buena fe. Al final algunos de aquellos médicos incluso se convirtieron, junto con los policías que debían reprimir el fenómeno.

En Civitavecchia la Virgencita superó el duro examen del obispo que no creía y que vio acaecer la décimocuarta  lacrimación justo entre sus propias manos, sufriendo un shock cardiaco. Y ha superado también el examen de la comisión eclesiástica (que ha excluido alucinaciones, fenómeno parapsicológico o diabólico) y el examen laico más exigente, el de la ciencia (que ha reconocido que no es posible la explicación científica del fenómeno) y de la magistratura que -después de cuidadosas investigaciones y considerados los numerosísimos testimonios de las lacrimaciones (entre ellos «el Comandante de la policía municipal, agentes de la policía penitenciaria y de la policía del Estado»), escribe que éstas «deben reducirse o a un hecho de sugestión colectiva o a un hecho sobrenatural». De no ser porque aquellas lágrimas de sangre, al ser fotografiadas y filmadas, no pueden ser una «sugestión»: han sido además analizadas en laboratorio, al microscopio y definidas como «sangre humana».

Sobre Medjugorje el secretario de Estado Bertone, apenas fue nombrado, explicitó la posición de este pontificado precisando que las peregrinaciones allí, obviamente no oficiales, «están permitidas» y aconsejó incluso «un acompañamiento pastoral de los fieles». Además definió todavía una vez como «personales» las declaraciones del obispo de Mostar e indicó como justa la posición de espera de los obispos de la ex Yugoslavia que «deja la puerta abierta a futuras investigaciones».

También porque el gran número de apariciones,  aún hoy en curso, no es un obstáculo, después que han sido reconocidas recientemente las apariciones de Laus donde la Virgen, desde 1647, se manifestó durante 54 años y largamente de forma cotidiana.

Por tanto los fieles de Medjugorje y Civitavecchia pueden estar tranquilos. Del resto el Papa demuestra que tiene la unidad de la Iglesia muy dentro del corazón. También lo ha demostrado recientemente en el modo en que ha resuelto paternalmente el problema neocatecumenal y en el modo en que ha tendido la mano a los tradicionalistas, con la recuperación de la antigua liturgia, pidiendo a los obispos franceses que los acojan y que no discriminen a ninguno. Verdaderamente el Santo Padre quiere conjurar en todos los modos fracturas y desorientación de los fieles. Finalmente también la devoción y la estima hacia Juan Pablo II lo inducen a defender Medjugorje e Civitavecchia. Por eso hay que excluir que el directorio sea «contra» estos dos santuarios.

También hay mucha duda de que el Papa pueda aprobar un «directorio» tan duro y represivo como aquello anhelado por ciertas indiscreciones, porque justamente Ratzinger fue el autor del memorable discurso con el cual el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, en 1962 convenció a la Iglesia para que jubilara el viejo Santo Oficio y ciertos sistemas suyos «cuya modalidad de procedimiento no está de acuerdo en muchas cosas con nuestro tiempo y para la Iglesia será un daño y para muchos un escándalo».

Considerados los errores dolorosísimos hechos hace 50 años por eclesiásticos al tratar casos de santos como padre Pío o acontecimientos como Ghiaie di Bonate, es dudoso que el propio papa Ratzinger permita volver a reglas vejatorias que hoy podrían ser impugnados desde el punto de vista de los derechos humanos, además del derecho natural y del derecho canónico, produciendo «un daño para la Iglesia y un escándalo».

Benedicto XVI no quiere en absoluto «apagar el Espíritu» y «despreciar las profecías» (1 Tes 5,19-20), como alún teólogo y algún curial, sino que quiere exactamente lo contrario: ya de cardenal puso en guardia a los católicos de convertirse en «deístas», o sea aquellos que no creen verdaderamente «en una acción de Dios en nuestro mundo» y por eso se engañan con que «debemos nosotros crear la redención, nosotros crear el mundo mejor, un mundo nuevo. Si se piensa así el cristianismo ha muerto».

«La Iglesia» explicaba Ratzinger «afronta los desafíos que le son propios gracias al Espíritu Santo que, en los momentos cruciales, abre una puerta para intervenir». Históricamente lo ha hecho con los grandes santos «que eran también profetas», pero ante todo a través de la Virgen: «Hay una antigua tradición patrística que llama a María no sacerdotisa, sino profetisa. El título de profetisa en la tradición patrística es el título de María por excelencia… Se podría decir, en un cierto sentido, que de hecho la línea mariana encarna el carácter profético de la Iglesia».

Por tanto la «Reina de los profetas» va a ser escuchada, no amordazada.

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¿Para qué sirve el Papa?

Posted by El pescador en 15 septiembre 2008

(original en francés; traducción mía)


Mientras que Benedicto XVI debe llegar el 12 de septiembre a Francia para un viaje a París y Lourdes, se vuelve sobre el papel del obispo de Roma en la Iglesia católica y en el mundo

El término viene del griego ‘pappos’ que, desde Homero, es utilizado para marcar una veneración, respetuosa. En Oriente designa después a los obispos y a los sacerdotes. Aparece en Occidente a comienzos del siglo III, reservado a los obispos.

