El testamento del pescador

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Cuando, en septiembre de 2011, supe de la dimisión…

Posted by El pescador en 14 febrero 2013

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

De “Libero”, 12 febrero 2013

Visita Facebook: “Antonio Socci pagina ufficiale”

La dimisión de Benedicto XVI no es sólo una una noticia explosiva, sino un acontecimiento histórico, sin precedentes modernos (se puede citar el caso de Celestino V, hace setencientos años, pero fue un asunto absolutamente distinto en un contexto diferente).
Lo que acontece ante nuestros ojos es un acontecimiento que, por su misma naturaleza planetaria y espiritual, hace palidecer todas las otras noticias de estos días y ciertamente no tiene relación con ellas (empezando por las elecciones italianas).
Ayer Ezio Mauro, en la reunión de redacción de “Repubblica” transmitida en el sitio web y que obviamente estuvo dedicada al pontífice, ha revelado que Benedicto XVI llegó a esta decisión «después de una larga reflexión. Esta mañana» ha añadido Mauro «nos han dicho que la decisión la tomó desde hace tiempo y en todo caso la ha guardado en secreto».
En efecto la decisión vuelve a plantearse al menos en el verano de 2011 y no es una noticia secreta desde el 25 de septiembre de 2011, cuando, en este diario, yo la saqué a la luz, habiéndola sabido de diversas fuentes, todas creíbles e independientes una de la otra. En aquella ocasión escribí que la transimisón había sido pensada por Ratzinger para el cumplimiento de sus 85 años, o sea en la primavera de 2012.
Sin embargo dos meses después de mi artículo, en el otoño de 2011, comenzó a estallar el caso Vatileaks y fue pronto evidente que -hasta que no se cerrase aquel suceso- el Santo Padre no llevaría a cabo su decisión.
De hecho en el libro entrevista de hace unos años, «Luz del mundo», con Peter Seewald, analizando el asunto de forma teórica, había explicado que cuando la Iglesia se encuentra en medio de una tempestad u Papa no puede dimitir.
Por esto el 11 de marzo de 2012, a un mes del 85º cumpleaños del Pontífice (que es el 16 de abril), yo escribí en esta columna: «es necesario decir que la tempestad que ha devastado estos meses la Curia vaticana, en particular la Secretaría de Estado, aleja las hipótesis de dimisión del Papa, el cual siempre ha precisado que hay que hay que excluirlas cuando la Iglesia están en grandes dificultades y por eso podrían parecer una huida de la responsabilidad».
El desarrollo de los hechos sucesivos confirma esta reconstrucción. Porque al final la dimisión del Papa llega puntualmente un mes después del cierre definitivo del caso Vatileaks, con la gracia concedida al mayordomo Paolo Gabriele. Señal que tal dimisión efectivamente había sido ya decidida en el verano de 2011.
He aquí las razones aducidas ayer por el Papa: «he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Con su habitual claridad el Papa ha dicho la simple verdad y ha hecho la elección que considera mejor para el bien de la Iglesia, por cierto una muestra de humildad, que es un rasgo importante de su humanidad y de su fe. Todavía podemos y debemos observar que todos los Papas precedentes han envejecido y han permanecido en el cargo con fuerzas reducidas, gobernando a través de sus colaboradores.

Se puede por tanto suponer que Benedicto XVI no ha considerado hacer esta elección porque no considera que tiene colaboradores a la altura de tal tarea (con su dimisión todos los cargos de la Curia serán renovados).

Ciertamente se puede decir que Benedicto XVI ha sido un gran pontífice y que a su pontificado -al menos en parte- le ha puesto la zancadilla una Curia que no ha estado a la altura, pero también por la escasa respuesta al Papa de parte del episcopado. Joseph Ratzinger, que se confirma como un Papa extraordinario también con esta salida de escena, ha llevado la cruz del ministerio petrino ciertamente sufriendo mucho y dando todo de sí mismo (no le han faltado ni las incomprensiones ni la burla).
Ha sido una pena ver cómo su espléndido magisterio ha permanecido a menudo ignorado. Cuando publiqué mi exclusiva escribí que me alegraría de ser desmentido por los hechos y esperaba que nosotros los católicos rezásemos para que Dios nos conservase por mucho tiempo a este gran Papa.

Desgraciadamente muchos creyentes en lugar de escuchar esta llamada mía a la oración se lanzaron a atacarme, como si dar la noticia de que el Papa estaba pensando en la dimisión fuese un delito de lesa majestad. una reacción beata que señalaba un cierto difundido clericalismo. Benedicto XVI –con sua continua apología del a conciencia y de la razón- está entre los pocos con una mentalidad no clerical.

