Vittorio Messori (original en italiano; traducción mía)
23 de enero de 2005
La diócesis: «Hace diez años la Virgencita llora lágrimas de sangre». El mariólogo De Fiores: «Aquí hay el dedo de Dios»
«Han transcurrido diez años desde que en Civitavecchia, en un jardín de la familia Gregori (2-6 de febrero de 1995) y después en las manos del obispo Girolamo Grillo (15 de marzo de 1995), se sucedieron 14 lagrimeos de sangre en una estatuita de la Virgen. Después del interés de la prensa que ha hecho correr la noticia por Italia y por todo el mundo, los periódicos ya no hablan de ello. Parecidamente, también los historiadores callan, teólogos y pastores se han encerrado en una reserva y silencio absoluto». Sin embargo, «los peregrinos de todas partes de Italia, de Europa, es más del mundo acuden y manifiestan su devoción con la oración y la frecuentación de los sacramentos. Las peregrinaciones a la parroquia de S. Agustín, en el barrio de Pantano, donde fue colocada la Virgencita, no conocen flexiones, son una realidad que se renueva continuamente y producen consoladores frutos de conversión y de espiritualidad».
Con estas palabras inicia la introducción al grueso informe que está para ser publicado en el periódico de la diócesis de Civitavecchia y que el Corriere ha podido examinar en exclusiva previa. Una serie de relaciones y de documentos, casi todos inéditos, que describen el estado del «caso» desde todas las perspectivas, desde la teológica a la judicial, pastoral, médica (en Internet se podrá consultar, en pocos días, en el sitio www.civitavecchia.netfirms.com). El conjunto es impresionante: gente de responsabilidad, personas cualificadísimas en los respectivos campos, y, por tanto, habituadas a medir las palabras, no dudan en exponerse y en entregarse a la realidad. Todo, dicen unánimes, hace pensar que en aquel ángulo de tierra de Roma se ha verificado un evento que no tiene explicación humana y que remite al misterio del Sobrenatural.
EL DIARIO DEL MONSEÑOR – Sorprende, lo primero, el testimonio de monseñor Grillo, el obispo obligado a pasar del radical escepticismo a la aceptación del enigma, bajo el impacto violento de un evento tan imprevisto como estremecedor. En el informe que va a ser publicado ahora, el prelado reproduce un diario inédito suyo, que tiene una evolución en algún modo dramática. Como muchos, ciertamente, recuerdan, la mañana del 15 de marzo de aquel 1995 en la cual empezó todo, el prelado tomó entre las manos la estatuita de la Virgen que estaba relegada en un armario de su casa. Monseñor Grillo se había opuesto a la intervención de la magistratura, que había incluso ordenado el secuestro y puesto los precintos. También había protestado, pero en nombre de la libertad religiosa, no ciertamente por convicción de la realidad de los hechos. Con sólidos estudios y títulos en las mejores universidades eclesiásticas, había trabajado durante tiempo en las oficinas de la Secretaría de Estado, donde la atmósfera no está ciertamente invadida de misticismo sino de pragmatismo e incluso, a veces, de escepticismo. Nombrado obispo, el monseñor no había alentado devociones populares y tradiciones arcaicas, sino que buscó fundar entre su gente una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Su diario testimonia la incredulidad un poco irritada con que recibió las primeras noticias de la lagrimación de sangre, el echar a la papelera los relatos del párroco, la prohibición a los sacerdotes de trasladarse al lugar, el dirigirse secretamente a la policía para que indagase sobre la familia Gregori, de la cual desconfiaba. Él mismo recuerda la exclamación de un cardenal amigo: «Pobre Virgencita, ¡a qué manos has ido a parar! Justamente en las de monseñor Grillo, ¡que se entregará para sofocar todo!».
AQUEL DÍA DE MARZO – No quitó del armario por tanto con particular devoción aquel día de marzo la estatua ya desembargada. Las tres personas presentes con él en la estancia vieron antes que él, que tenía en la mano el objeto sagrado, que sucedía lo increíble: las lágrimas de sangre que comenzaron a fluir de los ojos, alcanzando lentamente el cuello. El obispo no usa eufemismos para describir su reacción, cuando se dio cuenta de aquello que sucedía. No por casualidad la hermana se puso a chillar, viéndolo tambalearse y empalidecer de modo impresionante, y corrió fuera, con un dedo bañado en sangre, pidiendo ayuda de un médico, un cardiólogo, que de hecho poco después acudió. No había necesidad. Anota el prelado, entre otras cosas: «Casi desmayado me siento sobre una silla», «he corrido el riesgo de morir por el dolor, he sufrido un schock tremendo, que me ha dejado desfallecido incluso en los días siguientes», «enseguida por instinto he pedido a María mi conversión y el perdón de mis pecados».
RENDIDO AL MISTERIO – Así la Virgencita pudo tomarse su materna, benigna revancha. Fue el mismo Grillo, el escéptico, aquel que esperaba que desde Roma le llegase el encargo de cerrar el asunto y volver a una religiosidad «seria» (mientras desde las alturas del Vaticano le recomendaban apertura de espíritu, también para lo imprevisto), fue por tanto el mismo monseñor que, con solemne procesión, desde el armario de la casa llevó a la iglesia la estatuita para exponerla a la veneración de los fieles.