No es hasta el siglo VIII cuando los obispos de Roma lo emplean para ellos mismos cada vez más a menudo. En el siglo XI, mientras es necesario asentar el poder de Roma frente a otras ciudades e imponer progresivamente la autoridad apostólica, Gregorio VII, en un«dictatus papae», establece que el título será a partir de entonces reservado al sucesor de Pedro, «porque es único en el mundo».

La palabra no tiene nada que ver, etimológicamente, con el familiar «papa» de los niños hacia su padre. La confusión viene del hecho de que en Italia, en las familias, se ha extendido el uso francés de decir «papà», con acento sobre la última sílaba, mientras que la palabra italiana era originalmente «babbo».

El «Viva il papa!» que se escucha en la plaza de San Pedro para el papa no tiene nada que ver, como lo creen a veces los turistas francófonos en Roma, con un familiar «¡viva el papá!»… Explicaciones sobre las prerrogativas del jefe de la Iglesia católica.


¿Cómo es elegido el papa?

Y primero, ¿quién puede ser elegido? En teoría, todo bautizado que cumpla las condiciones para llegar a ser obispo, porque el papa es el obispo de Roma. En realidad, desde el siglo XV, el papa ha sido elegido siempre entre los cardenales. Los electores son en efecto los cardenales, que son nombrados ellos mismos por los precedentes soberanos pontífices.

La elección del papa está regulada de manera extremadamente meticulosa por textos que prácticamente cada papa a retocado. Pero el objetivo ha seguido siendo el mismo: crear las condiciones para que el nuevo papa pueda tener los medios de asegurar su misión con toda independencia.

Lejos de presiones extrañas, de injerencias mediáticas, los cardenales se reúinen pues en cónclave, en secreto, dentro de la capilla Sixtina.

Sólo aquellos que tienen menos de 80 años participan en el cónclave: una regla introducida por Pablo VI en 1970, para evitar que el alargamiento de la duración de la vida no haga crecer demasiado el peso de los cardenales más ancianos. Es elegido aquel que obtenga más de dos tercios de votos en el curso de los escrutinios.

Esta regla de dos tercios había sido modificada por Juan Pablo II y la sustituyó por la de la mayoría al final de un cierto número de días sin resultado; uno de los primeros actos de Benedicto XVI fue sin embargo volver a la antigua práctica, por miedo a que el papa pueda ser el rehén de una parte del Sacro Colegio en lugar de representar a la Iglesia entera.

No hay campaña electoral. Sin embargo, antes del cónclave, los cardenales -incluidos aquellos de más de 80 años- se reúnen en congregaciones generales para evocar los grandes problemas y desafíos de la Iglesia. Un tiempo importante donde se bosquejan las grandes tendencias que después «harán» la elección.

¿Cuál es su papel pastoral ?

«Bendito sea Dios que te ha elegido como pastor de toda la Iglesia», dice el cardenal protodiácono entregando al nuevo elegido, al comienzo de su ministerio, el palio. El papa no es un «súper-obispo».

Su papel pastoral es universal, pero le es correspondiente por derecho según los términos mismos empleados por Jesús para Pedro: «Confirma a tus hermanos en la fe».

«He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones«, ha dicho en ese sentido Benedicto XVI a los jóvenes australianos este verano, durante la JMJ.

Es lo que se llama el magisterio del papa, que no ejerce solo, sino con el conjunto de los obispos, sucesores de los Apóstoles, cuyo colegio él preside. Este magisterio aspira a transmitir el mensaje de Cristo en su integridad y a asegurar la unidad de la fe. Integridad, para evitar desviaciones, malas interpretaciones, sectarismo u otras cosas; unidad, para preservar la Iglesia del cisma.

Es una forma de enseñanza, que el papa ejerce cotidianamente, por medio de discursos, de cartas, de homilías, de audiencias. O de manera más solemne, por medio de textos que tienen un alcance general, encíclicas o exhortaciones apostólicas.

Este Magisterio se ejerce en comunión con los obispos, que el papa puede consultar sobre tal o cual punto: es el caso de las exhortaciones apostólcias que recogen las conclusiones de una asamblea del Sínodo de los obispos.

En cambio, podemos notar que las dos encíclicas publicadas hasta hoy por Benedicto XVI son muy personales, y enteramente escritas por el papa, aunque la segunda parte de «Deus caritas est» se inspira claramente en una reflexión sobre la acción caritativa de la Iglesia elaborada por el Consejo pontificio Cor Unum.

¿Cuál es el poder del papa sobre los fieles?

El poder del papa se extiende al conjunto de la Iglesia católica, no depende de ningún otro, y no tiene necesidad de delegación especial para ser ejercido. Pero no ejerce sin embargo un poder absoluto. En cada diócesis el obispo tiene competencia total sobre la porción del pueblo de Dios que le está confiado, según el principio de subsidiariedad.