Baste recordar que no ha dudado en llamar por su nombre a todas las heridas de la Iglesia y en denunciarlas como nunca antes se había hecho. En su admirable libertad moral no dudó ni siquiera en desmentir a aquel estrecho colaborador suyo sobre el «secreto de Fátima». Sucedió en 2010, cuando decidió una repentina peregrinación al santuario portugués de Fátima y allí declaró:

 
«Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada […] En la Sagrada Escritura se muestra a menudo que Dios se pone a buscar a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima […] Que estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones impulsen el anunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María para gloria de la Santísima Trinidad».
Una expresión que ciertamente hace pensar (el centenario de las apariciones de Fátima es en 2017), también en referencia a los famosos «diez secretos» de Medjugorje.
De otra parte el mismo anuncio de la dimisión llegó en una fecha gloriosamente mariana, el 11 de febrero aniversario (y fiesta litúrgica) de las apariciones de la Virgen en Lourdes. Es fácil prever que ahora se lanzarán también teorías de la conspiración fantasiosas, se evocarán los dedos de Malaquías, la monja de Dresde y todo lo que se pueda imaginar.

Pero queda el hecho de que el Papa, con el peso histórico de la decisión que asumido, pone a toda la Iglesia ante la gravedad de los tiempos que vivimos. Gravedad que la Virgen ha subrayado dolorosamente en todas sus apariciones modernas, desde La Saleta a Lourdes, desde Fátima a Medjugorje (pasando por el misterioso y milagroso llanto de lágrimas de la Virgencita de Civitavecchia). Sólo hay que desear que no se refiera a nuestro amado Papa lo que se atribuyó a su predecesor Pío X, al que la Iglesia ha proclamado santo.

Es un episodio que desde hace algunos meses se ha difundido entre algunos ambientes católicos y también en la Curia. Resultaría que Pío X, en 1909, había tenido durante una audiencia una visión que lo descompuso: «¡Esto que he visto es terrible! ¿Seré yo o un sucesor mío? He visto al Papa huir del Vaticano caminando entre los cadáveres de sus sacerdotes. Se refugiará en cualquier parte, de incógnito, y después de una breve pausa morirá de muerte violenta». Parece que aquella visión volvió en 1914, a punto de morir. Aún lúcido refirió de nuevo el contenido de aquella visión y comentó: «El respeto de Dios ha desaparecido de los corazones. Se busca cancelar incluso su recuerdo».
Desde hace un tiempo circula esta «profecía» también porque se dice que Pío X habría declarado además que se trataba de «uno de mis sucesores con mi mismo nombre». El nombre de Pío X era Giuseppe Sarto. Giuseppe por tanto Joseph. Deseo vivamente que no sea una profecía auténtica o que no se refiera a la actualidad.
Pero su difusión señala cómo el pontificado de Benedicto XVI -como el de su predecesor- ha sido rodeado de inquietudes. Es más él mismo lo inauguró pidiendo oraciones de los fieles para no huir ante los lobos. El Papa no ha huido.

Ha sufrido y ha desarrollado su misión hasta que ha podido y hoy pide a la Iglesia un sucesor que tenga las fuerzas para asumir este pesado ministerio. De otro lado es evidente a todos que desde hace trescientos años el papado se ha vuelto un lugar de martirio blanco, como en los primeros siglos exponía al seguro martirio de sangre. De hecho los tiempos modernos se abrieron con otro suceso místico sucedido al Papa León XIII, el Papa de la «cuestión social» y de la «Rerum novarum«. El 13 de octube de 1884 (el 13 de octubre por otro lado es el día del milagro del sol en Fátima) el pontífice tuvo una visión durante la celebración eucarística. Quedó impresionado y descompuesto. El pontífice explicó que tenía que ver con el futuro de la Iglesia. Reveló que Satanás en los cien años sucesivos habría reunido el culmen de su poder y que haría todo para destruir a la Iglesia.

Parece que había visto también la Basílica de San Pedro asaltada por los demonios que la hacían temblar.  El hecho es que el Papa León se recogió inmediatamente en oración y escribió aquella maravillosa oración a San Miguel Arcángel, vencedor de Satanás y protector de la Iglesia, que desde entonces fue recitada en todas las iglesias al final de cada Misa. Aquella oración fue abolida con la reforma litúrgica que siguió al  Concilio Vaticano II, la reforma litúrgica que Benedicto XVI ha buscado tanto rediseñar.

Nunca como hoy la Iglesia habrá necesitado aquella oración de protección a San Miguel Arcángel.

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El caso Medjugorje: no apagar el Espíritu

Posted by El pescador en 1 julio 2009

(original en italiano; traducción mía)

De Libero, 16 enero 2009

Benedicto XVI, como Juan Pablo II, defiende la fe del pueblo cristiano

 de Antonio Socci

Hoy turban la Iglesia, arriesgándose a crear escándalo y extravío para millones de fieles, más que ciertos ateos declarados que hacen campañas publicitarias en los buses de Génova, están aquellos que -quizás con un hábito eclesiástico- hacen la guerra a Dios desde el interior y bajo pretextos «religiosos» propagan un pensamiento «no católico» (como confió amargamente Pablo VI a Jean Guitton).

No por casualidad el cardenal Ratzinger inició un memorable discurso a los biblistas en un ateneo vaticano recordando la figura del Anticristo de un relato de Soloviev, cuyo Anticristo era «un célebre exegeta» con doctorado en Teología en Tubinga. La admonición, aunque sea gallarda, era evidente.