Fieles por los cuales él mismo y sus colaboradores han hecho y hacen mucho, para que la peregrinación, incesante, cosmopolita, sea una verdadera, completa, experiencia espiritual. Al menos cinco confesores están en el trabajo durante muchas horas, cada día; liturgias, adoraciones eucarísticas, rosarios, procesiones, letanías se prosiguen sin parar.
Escrive, en el décimo aniversario, monseñor Girolamo Grillo: «Estuve obligado a rendirme a este misterio. Pero mi convicción aumentó siempre más viendo los beneficios que se seguían. El Evangelio nos da un criterio: juzgar por los frutos la bondad de un árbol. Aquí, los frutos espirituales son extraordinarios».
PASADAS POR EL TAMIZ – Junto al testimonio, también humano, del obispo, tiene gran importancia el del padre Stefano De Fiores, religioso monfortiano, uno de los mayores especialistas vivos en estudios dedicados a la Virgen. Autor de textos fundamentales como Maria nella teologia contemporanea, editor del Nuovo dizionario mariologico, enseñante en la más ilustre de las universidades pontificias, la Gregoriana, el padre De Fiores es bien conocido para los estudiosos y los lectores como hombre de gran prudencia, de distinciones sutiles, así como corresponde a un especialista de tal nivel. Sorprende, por tanto (y deja de verdad pensativos) la conclusión del cauto profesor: en Civitavecchia, no hay otra explicación lógica y sostenible si no es la aceptación de una intervención divina. El padre De Fiores motiva su conclusión paso tras paso, en una intervención densda de teología, pero al mismo tiempo informadísima sobre el desarrollo de los eventos. Han sido valorados por tanto críticamente todos los testimonios, a partir del de Jessica Gregori, entonces una niña de menos de seis años, de su familia, del párroco, del obispo mismo. Han sido pasadas por el tamiz todas las hipótesis que podrían explicar «naturalmente» la lagrimación. En base a los elementos disponibles y al razonamiento, se excluye que se trata de «fraude o truco», de «alucinación o autosugestión», de «fenómeno parapsicológico». Añadidos finalmente, por vía de lógica, a la dimensión inquietante del misterio, se excluyó también que se trate de «obra del demonio». ¿Intervención divina, por tanto? ¿Y por qué, con qué significado? El teólogo inicia aquí un análisis que muwestra qué riqueza espiritual puede esconderse detrás de un acontecimiento en apariencia tan simple, detrás de aquellas lágrimas derramadas 14 veces. Incluso el desconcertante descubrimiento de que se trata de sangre masculina termina por revelarse como un ulterior signo de credibilidad, en la dimensión cristiana. También en base a esta profundidad de sentido el padre De Fiores se rinde él también, a la par que el obispo, y cita el Evangelio de Lucas: «Aquí hay el dedo de Dios». No es de verdad poco, para quien conozca las prudencias de los profesores, sobre todo si son universitarios, de disciplinas eclesiásticas.
ADN NEGADO – Importante también cuanto anota, en otro estudio de este informe, un experto de los hechos: «El problema del ADN vuelve continuamente cuando se habla del suceso de la Virgen de Civitavecchia. La pregunta que tantos se hacen es la siguiente: ¿por qué los Gregori han rechazado los exámenes de ADN? Se ve tal rechazo como indicio de algo que esconder. Se insinúan, así, sombras y dudas acerca de su honestidad. Entonces al respecto es preciso saber cómo están realmente las cosas. Lo primero de todo, es necesario disipar toda duda, afirmando que la familia Gregori se ha declarado siempre dispuesta a someterse al examen para la comparación de la sangre».
En efecto, como se explica ampliamente, fueron los especialistas —empezando por aquella eminencia de la medicina legal que es el profesor Giancarlo Umani Ronchi, docente en la no sospechosa, laicísima Universidad La Sapienza de Roma— en desaconsejar decididamente un examen del ADN. Una prueba similar, en efecto, vistas las condiciones creadas y las situaciones de los hallazgos, habría aportado confusión más que claridad, corriendo el riesgo de dar indicaciones que despisten y científicamente no dignas de atención. A los Gregori que se pusieron de inmediato a disposición les explicaron los técnicos que justamente la búsqueda de la verdad sugería que no procedía.
En suma, diez años después, parece comprobado que las columnas de peregrinos que confluyen a Civitavecchia (y el número crece de año en año) son reclamadas por un evento del cual no es fácil librarse, volviendo a enviar a supersticiones y creencias populares que refutar. Estaba convencido de ello, lo sabemos, incluso el obispo, que los hechos sin embargo han transformado en el apóstol ferviente no sólo de la Virgen (de la cual siempre fue devoto) sino precisamente de aquella «Virgencita». Llegada por añadidura, para espesar el misterio, justamente desde otro lugar enigmático por excelencia: Medjugorje.