También el papa debe decidir en colegialidad con los otros obispos. Por otro lado, la Iglesia no es una secta. La obediencia, en el sentido estricto, es requerida cuando un acto jurídico lo pide explícitamente: por ejemplo una prohibición de publicación para un teólogo, que, desués de haber hecho recurrido eventualmente, debe someterse.

Pero para todo lo que es de la doctrina, hace falta más bien hablar de adhesión al Magisterio, la cual implica reflexión y libertad en conciencia. Como dice el Derecho canónico, la adhesión al Papa no es del mismo orden que la sumisión al acto de fe, al cual están en cambio obligados todos los católicos.

«Se ha de prestar un asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio de los Obispos, en el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y de las costumbres» (canon 752). Salvo que la infabilidad del Papa esté comprometida, lo que implica entonces una obediencia absoluta -pero eso no se hace más que de manera extremadamente precisa y limitada: en realidad, los casos de infabilidad son muy raros, el último se remota a 1950 para la proclamación del dogma de la Asunción.

¿El Papa tiene peso en la diplomacia internacional?

Difícil de medir con exactitud el peso diplomático de la Santa Sede. El Papa no ejerce, retomando la fórmula de Pablo VI, fficile de mesurer avec exactitude le poids diplomatique du Saint-Siège. Le pape n’exerce, más que una «minúscula y casi simbólica soberanía temporal». Heredero de la época en que disponía de un verdadero poder temporal en Europa, el Papa dispone de un aparato diplomático, con embajadores (los nuncios), y mantiene hoy relaciones diplomáticas con 176 Estados.

Juan Pablo II se implicó mucho en el escenario internacional, y su acción ha podido tener una influencia decisiva, por ejemplo en la caída del muro de Berlín o en la condena de la intervención americana en Iraq; Benedicto XVI está menos presente en este plano.

Más generalmente, esta diplomacia puede desempeñar un papel en el país donde la comunidad católica es numerosa e influyente: en la República Democrática del Congo ha tenido peso en el proceso de paz, o incluso en el Líbano o en América del Sur. Sobre todo se escucha la voz del Papa en el plano de los grandes principios internacionales.

Después de la segunda mitad del siglo XX, ha adquirido el reconocimiento de una forma de autoridad moral y espiritual, que le permite recordar aglunos grandes principios de la humanidad: dignidad del hombre, libertad de pensamiento y de religión, protección de la vida, solidaridad con los países más pobres…

Ciertamente la eficacia de estas intervenciones es, por naturaleza, limitada. Haría falta por tanto no desatender este papel: en mayo pasado, cuando Benedicto XVI subió a la tribuna de las Naciones Unidas en Nueva York, todos los países estaban representados, y fue escuchado muy atentamente, ciertos embajadores se alegraban abiertamente de ver teorizada así la universalidad de los derechos del hombre.

¿Cuál es su papel con las otras religiones?

Con las otras Iglesias, el Papa desempeña hoy un papel de primer orden. No es que la iniciativa venga de él: al contrario, el ecumenismo tal como se entiende hoy día, es decir el diálogo teológico con las otras confesiones cristianas en vista a restablecer su unidad, nació en el siglo XIX aparte de Roma, es decir a sus espaldas.

Pero a partir del Vaticano II, Juan XXIII transforma el papel del Papa: convidando a observadores cristianos no católicos, lanza el «ecumenismo pontifical». Desde entonces, el papel del Papa será decisivo, en los avances como en las dudas del ecumenismo.

En el plano teológico, el obispo de Roma puede dar impulsos, más aún cuando su función misma constituye un punto de fricción con los otros cristianos: en la encíclica ‘Ut unum sint’ (1995), Juan Pablo II ha invitado a las otras Iglesias a discutir modalidades de ejercicio de su ministeriode Pedro.

Benedicto XVI ha relanzado el diálogo con los ortodoxos sobre este punto, aunque él no participa, pues tiene lugar entre teólogos. El Papa puede también querer «volver a encuadrar» este diálogo teológico, como lo ha hecho Benedicto XVI aprobando una nota de la Congregación para la doctrina de la fe reafirmando que la Iglesia de Cristo «subsiste» en la sola Iglesia católica.

El papel pastoral del Papa al servicio de la unidad cristiana es quizás aún más importante cuando se encuentra con responsables de otras Iglesias, mostrando así un acercamiento verdadero más allá de las divergencias teológicas. Es lo que ha hecho reciente y largamente, el 5 de mayo, con el primado anglicano Rowan Williams.

Está asimismo en las relaciones con las otras religiones, en particular el islam. Desde Juan Pablio II, el Papa es un motor de ese diálogo y considerado como tal por los interlocutores musulmanes.

Benedicto XVI aprendió en sus propias carnes en Ratisbona en septiembre de 2006: quiera o no, lo que dice el Papa en esa área encuentra un eco considerable y tiene grandes repercusiones, debe sopesar cuidadosamente sus palabras y ademanes.

Hacia él se dirigieron lógicamente los musulmanes para relanzar el diálogo, que ha desembocado en la programación de un gran encuentro islamo-católico del 4 al 6 de noviembre próximos en Roma.

¿Cómo gobierna la Curia?