Por otra parte, curiosamente, en estos años no ha sido el campo ortodoxo el que ha desenterrado una especie de Inquisición contra quien propaga herejías y contesta al Magisterio pontificio, sino más bien aquellos que querrían poner bajo inquisíción a la Virgen misma que osa manifestarse sin su permiso. A menudo son vejados por nuevas inquisiciones quienes testimonian una fe viva y fiel al Papa, no los herejes.

Ahora suscitan algunas preocupaciones, entre tantos y fervorosos fieles de la Virgen, ciertas «anticipaciones» (que no se saben si son verdaderas) del llamado «vademecum» que debería ocuparse de eventos sobrenaturales. Las voces sobre su presunto contenido han sido referidas por «Panorama», hace tres meses, y en estos días por un sitio de internet: se trataría de un «directorio» contra Medjugorje (meta de millones de peregrinos y lugar extraordinario de conversión) y contra los hechos de Civitavecchia donde, en febrero-marzo de 1995, una estatuílla de la Virgen proveniente de Medjugorje, ha llorado lágrimas de sangre durante 14 veces.

A favor de la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y del llanto milagroso de Civitavecchia están no sólo las cuidadosas investigaciones científicas llevadas a cabo sobre los videntes durante las apariciones y sobre la estatuílla de Pantano, investigaciones que excluyen categóricamente toda forma de estafa o de autosugestión. Está también la enorme cantidad de conversiones e incluso de curaciones inexplicables que se han verificado y continúan verificándose (los testimonios están documentados). Está la perfecta ortodoxia que se respira en estos santuarios. Y, juntamente con la devoción de millones de simples cristianos, está la devoción convencida de tantos sacerdotes, obispos y cardenales. Sobre todo aquella, aclarada, de Juan Pablo II que ha manifestado de mono inequívoco y más veces, incluso por escrito, su convicción personal sobre la autenticidad de las apariciones de Medjugorje y de las lágrimas de la Virgencita.

Ciertamente un “vademecum” para los obispos hoy puede ser utilísimo para tratar tantos casos de «visionarios» de pacotilla y de embaucadores, pero hay que excluir que tal «directorio» sea apuntado contra Medjugorje y Civitavecchia que son dos santuarios marianos y tienen ahora su historia de devoción del pueblo cristiano (que, recordémoslo, es solicitada en las canonizaciones y presupuesta de hecho incluso en las definiciones de los dogmas) y son dos santuarios marianos.

Se dice que el “directorio” prescribe el recurso incluso a “psiquiatras ateos”. En Medjugorje ya ha sucedido. Al principio, en 1981, cuando el régimen comunista se desató contra las apariciones con arresos, vejaciones y violencias, los seis muchachos fueron incluso arrastrados ante psiquiatras del régimen que sin embargo debieron reconocer su perfecta salud mental y su buena fe. Al final algunos de aquellos médicos incluso se convirtieron, junto con los policías que debían reprimir el fenómeno.

En Civitavecchia la Virgencita superó el duro examen del obispo que no creía y que vio acaecer la décimocuarta  lacrimación justo entre sus propias manos, sufriendo un shock cardiaco. Y ha superado también el examen de la comisión eclesiástica (que ha excluido alucinaciones, fenómeno parapsicológico o diabólico) y el examen laico más exigente, el de la ciencia (que ha reconocido que no es posible la explicación científica del fenómeno) y de la magistratura que -después de cuidadosas investigaciones y considerados los numerosísimos testimonios de las lacrimaciones (entre ellos «el Comandante de la policía municipal, agentes de la policía penitenciaria y de la policía del Estado»), escribe que éstas «deben reducirse o a un hecho de sugestión colectiva o a un hecho sobrenatural». De no ser porque aquellas lágrimas de sangre, al ser fotografiadas y filmadas, no pueden ser una «sugestión»: han sido además analizadas en laboratorio, al microscopio y definidas como «sangre humana».

Sobre Medjugorje el secretario de Estado Bertone, apenas fue nombrado, explicitó la posición de este pontificado precisando que las peregrinaciones allí, obviamente no oficiales, «están permitidas» y aconsejó incluso «un acompañamiento pastoral de los fieles». Además definió todavía una vez como «personales» las declaraciones del obispo de Mostar e indicó como justa la posición de espera de los obispos de la ex Yugoslavia que «deja la puerta abierta a futuras investigaciones».

También porque el gran número de apariciones,  aún hoy en curso, no es un obstáculo, después que han sido reconocidas recientemente las apariciones de Laus donde la Virgen, desde 1647, se manifestó durante 54 años y largamente de forma cotidiana.

Por tanto los fieles de Medjugorje y Civitavecchia pueden estar tranquilos. Del resto el Papa demuestra que tiene la unidad de la Iglesia muy dentro del corazón. También lo ha demostrado recientemente en el modo en que ha resuelto paternalmente el problema neocatecumenal y en el modo en que ha tendido la mano a los tradicionalistas, con la recuperación de la antigua liturgia, pidiendo a los obispos franceses que los acojan y que no discriminen a ninguno. Verdaderamente el Santo Padre quiere conjurar en todos los modos fracturas y desorientación de los fieles. Finalmente también la devoción y la estima hacia Juan Pablo II lo inducen a defender Medjugorje e Civitavecchia. Por eso hay que excluir que el directorio sea «contra» estos dos santuarios.