«Sobre la punta de los pies», respondía, con su gran sonrisa, Juan Pablo I. La Curia romana es una organización administrativa compleja, producto de un apilamiento histórico de siglos de tradiciones y que no es fácil de manejar hoy. Está compuesta de dicasterios (Congregaciones, Consejos pontificios, Tribunales…) cuyos prefectos o presidentes nombra él.

Como los ministerios, cada uno tiene atribuciones específicas, para las cuales dispone de un poder administrativo: la liturgia para la Congregación para el culto divino, decretos de beatificación o de canonización para la de las causas de los santos, etc.

Esto puede ser una especie de consejo, como el nombramiento de obispos, hecho por el Papa pero preparado por la Congregación para los obispos. Un mismo documento puede ser releído por numerosos dicasterios, particularmente por la Congregación para la doctrina de la fe, lo que explica la lentitud de ciertas publicaciones.

Para el gobienro de la Iglesia propiamente dicho, el Papa se apoya en la Secretaría de Estado, cuyo papel ha crecido considerablemente en el siglo XX.

Está compuesta de dos secciones: los asuntos generales, que comprende ocho divisiones lingüísticas, por donde pasa todo el correo y donde se hacen traducciones y notas de síntesis, y las relaciones con los Estados, encargada de la diplomacia de la Santa Sede.

Esta verdadera placa giratoria de la Curia está dirigida por un cardenal Secretario de Esgtado, hoy el salesiano italiano Tarcisio Bertone, una especie de «primer ministro» del Papa.

En realidad, lejos de formar un bloque monolítico, la Curia presenta una realidad compleja. Universalidad de la Iglesia obliga, está compuesta de diversas nacionalidades, aunque domine Italia, y de tendencia y corrientes a menudo diferentes, o sea opuestas, con las cuales el Papa debe contar.

Además, un nuevo Papa no viene con su propio equipo, como en las democracias actuales. Es raro que se separe de colaboradores que no hayan alcanzado la edad del retiro (75 años): Benedito XVI lo ha hecho con Mons. Fitzgerald, encargado del diálogo interreligioso con Juan Pablo II, y el cardenal Sepe, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, nombrado para Nápoles. Son excepciones, que marcan un profundo desacuerdo -pero la práctiva es más bien la continuidad.

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«Un vínculo espiritual, prueba de fe»

Posted by El pescador en 10 febrero 2008

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

Roma – «Las fechas son sorprendentes. Dos semanas después de aquella petición de oraciones y de ayuda espiritual, monseñor Wojtyla es nombrado arzobispo de Cracovia…». Don Francesco Castelli, profesor de Historia de la Iglesia contemporánea en el Instituto superior de ciencias religiosas «Guardini» de Tarento y colaborador de la postulación de la causa de beatificación de Juan Pablo II, se ha encontrado entre las manos con la carta inédita del futuro Papa al Padre Pío.

¿Qué significado tiene esta misiva?

«Está demostrado que sobre la relación existente entre Karol Wojtyla y Padre Pío hay mucho que descubrir. La nueva carta muestra la existencia de una relación epistolar más densa que cuanto habíamos imaginado, porque comprendemos que las peticiones de oraciones e intercesiones eran más de una –hasta ahora conocíamos sólo aquella por la médica Wanda Poltawska– y todas fueron atendidas».

En el texto se cita el caso del hijo de un abogado, enfermo desde el nacimiento. ¿Se sabe algo más?

«Sabemos sólo que el obispo recuerda también la curación de este último. Debemos conjeturar que exista otra carta con la cual Wojtyla pedía la intervención del Padre Pío para este caso, y con toda probabilidad otra misiva con la cual daba las gracias por la intercesión. ¿Quién es este hijo de abogado? ¿Dónde se encuentran las otras cartas enviadas por el futuro Papa al fraile estigmatizado? ¿Fueron enviadas o entregadas en mano como sucede con la primera misiva? Preguntas aún sin respusta».

En esta carta el futuro Papa pide también oraciones para él…

«Se trata de otro dato nuevo: quien tiene fe sabe bien que este peidr oraciones para sí implica un vínculo espiritual. Y aquí nos encontramos frente al vínculo espiritual entre un joven obispo de una Iglesia del Este, muy probada, y un fraile con estigmas a quien aquel obispo había reconocido ya como un verdadero hombre de Dios».

Wojtyla habla de «ingentes dificultades». Apenas dos semanas después de aquel mensaje enviado desde Roma al Padre Pío, llega el nombramiento de arzobispo de Cracovia.

«Es de verdad sorprendente la coincidencia de las fechas. Sabemos ya de la precedente petición, la de la curación de la médica Poltawska, que al recibir la primera carta del obispo Wojtyla, Padre Pío disse: “¡A esto no se puede decir que no!”. Parece justamente que no había dicho que no ni a las otras peticiones incluso aquell relacionada con la personas y las dificultades del obispo, que regía desde hacía un año y medio la diócesis como administrador apostólcio, en una situación no fácil. Las oraciones del Padre Pío fueron acogidas de un modo muy concreto: apenas dos semanas después, he aquí el anuncio del nombramiento de arzobispo de Cracovia. Una designación destinada a lanzar a Karol Wojtyla a la escena mundial. Menos de cuatro años después, en 1967, el arzobispo será nombrado cardenal y once años después será elegido Papa».

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La carta (inédita) de Wojtyla al Padre Pío

Posted by El pescador en 9 febrero 2008

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

«Me permito recomendarle las ingentes dificultades pastorales que mi pobre obra encuentra en la presente situación…». Hay una carta inédita que Karol Wojtyla envió a Padre Pío de Pietrelcina, el fraile con los estigmas, pocos días antes de ser nombrado arzobispo de Cracovia. Una carta nunca publicada ni conocida, que la postulación de la causa de beatificación de Juan Pablo II ha hallado en el archivo de la Curia de Cracovia y que quizá inicialmente había sido confundida con la transcripción de una de las dos carta del futuro Papa al futuro santo ya conocidas. En cambio aquella copia escrita a máquina era del todo desconocida del todo y añade una nueva prueba fundamental a la reconstrucción de la relación entre Wojtyla y el Padre Pío.

Como es sabido se conocían dos letras, escritas en latín y enviadas al fraile el 17 y el 28 de noviembre de 1962 por el joven obispo auxiliar de Cracovia que en aquellos días se encontraba en Roma para el Concilio. En la primera Wojtyla pedía las oraciones del Padre Pío por la médica Wanda Poltawska, madre de familia, enferma de cáncer. En la segunda el obispo agradecía al santo del Gargano por la curación acaecida de la mujer. La nueva misiva (Archivo de la Curia de Cracovia, fondo K. Wojtyla, BI 3123 a), de la cual «Il Giornale» anticipa el contenido, está fechada el 14 de diciembre de 1963 y es más larga que las precedentes. Como las otras dos fue escrita en Roma, probablemente en la conclusión de la segunda sesión del Concilio Vaticano II. Ha sido publicada y comentada por don Francesco Castelli –colaborador de la postulacón de la causa de Juan Pablo II– en el nuevo número de la revista «Servi della Sofferenza».

Al final de las primeras líneas, Wojtyla hace referencia a las precedentes peticiones dirigidas por él al Padre Pio: «Vuestra paternidad se acordará ciertamente que ya algunas veces en el pasado me he permitido recomendar a Sus oraciones casos particularmente dramáticos y dignos de atención». Y ya aquí hay una primera sorpresa. Hasta hoy, de hecho, se ha sabido siempre que el futuro Papa pidió y obtuvo las oraciones del fraile sólo para la médica Poltawska. No se conocían otros casos. El joven obispo polaco agradece al Padre Pío la curación de una mujer enferma de cáncer –está claro que se trata del caso ya conocido– pero en el número de las personas curadas Wojtyla añade el hijo de un abogado, gravemente enfermo desde el nacimiento. «Ambas personas están bien», declara en el texto inédito. Por lo tanto, además de esta carta y a las dos ya conocidas existe al menos otra misiva con la cual Wojtyla pedía la curación del joven.

El futuro Papa recurre después al Padre Pío por una señora paralizada de su diócesis, por tanto una nueva petición. Ulterior indicio de una relación consolidada. Pero no es todo. Esta vez, de hecho, el obispo añade una petición personal: «Al mismo tiempo me permito recomendarle las ingentes dificultades pastorales que mi pobre obra encuentra en la presente situación». ¿A qué se refiere Wojtyla, que por primera vez pide algo para sí mismo? ¿Y cuáles son las «ingentes dificultades» que apunta? Desde la mitad de 1962 monseñor Wojtyla atraviesa una fase delicata de su vida. En junio de 1962 había muerto el arzobispo de Cracovia, Baziak, y desde hacía meses estaba abierta la búsqueda de un candidato para la sucesión que sea grato al primado polaco, el cardenal Stefan Wyszynski, y a la autoridad del Estado. Wyszynski había presentado más veces ternas de nombre rechazadas por el gobierno comunista. Después de dos ternas distintas rechazadas de plano, un alto funcionario del Partido comunista, Zenon Kliszko, sugiere que se proponga a «un hombre de diálogo, como el joven obispo auxiliar, del cual he olvidado el nombre, con el cual en dos semanas hemos resuelto el caso del seminario de Cracovia».

Aquel obispo es Karol Wojtyla, que había reivindicado cno firmeza el derecho de la Iglesia sobre la sede del seminario, ocupado por los comunistas locales. Con sólo 43 años, Karol Wojtyla se encuentra así arzobispo de la sede cardinalicia de Cracovia, después de haber regido durante más de un año y medio aquella sede como administrador apóstolico, entre «ingentes dificultades pastorales».

Nótese la coincidencia de las fechas. La carta del futuro Papa al Padre Pío, con la petición de oraciones e intercesión, es del 14 de diciembre. Exactamente dos semans después, el 30 de diciembre, llega la designación como arzobispo metropolitano de la prestigiosa diócesis polaca.

Como es sabido, Wojtyla y Padre Pío se encontraron sólo una vez, en 1948. Pero el descubrimiento de esta nueva carta atestigua la profundidad del vínculo existente entre el fraile con los estigmas y el Papa que lo proclamará beato y después santo.