También hay mucha duda de que el Papa pueda aprobar un «directorio» tan duro y represivo como aquello anhelado por ciertas indiscreciones, porque justamente Ratzinger fue el autor del memorable discurso con el cual el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, en 1962 convenció a la Iglesia para que jubilara el viejo Santo Oficio y ciertos sistemas suyos «cuya modalidad de procedimiento no está de acuerdo en muchas cosas con nuestro tiempo y para la Iglesia será un daño y para muchos un escándalo».

Considerados los errores dolorosísimos hechos hace 50 años por eclesiásticos al tratar casos de santos como padre Pío o acontecimientos como Ghiaie di Bonate, es dudoso que el propio papa Ratzinger permita volver a reglas vejatorias que hoy podrían ser impugnados desde el punto de vista de los derechos humanos, además del derecho natural y del derecho canónico, produciendo «un daño para la Iglesia y un escándalo».

Benedicto XVI no quiere en absoluto «apagar el Espíritu» y «despreciar las profecías» (1 Tes 5,19-20), como alún teólogo y algún curial, sino que quiere exactamente lo contrario: ya de cardenal puso en guardia a los católicos de convertirse en «deístas», o sea aquellos que no creen verdaderamente «en una acción de Dios en nuestro mundo» y por eso se engañan con que «debemos nosotros crear la redención, nosotros crear el mundo mejor, un mundo nuevo. Si se piensa así el cristianismo ha muerto».

«La Iglesia» explicaba Ratzinger «afronta los desafíos que le son propios gracias al Espíritu Santo que, en los momentos cruciales, abre una puerta para intervenir». Históricamente lo ha hecho con los grandes santos «que eran también profetas», pero ante todo a través de la Virgen: «Hay una antigua tradición patrística que llama a María no sacerdotisa, sino profetisa. El título de profetisa en la tradición patrística es el título de María por excelencia… Se podría decir, en un cierto sentido, que de hecho la línea mariana encarna el carácter profético de la Iglesia».

Por tanto la «Reina de los profetas» va a ser escuchada, no amordazada.

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«Creo en las lágrimas de la Virgencita». He aquí la firma de Wojtyla

Posted by El pescador en 5 febrero 2008

Andrea Tornielli (original en italiano; traducción mía)

La «prueba» es un documento de dos páginas, datadas el 8 de octubre de 2000, que lleva la firma del entonces obispo de Civitavecchia, Girolamo Grillo. Es una firma inconfundible: la del Papa Wojtyla. Ayer el prelado, entrevistado por Uno Mattina, confirmó personalmente la noticia publicada por primera vez el 25 de enero de hace tres año por Il Giornale: Juan Pablo II creía en la Virgencita de Civitavecchia, la estatuíta de yeso que en febrero de 1995 lloró lágrimas de sangre. Quiso venerarla y tenerla consigo en el Vaticano. Y cinco años después quiso dejar un certificado que probase esta veneración.

Monseñor Grillo, inicialmente escéptico, fue «invitado» a ser más posibilista ante la hipótesis sobrenatural justamente por el Papa Wojtyla, que creía que aquello de las lágrimas de la Virgen era un mensaje importante. En el documento, que es mostrado ahora por primera vez desde que el prelado fue autorizado a hacerlo, se lee que la reconstrucción de aquella extraordinaria velada, cuando Grillo traspasó los muros vaticanos llevando consigo la pequeña estatua de yeso propiedad de la familia Gregori. «Como Usted recordará -escribía el obispo en la carta para Wojtyla- antes de sentarnos a la cena, durante la cual habíamos hablado del lagrimeo de sangre de la “Virgencita de Civitavecchia” que también había venido entre mis manos, habíamos orado juntos delante de la misma efigie de la Virgen, que Usted ha bendecido, poniéndole, sobre la cabeza, después de haberla besado, una pequeña corona de oro y en las manos la coronita de oro del Rosario que la estatuíta todavía lleva consigo».

«Me dijo por tanto -escribía aún Grillo al Papa Wojtyla- que, por ahora, habría sido mejor no hablar de este encuentro y que un día sería libre de decirlo al mundo… Deseo expresar viva gratitud a Vuestra Santidad por el “Acto de confianza” de toda la Iglesia hecho a la Virgen con la solemne concelebración eucarística del domingo 8 de octubre en la plaza de San Pedro, acogiendo así una propuesta mía en tal sentido, presentada a Vuestra Santidad a continuación del lagrimeo de sangre de la Virgen».