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La escandalosa censura contra el Papa

Posted by El pescador en 7 febrero 2008

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

«Libero» 16 Enero 2008

Un pasaje del discurso que Benedicto XVI habría hecho en la Universidad, y que no ha podido pronunciar, reza:

“Por consiguiente, no necesitaban (los cristianos) resolver o dejar a un lado el interrogante socrático, sino que podían, más aún, debían acogerlo y reconocer como parte de su propia identidad la búsqueda fatigosa de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad íntegra. Así, en el ámbito de la fe cristiana, en el mundo cristiano, podía, más aún, debía nacer la universidad. Es necesario dar un paso más. El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre «scientia» y «tristitia«: el simple saber —dice— produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático. Es necesario dar un paso más. El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre «scientia» y «tristitia«: el simple saber —dice— produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera: este es el optimismo que reina en la fe cristiana, porque a ella se le concedió la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se reveló al mismo tiempo como el Bien, como la Bondad misma”.

* * *

Quien procesó a Galileo fue un intelectual laico…

Un grupo de profesores de la Universidad de Roma, en nombre de la “tolerancia”, quiere que el Papa no hable en el ateneo romano (la intervención había sido pedida por las autoridades académicas). Extraña idea de tolerancia. ¿El Pontífice sería una figura que no tiene nada que ver con la universidad? Aparte el hecho de que quien fundó la universidad romana fue justamente el Papa. Prácticamente es su casa. Se lee de hecho en el mismo sitio de internet del ateneo: “El acto de nacimiento de la Universidad de Roma lleva la fecha del 20 de abril de 1303; en este día fue de hecho promulgada por el Papa Bonifacio VIII Caetani la Bula In Supremae praeminentia Dignitatis, con la cual se proclamaba la fundación en Roma del ‘Studium Urbis’ ”. Cosa obvia siendo la Iglesia el origen de la gran parte de nuestras instituciones culturales.

Aparte después el hecho de que Joseph Ratzinger es precisamente un docente universitario, más bien una celebridadd, uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo y es más bien él quien honra la Universidad de Roma interviniendo, no la Universidad la que hace un favor al Papa. Aparte el hecho, finalmente, de que los laicistas cada tres segundos citan a Voltaire (“no comparto lo que dices, pero lucharé hasta el final para que tú puedas decirlo”) y después lo contradicen en la práctica.

Pero el aspecto más paradójico es otro. Porque aquello que se le imputa al Papa es haber citado –en un discurso pronunciado cuando era cardenal– a un intelectual laico-agnóstico, un antidogmático, un libertario, uno que enseñaba enseñaba en Berkeley donde comenzó la protesta y que –por anarquista- aplaudió la revuelta, en suma un de ellos, el célebre epistemólogo Paul Feyerabend. He aquí su frase citada por el entonces cardenal Ratzinger: “en la época de Galileo, la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo y tomó en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina de Galilei. Su proceso contra Galilei era racional y justo, mientras que su actual revisión se puede justificar sólo con motivos de oportunidad política”.

En efecto el suceso Galilei fue mucho más complejo de cuanto cuentan las historietas que ven un Santo Oficio tenebroso que oprime al iluminado científico. Y el cardenal Belarmino, por otra parte un gran hombre de ciencia, tenía sus razones. Esto intentaba decir el filósofo Feyerabend. Su provocación sobre el proceso no era compartida por Ratzinger que, además, fue el que quiso la revisión del “caso Galileo” con Juan Pablo II. Por tanto es el último en poder ser acusado hoy por esto.

Pero –como estudioso– reconstruyendo el complejo debate moderno sobre aquel caso, para hacer comprender la complejidad de los problemas y la pluralidad de las posiciones en materia, Ratzinger citó también la célebre página de Feyerabend. Por tanto Ratzinger es “excomulgado” hoy en base no al propio pensamiento, sino al pensamiento de otro. Que por encima de todo es un “escéptico”, uno de su misma área cultural laica (pero él es coherente y rechaza todos los dogmas, incluso los suyos). “Son palabras” escriben los profesores romanos “que, en cuanto científicos fieles a la razón y en cuanto dedican su vida al avance y la difusión de los conocimientos, nos ofenden y nos humillan”.

Pero –preguntamos, queridos ilustres profesores– ¿os dáis cuenta de que estas “palabras” citadas por vosotros y “excomulgadas” pertenecen no al papa, sino a un ilustre colega vuestro epistemólogo que ha enseñado durante años en los mayores ateneos? ¿Y como podéis atribuir a uno las palabras del otro? No, los profesores no escuchan razones. Y sentencian: “En nombre de la laicidad de la ciencia y de la cultura y en el respeto de nuestro Ateneo abierto a docentes y estudiantes de todo credo y de toda ideología, esperamos que el incongruente evento pueda ser todavía anulado”. Por tanto, “en nombre del respeto a todo credo” piden que no se haga hablar a Benedicto XVI. Todos, pero no él.

Si no fueran hechos preocupantes, sería para reír. Porque en aquel discurso pronunciado en Parma el 15 de marzo de 1990, evocado y “excomulgado” por los profesores, el cardenal Ratzinger junto con Feyerabend citaba –en una línea análoga– también a otro filósofo, el “marxista romántico” Ernst Bloch sobre el cual sería interesante oír el parecer de los profesores de la Sapienza.

Según Bloch tanto el geocentrismo como el heliocentrismo se fundan sobre presupuesto indemostrables porque la relatividad de Einstein ha barrido la idea de un espacio vacío y tranquilo: “así pues” ha escrito Bloch “con la abolición de un espacío vacío y tranquilo, no sucede ningún movimiento hacia él, sino sólo un movimiento relativo de los cuerpos el uno en relación con los otros y su estabilidad depende de la elección de los cuerpos tomados como puntos fijos de referencia: entonces, más allá de la complejidad de los cálculos que derivarían de ello, no se muestra del todo improponible aceptar, como se hacía en el pasado, que la tierra sea estable y que sea el sol el que se mueva”.

El filósofo marxista no volvía realmente al universo tolemaico, ni a los conocimientos científicos del tiempo de Bellarmino y de Copérnico, para los cuales se podían hacer sólo hipótesis. Bloch hablaba en nombre de los más avanzados descubrimientos científicos del siglo XX, expresaba así –explicaba Ratzinger– “una concepción moderna de las ciencias naturales”. De hecho otra mente excelsa del siglo XX, gran nombre del pensamiento judío, una combatiente contra el totalitarismo, Hannah Arendt, en el libro “Vita activa”, escribe la misma cosa: “Si los científicos precisan hoy que podemos afirmar con igual validez tanto que la tierra gira en torno al sol, como que el sol gira en torno a la tierra, que ambas afirmaciones corresponden a fenómenos observados, y que la diferencia está sólo en la elección del punto de referencia, eso no significa volver a la posición del cardenal Bellarmino y de Copérnico, cuando los astrónomos se movían entre simple hipótesis. Significa más bien que hemos desplazado el punto de Arquímedes a un punto más lejano del universo donde ni la tierra ni el sol son centros de un sistema universal. Significa que no nos sentimos más sujetos ni siquiera al sol, escogiendo nuestro punto de referencia donde quiera que convenga para una finalidad específica”.

Según Arendt “para las efectivas conquistas de la ciencia moderna el paso del sistema heliocéntrico a un sistema sin un centro fijo es tan importante como fue, en el pasado, el de una visión geocéntrica del mundo a una heliocéntrica”. Ratzinger –uno de los grandes intelectuales del mundo moderno– lo ha comprendido muy bien y señala, como Arendt, la necesidad de reflexionar sobre las consecuencias sociales de este nuevo escenario y sobre el uso que, en esta situación, se hace de la ciencia. En cambio el mundo académico italiano, más provinciano e ideologizado, parece aún detenido en el siglo XVII.

Yo pienso que el profesor Ratzinger se reconocería seguro en este otro pensamiento de Arendt: “los primeros 50 años de nuestro siglo han asistido a descubrimientos más importantes que todos los de la historia conocida. Sin embargo el mismo fenómeno es criticado con igual derecho por el agravarse no menos evidente de la desesperación humana o por el nihilismo típicamente moderno que se ha difundido en estratos siempre más vastos de la población; el aspecto quizás más significativo de estas condiciones espirituales es que no perdona ni siquiera a los más científicos”.

Pero ¿os parece que la universidad italiana pueda volar a estas alturas? Donde domina la intolerancia no hay espacio para la aventura del conocimiento y para la inquietud de la pregunta. Hay espacio sólo para las pequeñas luchas de poder en torno al rectorado del cual ha hablado Asor Rosa al «Corriere. Buenas noches Iluminismo.

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«Creo en las lágrimas de la Virgencita». He aquí la firma de Wojtyla

Posted by El pescador en 5 febrero 2008

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

La «prueba» es un documento de dos páginas, datadas el 8 de octubre de 2000, que lleva la firma del entonces obispo de Civitavecchia, Girolamo Grillo. Es una firma inconfundible: la del Papa Wojtyla. Ayer el prelado, entrevistado por Uno Mattina, confirmó personalmente la noticia publicada por primera vez el 25 de enero de hace tres año por Il Giornale: Juan Pablo II creía en la Virgencita de Civitavecchia, la estatuíta de yeso que en febrero de 1995 lloró lágrimas de sangre. Quiso venerarla y tenerla consigo en el Vaticano. Y cinco años después quiso dejar un certificado que probase esta veneración.

Monseñor Grillo, inicialmente escéptico, fue «invitado» a ser más posibilista ante la hipótesis sobrenatural justamente por el Papa Wojtyla, que creía que aquello de las lágrimas de la Virgen era un mensaje importante. En el documento, que es mostrado ahora por primera vez desde que el prelado fue autorizado a hacerlo, se lee que la reconstrucción de aquella extraordinaria velada, cuando Grillo traspasó los muros vaticanos llevando consigo la pequeña estatua de yeso propiedad de la familia Gregori. «Como Usted recordará -escribía el obispo en la carta para Wojtyla- antes de sentarnos a la cena, durante la cual habíamos hablado del lagrimeo de sangre de la “Virgencita de Civitavecchia” que también había venido entre mis manos, habíamos orado juntos delante de la misma efigie de la Virgen, que Usted ha bendecido, poniéndole, sobre la cabeza, después de haberla besado, una pequeña corona de oro y en las manos la coronita de oro del Rosario que la estatuíta todavía lleva consigo».