Finalmente, en el documento, el obispo de Civitavecchia remacha la autenticidad de cuanto sucedió: «En plena posesión de mis facultades de entendimiento y voluntad, en toda franqueza y verdad.. declaro haber visto el 15 de marzo de 1995 a las 8.15 llorar en mis manos la estatuíta de la Virgen proveniente de la parroquia de San Agustín en Civitavecchia. De esto han sido testigos oculares y por tanto no puedo mínimamente dudar de su realidad. Aún hoy -escribía todavía Grillo- no logro explicarme como sucedió eso, con ausencia de cualquier truco o engaño tanto en el interior de la estatuíta cuidadosamente pasada por rayos X, como en mí y en mis familiares que estábamos en estado de plena conciencia y no proclives a asistir a un nuevo lagrimeo». A este texto, que recordaba lo acaecido, Juan Pablo II quiso estampar, con la caligrafía ya tremolante, su firma y la fecha, 20 octubre 2000.

En el documento y en el diario personal, el obispo no sigue más allá. Pero resulta evidente que el místico Karol Wojtyla consideraba aquellas lágrimas una «señal» importante. Como es sabido, falta aún un pronunciamiento oficial y definitivo de la Iglesia sobre aquel misterio. Pero cuanto sucedió no podrá dejar de tener peso.

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Divinas lágrimas de mujer

Posted by El pescador en 14 enero 2008

Antonio Socci (original en italiano; traducción mía)

Ha causado alboroto en 1995 el caso de la Virgen de Civitavecchia. Hoy, después de diez años exactos de atentos análisis, llevados a cabo por especialistas que están fuera de toda duda, se ha debido reconocer que aquellas lágrimas de sangre (humana) que brotan de una Virgencita de yeso (una estatua pequeñita rellena, como han revelado las radiografías, sin nada sospechoso en su interior) son científicamente inexplicables. Es por tanto la razón humana, aquí, que “ve” con los ojos y toca “con mano” una chispa de sobrenatural que ha hecho irrupción en la historia (así como en los clamorosos milagros que suceden en Lourdes y en tantos otros lugares). Para no reconocer la evidencia del Milagro en este caso sería preciso renegar de la razón y refugiarse en el prejuicio. Como decía un gran periodista y escritor inglés, Gilbert K. Chesterton: “Quien cree en los milagros lo hace porque tiene pruebas a su favor. Quien los niega lo hace porque tiene una teoría contraria a ellos”.
Aquí un simple hecho hace correr ríos de tinta que también en estos días ciertos solones de un viejo laicismo han esparcido. Pienso en Eugenio Scalfari que en el Espresso para abroncar el racionalismo cristiano de Buttiglione ha pretendido llamar en su ayuda “el principio de indiferencia de Heisenberg” del cual debe conocer bien poco si se equivoca incluso en el nombre (quería quizá citar el “principio de indeterminación” enunciado por Heisenberg en 1927).En realidad la ciencia contemporánea no lleva de hecho hacia Scalfari y las viejas ideologías laicistas, sino hacia la eterna juventud de Dios como demuestra la recientísima “conversión” de Anthony Flew, el heredero de Bertrand Russel, con el que durante decenios ha sido el maor símbolo del ateísmo filosófico. Pues, al final, frente a la evidencia de las investigaciones científicas ha debido invertir sus posiciones y reconocer una misteriosa Inteligencia superior que ha ordenado el cosmos.Si será aún fiel a su lema socrático –“sigue la evidencia a donde quiera que te conduzca”– descubrirá un hecho aún más extraordinario: que aquella Inteligencia superior (que los griegos llamaban Logos) no se quedó lejos del hombre, no lo ha abandonado, sino que se ha hecho ella misma hombre y ama apasionadamente y tiernamente a toda criatura. Y está presente en la historia.Esto es lo que dice (también) el evento de Civitavecchia. Pero no sólo. Y estos días no se ha recordado que aquella estatuita viene de Medjugorje. El párroco de Pantano que después la regaló a los señores Grigori, en septiembre de 1994, la compró de hecho en una tiendecita de este pueblo de la Herzegovina donde había ido en peregrinación porque allí, desde hace ya 23 años aparece periódicamente la Virgen a seis muchachos (hoy hechos adultos). Es por tanto una clamorosa confirmación de los hechos de Medjugorje.Justamente en un apasionado mensaje de la Virgen de Medjugorje (el 24 de mayo de 1984) se habla de lágrimas de sangre. “Queridos hijos, en cada instante, cuando tengáis dificultades, no tengáis, porque yo os amo también cuando estáis lejos de mí y de mi Hijo. Os ruego, no permitáis que mi corazón llore lágrimas de sangre por las almas que se pierden en el pecado”.

Marija Pavlovic, una de las videntes, en una larga entrevista con el padre Livio Fanzaga que le recordaba este mensaje a propósito de la estatuita, ha declarado: “Para mí (el suceso de Civitavecchia, nda) tiene un significado muy grande, no tanto porque la Virgen ha llorado, en cuanto que la Madonna ha llorado, en cuanto la he visto también yo llorar, sino porque ha llorado lágrimas de sangre y ha llorado cerca de Roma. Todo el conjunto dice mucho”. El entrevistador ha probado a saber más de esto, pero la muchacha se ha cerrado de manera que se intuyó que estaba pensando en uno de los diez misterios secretos sobre el mundo que la Virgen les ha confiado.