«Me dijo por tanto -escribía aún Grillo al Papa Wojtyla- que, por ahora, habría sido mejor no hablar de este encuentro y que un día sería libre de decirlo al mundo… Deseo expresar viva gratitud a Vuestra Santidad por el “Acto de confianza” de toda la Iglesia hecho a la Virgen con la solemne concelebración eucarística del domingo 8 de octubre en la plaza de San Pedro, acogiendo así una propuesta mía en tal sentido, presentada a Vuestra Santidad a continuación del lagrimeo de sangre de la Virgen».

Finalmente, en el documento, el obispo de Civitavecchia remacha la autenticidad de cuanto sucedió: «En plena posesión de mis facultades de entendimiento y voluntad, en toda franqueza y verdad.. declaro haber visto el 15 de marzo de 1995 a las 8.15 llorar en mis manos la estatuíta de la Virgen proveniente de la parroquia de San Agustín en Civitavecchia. De esto han sido testigos oculares y por tanto no puedo mínimamente dudar de su realidad. Aún hoy -escribía todavía Grillo- no logro explicarme como sucedió eso, con ausencia de cualquier truco o engaño tanto en el interior de la estatuíta cuidadosamente pasada por rayos X, como en mí y en mis familiares que estábamos en estado de plena conciencia y no proclives a asistir a un nuevo lagrimeo». A este texto, que recordaba lo acaecido, Juan Pablo II quiso estampar, con la caligrafía ya tremolante, su firma y la fecha, 20 octubre 2000.

En el documento y en el diario personal, el obispo no sigue más allá. Pero resulta evidente que el místico Karol Wojtyla consideraba aquellas lágrimas una «señal» importante. Como es sabido, falta aún un pronunciamiento oficial y definitivo de la Iglesia sobre aquel misterio. Pero cuanto sucedió no podrá dejar de tener peso.

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Jerome LeJeune – Un científico a los altares

Posted by El pescador en 25 enero 2008

Profesor Jerome LeJeune
Católico defensor de la vida y padre de la genética moderna
-Su Biografía: «Life is a Blessing» de Clara LeJeune, Ignatius Press

«Cada uno de nosotros tiene un momento preciso en que comenzamos. Es el momento en que toda la necesaria y suficiente información genética es recogida dentro de una célula, el huevo fertilizado y este momento es el momento de la fertilización. Sabemos que esta información esta escrita en un tipo de cinta a la que llamamos ADN… La vida esta escrita en un lenguaje fantásticamente miniaturizado. -Dr. Lejeune, pionero en genética y ciencia pre-natal, Univ. Paris.

En la XIII Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida, el 25 de Febrero, 2007, se anunció la apertura de la causa de beatificación del Profesor Jerome LeJeune.

El Dr. Jérôme Lejeune es reconocido tanto por su fidelidad a la Iglesia como por su excelencia como científico. A los 33 años de edad, en 1959, publicó su descubrimiento sobre la causa del síndrome de Down, la trisomía 21.

En 1962 fue designado como experto en genética humana en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en 1964 fue nombrado Director del Centro nacional de Investigaciones Científicas de Francia y en el mismo año se crea para él en la Facultad de Medicina de la Sorbona la primera cátedra de Genética fundamental.

El profesor LeJeune era reconocido por todos. Se esperaba que recibiera el Premio Nobel. Pero en 1970 se opone firmemente al proyecto de ley de aborto eugenésico de Francia. Esto causa que caiga en «desgracia» ante el mundo. Prefirió mantenerse en gracia ante la verdad y ante Dios: matar a un niño por estar enfermo es un asesinato. Siempre utilizó argumentos racionales fundamentados en la ciencia.

Llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo: «he aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte». Esa misma tarde escribe a su mujer y a su hija diciendo: «Hoy me he jugado mi Premio Nobel». Tenía razón. No se lo dieron. No querían a un científico que se opusiera a la agenda abortista.

LeJeune también rechazó los conceptos ideológicos que se utilizan para justificar el aborto, como el de «pre-embrión».

Fue acusado de querer imponer su fe católica en el ámbito de la ciencia. No faltaron miembros de la Iglesia que lo rechazaran. Le cortaron los fondos para sus investigaciones. De repente se convirtió en un paria.

Juan Pablo II reconoció la excelencia del Dr. Le Jeune nombrándolo Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el 26 de febrero de 1994. Muere el 3 de abril del mismo año, un Domingo de Pascua.

Con motivo de su muerte, Juan Pablo II escribió al Cardenal Lustinger de Paris diciendo: «En su condición de científico y biólogo era una apasionado de la vida. Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada. Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima».

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