¿Significa a lo mejor que alguno de los Secretos tiene que ver con Italia? ¿O Roma? ¿O la Santa Sede? ¿Tiene un significado simbólico que la estatua de la Virgen haya llorado lágrimas de sangre entre los brazos de un obispo que hasta poco antes era totalmente escéptico? ¿Prefigura algo que acontecerá?

Marija no responde. Repite sin embargo: “La Virgen nos ha dicho: ‘Orad por el Santo Padre, porque este Papa lo he elegido yo para estos tiempos’… Pienso de modo particular cuando vemos que el Santo Padre tiene menos fuerzas, y también en los próximos años, cuando estaremos en el paso entre un Papa y otro y cuando será el momento de elegir un nuevo Papa, debemos dejarnos guiar por la oración y por el Espíritu Santo…”.

Parecería que en el paso de pontificado deba acaecer algo dramático. Pero también esta deducción en el fondo puede ser arbitraria. Hay sin embargo otros aspectos simbólicos e inexplorados en los hechos de Civitavecchia. Por ejemplo un detalle que, al momento, sembró desconcierto fue el relativo a la sangre: los laboratorios de hecho atestiguaron que era sangre humana, pero perteneciente a un sujeto masculino. Las reacciones superficiales de la mayoría fueron escandalizantes: la Virgen, se objetaba banalmente, tiene sangre femenina, no masculina.

Pero los teólogos advirtieron que no había nada de inquietante. Al contrario: la sangre redentora de hecho, para los cristianos, es la derramada por Jesús, no la sangre de María, que es una criatura redimida por Él como nosotros. Y por tanto aquella circunstancia mostraba el vínculo indisoluble entre la Madre y el Hijo Salvador, mostraba que María lleva a Jesús redentor y no a sí misma. Todo esto tenía un sentido cristiano. También porque el llanto empezo el 2 de febrero, o sea la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo y de la “Purificatio Sanctae Mariae”. Esta antigua fiesta celebra a la Virgen que “estuvo íntimamente unida” a la salvación “como Madre del Siervo sufriente de Yahve y como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por el sufrimiento y por la persecución” (Pablo VI).

He aquí por qué la sangre de Cristo en las lágrimas de ella. Y después aquella fiesta recuerda el episodio evangélico del reconocimiento mesiáncio por parte del anciano Simeón y de la profetisa Ana, que representan la tradición profética de Israel. Tiene por tanto un significado profundo también en el tiempo de la Iglesia: también ella de hecho tiene el deber “profético” de reconocer el misterio de Dios presente y operante en la historia actual. También en formas especiales. En Medjugorje como en Civitavecchia, como en Fátima y en Lourdes. No sólo. La iglesita de Pantano está dedicada a S. Agustín y surge justamente donde –según la tradición– Agustín, en el 387, sobre la orilla del mar, meditando sobre el misterio de la Trinidad, encontró un ángel-niño que le iluminó: era como pretender hacer entrar el mar infinito en el hoyito que había excavado en la arena.

Que el hecho de la estatuita acaezca en un lugar parecido puede significar una exhortación al reconocimiento humilde del misterio de Dios. Una invitación a no quedar prisioneros de los prejuicios y de la soberbia intelectual. Sobre el simbolismo de las lágrimas después se podría escribir un tratado. El llanto vuelve en muchas apariciones de la Virgen. En verdad el llanto es, en la vida normal, una característica en modo particular de las mujeres y –vendría a decir- María de Nazaret es una mujer en todos los sentidos. También por la facilidad para el llanto que no es un indicio de debilidad femenina, como banalmente se cree, sino de intensidad afectiva y emocional. Tom Lutz en su Storia delle lacrime observa que ninguna otra especie, fuera de la humana, es capaz de llorar, así como sólo la humana posee el lenguaje. Así pues el llanto representa un fenómeno específicamente humano, expresa una profundidad que es sólo humana.

Pero en las lágrimas de María hay un dolor que es también divino. Don Augusto Baldini, en el volumencito sobre el caso de Civitavecchia, refiere algunos motivos de meditación. Por ejemplo del filósofo, convertido, Jacques Maritain: “Si los hombres supieran que Dios sufre con nosotros y mucho más que nosotros por todo el mal que devasta la tierra, muchas cosas cambiarían sin duda y muchas almas serían liberadas… Las lágrimas de la Reina del Cielo (significan) el soberano horror que Dios y su Madre experimentan y su soberana misericordia por la miseria de los pecadores”.

El cardinal Martini sobre las lágrimas de la Virgen en La Salette: “Es un misterio profundísimo, que en cualquier modo nos permite intuir el sufrimiento de Dios por los males que cometemos”. Y el Papa, siempre por el aniversario de La Salette: “María, madre llena de amor, con sus lágrimas ha mostrado la tristeza por el mal moral de la humanidad. Con sus lágrimas nos ayuda mejor a comprender la dolorosa gravedad del pecado, del rechazo de Dios, pero también la fidelidad apasionada que su Hijo nutre hacia los hermanos: Él, el Redentor, cuyo amor está herido por el olvido y por el rechazo… Ella tiene compasión de las dificultades de sus hijos y sufre al verlos alejarse de la Iglesia de Cristo”.

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Civitavecchia, he aquí las pruebas del milagro

Posted by El pescador en 13 enero 2008

Vittorio Messori (original en italiano; traducción mía)
23 de enero de 2005

La diócesis: «Hace diez años la Virgencita llora lágrimas de sangre». El mariólogo De Fiores: «Aquí hay el dedo de Dios»

«Han transcurrido diez años desde que en Civitavecchia, en un jardín de la familia Gregori (2-6 de febrero de 1995) y después en las manos del obispo Girolamo Grillo (15 de marzo de 1995), se sucedieron 14 lagrimeos de sangre en una estatuita de la Virgen. Después del interés de la prensa que ha hecho correr la noticia por Italia y por todo el mundo, los periódicos ya no hablan de ello. Parecidamente, también los historiadores callan, teólogos y pastores se han encerrado en una reserva y silencio absoluto». Sin embargo, «los peregrinos de todas partes de Italia, de Europa, es más del mundo acuden y manifiestan su devoción con la oración y la frecuentación de los sacramentos. Las peregrinaciones a la parroquia de S. Agustín, en el barrio de Pantano, donde fue colocada la Virgencita, no conocen flexiones, son una realidad que se renueva continuamente y producen consoladores frutos de conversión y de espiritualidad».

Con estas palabras inicia la introducción al grueso informe que está para ser publicado en el periódico de la diócesis de Civitavecchia y que el Corriere ha podido examinar en exclusiva previa. Una serie de relaciones y de documentos, casi todos inéditos, que describen el estado del «caso» desde todas las perspectivas, desde la teológica a la judicial, pastoral, médica (en Internet se podrá consultar, en pocos días, en el sitio www.civitavecchia.netfirms.com). El conjunto es impresionante: gente de responsabilidad, personas cualificadísimas en los respectivos campos, y, por tanto, habituadas a medir las palabras, no dudan en exponerse y en entregarse a la realidad. Todo, dicen unánimes, hace pensar que en aquel ángulo de tierra de Roma se ha verificado un evento que no tiene explicación humana y que remite al misterio del Sobrenatural.

EL DIARIO DEL MONSEÑOR – Sorprende, lo primero, el testimonio de monseñor Grillo, el obispo obligado a pasar del radical escepticismo a la aceptación del enigma, bajo el impacto violento de un evento tan imprevisto como estremecedor. En el informe que va a ser publicado ahora, el prelado reproduce un diario inédito suyo, que tiene una evolución en algún modo dramática. Como muchos, ciertamente, recuerdan, la mañana del 15 de marzo de aquel 1995 en la cual empezó todo, el prelado tomó entre las manos la estatuita de la Virgen que estaba relegada en un armario de su casa. Monseñor Grillo se había opuesto a la intervención de la magistratura, que había incluso ordenado el secuestro y puesto los precintos. También había protestado, pero en nombre de la libertad religiosa, no ciertamente por convicción de la realidad de los hechos. Con sólidos estudios y títulos en las mejores universidades eclesiásticas, había trabajado durante tiempo en las oficinas de la Secretaría de Estado, donde la atmósfera no está ciertamente invadida de misticismo sino de pragmatismo e incluso, a veces, de escepticismo. Nombrado obispo, el monseñor no había alentado devociones populares y tradiciones arcaicas, sino que buscó fundar entre su gente una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Su diario testimonia la incredulidad un poco irritada con que recibió las primeras noticias de la lagrimación de sangre, el echar a la papelera los relatos del párroco, la prohibición a los sacerdotes de trasladarse al lugar, el dirigirse secretamente a la policía para que indagase sobre la familia Gregori, de la cual desconfiaba. Él mismo recuerda la exclamación de un cardenal amigo: «Pobre Virgencita, ¡a qué manos has ido a parar! Justamente en las de monseñor Grillo, ¡que se entregará para sofocar todo!».

AQUEL DÍA DE MARZO – No quitó del armario por tanto con particular devoción aquel día de marzo la estatua ya desembargada. Las tres personas presentes con él en la estancia vieron antes que él, que tenía en la mano el objeto sagrado, que sucedía lo increíble: las lágrimas de sangre que comenzaron a fluir de los ojos, alcanzando lentamente el cuello. El obispo no usa eufemismos para describir su reacción, cuando se dio cuenta de aquello que sucedía. No por casualidad la hermana se puso a chillar, viéndolo tambalearse y empalidecer de modo impresionante, y corrió fuera, con un dedo bañado en sangre, pidiendo ayuda de un médico, un cardiólogo, que de hecho poco después acudió. No había necesidad. Anota el prelado, entre otras cosas: «Casi desmayado me siento sobre una silla», «he corrido el riesgo de morir por el dolor, he sufrido un schock tremendo, que me ha dejado desfallecido incluso en los días siguientes», «enseguida por instinto he pedido a María mi conversión y el perdón de mis pecados».

RENDIDO AL MISTERIO – Así la Virgencita pudo tomarse su materna, benigna revancha. Fue el mismo Grillo, el escéptico, aquel que esperaba que desde Roma le llegase el encargo de cerrar el asunto y volver a una religiosidad «seria» (mientras desde las alturas del Vaticano le recomendaban apertura de espíritu, también para lo imprevisto), fue por tanto el mismo monseñor que, con solemne procesión, desde el armario de la casa llevó a la iglesia la estatuita para exponerla a la veneración de los fieles.

Fieles por los cuales él mismo y sus colaboradores han hecho y hacen mucho, para que la peregrinación, incesante, cosmopolita, sea una verdadera, completa, experiencia espiritual. Al menos cinco confesores están en el trabajo durante muchas horas, cada día; liturgias, adoraciones eucarísticas, rosarios, procesiones, letanías se prosiguen sin parar.

Escrive, en el décimo aniversario, monseñor Girolamo Grillo: «Estuve obligado a rendirme a este misterio. Pero mi convicción aumentó siempre más viendo los beneficios que se seguían. El Evangelio nos da un criterio: juzgar por los frutos la bondad de un árbol. Aquí, los frutos espirituales son extraordinarios».

PASADAS POR EL TAMIZ – Junto al testimonio, también humano, del obispo, tiene gran importancia el del padre Stefano De Fiores, religioso monfortiano, uno de los mayores especialistas vivos en estudios dedicados a la Virgen. Autor de textos fundamentales como Maria nella teologia contemporanea, editor del Nuovo dizionario mariologico, enseñante en la más ilustre de las universidades pontificias, la Gregoriana, el padre De Fiores es bien conocido para los estudiosos y los lectores como hombre de gran prudencia, de distinciones sutiles, así como corresponde a un especialista de tal nivel. Sorprende, por tanto (y deja de verdad pensativos) la conclusión del cauto profesor: en Civitavecchia, no hay otra explicación lógica y sostenible si no es la aceptación de una intervención divina. El padre De Fiores motiva su conclusión paso tras paso, en una intervención densda de teología, pero al mismo tiempo informadísima sobre el desarrollo de los eventos. Han sido valorados por tanto críticamente todos los testimonios, a partir del de Jessica Gregori, entonces una niña de menos de seis años, de su familia, del párroco, del obispo mismo. Han sido pasadas por el tamiz todas las hipótesis que podrían explicar «naturalmente» la lagrimación. En base a los elementos disponibles y al razonamiento, se excluye que se trata de «fraude o truco», de «alucinación o autosugestión», de «fenómeno parapsicológico». Añadidos finalmente, por vía de lógica, a la dimensión inquietante del misterio, se excluyó también que se trate de «obra del demonio». ¿Intervención divina, por tanto? ¿Y por qué, con qué significado? El teólogo inicia aquí un análisis que muwestra qué riqueza espiritual puede esconderse detrás de un acontecimiento en apariencia tan simple, detrás de aquellas lágrimas derramadas 14 veces. Incluso el desconcertante descubrimiento de que se trata de sangre masculina termina por revelarse como un ulterior signo de credibilidad, en la dimensión cristiana. También en base a esta profundidad de sentido el padre De Fiores se rinde él también, a la par que el obispo, y cita el Evangelio de Lucas: «Aquí hay el dedo de Dios». No es de verdad poco, para quien conozca las prudencias de los profesores, sobre todo si son universitarios, de disciplinas eclesiásticas.

ADN NEGADO – Importante también cuanto anota, en otro estudio de este informe, un experto de los hechos: «El problema del ADN vuelve continuamente cuando se habla del suceso de la Virgen de Civitavecchia. La pregunta que tantos se hacen es la siguiente: ¿por qué los Gregori han rechazado los exámenes de ADN? Se ve tal rechazo como indicio de algo que esconder. Se insinúan, así, sombras y dudas acerca de su honestidad. Entonces al respecto es preciso saber cómo están realmente las cosas. Lo primero de todo, es necesario disipar toda duda, afirmando que la familia Gregori se ha declarado siempre dispuesta a someterse al examen para la comparación de la sangre».

En efecto, como se explica ampliamente, fueron los especialistas —empezando por aquella eminencia de la medicina legal que es el profesor Giancarlo Umani Ronchi, docente en la no sospechosa, laicísima Universidad La Sapienza de Roma— en desaconsejar decididamente un examen del ADN. Una prueba similar, en efecto, vistas las condiciones creadas y las situaciones de los hallazgos, habría aportado confusión más que claridad, corriendo el riesgo de dar indicaciones que despisten y científicamente no dignas de atención. A los Gregori que se pusieron de inmediato a disposición les explicaron los técnicos que justamente la búsqueda de la verdad sugería que no procedía.

En suma, diez años después, parece comprobado que las columnas de peregrinos que confluyen a Civitavecchia (y el número crece de año en año) son reclamadas por un evento del cual no es fácil librarse, volviendo a enviar a supersticiones y creencias populares que refutar. Estaba convencido de ello, lo sabemos, incluso el obispo, que los hechos sin embargo han transformado en el apóstol ferviente no sólo de la Virgen (de la cual siempre fue devoto) sino precisamente de aquella «Virgencita». Llegada por añadidura, para espesar el misterio, justamente desde otro lugar enigmático por excelencia: Medjugorje.

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